jueves, 27 de diciembre de 2007

Minoría de arrastre

27.12.2007
KEPA AULESTIA

El Correo


La minoría entusiasta puede siempre más que la mayoría indiferente. Esta ley, con la que se han abierto paso tanto las vanguardias más creativas como las más nefastas, está dando sus frutos en el ambiente acomodaticio de la Navidad. Mientras la mayoría se entretiene felicitando y recibiendo felicitaciones, hay una minoría incansable que marca el paso e indica el rumbo que deberá adoptar inexorablemente la sociedad vasca. Se trata de una minoría con un enorme sentido oportunista que desplaza la mal llamada «centralidad política» vasca hacia donde le conviene. El esfuerzo que se ve obligado a realizar para ello no es excesivo. El relevo al frente del EBB es suficiente para que, tras la consabida carambola, sea el consejero Joseba Azkarraga quien acabe sentenciando en nombre del Gobierno Vasco contra una resolución judicial, y sin posibilidad de recurso para el tribunal censurado.

Mientras tanto, el recogimiento propio de estas fechas da al lehendakari la oportunidad de anunciarnos que tiene perfilado el futuro para nuestros próximos veinte años. Lo cual invita a apreciar en lo que vale al gobernante que refleje una razonable ambigüedad, frente a éste que lo tiene todo tan pavorosamente claro. En los mismos días, quienes se sienten autorizados para poner nombre a nuestras señas de identidad han decidido que el próximo sábado en San Mamés jugará la selección de fútbol de Euskal Herria. Ya ni siquiera podremos conformarnos con ver a un paisano con estilo jugar en el Liverpool.

La minoría entusiasta actúa por arrastre, a sabiendas de que su iniciativa no encontrará especial resistencia entre el resto de los ciudadanos. Es lo que tiene esgrimir derechos y legitimidades: resulta muy difícil llevarles la contraria. Además, establecidos los principios se hace imposible discutir siquiera sobre lo más conveniente, lo mejor, lo más sensato. Porque no puede haber nada más conveniente, ni mejor, ni más razonable que ir al copo. Es la ventaja con la que cuenta la minoría entusiasta, que le permite situar el fiel de la balanza del país que ha decidido dibujar haciéndolo coincidir con el momento por el que atraviesa la propia minoría.

Hasta el punto de que, al final, a la mayoría no le quede otro remedio que identificarse con la minoría. Para lo cual basta con formular las preguntas precisas: ¿Acaso una selección en la que jueguen vascos y navarros no es de Euskal Herria? ¿Puede el lehendakari diseñar un proyecto de país para dos décadas? ¿Quién si no el consejero de Justicia para enmendar la plana a los jueces?

Ayer mismo la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, se lamentaba de que «quienes pidieron a ETA que mantuviera la tregua indefinida y que no pusiera condiciones están hoy en prisión». La mayoría debe dar por cierto lo que la minoría entusiasta asevera, aunque esta vez sin preguntas.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20071227/opinion/minoria-arrastre-kepa-aulestia-20071227.html

domingo, 16 de diciembre de 2007

De España y su unidad (Bélgica y Kosovo, por ejemplo)

16.12.2007
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS. Director de ABC

ABC


UNO de nuestros más lúcidos sociólogos, Víctor Pérez Díaz, escribió el pasado mes de junio -la cita es larga pero merece la pena- que «la opción estratégica a favor de un proyecto hegemónico socialista ligado a un cambio del modelo territorial supone un incremento sustancial de dos riesgos importantes. Primero, el riesgo de una separación gradual, por sus pasos contados, de, al menos, dos comunidades autónomas, las de Cataluña y el País Vasco, en un plazo entre medio y largo, junto con el aumento de las tensiones y los conflictos redistributivos de poder político de todas las comunidades autónomas entre sí y con el poder central. Segundo, el riesgo de la absorción de energías cívicas del país en este problema (con descuido de otros), la reducción del nivel de confianza y solidaridad nacional, el desdibujamiento de la idea de una nación o comunidad política española y el descenso sustancial del nivel de civilidad en la vida política». Continuaba nuestro autor afirmando que «el primer riesgo es obvio. Tras disfrutar del poder en sus regiones durante varias décadas, los nacionalismos periféricos han aumentado su influencia social, política, económica y cultural entre ellas. La integración europea alimenta sus esperanzas, al menos en un horizonte a largo plazo. Países del tamaño de Eslovenia o Croacia, por ejemplo, muestran la viabilidad de países de tamaño medio y pequeño. El recuerdo de la separación de Eslovaquia y la República Checa (y la emancipación imaginaria de una separación entre Escocia e Inglaterra, Kosovo y Serbia, Flandes y Valonia...) da cuerpo a esos sueños». («Tradición ciudadana versus tradición cortesana: sociedad civil y política en la España de hoy», edición de «Conferencias del Círculo de Empresarios». 18 de junio de 2007).

Estas reflexiones de Pérez Díaz son hoy algo más que lucubraciones. El apoyo de la Unión Europea y los Estados Unidos a la independencia de la provincia serbia de Kosovo y la crisis profunda de Bélgica, sin Gobierno después de siete meses desde las elecciones y con el sólo engarce del Rey de los belgas, Alberto II, entre los territorios valón y flamenco, son episodios políticos que demuestran que cuando se utiliza la expresión balcanización de España no se está incurriendo necesariamente en una exageración sino utilizando una metáfora que incorpora una hipótesis algo más que verosímil según la cual también en nuestro país podría producirse una suerte de implosión que quebrase su unidad nacional. El independentismo declarado y abierto del PNV en el País Vasco -que avala para el año que viene un referéndum secesionista- y la denominada refundación del catalanismo con un sesgo radical y segregacionista, ofrecen alto grado de posibilidad a los diagnósticos que, como el de Víctor Pérez Díaz, alertan del peligro de que los nacionalismos inicien el camino sin retorno de la desmembración de España. Como supone el sociólogo con buen tino «aceptar un riesgo del 25 por ciento de la separación de una parte del país puede ser poco para los políticos profesionales. Tampoco sería mucho, quizá, para las elites cosmopolitas del país. Por otro lado, para otros puede ser inquietante. Por ejemplo, para los simples mortales que son los ciudadanos de a pie de este país que se sienten españoles (lo que según las encuestas ocurre con un 80/90 por ciento de la población), la sola perspectiva plausible (aquel 25 por ciento de probabilidad) de que la España que han conocido desde siempre pueda desaparecer puede ser similar a la perspectiva de que la tierra desaparezca de debajo de sus pies, algo estremecedor».

Se ha acreditado que la Unión Europea -que acaba de firmar en Lisboa un demediado Tratado sustitutivo de la impostada Constitución antes fracasada- no garantiza ya que las fronteras de los Estados europeos sean inamovibles porque desde sus máximos órganos se está avalando la insensata independencia de Kosovo. Se dirá que esa provincia serbia es un resto pendiente del grave problema multiétnico y multirreligioso del Balcán, pero ¿qué decir de Bélgica que está en el corazón de la Unión? El peligro, pues, existe y, como advierte Pérez Díaz, anida en España generado, además, por un revisionismo constitucional impulsado por el Partido Socialista para lograr -en transitoria coyunda con los nacionalismos- una nueva hegemonía política. Contemplar el mapa europeo con cierta perspicacia desvela tensiones separatistas varias, de norte a sur y de este a oeste. Escocia, Irlanda del Norte, Flandes y Valonia, Bretaña, Padania, Córcega Osetia del Sur, Abjasia, Kurdistán, Chipre... son territorios en los que late una carga centrífuga respecto de sus respectivos Estados que un grave error como el de Kosovo o una torpe gestión de la enorme crisis belga, puede incrementar con consecuencias muy graves. El hecho de que los procesos de secesión no hayan sido traumáticos -salvo en la extinta Yugoslavia- tras la caída del Muro de Berlín en 1989 -las Repúblicas Bálticas o la revolución de terciopelo en la antigua Checoslovaquia- ofrecen una aparente tranquilidad a la ciudadanía que, sin embargo, es engañosa. La independencia de Kosovo va a distanciar irremediablemente a Rusia de la Unión Europea y llevará a una coyuntura de enorme inestabilidad a Chipre, en tanto que la crisis belga está siendo observada por los nacionalistas vascos y catalanes como si de entomólogos políticos se tratasen.

Estas circunstancias aconsejan que, de una vez por todas, el Gobierno socialista -irresponsable y frívolo en el tratamiento de la cuestión territorial- y la sociedad española en general, se tomen en serio la posibilidad y la probabilidad de que se nos plantee en toda regla una secesión en nuestro país, siendo éste un riesgo que debería atajarse mediante un pacto de Estado entre el PSOE y el PP para salvaguardar la unidad nacional reforzando -como propone Rajoy- las mayorías necesarias para aprobar y reformar los Estatutos de Autonomía y, sobre todo, para preservar las competencias intransferibles e indelegables del Estado y devolviendo a la autenticidad el sistema de representación en el Congreso y el Senado a través de una reforma a fondo de la actual Ley Electoral.

No se trata, en definitiva, de incurrir en ningún tipo de catastrofismo, sino de someter a evaluación histórica y política lo que está ocurriendo en Europa en este preciso momento histórico y comprobar que las secesiones son posibles y que la comunidad internacional las acepta en determinadas circunstancias. De entre todos los Estados de la UE, sólo Bélgica plantea una quiebra más perentoria de su unidad nacional que España. Pero la radicalización del nacionalismo vasco y del catalán es, en nuestro país, aliado con una torpe política del Gobierno socialista, tan grave y premonitoriamente desastrosa como la que se vive ahora entre valones y flamencos. Y toda esta resonancia nacionalista se produce cuando Kosovo en un tiempo corto se separará de Serbia y se constituirá en un nuevo Estado, contraviniendo con este movimiento en el tablero balcánico, no sólo las reglas de la prudencia, sino de la propia historia de los pueblos que es la que sostiene, como el bastidor de un lienzo, la convivencia común en las naciones.


http://www.abc.es/20071216/opinion-la-tercera/espana-unidad-belgica-kosovo_200712160252.html

Montañismo

16.12.2007
JON JUARISTI

ABC


EL viernes, desde TVE-1, la eurodiputada del PSOE Elena Valenciano arremetió contra Aznar por ponernos a todos «en una situación muy peligrosa», a causa de su alianza con Bush. Está claro que, dijeran lo que dijeran tras la sentencia del 11-M, los socialistas no van a renunciar al más rentable chivo expiatorio que han tenido en toda su Historia. Y menos ahora, ante el horizonte de marzo.

Declaración de principios que nadie me ha pedido y que aduzco sólo para una mejor comprensión del argumento: mi lealtad a Aznar no emana sólo de una amistad personal, aunque su amistad me honra. Mi lealtad a Aznar no deriva sólo de una gratitud debida, a pesar de que tengo razones de sobra para estarle agradecido. Mi lealtad a Aznar no se debe sólo a afinidades políticas, aunque comparta muchas de sus convicciones. Mi lealtad a Aznar se fundamenta, sobre todo, en la necesidad de resistir al principio oportunista e inmoral de que todo tiene arreglo si se encuentra un buen culpable; es decir, alguien que pague con su cabeza la restauración del consenso.

Es evidente que no fue Aznar quien terminó con el mismo. Los socialistas llegaron al gobierno dispuestos a cargarse el acuerdo sobre el que se fundamentó la Transición, un contrato entre una izquierda y una derecha nacionales. Y lo hicieron porque Rodríguez tenía las mismas intenciones de perpetuarse en la presidencia que Chávez y Morales en las de sus respectivos países. Para ello, necesitaba destruir al PP, apoyándose en los nacionalismos y en los neocomunistas de IU. Esto nada tiene que ver con la política exterior de Aznar, que ya estaba liquidada, a todos los efectos, la noche del 14 de marzo de 2004. Quien nos ha puesto en una «situación peligrosa» es el gobierno del PSOE, a causa de sus compromisos con los nacionalistas. La «situación peligrosa» a que se refería neciamente Elena Valenciano -la amenaza del terrorismo islámico- es global, independiente de la política de alianzas militares del anterior o del actual gobierno, según admitían todavía hace un mes los dirigentes socialistas. La otra «situación peligrosa» por la que atravesamos -la vulnerabilidad de la democracia española a los embates terroristas de ETA- es, en cambio, consecuencia directa de la brutal disensión política inducida por los socialistas. La primera de ellas no ha desaparecido ni desaparecerá en mucho tiempo, y ni siquiera la reconstrucción del consenso podría mitigarla, porque requiere de una amplísima coordinación internacional de los gobiernos (y no de inútiles y confusas alianzas de civilizaciones). Pero la segunda sería superable si el PSOE, en el gobierno o en la oposición, cambiase de estrategia o, mejor dicho, si tuviese alguna.

