viernes, 31 de julio de 2009

Preguntas


31.07.2009

JOSEBA ARREGI

El Correo


ETA lo ha conseguido. Ha vuelto a matar. Nos ha demostrado que sigue viva, y la consecuencia de que siga viva es que extiende la muerte. Y la amenaza. Y el miedo. Y seguirá. Hasta su último momento. Morirá matando. Desaparecerá cuando ya no mate, cuando ya no pueda matar. Cuando entre todos les hagamos imposible el negocio de la muerte.

Pero para esto, para que ETA desaparezca, para que ya no pueda matar más, es preciso que nos hagamos preguntas. Muchas y muy serias preguntas. Empezando por la más simple, y al mismo tiempo la más grave de todas: ¿Cómo hemos permitido que una organización asesina haya podido sobrevivir desde la Transición? ¿Dónde hemos estado? ¿A qué nos hemos dedicado? ¿Qué hemos hecho para que ETA siga viva?

No hay duda de que la responsabilidad de la existencia de ETA es de ETA, la culpa de todos los asesinatos cometidos por ETA es de ETA. Si incluso ahora, con motivo de la retirada de todo lo que huela a presencia de ETA -fotos, pintadas, pasquines, homenajes- es motivo de disputa política, si la Ley de Partidos Políticos, cuya eficacia está fuera de toda duda y cuya legitimidad democrática acaba de ser confirmada por el Tribunal de Derechos Humanos, sigue sin ser admitida por partidos nacionalistas vascos, la pregunta planteada es más que pertinente.

Porque todos podíamos haber hecho más. Porque ETA, para seguir viva, es decir, para seguir matando, ha necesitado algo más que comandos, algo más que armas, algo más que financiación e infraestructuras. Ha necesitado de una atmósfera social y política en la que pudiera desenvolverse con facilidad. Necesitaba de lo que, con el ánimo de diferenciar todo lo vasco del resto de acontecimientos del mundo, tantas veces se ha repetido: ETA no es la Baader-Meinhoff, ETA no son los terroristas alemanes. La diferencia radica en que existe un contexto social y político de apoyo a los etarras, algo que no existía en el caso del terrorismo alemán -aunque históricamente pueda discutirse si la diferencia es tan radical como ha solido ser pintada-.

Si esa diferencia ha existido es porque, en Euskadi, en el seno de la sociedad vasca, ha habido comprensión hacia ETA, ha habido algo que le ha permitido a ETA sentirse como pez en el agua. Ha habido, aunque a algunos les parezca el resumen de lo que nunca se puede decir, una legitimación al menos indirecta de la actividad de ETA. Cada vez que se ha dicho que ni Franco pudo con ETA, cada vez que se ha dicho que si se detiene a un comando surgen diez en respuesta, cada vez que se ha hablado del 'conflicto', cada vez que se ha afirmado que si no se reconoce el derecho de autodeterminación y la territorialidad ETA continuará, se ha creado una atmósfera en la que ETA se ha podido desenvolver con tranquilidad de conciencia.

Es cierto que en los últimos años se han dado pasos decisivos en la lucha contra ETA. Es cierto que se ha llegado a pedir la deslegitimación social de ETA. Es cierto que la sociedad vasca ha ido dando la espalda cada vez con más radicalidad a ETA. Pero sigue sin calar la idea de que lo que realmente hace falta es la deslegitimación política de ETA. Sigue sin calar la idea de que, al menos, es preciso preguntarse si afirmar que es lícito compartir los fines de ETA no contribuye a que ETA crea que cuenta con alguna legitimidad en su lucha, aunque sea una legitimación indirecta.

En una sociedad en la que ETA mata porque persigue una Euskadi independiente y la ve cada vez más lejos, ¿qué significa que el principal partido de la oposición, el PNV, afirme que sigue persiguiendo, como siempre, la independencia de Euskadi, que no ha renunciado ni en un ápice a esa meta? Cuando nos hemos acostumbrado a pensar que globalización significa que todo está conectado con todo, cuando sabemos que lo que sucede en una sociedad está interconectado con todo lo que sucede en esa sociedad, ¿de verdad creemos que proclamar que se comparten los mismos fines que ETA no tiene consecuencias?

El miedo puede llegar a ser una enfermedad peligrosa. Va entrando en los recovecos de las neuronas y condicionando el comportamiento, desde la raíz misma de lo que nos atrevemos, o no nos atrevemos, a pensar. Y en Euskadi algunos pensamientos siguen estando dominados por el miedo. Un miedo que tiene que ver con la amenaza de ETA, pero que también tiene que ver con un miedo a disentir de lo políticamente correcto, una corrección dominada y marcada por el nacionalismo dominante.

Y hay miedo a preguntar, simplemente a preguntar sin adelantar respuesta alguna, si con una ETA que mata en nombre de fines nacionalistas, proclamar esos mismos fines es tan inocente como se pretende la mayoría de las veces.

