lunes, 26 de septiembre de 2005

Nacionalismo, masa y poder

IÑAKI UNZUETA PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UPV/EHU

El Correo 26/9/2005


Para el autor, «la aleación de elementos sagrados, exclusión, indolencia, sonambulismo, corrupción, docilidad y clientelismo, convierte a los nacionalismos en una de las fuentes de reacción más importantes del siglo XXI»



Las sociedades avanzadas de Occidente han experimentado a lo largo de su historia un proceso de diferenciación de tres etapas: en primer lugar, eclosionaron las sociedades arcaicas diferenciadas por segmentos, como por ejemplo los clanes y las tribus; en segundo lugar, las sociedades feudales diferenciadas jerárquicamente según el grado de poder de nobles, señores y siervos; y finalmente, las actuales sociedades diferenciadas por funciones. Es decir, que mientras las sociedades tribales se constituían sobre la base de una segmentación básica que daba lugar a uno o más grupos homogéneos que rivalizaban por los recursos escasos, las sociedades capitalistas de Occidente se constituyen y estructuran en torno a una multiplicidad de funciones que las hace extremadamente complejas. Para algunos autores, como Niklas Luhmann, para que los sistemas sociales se reproduzcan y mantengan, es preciso que lleven a cabo determinadas funciones vitales como, por ejemplo, la regulación de los conflictos o la explicación de la realidad. A su vez, cada una de estas funciones se caracteriza por aglutinar un tipo específico de comunicación que lleva a cabo una distinción binaria propia. Así, las comunicaciones en torno a la explicación de la realidad, dan lugar al subsistema científico y son evaluadas según la distinción binaria: verdad o falsedad, no importando si, por ejemplo, son bellas o inmorales. De igual modo, el subsistema judicial, que tiene por función la regulación de los conflictos, aglutina comunicaciones que son evaluadas según la distinción: legalidad-ilegalidad; y cabría hacer similares consideraciones en torno a otros subsistemas, como el político o el económico. En definitiva que, para Luhmann, la sociedad es comunicación y su complejidad aumenta porque se crean nuevos tipos de comunicación; integrándose por medio de las distinciones binarias que en cada uno de los subsistemas tienen lugar.

Asimismo, cada proceso de diferenciación da lugar a su respectivo estadio o modelo evolutivo: tribal, feudal o funcional, que es ideal en el sentido de que no existe en la realidad empírica de una forma pura. En Occidente, la mayoría de las formaciones sociales han accedido a la tercera etapa de diferenciación, aunque se encuentran también jerárquicamente diferenciadas, y presentan restos de segmentaciones arcaicas. Empero, todavía existen determinados nichos étnicos, formaciones sociales arcaicas, cuya estructuración básica responde a procesos simples de diferenciación. Estos estancamientos evolutivos, casi en su mayoría, tienen lugar allí donde el nacionalismo ha arraigado, impulsando procesos primarios de segmentación que tienen por objetivo la constitución de un 'nosotros'. Pero, a su vez, las formaciones estancadas en el primer estadio de diferenciación, se encuentran también sometidas a procesos de diferenciación funcionaL Ello da lugar, en su forma más simple y atenuada, a un encabalgamiento de procesos, cuando a la diferenciación simple del nacionalismo se le superpone la diferenciación funcional de cada uno de los subsistemas. Sin embargo, cabe también que, en vez de un encabalgamiento, se produzca una brusca colisión de procesos de diferenciación. En estas circunstancias, la 'racionalidad intragrupo' orientada al acuerdo entre nacionalistas para la constitución de una comunidad de patriotas, choca con la 'racionalidad universal' orientada al otro y a la constitución de una sociedad de ciudadanos. Es decir, se enfrentan, de un lado, una racionalidad recortada, con fundamentos sagrados y objetivos pre-dados; y de otro, una racionalidad profana y postmetafisica que apela comunicativamente al otro. Al mismo tiempo, esta colisión principal presenta variadas dimensiones, pues el proceso de diferenciación nacionalista choca con los procesos funcionales de cada uno de los subsistemas, provocando un conflicto sistémico multidimensional y crónico.