Lo que en esta legislatura se ha demostrado, además de la insensatez de la negociación con ETA, es la imprudencia estúpida que suponen las alianzas estratégicas con los nacionalismos. Hay que distinguir este tipo de alianzas de los acuerdos tácticos, que serán o no aconsejables, según la coyuntura. El presidente Rodríguez, al que Hermann Tertsch ha definido acertadamente como un tacticista, ha confundido ambas cosas. La principal directriz de cualquier estrategia nacional es la conservación del Estado, y esto la hace incompatible con las estrategias secesionistas de los nacionalismos. Rodríguez es completamente ciego a esta dimensión. Como sus compañeros del PSE, que sólo supieron oponer al plan Ibarreche un proyecto de reforma estatutaria elaborado desde posiciones nacionalistas estratégicamente rebasadas por el PNV, Rodríguez hace suyas las tesis defensivas de Imaz justo cuando el lehendakari pasa a la ofensiva, apoyando abiertamente a Batasuna ante el Tribunal de Estrasburgo. Sometidos a una alianza estratégica con los nacionalismos, los socialistas creen desarrollar una táctica inteligente de aproximación no maximalista a las posiciones de aquéllos con el objetivo de bajarlos del monte. En la práctica, los siguen a tan corta distancia que corren el riesgo de llegar a la cruz del Gorbea antes que Ibarreche. Me recuerdan a un diplomático español que se preguntaba qué mas podían desear los nacionalistas vascos si ya tenían casi la independencia. Pues la independencia, precisamente.


http://www.abc.es/20071216/opinion-firmas/montanismo_200712160248.html

sábado, 1 de diciembre de 2007

Víctimas

28.11.07
ANTONIO ELORZA

El Correo



De cara a una inminente manifestación convocada en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, un conocido profesor sistematizó lo que viene siendo la doctrina oficial sobre el tema: su lugar nunca debe ser la política en cualquiera de las dimensiones de la misma. Por su propia condición carecen de imparcialidad. Fueron «heridas por un daño cruel», ya que el Estado no estaba ahí para impedirlo, y en razón de esa ausencia ha de compensarlas, material y afectivamente, de forma subsidiaria al no hacerlo quien las perjudicó. Lo mismo que en cualquier otra clase de accidente susceptible de ocurrir en la vida social. En una palabra, cobren lo que tienen que cobrar, reciban muestras de respeto y algún que otro homenaje, y déjennos en paz.

Semejante simplificación es, pues, muy útil para quitarse el problema de encima y condenar cualquier intento de participación, y menos de oposición, de las víctimas en la gestión del problema terrorista en Euskadi. Hay que decir que el presidente de alguna de las asociaciones viene haciendo todo lo posible para justificar la pertinencia de semejante exclusión, pero una conducta inadecuada puede ser objeto de reflexión y de crítica, no servir para que el tema sea resuelto de manera sumaria, injusta y con un manifiesto deje de irracionalidad.

A la vista de la argumentación antes citada, conviene empezar con una perogrullada: un muerto por un tiro en la nuca de ETA, o en su día por una bomba de los GAL, no tiene el mismo significado, más allá de la pérdida de una vida humana, que quien fallece por un accidente de automóvil. Aunque también en este caso la entidad del problema haga aconsejable la formación de asociaciones de víctimas que desde el dolor y el conocimiento exijan la búsqueda de soluciones por parte del Estado. En el terrorismo la víctima lo es por causa de una estrategia política de carácter criminal que interpela al conjunto de la sociedad, tanto a lo que llamaríamos el círculo del dolor, los familiares, amigos, compañeros de trabajo, como a quienes comparten la ideología de los verdugos, sean nazis hitlerianos o nazis abertzales, y a todos los componentes de la vida política y social, cuyos comportamientos los terroristas tratan de alterar, ejerciendo la intimidación, sembrando el miedo a efectos de provocar la pasividad, el silencio cómplice, la sensación de lo inevitable. De ahí el éxito de esa estrategia de la muerte cuando buena parte de la clase política se vuelve partidaria del sálvese quien pueda, aun cuando la realidad lo desmienta -caso de los efectos de la aplicación de la Ley de Partidos sobre ETA-, y proponga un 'diálogo' a toda costa, que para quien tenga dos dedos de frente supone como mínimo la aceptación de las reglas de juego impuestas por la banda. Y a modo de entrega adicional, el reconocimiento implícito de la licitud de un terror, al que como hacen nuestros santos obispos se incluye en el marco del sufrimiento por 'el conflicto', así como de la hegemonía absoluta de nuestra variante de nacional-socialismo en la vida de ciudades y pueblos vascos.

Las víctimas del terrorismo, sea éste abertzale o de Estado, palestino o israelí, al igual que quienes sufrieron el genocidio armenio, el holocausto judío o las matanzas de Ruanda, tienen un doble significado, humano y político, con ambas vertientes estrechamente enlazadas. Tal y como escribiera Primo Levi, nos exigen un compromiso, tantas veces olvidado por los gobiernos democráticos, de combatir tanto contra las organizaciones y las ideologías que los causaron, como contra aquéllos que por 'razón de Estado' proponen el olvido o la ya citada reducción del tema a lo económico y sentimental. Y es del todo lógico que las víctimas de primero y segundo grado traten de comunicar su experiencia, denunciar la inhumanidad con que en casos como el nuestro son tratados por sus colegas y convecinos, opinar sobre las propuestas de solución y en una situación límite, al verse envueltos en el cinismo y la mentira, como nos dice una y otra vez Pilar Ruiz, protestar hasta con el grito.

Lógicamente, no es la opción más deseable, y hay que reconocer que las víctimas aquí y ahora no lo tienen fácil. Para la política de Zapatero son pura y simplemente un estorbo político, en ese viaje a ninguna parte emprendido contra el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, contra la propia resolución del Congreso que autorizaba negociar para acabar con el terror, ignorando del todo qué quiere y cómo actúa ETA, así como el deber de informar a los ciudadanos. Ahora bien, si el PP arrancó de una posición justa de defensa de las víctimas, ha sido lamentable su insistencia en una versión del 11-M de pura intoxicación, privando de credibilidad a las críticas sobre la política vasca del Gobierno, expuestas además de forma preventiva y torpe. Nada tiene de extraño que, en el clima imperante en la política española, las asociaciones de víctimas no se hayan librado de las perturbaciones inducidas tanto por los dos grandes partidos como por el Gobierno vasco.

Todo lo sucedido sirve asimismo para ilustrar hasta qué punto el terrorismo puede no sólo intimidar, sino pervertir los procesos de formación de la opinión democrática, sobre todo si los agentes políticos contribuyen a ello. A este respecto, es altamente recomendable la lectura del excelente libro colectivo que acaba de publicar la Fundación Miguel Ángel Blanco, 'Las víctimas del terrorismo en el discurso político', en especial para lo que venimos comentando las contribuciones de Francisco Llera y de Rogelio Alonso. Es terrible pensar que una gran mayoría de españoles siguen creyendo que el 11-M se debe a la política de Aznar a favor de la guerra de Irak, al tiempo que es despreciada la significación del terrorismo islámico. Y también que las instituciones vascas sigan exhibiendo el posible papel de unos mediadores que nada saben de aquello que hablan, tienen ya tomada la posición y practican la analogía entre dos procesos claramente diferenciados.

En suma, las víctimas no pueden convertirse en órgano de decisión política, en instrumento de partido o en una especie de grupo-vanguardia. Pero tienen pleno derecho a la visibilidad, a que todos conozcan el proceso de barbarie organizada que causó su existencia, la deshumanización y la pérdida de democracia que supondría absolver (y legitimar) a los verdugos. Tienen derecho a la voz, a ser consultadas y a ejercer la crítica. Y a exigir la representación de aquéllos que fueron destruidos por el Mal y la restauración de la normalidad en las relaciones sociales que el terrorismo destruyó, siéndoles reconocida su condición de símbolos de una vida democrática, o simplemente humana.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20071128/opinion/victimas-antonio-elorza-20071128.html

sábado, 24 de noviembre de 2007

El currículo de la almeja

23.11.07
Fernando Savater

El Correo


La simple duración no parece un objetivo vital suficientemente atractivo: basta aburrirse para que todo dure más, pero así no se vive mejor. Recuerdan ustedes sin duda el viejísimo chiste del paciente al que su médico prohibe fumar, beber y algún otro placer carnal. La víctima pregunta, ansiosa: «¿Cree usted que así viviré más?». El galeno se encoge de hombros: «No sé si vivirá más, pero desde luego la vida se le hará mucho más larga ». Ahí tienen por ejemplo el caso del animal más longevo del que se guarda registro reciente, una almeja que por lo visto ha sobrellevado las aflicciones de este mundo durante más de cuatrocientos años. Los biólogos nos explican que el molusco ha durado tanto gracias a una existencia -me resisto a llamarla 'vida'- tan monótona y carente de ingredientes orgiásticos como la que el doctor recomendaba al paciente del chiste. Solemos poner a la ostra como antonomasia del aburrimiento, pero a partir de ahora convendrá no olvidar que la almeja tampoco se lo pasa de muerte: por eso vive tanto, digo yo. Por cierto, si no recuerdo mal el nombre de la almeja en francés es 'palourde'. De modo que ya lo saben ustedes: cuanto más palurdo, más siglos que se echa uno a las espaldas con cara de aquí no ha pasado nada.

Claro que la almeja de marras es una simple principiante en cuestión de persistencia cuando la comparamos con el pueblo vasco, al menos según el lehendakari Ibarretxe: si el prócer no nos engaña, ese pueblo incombustible al cual usted y yo fugazmente pertenecemos viene durando cosa de siete mil años, día arriba o día abajo. Y ahí lo tienen, tan sano como una manzana podrida. Los maliciosos, que nunca faltan, dirán que una duración tan prolongada -que los mismísimos egipcios faraónicos deberían envidiarnos- no puede explicarse más que gracias a una existencia tan escasa en alicientes como la de la almeja y otras palurdas o palurdos de su especie. Es impensable que un pueblo ferviente de ideas y empresas, creador e inquieto, se haya pasado siete milenios sin salir de casa ni sufrir un infarto liberador. Sinceramente, por nuestro bien y hasta por la cosa más tonta del mundo (el orgullo patriótico), espero que el maestro Ibarretxe esté mal informado. No quiero ser almeja entre almejas, ni palurdo entre palurdos.

Por la misma razón, desconfío del nuevo currículo vasco y de las justificaciones que se ofrecen para él por parte de nuestras autoridades educativas. El consejero Campos, por ejemplo, nos dice que tal plan de estudios primará «el corpus de conocimientos básicos para la ciudadanía que representa nuestra idiosincrasia como pueblo vasco». La verdad es que enseñar idiosincrasia me parece uno de los objetivos menos evidentes del Bachillerato. Según el diccionario de la RAE, idiosincrasia son los «rasgos, temperamento, carácter, etcétera, distintivos y propios de un individuo o de una colectividad». O sea, la idiosincrasia representa lo que uno ya es, para bien o para mal. Entonces ¿qué sentido tiene convertirlo en plan de estudios? Dejemos de lado por un momento una dificultad no menor, a saber: que puesto que las idiosincrasias personales son lo más diverso y peculiar del mundo, no parece claro cómo el pueblo vasco que entre todos formamos puede tener una idiosincrasia única y general. Vayamos a algo aún más elemental: si la idiosincrasia la llevamos puesta, lo que deberíamos aprender es cómo ir más allá de ella, cómo abrirnos a lo que hasta ahora nos es desconocido o nos resulta extraño, cómo alcanzar aquello que pueda permitirnos mejorar en lugar de repetirnos con bloqueada autosatisfacción. Es inútil dar clases para aprender a ser como somos de tal modo que jamás cambiemos: más atractivo sería intentar conocer otras formas de ser y de estar, a ver si por un casual nos apetece cambiar.