Pero si seguimos sometidos al miedo, si seguimos con miedo a preguntar, si seguimos con miedo a pensar, porque si pensamos igual terminamos diciendo algo inconveniente, y si decimos algo inconveniente igual molestamos a la hegemonía, y entonces, en el peor de los casos podemos terminar apareciendo en alguna lista -y no de candidatos a premio Nobel-, ETA, a pesar de toda su debilidad, seguirá ganando, porque ha dominado lo más importante, los condicionantes neuronales de nuestro comportamiento.

Tenemos que superar el miedo. Por lo menos para atrevernos a preguntar. Y para decir que si en algún sitio debieran tener entrada los guardias civiles, con uniforme, y todas las fuerzas de seguridad del Estado, es en lo que los vascos consideramos el recinto sagrado de las libertades, en la Casa de Juntas de Gernika, porque hay vascos que están matando con verdadera pasión y en nombre de Euskadi a quienes desde hace bastantes años no hacen otra cosa que defender nuestras vidas y nuestras libertades.

«¿Qué hemos hecho para que ETA siga viva?», pregunta el autor. La continuidad de la banda terrorista «ha necesitado de una atmósfera social y política en la que pudiera desenvolverse con facilidad». «En el seno de la sociedad vasca, ha habido comprensión hacia ETA»


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20090731/opinion/preguntas-20090731.html

Cincuenta miserables años


31.07.2009

MANUEL MONTERO

El Correo



Medio siglo cumple ETA. Lo celebra recordándonos su esencia, la muerte, con la de dos personas en Mallorca. Vive así su agonía, macabramente. Su legado estremece. Consiste en cientos de personas asesinadas y una sociedad que década tras década ha conocido el chantaje y la extorsión, acostumbrada a estas sevicias. Más aún: el País Vasco ha experimentado en este periodo los principales cambios de su historia y se ha modernizado con esta rémora en su seno, que no ha ocupado un lugar marginal o episódico, sino sitios claves de la percepción política. Es cierto que sus apoyos, a estas alturas, tienen un peso decreciente, pero la miseria ética y política que ha generado y genera la barbarie totalitaria impregna a toda la sociedad vasca, siquiera porque ha llevado a que se relativizase durante años la brutalidad del terrorismo y a que se generalizase el hábito de mirar hacia otro lado. Se ha hecho como si el terror tuviera algún adarme de razón.

Seguramente no es ésa la razón fundamental de la larga supervivencia de ETA, pero algo ha colaborado a ella el planteamiento, sobre todo nacionalista, que imagina que en el fondo, aunque están equivocados, los terroristas y sus apoyos forman una especie de organización altruista que lucha por un fin loable -la libertad vasca-, aunque lo hagan por procedimientos rechazables. A esta idea se asocia otra, que hace estragos: que dejarán de hacer el animal cuando se hable con ellos y se les negocie alguna concesión... a la sociedad vasca: una concesión al nacionalismo, en realidad.

Este argumento mezquino ha provocado que, con excepción de algunos momentos -cuando el Pacto de Ajuria Enea-, el nacionalismo moderado entendiese que la guerra no era entre el totalitarismo y la democracia, sino una vertiente del enfrentamiento entre el pueblo vasco (nacionalista por definición) y los no nacionalistas, o entre aquél y España. Tal apreciación tuvo efectos fatales.

Era, en realidad, una consecuencia del núcleo del mito nacionalista, según el cual Euskadi vive en guerra con España (la potencia agresora y ocupante) desde los comienzos del siglo XIX, y que tal circunstancia explica la historia vasca, es su 'leit motiv'. Tenía un corolario la argumentación: no debe practicarse el terrorismo (la 'violencia política' en el lenguaje del nacionalismo moderado, la 'lucha armada' para la izquierda abertzale) porque resulta estratégicamente ineficaz, ante la disparidad de fuerzas entre Euskadi y los Estados español y francés y porque en estos tiempos daña la imagen vasca. Pero este rechazo por razones circunstanciales, de eficacia, implica una comprensión de las razones del terror. Lleva a no verlo como tal. A minusvalorar la importancia de la democracia cuando se contrapone al tratamiento que entiende es debido a los radicales que, al fin y al cabo, sí merecen el nombre de 'vascos' -miembros por tanto de la comunidad nacionalista vasca-, el mismo nombre que se escatima para los no nacionalistas, básicamente españoles, por tanto no vascos en la ortodoxia de la doctrina nacionalista.

Este esquema perverso contribuyó a que las brutalidades contaminasen seriamente a toda la sociedad. Recuérdese el 'algo habrá hecho' que estigmatizaba a las víctimas; la descomposición moral que ha supuesto la relativización de los asesinatos y demás crímenes, como si fuesen una circunstancia política más; la parsimonia con que se asistió a los despliegues simbólicos de ETA y sus adláteres; la contemplación que se ha tenido con los desmanes y con los grupos de apoyo al terror; la distracción con que se asiste al espectáculo de cargos públicos permanentemente escoltados, como si fuese normal, una parte del paisaje.

as cosas han cambiado, desde luego. Los matones han perdido fuerza, aunque todavía los pistoleros llegan a intentar asesinatos en masa, por el heroico procedimiento de poner una furgoneta con bombas donde duerme gente; y hasta asesinan a dos guardias civiles, miembros de las fuerzas de orden público que defienden la democracia. Aunque les deja perplejos a los interfectos, se ha extendido entre los vascos la convicción de que esta gente constituye el principal lastre que arrastramos, que no son una cuadrilla alegre y combativa sino una pandilla de buitres. Han perdido la pátina de justicieros morales que tuvieron en tiempo y puede la idea de que, después de todo, no son más que unos imbéciles.