Ls nacionalismos impulsan procesos de segmentación que tienen como meta incrementar la homogeneidad del grupo, expulsando todo lo que les resulta extraño y perturbador, y constituyendo por ello, el dispositivo más eficaz para la construcción de una determinada identidad. En la tarea de construcción identitaria, el nacionalismo apela a lo más simple del ser humano, toca su fibra gregaria y le ofrece calor, cobijo y seguridad. En ello, el primer paso es la 'definición', esto es, la formulación de las características que debe reunir el 'nosotros'. Le sigue, aunque no siempre. la 'identificación', es decir, el establecimiento de los símbolos que distinguen a la comunidad, como lo que propone, por ejemplo, el alcalde de Getxo. Una vez alcanzado lo anterior, la meta siguiente es la institucionalización política, es decir, la cristalización jurídica de la comunidad nacionalista, que alcanza su máxima expresión cuando toma la forma de un Estado. Ahora bien, en ocasiones, cuando se imprime una aceleración al proceso de construcción nacional y de institucionalización política, surgen prácticas políticas crueles y aberrantes. Así, si la infatuación nacionalista crece, como ocurrió en España con la expulsión de judíos y musulmanes, o más tarde con la 'soah', a las etapas de definición e identificación, les siguen las de expropiación, deportación, concentración y, por último, si es el caso, eliminación. O cabe también que, una vez definido e identificado el extraño a la comunidad, se proceda directamente a su eliminación. Este proceso que enlaza la definición e identificación con el acoso y, si es el caso, la eliminación, requiere primero, como dice Beck, construir políticamente al extraño; para luego, poner en marcha mecanismos de producción social de la distancia y de la indiferencia moral, mecanismos que invisibilicen a las víctimas y que acallen su sufrimiento y dolor. Son necesarios idiotas morales, o como decía Hermann Broch, buen conocedor del paño nazi, sonámbulos, hombres y mujeres capaces de esconder a sí mismos su vacío, obteniendo a cambio, calor, recompensa y protección.

Desde esta perspectiva, los llamados partidos nacionalistas democráticos se encuentran atravesados por una grave contradicción, ya que, por un lado, apelan a la utilización de vías exclusivamente democráticas, pero, por otro, se encuentran guiados por una 'racionalidad intragrupal' orientada a la constitución y fortalecimiento de una comunidad de patriotas. Ello les hace arrogarse el papel de únicos y legítimos intérpretes de la voluntad de los vascos, negando así su pluralidad. La violencia simbólica resultante se ejerce contra todo lo que ha sido definido como extraño a la comunidad, y adquiere diversas formas, que van desde tildar al adversario político de 'enemigo del País Vasco', hasta interpretar el papel de exegeta del pueblo, como hacía en las pasadas elecciones el lehendacari lbarretxe, que les decía a los portavoces del PSE y PP, Patxi López y María San Gil, que sí, que, «ellos también podían contribuir y participar en la construcción de este país». Sin embargo, no se trata tan sólo del ejercicio cruel y constante de la violencia simbólica por parte del nacionalismo, a la que es básico que se responda con total contundencia, sino de los comportamientos erráticos y las formulaciones vagas, cambiantes e imprecisas en torno a la eticidad y moralidad de la violencia en general. Como prueba, ahí están los largos años de connivencia y utilización vicaria de la violencia para arrancar cosas de 'Madrid'; los acuerdos con formaciones políticas que aceptaban como forma de lucha la eliminación del adversario; la exaltación, como en Amurrio y otros muchos pueblos, de los agresores; el abandono, la incomprensión y, en bastantes ocasiones, la culpabilización y desprecio de las víctimas (recuérdese por poner un solo ejemplo, como en el funeral de Fernando Buesa, la masa nacionalista arropó al lehendakari y dejó allí tirado al muerto).

Finalmente, el proceso de construcción nacional y de institucionalización política, enlaza con la cuestión del poder que se manifiesta de una manera triple: como fuerza, como influencia y como autoridad, y que hay que analizarlo relacionalmente, como algo que se ejerce sobre o contra alguien. Una vez definido e identificado el 'nosotros', es el caso que se dispone de un criterio muy útil para la distribución de los recursos y el ejercicio del poder. Así, el proceso de institucionalización política del País Vasco ha enquistado un mandarinato con firmes conexiones con otras instancias de poder, como determinados sectores productivos, universidades, etcétera, conformando una estructura muy difícil de romper. En las sociedades de diferenciación simple, como la vasca, como lo que se valora es sobre todo la lealtad, dicen que al partido y a la patria, la mayoría de los cargos no se distribuyen por capacidad sino por proximidad. Esto es también característico de los clanes y las mafias, donde lo importante es la fe en el grupo, el silencio, la docilidad, la lealtad. De este modo, los mecanismos de control se adulteran y la corrupción se expande. El resultado es la creciente segmentación de la sociedad: los nacionalistas establecidos y el resto excluido. Esta aleación de elementos sagrados, exclusión, indolencia, sonambulismo, corrupción, docilidad y clientelismo, convierte a los nacionalismos en una de las fuentes de reacción más importantes del siglo XXI.