Esto parece tan obvio que a uno le entra la sospecha de que la 'idiosincrasia' que el currículo va a promulgar, con rango único y general según todo hace suponer, no está constituida por lo que ya somos sino por lo que deberíamos ser en opinión de las autoridades hoy vigentes. O sea, que la idiosincrasia que tenemos que aprender como pueblo vasco es aquélla que los nacionalistas han decidido que debe ser nuestra idiosincrasia. La nuestra de verdad, la que cada cual ya tenemos, vale más que vayamos olvidándola si queremos aprobar el curso. Por eso han tenido tanta importancia en la aportación de propuestas al currículo asociaciones educativas nacionalistas (EHIK, Kristau Eskola, Sortzen-Ikasbatuak) o nacionalistas a secas, como Udalbiltza, mientras que se han desatendido las protestas de marginación del sindicato CC OO y de asociaciones de directores de centros, de padres y de alumnos cuya idiosincrasia por lo visto no se correspondía al modelo requerido.

Digámoslo claramente: la ciudadanía tiene poco o nada que ver con la idiosincrasia de cada cual ni con la idiosincrasia de los pueblos (un concepto tardorromántico que sirve más para fabricar chistes xenófobos que para ninguna cosa buena). Lo que corresponde a la ciudadanía son derechos y deberes, garantías jurídicas y protección social, es decir, el marco institucional de las leyes, el cual no pertenece a la esencia sempiterna del atavismo cerrado de las almejas sino a las convenciones ilustradas conquistadas en su contra. Y esas convenciones pueden ser cambiadas por acuerdo social y legal, pero no ignoradas en nombre de algún principio previo a la Constitución y a la historia tal como efectivamente tuvo lugar. Por ejemplo: ocultar o minimizar ante los alumnos que los ciudadanos de nuestra CAV son legal, histórica, política y culturalmente ciudadanos españoles no es ni bueno ni malo, sino simple y llanamente mentira. Y no hay educación sana que pueda basarse en engañar a los alumnos, para fomentar sus frustraciones imaginarias y luego reinvertirlas políticamente.

¿Exagero o me equivoco? Ojalá. Es uno de esos casos en que me encantaría no tener razón. Pero hay síntomas tan inquietantes que no pueden ser desatendidos. Por ejemplo, el tratamiento del euskera, convertido ahora en lengua principal y prácticamente exclusiva de la enseñanza en cuanto desaparezcan como se pretende los antiguos modelos lingüísticos que sobre el papel constituyeron una norma perfectamente justa aunque temo que casi desde el principio traicionada.

Sobre esta cuestión se ha dado recientemente una polémica reveladora. 'The Wall Street Journal' publicó el 10 de noviembre un artículo ('La inquisición vasca') en el que se criticaba la imposición del euskera en el País Vasco por ser una lengua minoritaria de raigambre agropecuaria pero que carece de nombre propio para numerosas actividades modernas científicas e industriales. El viceconsejero de Política Lingüística del Gobierno vasco, Patxi Baztarrika, salió en defensa del euskera utilizando en su apoyo una cita mía de hace casi tras décadas: «Ninguna lengua puede ser descalificada por el número de sus hablantes. ( ) La tarea difícil es rescatar y consolidar el euskera, no proteger al castellano y a sus usuarios de la supuesta revancha lingüística». La recuperación de esas palabras mías -que sostengo como plenamente válidas, aunque sólo cuando fueron dichas, claro- demuestra al menos dos cosas: primera, que los no nacionalistas defendimos cuando era necesario y difícil el euskera como patrimonio de todos y sin hostilidad alguna hacia la lengua; segunda, que los nacionalistas comparten con la almeja centenaria una cierta dificultad para darse cuenta de que el paso del tiempo ha transformado radicalmente las relaciones de fuerza culturales y políticas en Euskadi. Pero ya que el viceconsejero Baztarrika tiene la amabilidad de rememorar con aprecio lo que dije hace treinta años, no parece abusivo rogarle una atención no menos caritativa para lo que digo ahora: un Estado democrático no puede renunciar por razones ya no culturales sino políticas a una lengua común para todos sus ciudadanos, aunque se respeten y cultiven también otras regionales. Por supuesto, nada tiene que ver ésto con la 'calidad' de la lengua regional en cuestión: si en el País Vasco se hablase hoy latín o griego clásico -por mencionar dos idiomas nada sospechosos de ineptitud cultural- no sería menos cierto que no puede arrinconarse la enseñanza en castellano para todos los que como ciudadanos de este Estado la soliciten. Ni negársela a nadie, porque supone hurtarle su herramienta principal de comprensión y debate político en el Estado democrático al que pertenece, es decir, España.

Regresando a la almeja, para despedirnos de ella: cuidado con las idiosincrasias inamovibles. El hatajo de brutos patrióticos (bruto más patriota, igual a fascista) que atacó el otro día a una estudiante del PP en la UPV se consideraban seguramente paladines de nuestra idiosincrasia vasca, pero ya ven las consecuencias de ese entusiasmo. Va a resultar que tenía razón el humorista donostiarra Álvaro de Laiglesia cuando tituló uno de sus desternillantes libros de manera profética: 'En el cielo no hay almejas'. Y nosotros aspiramos al cielo, faltaría más.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20071123/opinion/curriculo-almeja-fernando-savater-20071123.html

viernes, 23 de noviembre de 2007

¿Normal o extravagante?

21.11.07
J. M. Ruiz Soroa

El Correo


Sucede que la pasada semana la consejera de Cultura del Gobierno vasco intervino en el Consejo de Ministros de la Unión Europea, en representación de España, designada previamente por consenso de las diecisiete comunidades autónomas. Y lo hizo en euskera, cosa que se ha celebrado como un triunfo de 'lo natural'. La propia consejera deploró que fuera noticiable algo que «debería ser normal» en el ámbito europeo. A pesar de este entusiasmo gubernamental, hay razones más que fundadas para desear que lo sucedido no se convierta en normal, sino que quede ahí como un simple hito simbólico.

Razones de pura lógica, en primer lugar. Porque, si no me equivoco, resulta que la consejera habló en representación de cuarenta millones de personas. Pero habló en un idioma que no permitía que la entendieran exactamente el 97,50% de sus representados. No digo que no la entendieran los demás países europeos, como es lógico, es que no la podía entender más que el 2,5% de aquéllos en cuyo nombre hablaba. ¿Realmente les parece a ustedes que tal cosa debe convertirse en normal? A mí me parece de lo más anormal que el portavoz de unos ciudadanos hable un idioma que es incomprensible para el 97,50% de ellos. Me resulta estrambótico que para entender lo que dice precisen un traductor, no sólo los demás europeos a quienes habla, sino también los españoles en cuyo nombre habla.

Razones económicas en segundo lugar. Porque sucede que el uso de las lenguas autóctonas en las instituciones europeas está condicionado a que sea Madrid la que proporcione, a su exclusiva costa, traducción previa de las peticiones e intervenciones a todas las lenguas oficiales de la Unión. Decir que el euskera es ya oficial en la Unión no es sino una costosa pantomima.

Más extravagante aún me resulta que, como colofón a su intervención pública, la consejera declare que «es lamentable que los representantes vascos en el Congreso y Senado españoles no puedan hablar allí en vascuence». ¿Por qué lo digo? Pues porque, en primer lugar, resulta que la mayoría de esos representantes no pueden hablar en euskera ni en Madrid, ni en Bilbao, ni en su casa del País Vasco, ni en ninguna parte, porque sencillamente no lo hablan. Sería verdaderamente milagroso que Anasagasti, Rojo o Benegas prorrumpieran a hablar en euskera en Madrid. Pero, en segundo lugar, lo que resulta anormal es el empecinamiento que demuestran continuamente los nacionalistas del tipo de la consejera en desconocer la clase de plurilingüismo que existe en España. Porque es verdad, como es obvio, que España es un país con un multilingüismo vivo, al igual que Euskal Herria es un país bilingüe. Pero no todos los países bilingües o plurilingües son iguales, como los especialistas saben. España no es como otros países plurilingües tales como Suiza, Bélgica o India, y basta reflexionar un poco para percibir la diferencia esencial con ellos: que en nuestro país existe una lengua común hablada por todos, una lengua que nos permite entendernos con independencia de cuál sea nuestra lengua 'propia' (como llaman aquí a las lenguas autóctonas). La situación de un país plurilingüe que posee una lengua común es total y absolutamente diferente de la de los países que carecen de ella, aquéllos cuyos ciudadanos no pueden entenderse sino en una tercera como el inglés. Diferente es el tratamiento administrativo de esa situación y diferente es la política sobre el uso de las diferentes lenguas en las instituciones.

El castellano es la lengua común de todos los españoles, la que nos permite entendernos entre nosotros (por cierto, también es la lengua común de todos los vascos peninsulares que nos permite entendernos, pero ésa sería otra historia). En puridad, al decir de muchos lingüistas, el castellano ha sido desde su nacimiento una lengua koinética, es decir, una lengua puente utilizada para entenderse por los hablantes de los diversos idiomas que confluían en el norte peninsular, la mayoría de ellos desaparecidos casi por completo hoy (los romances riojano, bajoaragonés, navarro, asturiano, leonés, mozárabe y el idioma vascón). Una fonética muy accesible y una sintaxis muy simple propiciaron que aquel latín deformado por los vascoparlantes de las tierras alavesas de Valpuesta se convirtiera en la 'segunda lengua' de aquel hervidero humano medieval. Y el futuro pertenece siempre a las 'segundas lenguas', como sucede hoy con el inglés.

Cuando se posee una lengua común es literalmente absurdo escenificar una situación de incomprensión, es extravagante la estampa de unos senadores o congresistas españoles con cascos de traducción simultánea para oírse entre ellos. Y, además de esperpéntico, carece de la más mínima justificación en términos políticos, pues en un Estado federal como el nuestro los órganos centrales son expresión, precisamente, de lo que nos une, no de lo que nos diferencia. Y si hay algo que nos une es la lengua común. Salvo actuaciones puramente simbólicas, la diferencia debe expresarse allí donde corresponde, en los órganos rectores o representativos de las autonomías. Y la unión en los centrales. Lo contrario es pervertir la relación típica entre unidad y diferencia que es propia de un Estado federal.

Los nacionalistas opinan lo contrario, opinan que ante todo y sobre todo debe exhibirse la diferencia, aunque sea una diferencia artificiosa e hipostasiada. Que cada uno debe hablar en 'su' idioma, aunque así no se entiendan los ciudadanos. No ven la lengua como un medio, como un herramienta, sino como un depósito sagrado de identidad. Pero que piensen así, e incluso que ese pensamiento se vaya convirtiendo en políticamente correcto en la España actual, no lo hace normal. Es una perversión enfermiza del valor de uso de las lenguas.

Lo más lógico y 'normal' sería concentrar progresivamente el lenguaje de las instituciones europeas en un solo un idioma, probablemente el inglés. Me parece que sería más práctico y sencillo para los ciudadanos europeos y ahorraría una enorme cantidad de costes de transacción entre ellos, que es de lo que se trata. ¿Qué con ello el castellano podría llegar a perder peso y atractivo en Europa? No es algo que me preocupe en absoluto. ¿Cuántas lenguas se han perdido para que usted y yo podamos llegar a entendernos, amigo lector? Pues más aún se perderán para que lo consigan los tataranietos de los actuales pobladores del mundo. ¿Saben ustedes que el 25% de las lenguas vivas en el mundo cuentan con menos de mil (1.000) hablantes? ¿Y que el 50% cuentan con menos de diez mil seres humanos que las hablan? Que hay países como Indonesia que poseen 694 lenguas, o Papúa-Nueva Guinea que tiene 673, o India 337. ¿Maravilloso o pavoroso?

Les facilito unos sencillos datos del censo actual de lenguas en el mundo: sólo el 3,4% de ellas (unas 230) corresponde al continente europeo entero (UE o no); en cambio, el 14,9% (1.013) corresponde a América, el 30,2% (2.058) a África, el 32,3% (2.197) a Asia y el 19,3% (1,311) al Pacífico. Lo curioso de estos datos es observar la enorme capacidad reductora de la multiplicidad lingüística que ha tenido Europa en comparación con otras regiones del mundo. Y la pregunta obvia es: ¿Tendrá ello algo que ver con su temprano éxito?

Las lenguas, aunque a algunos les cueste entender esa simple verdad, están hechas para que los seres humanos se entiendan, no para que se frustren entre sí, ni para que se las convierta en el reducto del narcisismo de la diferencia. Su único valor es su capacidad comunicativa, nada más.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20071121/opinion/normal-extravagante-ruiz-soroa-20071121.html

domingo, 18 de noviembre de 2007

La careta de Chávez

EDITORIAL
La careta de Chávez
18/11/2007

El País


Chávez se ha quitado la careta. De aprobarse por referéndum el 2 de diciembre la nueva Constitución, confeccionada a su medida, le otorgará plenos poderes. El líder venezolano está traspasando el límite de lo tolerable, pues la democracia no es sólo votos, sino también reglas de juego que permitan el juego Gobierno-oposición y, sobre todo, el respeto de las minorías. Y esto, él no lo quiere. Si no, no estaría machacando a los partidarios del no.

El referéndum se va a celebrar sin las más mínimas garantías. El Consejo Nacional Electoral está controlado por el chavismo y el censo está corrompido. Hay protestas de los estudiantes y otros sectores. Incluso hay rumores de descontento en el Ejército. En un gesto poco habitual, las academias venezolanas (incluida la de la Lengua) han manifestado su preocupación porque esta reforma constitucional se realice sin una elección previa y limpia de una asamblea constituyente.

Su enfrentamiento con el Rey puede darle alas para explotar durante mucho tiempo la crítica a España, pues no hay que olvidar la fecha de 2010 en que empiezan las conmemoraciones bicentenarias de las independencias de los países latinoamericanos. Además de poner en sordina los problemas internos, su populismo bolivariano sacará entonces un enorme partido de todo este rifirrafe.

Hacia el exterior, la tensión con España tiende a aislarle del resto de América Latina donde, salvo un puñado de dirigentes, se le teme más que ama. Quiere convertirse en la referencia de la izquierda latinoamericana revolucionaria y no le faltan seguidores que aplaudan su apuesta. Pero la cuestión es saber si el caudillo venezolano, pese a contar con los beneficios del petróleo, no ha alcanzado ya lo que Clausewitz llamaba ese "punto culminante de la victoria" que hace muy costoso el mantenimiento de las conquistas.


http://www.elpais.com/articulo/opinion/careta/Chavez/elpepuopi/20071118elpepiopi_3/Tes

Enfado regio y preocupación real

16/11/2007
FERNANDO SAVATER

El País


Desde pequeño he tenido propensión -sea de modo optativo o voluntario, pero siempre fatal- a meterme en líos. Quizá por eso siento una cierta comprensión y hasta simpatía por quienes ocasionalmente incursionan en el mismo proceloso territorio: ¡bienvenidos al club! En el ya celebérrimo incidente de Santiago (ocurrió en Chile, recuerden ustedes, y no en YouTube, capital virtual del globalizado universo que habitamos), no puedo remediar inclinarme irracionalmente a favor de quienes allí más se liaron: es decir, el presidente Chávez y nuestro Rey. En el contexto demasiado cauto y cancilleresco de la Cumbre, sus estentóreos tropezones me resultan más familiares y hasta tonificantes que la "lengua de madera" manejada por la mayoría de los demás.

La función de arbitraje del Rey en América será ahora más improbable

La justicia no es ajuste de cuentas, como parece suponer Chávez


Sin embargo, consideradas más objetivamente, hay poco que celebrar en ambas intervenciones. La más excusable es sin duda la del Rey, lógicamente caldeado por el comportamiento provocativo y grosero del insoportable Chávez, que más allá de otras consideraciones políticas es un pelmazo de marca mayor. Lejos de manifestarse con la arrogancia de quien se cree superior, el exabrupto de don Juan Carlos pecó más bien de excesivamente llano y coloquial: dijo lo que en cualquier asamblea de su comunidad le espeta un vecino a otro cuando se está poniendo borde y no deja hablar a los demás. Quizá fue el tuteo que empleó lo que puede chirriar más en algunos oídos iberoamericanos. En España el tratamiento de tú no sólo es una prerrogativa regia no reversible, sino un uso frecuentísimo entre colegas a todos los niveles (no digamos en el País Vasco, donde nos tuteamos urbi et orbi fraternalmente aunque nuestra fraternidad sea la de Caín y Abel), pero en varios países americanos es raro hasta entre parientes próximos. En cualquier caso, se trata de una reacción humanamente muy comprensible aunque poquísimo adecuada en lo institucional. Hasta ahora, el Rey había desempeñado un papel oficioso y casi paternal de cabeza histórica de la Commonwealth latinoamericana, lo que le permitía ejercer ocasionales labores útiles de mediación y arbitraje en algunos conflictos dentro de ella. Esa función será ya mucho más improbable, por no decir imposible, a partir de ahora. España pierde así una vía de influencia en América y América se queda sin una posible herramienta de conciliación democrática.

El indudable lío en que chapotea Chávez -sea o no consciente de ello- viene en realidad de más atrás y es mucho menos justificable. Por supuesto, como él mismo se encargó de recordar, es un jefe de Estado ni más ni menos que nuestro Monarca. Pero también es un demagogo (mucho más calculador y menos espontáneo de lo que creen quienes le juzgan superficialmente) que mezcla denuncias sociales razonables con un antiimperialismo de manual descatalogado. Como su retórica exige siempre un imperio opresor para encubrir la deficiencia de soluciones concretas a los problemas que señala, en los foros donde no está presente Estados Unidos -el Satán por antonomasia- revive el espectro de la España colonial y exterminadora para que no decaiga la furia tonante que de él espera su afición. De modo que Aznar no sólo es ya un fascista sino una fiera sanguinaria de apariencia humana. Esta recuperación de los dicterios zoomórficos recuerdan los felices tiempos en que los estalinistas tildaban a Sartre de "hiena dactilógrafa" y a los demás ni digamos. La verdad es que si alguien tiene un bagaje biográfico poco adecuado para tildar a nadie de "golpista" es el señor Hugo Chávez. Y tampoco está nada claro que le disgusten los aspectos más absolutistas e irresponsables de la monarquía: a juzgar por la reforma política que va a someter a referéndum próximamente (reelección indefinida, concentración en sus manos de los poderes económicos del país, plenos poderes para reprimir a la oposición o a los disidentes, partido único, etcétera), da la impresión de que aspira a convertirse no ya en un rey al modo parlamentario europeo actual, sino en un émulo de Luis XIV. Las recientes imágenes de sus pistoleros en la universidad persiguiendo a los estudiantes nos recuerdan a los más viejos episodios del pasado que desembocaron en la matanza de Tlatelolco. Ya veremos cómo acaba lo que tan mal camino lleva.

Lo verdaderamente más serio y triste de todo este asunto no es la supuesta "humillación" sufrida por España (¡cuánto patrioterismo barato segregamos a la menor provocación!), sino el fracaso de una cumbre iberoamericana que tenía como objetivo principal mejorar la condición social de tantas personas desfavorecidas y marginadas -doscientos y pico millones- en ese continente. El día que llegó a la reunión, Chávez dijo que no le gustaba el lema oficial "por la cohesión social" y que prefería hablar de justicia. Estoy de acuerdo con él -probablemente la España franquista o el actual Singapur son Estados bastante "cohesionados" y no me parecen modelos apetecibles-, pero siempre que aclaremos suficientemente la noción de justicia que manejamos. Porque la justicia no es solamente mejorar las estructuras sociales, los servicios públicos y la redistribución de riqueza (para todo lo cual es imprescindible una fiscalidad efectiva y alejada de recetas neoliberales), sino también recuperar una plena justicia política que asegure la participación de todos, evite los autoritarismos más o menos encubiertos y conceda a la oposición parlamentaria un reconocimiento que la redima de su actual condición de, digamos, deporte de riesgo. La justicia no es el ajuste de cuentas, como parece suponer el mandatario venezolano. En particular, la justicia en América Latina pasa primordialmente por luchar contra el cáncer peor de esas democracias, la corrupción, enquistado letalmente en México, Argentina y otros países pero ahora más presente que nunca en Venezuela: ahí tiene el presidente bolivariano una tarea que acometer en el tiempo que le deje libre su batalla contra el imperialismo... En la Cumbre desperdiciada, los Gobiernos progresistas pudieron demostrar que es posible una lucha coordinada por la justicia que no responde a la simpleza populista representada sobre todo por Chávez, aunque no por otros gobernantes tachados apresuradamente de "populistas" demagógicos desde la derecha sólo porque se preocupan prioritariamente de la cuestión social. Creo que el presidente Zapatero intentó decir algo en esta línea en su intervención anterior al rifirrafe tan comentado, pero lo hizo con un estilo cauteloso de imprecisión algo cantinflesca (quizá en otros momentos más privados tuvo ocasiones de mayor acierto).

Los objetivos de justicia a conseguir fueron bien expresados por la presidenta Bachelet en su notable discurso inaugural (lástima que luego como presidenta de las sesiones no demostrara el mismo tino). Y sin duda no son éstos asuntos que se resuelvan con demostraciones folclóricas indigenistas como las que abundaron en la cumbre alternativa: porque la cuestión estriba en tratar a los indígenas plenamente como a ciudadanos y no a los ciudadanos como a indígenas. Sobre todo, es preciso evitar una recaída en la tentación violenta y guerrillera de la vieja izquierda latinoamericana, de cuyo rebrote no faltan indicios ante la desesperante lentitud de las necesarias reformas sociales y políticas. Si entre el beaterío izquierdista europeo el culto de latría a Che Guevara, el Rambo bueno de los pobres, aún sigue vigente -como hemos comprobado hace poco- qué no será en regiones de América que no conocen como emblema de la democracia "moderna" más que las tarjetas de crédito y los campos de golf...

Si yo pudiera recomendar algo a quienes se preocupan de veras en nuestro país por los hermanos de Iberoamérica -de la que formamos parte, no lo olvidemos- les diría que leyesen El olvido que seremos (editorial Seix Barral), del buen escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. No sólo es una obra bella y profundamente conmovedora, no sólo es una necesaria lección sobre temas hoy de moda entre nosotros como la educación cívica y la relación entre memoria personal y memoria histórica, sino también un insustituible testimonio de la lucha por la democracia, la razón ilustrada y la tolerancia en países que nos resultan tan próximos y queridos. Ahí verán ustedes cómo se genera y retroalimenta la violencia asesina, cuál ha sido el papel de la Iglesia católica y cuánto heroísmo han demostrado quienes durante tantos años lucharon sin armas contra las armas... y por la justicia. Cosas que siguen pasando, desdichadamente, y requiriendo nuestro compromiso, de modo que, sintiéndolo mucho, no podemos entretenernos más en rifirrafes pintorescos entre jerifaltes, sean más o menos respetables.

FE DE ERRORES

En el artículo de Fernando Savater Enfado regio y preocupación real, publicado en la sección de Opinión de ayer, donde se decía: "En la Cumbre desperdiciada, los Gobiernos progresistas pudieron demostrar que es posible una lucha coordinada por la justicia que no responde a la simpleza populista representada sobre todo por Chávez...", debía decir "podrían haber demostrado que es posible...".

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.


http://www.elpais.com/articulo/opinion/Enfado/regio/preocupacion/real/elpepuopi/20071116elpepiopi_4/Tes

jueves, 8 de noviembre de 2007

Ciudades expoliadas

07.11.07
ANTONIO ELORZA

El Correo


Una visita necesaria, mal preparada y en un tiempo poco propicio, por aquello del aniversario de la Marcha Verde, ha dado lugar a una reacción desaforada, pero por desgracia cargada de significación, a cargo del Gobierno de Mohamed VI. En principio, la reivindicación marroquí de los 'presidios' corría vías paralelas a la española de Gibraltar, hasta que Moratinos resolvió la cuestión a su modo, es decir, cediendo sin reservas a la perpetuación deseada por el Gobierno del Peñón y por Tony Blair. Aunque no existiera esperanza alguna de sacar otra cosa que concesiones de forma, el mantenimiento de la reivindicación tenía una virtud: poner ante la mirada de Marruecos una situación paralela, con el añadido de que la conquista de Gibraltar era mucho más reciente y además tuvo lugar cuando ya el reino de España se encontraba del todo consolidado en el plano institucional. ¿Cómo iba España a aceptar siquiera que el tema de Ceuta y Melilla se pusiera sobre la mesa si al otro lado del Estrecho la colonia de Gibraltar seguía estando separada de España? Una buena coartada para defender el 'estatus quo'.

Pero ya Gibraltar se ha escapado de modo definitivo, y de paso el Gobierno español ha dejado claro que lo suyo es ceder y ceder para que la opinión pública no esté satisfecha, y que lo estén las potencias amigas, y las que no son potencias ni amigas. En Cuba, olvido total a lo que supuso la represión de 2003 y recepciones masivas el 12 de octubre a los notables del régimen, para así sellar una amistad que ni siquiera contempla la devolución a nuestro país del local del Centro Cultural español, en el Malecón habanero, ocupado como represalia entonces y que tampoco es recuperado a golpe de favores internacionales y de ayudas económicas. Con los saharauis, menosprecio de sus derechos y entrega total a las tesis de Marruecos, poco tentado además según se ve a devolver la gentileza. De cara a Pakistán, concesión de la más prestigiosa condecoración española, el Toisón de Oro, al general Musharraf, llegado al poder por un golpe de Estado y promotor ahora de otro. Por el asunto de las caricaturas danesas sobre el Islam, Moratinos no dudó en suscribir durante su visita a Islamabad una propuesta de persecución judicial a los 'blasfemos', secundando al ministro de Exteriores paquistaní. Y en general, despliegue de una actitud cordial y obsequiosa por parte del Gobierno y de los medios españoles con la espera de que los ejecutivos musulmanes respondieran a la iniciativa de estrechar lazos y coordinar actuaciones.

Todo en nombre del pragmatismo, pero el resultado de tales operaciones no ha correspondido a las expectativas del Gobierno. Especialmente por lo que toca a Marruecos, entra en juego la constatación de que Zapatero se mueve en un perfil muy bajo en la cuestión de la identidad nacional española y que en caso de conflicto incidente sobre su supervivencia presidencial opta por la línea de las concesiones para no pagar en votos perdidos el precio de la firmeza. Además el nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy, acaba de confirmar la alianza privilegiada con nuestro vecino del Sur, lo cual supone implícitamente garantías de que en caso de confrontación se repetirá la escena del lío de Perejil con Francia en actitud de impedir toda solidaridad de la UE con España. Y ya no contamos con la posibilidad de que Colin Powell nos saque las castañas del fuego, por haber confundido la necesaria rectificación del vasallaje de Aznar con un objetivo de distanciamiento de Estados Unidos demasiado visible. Mohamed VI se siente así en condiciones de repetir la política de su padre, jugando con el irredentismo frente a España para que sea olvidada la doble frustración, política y económica, ante el fracaso de las expectativas de reforma suscitadas por su llegada al trono. No es cuestión de 'tristeza del Rey' por no haber visto reconocidos sus actos de generosidad hacia España. Tampoco servirán de nada las exhibiciones folclóricas en Marrakech, a cargo del presupuesto andaluz y con Moratinos en el palco.

Es una cuestión de fuerza y de inteligencia políticas. También de percibir que el 'nacionalismo de evasión' marroquí ha vulnerado el principio de respeto y el sentido del equilibrio que deben presidir las relaciones entre países civilizados. Nadie protesta porque Kaliningrado siga siendo rusa, la Silesia polaca o el Tirol del Sur italiano, enclaves o anexiones ejecutadas contra la geografía o contra la historia, o contra ambas a la vez. Por 'derechos históricos', y con base asimismo lingüística, Dinamarca tendría que reivindicar Malmö y Lund, 'expoliadas' por Suecia en 1658. Siempre hubo un momento en que las fronteras fueron de otro modo y la adscripción de Ceuta y Melilla a España cuenta con un derecho histórico de medio milenio. En cualquier caso, una reivindicación territorial no puede confundirse con el derecho de ingerencia, representado por la adopción de represalias y gestos desafiantes contra quien ejerce la soberanía de forma legal y con pleno respaldo democrático por parte de los ciudadanos de ambas ciudades.

El hecho de que esa retórica irredentista venga de atrás explica lo de la 'provocación inadmisible', no lo justifica. Hay que tratar de que las aguas vuelvan a su cauce y que una cordialidad efectiva caracterice las relaciones entre los dos países, pero la gravedad de la manifestación ultranacionalista, presidida por el hijo de Hassan II, no por ello desaparece. Tampoco conviene celebrar como signo de moderación la retirada temporal del embajador en Madrid. En cambio, ahí está la coincidencia en el tiempo y en los temas -la comparación de las dos ciudades con Palestina- con los llamamientos reiterados de Al-Zawahiri y de Bin Laden en nombre de Al-Qaida para expulsar a los españoles de esos dos territorios pertenecientes a Dar al-islam. No hace falta que Mohamed VI y su Gobierno echen aceite al fuego del terrorismo islamista y tampoco es digno que compartan camino con él. Por ello, antes que con un malestar pasajero, nos tropezamos con un mal presagio que el Ejecutivo Zapatero debe afrontar, desoyendo tanto las invocaciones patrioteras como los consejos procedentes de quienes en el tema marroquí representan el 'remake' en caricatura del apolillado conde don Julián. Urge una declaración conciliadora y terminante del Gobierno sobre el tema.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20071107/opinion/ciudades-expoliadas-antonio-elorza-20071107.html

La Revolución de Octubre

07.11.07
IMANOL VILLA

El Correo


El regreso a Lenin -escribió Mijaíl Gorbachov en 1989- ha estimulado enormemente al partido y a la sociedad soviética en su búsqueda de explicaciones y respuestas a los problemas que tenemos planteados». No cabía ninguna duda. Para el padre de la 'perestroika', la salvación de la Unión Soviética pasaba por la recuperación de los objetivos, aún inconclusos, de la Revolución de Octubre de 1917. Más de setenta años después, un líder soviético reconocía la esclerosis de un sistema incapacitado para gestionar las necesidades, y sobre todo las básicas, de sus ciudadanos. El análisis era muy claro. Con la llegada de Stalin, la URSS había entrado en un proceso de concentración del poder en manos del partido, al mismo tiempo que éste se había alejado de las masas hasta convertirlas en un objeto pasivo y sumiso a una tiranía despiadada y sangrienta. Tras el georgiano, no cambiaron mucho las cosas, aunque todos pudieron dormir algo más tranquilos. Por eso, Gorbachov reclamó la urgente necesidad de forzar un retorno al pasado para proclamar de manera contundente que todo el poder debía recaer en los soviets. Esto obligaba a recuperar las fuentes revolucionarias del 17 y a desempolvar al único padre del Estado soviético. «Lenin sigue vivo en las mentes y los corazones de millones de personas», señaló Gorbachov en su libro 'Perestroika. Mi mensaje a Rusia y al mundo moderno'. Lo único que hacía falta era traducir aquel mensaje del pasado para hacerlo comprensible a los soviéticos situados casi en los umbrales del siglo XXI. Ése era el único camino.

Pero aquella segunda revolución bolchevique liderada por Mijaíl Gorbachov fracasó. No sólo eso. El gran Imperio soviético se fue al traste. Todo acabó mal y, como había dicho Gramsci, el Estado se derrumbó sin que ni siquiera se hubieran puesto las bases de aquel otro llamado a sustituirle. Fue a partir de ese momento en el que, imposibilitados para un retorno al pasado, la Revolución de Octubre pasó a situarse dentro de la categoría que la Historia tiene reservada a los dramas.

El Estado proletario preconizado por Lenin apareció como el producto de un atentado en toda regla contra el pueblo ruso. Los bolcheviques no sólo no habían sabido conectar con las masas sino que, y esto era lo más terrorífico, habían truncado las enormes posibilidades que la revolución burguesa de febrero de 1917 había despertado en Rusia. Aniquilaron la potencialidad de un régimen parlamentario y lo sustituyeron por una dictadura en la que un puñado de intelectuales -vanguardia revolucionaria se hacían llamar- se habían alzado con el poder para instaurar un régimen totalitario. Y así, todos los estudios arremetieron contra la generalidad de un proceso revolucionario asentado sobre un falso espejismo de liberación. Caído el edificio soviético, no existían razones para salvar nada. Stalin dejó de ser el único culpable de la represión. Los estudios de Pipes y Volkogonov mostraron a un Lenin dispuesto a aplicar el terror masivo contra todo tipo de oposición, lo que le convertía, de manera directa y dramática, en el verdadero iniciador e instigador de la maquinaria represiva y totalitaria soviética.

Con todo ello, y de una manera extraordinariamente rápida, el común de los análisis sobre aquellos diez días que estremecieron al mundo y sus consecuencias coincidían en una triste conclusión: los bolcheviques habían truncado las posibilidades que Rusia había tenido de un desarrollo armónico y democrático. Es decir, sin los sucesos de octubre, Rusia sería una democracia en el pleno sentido de la palabra. De ahí que el lapso de tiempo existente entre octubre de 1917 y el final de año de 1991 pasara a elevarse al rango de la inutilidad absoluta. Y cómo no, todo ello acompañado por la sonatina constante de los doctos consejeros occidentales que proclamaban un más que satisfecho 'ya lo decía yo'.

Sin embargo, y admitiendo como cierto no sólo el terror de masas practicado, sino el enorme grado de desviación producido entre los objetivos propuestos y la realidad, considero exageradamente arriesgado condenar el momento puntual del hecho revolucionario. En primer lugar, porque los bolcheviques, lejos de actuar según planes maquiavélicos, demostraron tener una capacidad de análisis de la realidad rusa del momento sin parangón alguno. Convendría, qué duda cabe, repasar en profundidad los hechos ocurridos en Rusia desde la retirada del zar y la consecuente instauración de un régimen de democracia burguesa, en febrero del 17, para darnos cuenta del enorme desconcierto en el que se vieron sumidos los diferentes gobiernos hasta los sucesos de octubre.

Con una sociedad al borde de la crisis más absoluta, un ejército humillado en el frente provocado por la Primera Guerra Mundial y un proletariado y campesinado empobrecidos, los bolcheviques fueron los únicos en ofrecer un plan de organización eficaz junto con un programa tan atractivo para aquéllos que les permitió ganar adeptos de una manera vertiginosa. Por otro lado, suponer que lo que en el fondo perseguía Lenin no era más que satisfacer sus ansias de poder para él y su vanguardia es, cuando menos, una simpleza. Todos sus escritos previos desautorizan cualquier afirmación en este sentido.

Ciertamente, y en este aspecto muchos autores lo confirman, Lenin cometió el error de hacer una lectura de Marx en la que obvió apreciaciones muy valiosas hechas por el filósofo alemán con respecto al caso ruso. También erró en su concepción de la vanguardia revolucionaria. A su juicio, era evidente la conexión entre las masas proletarias y campesinas y el partido -relación que concretaba en la creencia de que una vez tomado el poder éste recaería en manos del pueblo-, aunque, a la hora de la verdad, eso no fue así. Tampoco se ha de negar uno de los aspectos que, a la larga, más condicionaron y favorecieron el vaciamiento en el tiempo del hecho revolucionario. A saber, su asimilación por la maquinaria burocrática heredada del zarismo y, al mismo tiempo, la admisión del mismo concepto de Estado, lo que originó, no una fractura en el tiempo, sino una continuación histórica del mismo. Algo que, en cierto modo, se mantiene en la Rusia de estas horas.

Obviamente, no se ha de ocultar lo que de condenable puede extraerse del hecho revolucionario y de su posterior deriva. La utilización del terror sistemático -lo empezase quien lo empezase- fue un error de gran magnitud, condenable sin reparo alguno, y que ha lastrado poderosamente la memoria colectiva del pueblo ruso. Sin embargo, tampoco hay que negar los valores de solidaridad que se recrearon en la sociedad soviética.

Sea como fuere, noventa años después de la Revolución de Octubre -celebrada en noviembre-, pocos hay que mantengan un interés didáctico sobre la misma. Junto al 'ya lo sabía', su fracaso ha confirmado la certeza de que el mejor sistema es el nuestro, el de Occidente y que, vistos los hechos, no hubo necesidad de hacer la revolución. Impresionante golpe éste, por cierto, del que la izquierda en general aún no se ha recuperado. Curiosamente, quienes afirman todo eso parecen olvidar que nuestros sistemas democráticos tuvieron su origen, precisamente, en otro gran proceso revolucionario. Aunque ésa ya es otra historia.



http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20071107/opinion/revolucion-octubre-imanol-villa-20071107.html

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Estampas británicas

05.11.07
JAVIER ZARZALEJOS

El Correo


La sucesión de Tony Blair y la temporada de convenciones que celebran anualmente los partidos británicos han hecho emerger algunos debates que, sin necesidad de forzadas extrapolaciones, presentan cierto interés, contemplados desde la perspectiva española.

La primera de estas controversias es la que ha mellado el estreno del sucesor de Blair, Gordon Brown, hasta el punto de aupar al Partido Conservador de David Cameron -que, dicho sea de paso, tampoco es Churchill- hasta una ventaja de ocho puntos sobre los laboristas. La causa, en buena medida, obedece a la decisión de Brown de no convocar elecciones anticipadas cuando los sondeos reflejaban todavía la buena disposición del electorado inmediatamente después de que el nuevo primer ministro se mudara del número 11 al 10 de Downing Street.

Parece pues que los británicos estaban preparados para ir pronto a las urnas. Unos lo comprendían y justificaban como la decisión lógica de un primer ministro que quiere ganarse su propia legitimación tras heredar el cargo de una figura tan carismática como Tony Blair. Otros, es decir, la mayoría de su propio partido, parecían desear que se pusiera fin a la legislatura para culminar un proceso de sucesión no exento de tensiones y, al mismo tiempo, acudir al electorado para que el éxito esperado hiciera cicatrizar las heridas, sobre todo internas, dejadas por la gestión de Blair, quien ha llevado al laborismo a un periodo de gobierno sin precedente pero a cambio de exigir el apoyo de su partido a políticas públicas y decisiones estratégicas nada fáciles de asimilar para muchos laboristas. Además, después de años instalado en el fracaso, el Partido Conservador ha ido adquiriendo hechuras de alternativa bajo el liderazgo de David Cameron, que en este momento se beneficia también de la crisis del Partido Liberal.

Pero Gordon Brown tenía otros cálculos. Ha apelado al interés general para justificar su decisión de agotar la legislatura. Muchos veían en unas elecciones anticipadas la auténtica respuesta a las exigencias del interés público, mucho más que mantener un gobierno a modo de apéndice político de Blair, que sólo puede aspirar a escribir el epílogo a la larga estancia en el poder de aquél. Brown -y aquí a alguno le habrán pitado los oídos- ha querido abrir una legislatura dentro de la legislatura, construir su propia figura como primer ministro y demostrar lo que curiosamente parecía eximido de probar. A Brown se le atribuye una inteligencia portentosa. Es dudoso, sin embargo, que eso sea suficiente para salir airoso de su gran apuesta personal y política. Corre el riesgo de ser finalmente derrotado por la engañosa normalidad que ha querido imprimir a su gestión. El tiempo en política es una magnitud que reporta magníficos resultados a los que saben medirlo y se alían con él, pero que resulta implacable con los que lo ignoran. La primavera de 2008 podría ser testigo del fracaso de dos pujas contra el tiempo político. Una, la de Gordon Brown. La otra, la de José Luis Rodríguez Zapatero. Al presidente del Gobierno le quedan cinco meses para comprobar si su lucha contra el tiempo perdido, contra los cálculos equivocados, contra el fracaso de su arrogante adanismo prevalece apoyada en la frenética propaganda de los mensajes más dispares firmados por el «Gobierno de España» y en la perduración del eco del 11-M. Frente al acreditado tacticismo de Rodríguez Zapatero, su clamorosa falta de proyecto y el rápido deterioro de las expectativas económicas pueden frustrar su soberbia pretensión de que los ciudadanos le voten por agradecimiento hacia lo que ha hecho en vez de por apoyo a lo que vaya a hacer.

La carrera electoral que se ha iniciado en el Reino Unido ha traído de la mano del Partido Conservador otro debate, en este caso constitucional, que merece la pena mirar. Se trata de la llamada 'West Lothian question', que, formulada en los años setenta, ha reaparecido tras la culminación del proceso autonómico de Escocia. Fue entonces, al principio de la década de los setenta, mientras se debatía la concesión de un régimen autonómico a Escocia en un primer proyecto que finalmente no salió adelante, cuando el diputado laborista por la circunspcripción escocesa de West Lothian, Tam Dalyell, formuló el problema con la aplastante sencillez y el rigor con los que el sistema político británico suele aplicar la lógica democrática. En efecto, si Escocia recibía el poder de legislar en materias sobre las que el Parlamento británico ya no podría decidir, los diputados escoceses en el Parlamento de Londres se encontrarían en la paradójica situación de que, tratándose de una materia transferida, votarían leyes para ser aplicadas en Inglaterra pero no podrían votar leyes sobre ese mismo asunto para Escocia. Para Inglaterra, este efecto resultaba más injustificable: los diputados escoceses pueden votar -y, en función del reparto de escaños, llegar a decidir- sobre asuntos ingleses como sanidad o educación mientras los diputados ingleses no pueden hacer lo propio en relación con Escocia por tratarse de materias transferidas a la competencia del Parlamento autonómico. Hoy, el problema se encuentra agravado por la neta superioridad laborista en Escocia frente a un Partido Conservador que todavía circunscribe su radicación política a Inglaterra.

Para resolver este nudo constitucional el Partido Conservador propone constituir dentro de la Cámara de los Comunes una comisión integrada por y sólo los diputados ingleses, con competencia legislativa para tramitar sobre los proyectos y proposiciones de ley que únicamente afecten a Inglaterra. La iniciativa, una vez aprobada por el Comité, sería elevada al pleno de la Cámara que, por convención, no podría rechazarlo.

La solución, sin embargo, no es tan fácil. Piénsese en la posición casi insostenible de un primer ministro escocés -Brown lo es- que quedase excluido del debate de leyes que afectan al 80% de la población del Reino Unido y en el que participa un porcentaje similar de los diputados al Parlamento de Westminster, o imagínense los problemas de gobernabilidad con mayorías variables dentro de la misma cámara. Antes estas y otras objeciones hay quien propone como solución una cámara de representación territorial ahora que el Reino Unido es un Estado descentralizado. Otros consideran practicable la respuesta que los conservadores quieren dar a la 'West Lothian question' con cautelas añadidas para evitar consecuencias autodestructivas del propio régimen parlamentario. Y los hay también que creen que la mejor respuesta consiste en no hacer la pregunta y que sea la práctica política y parlamentaria la que vaya ahormando la paradoja.

En cualquier caso, nuestra conocida fascinación por lo que hacen los británicos, ya sea el proceso de paz en Irlanda del Norte o, ahora, la autonomía de Escocia, a la que los nacionalistas quieren llevar también camino de la autodeterminación, aconseja tener en cuenta, para lo que pueda servir, un debate como éste. En él se plantea un problema central para la democracia que en absoluto nos es ajeno: la cuestión de la integridad del Reino Unido y de su Parlamento como el sujeto político determinante y, en consecuencia, la relación subordinada de la autonomía respecto a la soberanía. Por eso, el apartado 7 del artículo 28 de la 'Scottish Act', la ley que confiere y define el régimen autonómico de Escocia, precisa que dicho artículo -que atribuye al Parlamento escocés la competencia para aprobar leyes- no afecta al poder del Parlamento del Reino Unido para dictar leyes para Escocia, incluso en materias de la competencia de esta región. Algo puede aprenderse de la cuna de la democracia contemporánea en Europa, del Reino Unido de las 'cuatro naciones' que a pesar de serlo se plantea serenamente problemas que aquí la izquierda preilustrada -en expresión del historiador José Varela Ortega- intenta ridiculizar por una mezcla de desprecio y mala conciencia.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20071105/opinion/estampas-britanicas-javier-zarzalejos-20071105.html

My Nobel Moment

November 1, 2007
JOHN R. CHRISTY


I’ve had a lot of fun recently with my tiny (and unofficial) slice of the 2007 Nobel Peace Prize awarded to the Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC). But, though I was one of thousands of IPCC participants, I don’t think I will add “0.0001 Nobel Laureate” to my resume.

The other half of the prize was awarded to former Vice President Al Gore, whose carbon footprint would stomp my neighborhood flat. But that’s another story.Large icebergs in the Weddell Sea, Antarctica. Winter sea ice around the continent set a record maximum last month.

Both halves of the award honor promoting the message that Earth’s temperature is rising due to human-based emissions of greenhouse gases. The Nobel committee praises Mr. Gore and the IPCC for alerting us to a potential catastrophe and for spurring us to a carbonless economy.

I’m sure the majority (but not all) of my IPCC colleagues cringe when I say this, but I see neither the developing catastrophe nor the smoking gun proving that human activity is to blame for most of the warming we see. Rather, I see a reliance on climate models (useful but never “proof”) and the coincidence that changes in carbon dioxide and global temperatures have loose similarity over time.

There are some of us who remain so humbled by the task of measuring and understanding the extraordinarily complex climate system that we are skeptical of our ability to know what it is doing and why. As we build climate data sets from scratch and look into the guts of the climate system, however, we don’t find the alarmist theory matching observations. (The National Oceanic and Atmospheric Administration satellite data we analyze at the University of Alabama in Huntsville does show modest warming — around 2.5 degrees Fahrenheit per century, if current warming trends of 0.25 degrees per decade continue.)

It is my turn to cringe when I hear overstated-confidence from those who describe the projected evolution of global weather patterns over the next 100 years, especially when I consider how difficult it is to accurately predict that system’s behavior over the next five days.

Mother Nature simply operates at a level of complexity that is, at this point, beyond the mastery of mere mortals (such as scientists) and the tools available to us. As my high-school physics teacher admonished us in those we-shall-conquer-the-world-with-a-slide-rule days, “Begin all of your scientific pronouncements with ‘At our present level of ignorance, we think we know . . .’”

I haven’t seen that type of climate humility lately. Rather I see jump-to-conclusions advocates and, unfortunately, some scientists who see in every weather anomaly the specter of a global-warming apocalypse. Explaining each successive phenomenon as a result of human action gives them comfort and an easy answer.

Others of us scratch our heads and try to understand the real causes behind what we see. We discount the possibility that everything is caused by human actions, because everything we’ve seen the climate do has happened before. Sea levels rise and fall continually. The Arctic ice cap has shrunk before. One millennium there are hippos swimming in the Thames, and a geological blink later there is an ice bridge linking Asia and North America.

One of the challenges in studying global climate is keeping a global perspective, especially when much of the research focuses on data gathered from spots around the globe. Often observations from one region get more attention than equally valid data from another.

The recent CNN report “Planet in Peril,” for instance, spent considerable time discussing shrinking Arctic sea ice cover. CNN did not note that winter sea ice around Antarctica last month set a record maximum (yes, maximum) for coverage since aerial measurements started.

Then there is the challenge of translating global trends to local climate. For instance, hasn’t global warming led to the five-year drought and fires in the U.S. Southwest?

Not necessarily.

There has been a drought, but it would be a stretch to link this drought to carbon dioxide. If you look at the 1,000-year climate record for the western U.S. you will see not five-year but 50-year-long droughts. The 12th and 13th centuries were particularly dry. The inconvenient truth is that the last century has been fairly benign in the American West. A return to the region’s long-term “normal” climate would present huge challenges for urban planners.

Without a doubt, atmospheric carbon dioxide is increasing due primarily to carbon-based energy production (with its undisputed benefits to humanity) and many people ardently believe we must “do something” about its alleged consequence, global warming. This might seem like a legitimate concern given the potential disasters that are announced almost daily, so I’ve looked at a couple of ways in which humans might reduce CO2 emissions and their impact on temperatures.

California and some Northeastern states have decided to force their residents to buy cars that average 43 miles-per-gallon within the next decade. Even if you applied this law to the entire world, the net effect would reduce projected warming by about 0.05 degrees Fahrenheit by 2100, an amount so minuscule as to be undetectable. Global temperatures vary more than that from day to day.

Suppose you are very serious about making a dent in carbon emissions and could replace about 10% of the world’s energy sources with non-CO2-emitting nuclear power by 2020 — roughly equivalent to halving U.S. emissions. Based on IPCC-like projections, the required 1,000 new nuclear power plants would slow the warming by about 0.2 ?176 degrees Fahrenheit per century. It’s a dent.

But what is the economic and human price, and what is it worth given the scientific uncertainty?

My experience as a missionary teacher in Africa opened my eyes to this simple fact: Without access to energy, life is brutal and short. The uncertain impacts of global warming far in the future must be weighed against disasters at our doorsteps today. Bjorn Lomborg’s Copenhagen Consensus 2004, a cost-benefit analysis of health issues by leading economists (including three Nobelists), calculated that spending on health issues such as micronutrients for children, HIV/AIDS and water purification has benefits 50 to 200 times those of attempting to marginally limit “global warming.”

Given the scientific uncertainty and our relative impotence regarding climate change, the moral imperative here seems clear to me.

Mr. Christy is director of the Earth System Science Center at the University of Alabama in Huntsville and a participant in the U.N.’s Intergovernmental Panel on Climate Change, co-recipient of this year’s Nobel Peace Prize..



http://mobile2.wsj.com/beta2/htmlsite/html_article.php?id=1&CALL_URL=http://online.wsj.com/article/SB119387567378878423.html?mod=opinion_main_commentaries



November 1, 2007
JOHN R. CHRISTY


I’ve had a lot of fun recently with my tiny (and unofficial) slice of the 2007 Nobel Peace Prize awarded to the Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC). But, though I was one of thousands of IPCC participants, I don’t think I will add “0.0001 Nobel Laureate” to my resume.

The other half of the prize was awarded to former Vice President Al Gore, whose carbon footprint would stomp my neighborhood flat. But that’s another story.Large icebergs in the Weddell Sea, Antarctica. Winter sea ice around the continent set a record maximum last month.

Both halves of the award honor promoting the message that Earth’s temperature is rising due to human-based emissions of greenhouse gases. The Nobel committee praises Mr. Gore and the IPCC for alerting us to a potential catastrophe and for spurring us to a carbonless economy.

I’m sure the majority (but not all) of my IPCC colleagues cringe when I say this, but I see neither the developing catastrophe nor the smoking gun proving that human activity is to blame for most of the warming we see. Rather, I see a reliance on climate models (useful but never “proof”) and the coincidence that changes in carbon dioxide and global temperatures have loose similarity over time.

There are some of us who remain so humbled by the task of measuring and understanding the extraordinarily complex climate system that we are skeptical of our ability to know what it is doing and why. As we build climate data sets from scratch and look into the guts of the climate system, however, we don’t find the alarmist theory matching observations. (The National Oceanic and Atmospheric Administration satellite data we analyze at the University of Alabama in Huntsville does show modest warming — around 2.5 degrees Fahrenheit per century, if current warming trends of 0.25 degrees per decade continue.)

It is my turn to cringe when I hear overstated-confidence from those who describe the projected evolution of global weather patterns over the next 100 years, especially when I consider how difficult it is to accurately predict that system’s behavior over the next five days.

Mother Nature simply operates at a level of complexity that is, at this point, beyond the mastery of mere mortals (such as scientists) and the tools available to us. As my high-school physics teacher admonished us in those we-shall-conquer-the-world-with-a-slide-rule days, “Begin all of your scientific pronouncements with ‘At our present level of ignorance, we think we know . . .’”

I haven’t seen that type of climate humility lately. Rather I see jump-to-conclusions advocates and, unfortunately, some scientists who see in every weather anomaly the specter of a global-warming apocalypse. Explaining each successive phenomenon as a result of human action gives them comfort and an easy answer.

Others of us scratch our heads and try to understand the real causes behind what we see. We discount the possibility that everything is caused by human actions, because everything we’ve seen the climate do has happened before. Sea levels rise and fall continually. The Arctic ice cap has shrunk before. One millennium there are hippos swimming in the Thames, and a geological blink later there is an ice bridge linking Asia and North America.

One of the challenges in studying global climate is keeping a global perspective, especially when much of the research focuses on data gathered from spots around the globe. Often observations from one region get more attention than equally valid data from another.

The recent CNN report “Planet in Peril,” for instance, spent considerable time discussing shrinking Arctic sea ice cover. CNN did not note that winter sea ice around Antarctica last month set a record maximum (yes, maximum) for coverage since aerial measurements started.

Then there is the challenge of translating global trends to local climate. For instance, hasn’t global warming led to the five-year drought and fires in the U.S. Southwest?

Not necessarily.

There has been a drought, but it would be a stretch to link this drought to carbon dioxide. If you look at the 1,000-year climate record for the western U.S. you will see not five-year but 50-year-long droughts. The 12th and 13th centuries were particularly dry. The inconvenient truth is that the last century has been fairly benign in the American West. A return to the region’s long-term “normal” climate would present huge challenges for urban planners.



Sin duda, el dióxido de carbono atmosférico se está incrementado debido primariamente a la producción de energía basada en el carbono (con sus indisputables beneficios para la humanidad) y mucha gente cree ardientemente que debemos “hacer algo” sobre su pretendida consecuencia, el calentamiento mundial. Esto podría parecer una preocupación legítima dados los potenciales desastres que se anuncian casi diariamente, así que he considerado un par de maneras en que los humanos podrían reducir las emisiones de CO2 y su impacto sobre las temperaturas.

California y algunos estados del noroeste han decidido obligar a sus residentes a comprar coches con un consumo medio de ((43 miles-per-gallon)) en la próxima década. Incluso si aplicaran esta ley al mundo entero, el efecto neto reduciría el calentamiento previsto en alrededor de 0,05 grados Fahrenheit para 2100, una cantidad tan minúscula como para ser indetectable. Las temperaturas mundiales varían más de eso de día en día.

Suponga que ustedes son muy rigurosos en rebajar las emisiones de carbono y pudieran reemplazar alrededor del 10% de las fuentes de energía mundiales con energía nuclear no emisora de CO2 para 2020 — aproximadamente equivalente a reducir a la mitad las emisiones de los EE UU. Basado en proyecciones del tipo del IPCC, las 1.000 nuevas plantas nucleares requeridas podrían enlentecer el calentamiento en aproximadamente ((0.2 ?176 grados Fahrenheit)) por siglo. Un pequeño efecto.

Pero ¿cuál es el precio económico y humano, y cuánto vale dada la incertidumbre científica?

Mi experiencia como profesor misionero en Africa abrió mis ojos a ese sencillo hecho: sin acceso a la energía, la vida es brutal y corta. Los inciertos impactos del calentamiento mundial en un futuro lejano deben ser sopesados frente a desastres que tenemos hoy delante. El Bjorn Lomborg’s Copenhagen Consensus 2004, un análisis coste-beneficio de temas sanitarios hecho por destacados economistas (incluyendo tres premios Nobel), calculó que el gasto en temas de salud tales como micronutrientes para niños, HIV/SIDA y depuración de agua tiene beneficios de 50 a 200 veces los de intentar limitar marginalmente el "calentamiento mundial”.

Dada la incertidumbre científica y nuestra relativa impotencia en relación con el cambio climático, el imperativo moral me parece aquí claro.

El Sr. Christy es director del Earth System Science Center en la Universidad de Alabama en Huntsville y participante en el Panel intergubernamental sobre el cambio climático de las NN.UU. , correceptor del Premio Nobel de la Paz de este año.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Sentencia

4.11.2007
JON JUARISTI

ABC


LA verdad jurídica es el resultado de un proceso que incluye exámenes de pruebas y testimonios, interrogatorios y deliberaciones. Puede coincidir con la verdad de los hechos en todo o en parte. O no coincidir en absoluto. Por eso, los ciudadanos están obligados a acatar las sentencias de los tribunales -es decir, la expresión de dicha verdad jurídica-, pero no a formular asentimientos explícitos a las mismas. Cosa distinta es la oportunidad política de la disensión pública, pero aquí cada cual es muy dueño de explotar en beneficio propio el descontento suscitado por un veredicto o de tirarse al barranco. Dicho esto, declaro que la sentencia del juicio del 11-M se ajusta, en líneas generales, a mis convicciones personales sobre el asunto. Me preocupa que entre los dirigentes de la derecha democrática pueda quedar todavía sombra de duda sobre la autoría de la matanza y, más aún, el estilo tirando a reticente de algunos de sus comentarios, pero no entiendo cómo el ministro del Interior se atreve a pedir a Rajoy que repita con él esa frase que tanto han pronunciado los socialistas de todo rango durante los últimos años y a propósito de cualquier robo de pistolas, por ejemplo.

Además, será difícil olvidar la intervención televisiva de Pérez Rubalcaba en aquella noche del 13 de marzo de 2004, la del acoso a las sedes del PP. Tampoco entonces, según el hoy ministro, había conspiración alguna tras los asaltos, sino reacción espontánea del pueblo a las mentiras del Gobierno. No es esa mi impresión. No lo era ya en la noche del 11 al 12, cuando oí a un asesor de Ibarreche afirmar, por la televisión autonómica vasca, que las manifestaciones del día siguiente debían convertirse en grandes actos de repulsa contra Aznar. Desde ese momento supe que la izquierda y los nacionalismos se habían puesto de acuerdo para explotar el dolor y la indignación general de modo turbiamente ventajista. La gran manifestación de Madrid confirmó lo que hasta entonces era certeza intuitiva. De espontaneidad, nada: agitación perfectamente planificada. Esperanza Aguirre contó a Verónica Drake que, al término de la manifestación, quedó aislada y sin sus escoltas, conmigo y un pequeño grupo de amigos, en medio de la muchedumbre. Lo que no contó es que fuimos seguidos durante un buen rato por provocadores que incitaban al linchamiento de Esperanza y que sólo desistieron al comprobar que muchos madrileños salían en defensa de su Presidenta y que a ésta le quedaba un escolta armado: el mío. No voy a sostener que, ese día, entrase en los planes de los socialistas pasar de los abucheos a la violencia desatada, pero no tuvieron reparo alguno en jugar con fuego, porque, hoy lo vemos con horrorizada claridad, cualquier riesgo era poca cosa para quien tenía demasiada prisa en cargarse el consenso constitucional, cumplir lo prometido a los independentistas de ERC y buscar un acuerdo rápido con ETA. Quizá debamos felicitarnos de que, esos días de marzo de 2004, el gamberrismo dirigido por móvil no añadiera aflicción a la ya insoportable que habían producido los atentados, pero no fueron los socialistas, y en particular Pérez Rubalcaba, quienes más se esforzaron en impedirlo.

O sea, que de acuerdo. «ETA no ha sido». Esto suena convincente en boca del juez Gómez Bermúdez, pero no en la del ministro del Interior, cuya petición intimidatoria a Rajoy nos devuelve a las jornadas en que esas cuatro palabras fueron pretexto para uno de los episodios más vergonzosos de la historia de la democracia española, y absolutamente insólito en la de las democracias occidentales, que no registra ningún otro de algaradas antigubernamentales como respuesta a un atentado islamista. Muchos agradeceríamos un respaldo más decidido de Rajoy a la sentencia del 11-M, pero nos repugnaría oírle repetir como un lorito la muletilla de Pérez Rubalcaba, aunque sea razonable pensar que esta vez, y como excepción, se acerca a la verdad de los hechos. Si uno se pasa la vida afirmando que nieva en el Sahara, algún día acertará. Gracias al cambio climático, faltaría más.

http://www.abc.es/20071104/opinion-firmas/sentencia_200711040246.html

¿Por qué callan los empresarios vascos?

REPORTAJE
¿Por qué callan los empresarios vascos?
El miedo lleva a la patronal de Euskadi a guardar silencio ante el 'plan Ibarretxe'
JOSÉ LUIS BARBERÍA - San Sebastián - 04/11/2007

El País


Mientras las cuadernas del Estado chirrían ante el desafío lanzado por el presidente vasco, Juan José Ibarretxe, y la incertidumbre vuelve a enseñorearse del panorama político inmediato, el empresariado vasco busca cobijo en un silencio colectivo, espeso, cargado de equívocos. "Tenemos derecho a no decidir", enfatiza el secretario general de la patronal guipuzcoana, Adegui, José María Ruiz de Urtxegi. "Hemos decidido no opinar de política", proclama José María Vázquez Eguskiza, presidente de Cebek, la organización empresarial vizcaína. Si, como juzgan no pocos analistas, sólo el mundo económico puede llegar a moderar la hoja de ruta fijada por el lehendakari, habrá que convenir que el plan Ibarretxe (2ª parte) ha reiniciado su andadura sin encontrar verdadera resistencia.

“Ibarretxe sólo escucha a los fanáticos”

Cuando Confebask se opuso a su primer plan, el 'lehendakari' le reclamó silencio

"Aquí, si optas a un proyecto, no te conviene ser crítico", dice un ejecutivo

"No decidir, no hablar, no pronunciarse". Ésa es la consigna, pese a que la iniciativa del presidente del Gobierno vasco se ha llevado ya por delante la proyectada unión de las cajas de ahorro vascas, amenaza la ubicación en Bilbao del Centro Europeo de Espalación de Neutrones -un proyecto de 1.200 millones de euros- y cuestiona obras estratégicas como la alta velocidad ferroviaria o el nuevo puerto de Pasajes. En medio de tanto mutismo, sólo el Círculo de Empresarios, que agrupa a las 62 mayores empresas vascas, ha alzado, discretamente, su voz para advertir al lehendakari de la inestabilidad que conlleva el enfrentamiento institucional con el Gobierno central, en un momento de posible cambio de ciclo económico y de reactivación de la amenaza terrorista.

Una alerta similar lanzada, a título personal, por el presidente de la Cámara de Comercio alavesa, Román Knörr, ha encontrado la descalificación expresa y pública del viceconsejero de Comercio, Rodrigo García. Nadie más ha rechistado. ¿Está definitivamente domesticada la clase empresarial vasca?

Parece obligado relacionar la actual reivindicación patronal del silencio con las divisiones que sacudieron al empresariado vasco hace cinco años, tras la presentación del primer plan soberanista de Ibarretxe. Cuando los directivos de Confebask, que agrupa a las patronales vascas, entregaron al lehendakari su documento crítico -El coste de la no España-, él les conminó a guardar silencio: "Dejadnos a nosotros y seguid el consejo de mi aitite (abuelo) que decía que no había que meterse en política".

Aunque la dirección de Confebask logró hacer público aquel escrito, consensuado entre todas las patronales, el nacionalismo dio la batalla en las organizaciones provinciales y creó una fuerte división interna que persiste hasta hoy. Algunos de los que más se habían significado en la crítica al plan Ibarretxe fueron desprestigiados y sometidos a boicot. "A raíz de aquello, dos empresarios de la construcción vinculados al PNV me anularon varios pedidos", afirma Sabino Iza, director de la firma de ascensores que lleva su apellido.

La Administración vasca posee, además, una gran capacidad de intervención y presión. "Quien más quien menos, casi todo el mundo tiene una línea de trabajo con el entramado institucional, controlado por el PNV", asegura un alto ejecutivo. "Si optas a un proyecto, si necesitas un permiso, si pretendes una subvención para el I+D+i, para la exportación, para lo que sea, no te conviene aparecer como elemento crítico. Aquí, el silencio es competitivo", resume.

Tras elogiar la eficacia de la Administración vasca -"está perfectamente ensamblada con el tejido industrial, es una herramienta muy válida"-, José Manuel Farto, ex secretario general de la patronal alavesa SEA, denuncia el clientelismo político. "Calculo que el 80% de las empresas que disfrutan de ayudas significativas están alineadas con el régimen nacionalista. Firmas que hace 20 años no eran nada han llegado a hacerse poderosas gracias a los favores de la Administración", sostiene.

Pero si las instituciones vascas pueden condicionar la oferta, la opinión pública española puede, a su vez, condicionar la demanda de la producción vasca. De ahí el travestismo político de no pocos empresarios que van por Euskadi de superabertzales y que cuando dejan atrás Pancorbo se colocan la chaqueta de españoles de pro. Difícilmente cometerán la torpeza de pronunciar la palabra España en Euskadi y, por lo mismo, se cuidarán de sustituir el nombre de España por el vocablo Estado cuando pisan Madrid. "El miedo a ser etiquetado políticamente puede llegar a hacerse obsesivo; por lo general, no se perdona que hayas trabajado profesionalmente para un equipo de gobierno de signo distinto", señala el director de una firma que trabaja preferentemente para las administraciones. "Por decirlo crudamente: no nos sentimos libres para expresarnos".

A lo largo de estas décadas, la invocación al patriotismo -"sólo si eres nacionalista serás admitido como vasco auténtico o buen vasco", subraya el industrial Ricardo Benedi, Premio Mejor Empresario Vasco 2003- ha sido práctica corriente a la hora de reclamar ayudas de la Administración. Lo admite también un antiguo cargo institucional del PNV que dirige hoy una importante firma de inversiones: "Hay quienes hacen valer su abertzalismo para ganar dinero, aunque luego no tengan reparos en vender sus empresas a un andaluz, un madrileño o un indio".

La propia patronal está financiada por la Administración. "Más del 90% del presupuesto de Confebask proviene de las arcas públicas, a través de convenios con Industria, ayudas a la formación... Las cuotas de las organizaciones empresariales territoriales suponen sólo el 10%", dice Iza. El ex presidente de SEA tiene la impresión de que la sociedad civil ha tirado la toalla.

¿Significa que al empresariado de Euskadi le resulta indiferente que el label vasco (certificado de calidad) pierda enteros en el mercado español, al que destina el 70% de su producción exportadora? ¿Que no teme reacciones de boicoteo como las que padeció el cava catalán? ¿Que ignora las consecuencias sobre los grandes proyectos estratégicos que puede acarrear la confrontación? ¿Que puede prescindir de la financiación estatal a la exportación y de las gestiones diplomáticas que les abren mercados internacionales? La respuesta unánime de la docena de personas entrevistadas para este reportaje es que no, en absoluto, pero que el empresario vasco está atenazado por temores que le invitan al silencio.

"Ninguno de los que trabajamos en los mercados exteriores queremos un enfrentamiento con España. Todo lo que suponga incertidumbre, inestabilidad política o crispación es malo para la empresa. Estamos en el mismo barco. Si a España le va bien, a Euskadi le va bien, y al revés", subrayan.

Pero la experiencia de hace cinco años no anima a cargar las tintas críticas. "En el anterior plan Ibarretxe, algunos competidores nos echaron toda la mierda que pudieron para sustituirnos en el mercado: que si éramos separatistas, que si ETA... El problema no es que la industria se vaya de Bilbao a Madrid, sino que termine yéndose a Varsovia; que mientras nosotros nos damos de tortas, vengan los chinos y se queden con el negocio", explica un nacionalista afín a las tesis del todavía presidente del PNV, Josu Jon Imaz.

"En Euskadi necesitamos un marco estable para 20 años que acabe con este mercadeo que pone precio a los escaños, pero tenemos que revisar los conceptos de país, Estado y patria", afirma. En su opinión, la pretensión de Ibarretxe de "dar la patada al árbol para que caigan las nueces" entraña el riesgo de que las presiones se vuelvan contra él. "Es como el chiste del dentista. Puede llegar un momento", advierte, "en que el paciente te agarre de los testículos y te diga: '¿Qué?, ¿jugamos a hacernos daño?". "Hay miedo", concluye, "porque esto puede ser una tormenta en un vaso de agua o una marejada en el Atlántico".

Es un temor muy extendido en el sector exportador. "Cada vez que abren la caja de los truenos tenemos problemas con nuestros clientes", señala un empresario. "El plan va contra la realidad de muchas empresas que somos, a la vez, vascas, españolas y europeas. ¿Cómo pagaríamos en la Euskadi independiente unas pensiones que son las más caras del Estado? ¿Tendremos que ponernos a la cola en la ventanilla de la UE, fijar aranceles, sustituir el euro por el eusko o el sabino? ¿Qué disparate es éste que nos proponen?"

Más allá de la duda de si la iniciativa del lehendakari es sólo una vuelta de tuerca más, un movimiento táctico, la impresión es que el empresariado vasco ha reaccionado con disgusto. "Cuando invierten aquí, las grandes firmas extranjeras invierten en España, no en una Euskadi inestable que juega frívolamente con el futuro", dice Ignacio González, director gerente de la multinacional PFERD, en Vitoria.

Roberto Gómez de la Fuente, consejero delegado de Xabide, detecta en el ambiente profesional un temor difuso al futuro. "La gente piensa que los políticos se han convertido en un problema y se pregunta hasta cuándo vamos a permitir que nos dividan como sociedad. Me lo dicen nacionalistas y no nacionalistas hartos de lo que consideran un despropósito general", cuenta. A juicio de Roberto Gómez, las instituciones han quedado en manos de los aparatos de los partidos. "Mi receta es más humor y menos tensión. Pero es cierto", señala, "que tenemos un panorama de choque de trenes, poca ilusión y miedo a este estado de cosas".

Todo contribuye, pues, a que el empresario vasco se inhiba, se camufle, calle y adopte la postura del mínimo riesgo, sobre todo, cuando, como ahora, ETA multiplica la extorsión. "Si el plan Ibarretxe se lleva a cabo, habrá una fuga masiva de empresarios vascos", augura el presidente de la patronal navarra, José María Ayesa. El miedo guarda la viña en Euskadi. Que este silencio no suponga la aceptación de la mordaza.

“Ibarretxe sólo escucha a los fanáticos”

Muchos empresarios vascos justifican su silencio en base a un supuesto agravio. “En lugar de exigirles coherencia y un pronunciamiento claro, el Gobierno central no ha dejado de mimar a las cooperativas del Grupo Mondragón (MCC) y a empresas como CAF, que son las más nacionalistas”, sostiene un antiguo dirigente patronal. “Cuando Eroski, Fagor, Caja Laboral y demás empezaron a tener problemas en el mercado español, les bastó con llevarse al Rey a Mondragón. Algunos se preguntan por qué van a dar la cara si a ellos no les dan nada, ni aquí, ni en Madrid”.

En algunos círculos se asegura que tanto MCC como CAF (Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles) trataron en su día de moderar al lehendakari, pero es imposible confirmarlo porque las cooperativas, cuya actividad supone el 5% del PIB vasco, siguen instaladas en el mutismo. “No podemos hablar en nombre de un conjunto de cooperativistas de ideología plural. Para poder pronunciarnos, tendríamos que celebrar una asamblea general”, indica un portavoz de MCC.

“Admiro mucho la trayectoria de las cooperativas, pero no puedo dejar de denunciar su cinismo. Tienen a gentes de Batasuna en puestos estratégicos y jamás combaten el terrorismo”, afirma Ricardo Benedi, portavoz empresarial del colectivo ciudadano Foro Ermua.

No sin exasperación, un extorsionado señala que pronunciarse contra el plan Ibarretxe conlleva el riesgo añadido de llamar la atención de ETA.

El presidente del Comité Empresarial Hispano-Marroquí, José Miguel Zaldo, está contra el silencio. “El que calla otorga”, dice. Miembro de la junta directiva de APD (Asociación por al Progreso de la Dirección) y Premio Mejor Empresario Vasco de 1994, Zaldo le ha escrito a Ibarretxe, con el que guarda lazos de amistad, para explicarle por qué no está de acuerdo con su plan.

“Le digo que los partidos democráticos no pueden aprovecharse de que parte de la población justifique el asesinato y la extorsión. Le explico que la ética debe primar sobre la oportunidad y que el nacionalismo democrático hace el caldo gordo al terrorismo cada vez que critica actuaciones judiciales. Le digo también que su proyecto sólo es bueno para los políticos carentes de ética. He creído que era mi obligación decírselo, aunque me temo”, indica, “que él sólo escucha ya a los fanáticos que le rodean”.


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