Pese a todo, estos mismos días asistimos a las reticencias nacionalistas para quitar de las calles vascas los símbolos terroristas, como si fuese normal su exhibición -no lo ha sido nunca, por más que hayan estado durante tanto tiempo- y una imprudencia que se establezca el orden democrático. Como si esta gente no hubiese amenazado de muerte a parte de la sociedad -y a veces, como hoy, la haya llevado a la práctica-, o como si una amenaza de muerte fuese una anécdota, o que no es para tanto, o que algo habrá hecho el amenazado y se atenga a las consecuencias, no hay que quejarse tanto. Los reticentes, que no quieren meterse en líos, no se han dado cuenta de que las apologías del terror amenazan a unos pero hieren a toda la sociedad.

Es posible que el restablecimiento de unos mínimos éticos y la propagación de los valores democráticos, el término de la miseria social, sea una tarea dificilísima, que llevará mucho tiempo, pero cincuenta años después del día aciago en que apareció ETA una cosa sigue siendo clara. El fin del terrorismo tiene que producirse mediante su derrota plena, sin paliativos: con una rendición incondicional en el mejor de los casos. No hay atajos. De no acabar esta historia con vencedores y vencidos tendríamos miseria para otros cincuenta años. Y ya ha durado la broma demasiado.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20090731/opinion/cincuenta-miserables-anos-20090731.html

miércoles, 29 de julio de 2009

De cómo Occidente se convirtió en una potencia mundial

@Ignacio de la Torre - 29/07/2009

Cotizalia 29 de julio de 2009


En Julio de 1099 los cruzados entraron en la ciudad sitiada de Jerusalén, provocando una orgía de violencia; según las crónicas, por las calles manaban ríos de sangre. En 1291, tras una heroica resistencia, los últimos cruzados fueron expulsados de San Juan de Acre, el último bastión de los cristianos en Tierra Santa.

Si pensamos en los casi dos siglos que median entre un acontecimiento y el otro una formidable paradoja se alza: en 1099 los cruzados estaban claramente atrasados en casi todos los campos del saber. Así, los árabes habían incorporado la filosofía griega, la numeración india de posición, desarrollaron el álgebra, la trigonometría, la astronomía, un calendario superior al juliano, la medicina con el persa Avicena, las bases de la óptica y de la química, la difusión (que no el invento) de la brújula o el perfeccionamiento del astrolabio, factores ambos cruciales para la navegación. Quizás los europeos les adelantaban en el arte militar, debido a la ventaja que la carga de caballería pesada les confirió en el campo de batalla, como se puso de manifiesto en las primeras cruzadas.

Con todo, en 1291 los árabes superaban a los cruzados en muchos de los aspectos militares, pero los occidentales habían rebasado a sus rivales en la mayoría de los campos de la filosofía y de la ciencia. Así, una derrota militar iba pareja de una victoria del conocimiento, y se habían sentado las bases para que Occidente, que como tal se configuró en esos dos siglos sobre las bases del derecho romano, el cristianismo y el redescubrimiento de la filosofía griega, emergiera como una potencia de ascenso meteórico, una potencia que habría de resultar hegemónica hasta el día de hoy.

Fueron muchos los extraordinarios acontecimientos de los siglos XII y XIII que marcaron este devenir. Con una actitud permeable, los centros de conocimiento que iban gestándose en Occidente fueron empapándose del saber transmitido a través de los árabes. El auge demográfico fue paralelo a un fuerte crecimiento de la producción agrícola, asentada mediante importantes innovaciones técnicas, al que pronto siguió una revolución comercial, y el escaso peso del poder político permitió el desarrollo de la iniciativa local y privada que desembocó en importantes mejores técnicas en el campo y en la navegación. Desde el norte de África Fibonacci introdujo los números “árabes” en 1202, más el importante concepto del número cero (que es indio). Se perfeccionó el saber médico, se asentó la separación entre el poder político y el poder religioso, y se sentaron las bases del imperio de la ley. La arquitectura se revolucionó con las construcciones góticas, y con el auge de las ciudades se asentaron las primeras universidades a lo largo y ancho de Occidente, centros del saber fundamentales que permitieron la continua innovación técnica, humanista y científica mediante el imperio de la razón.

Sin embargo, los historiadores no han destacado lo suficiente un hecho crucial que propició el esplendor del comercio bajo medieval, esplendor clave para entender el poderoso desarrollo económico que hizo posible estos avances: la aparición de la banca y el desarrollo del crédito. Ambos son conceptos cruciales para entender el crecimiento económico, ya que la penetración del crédito está directamente relacionada con el crecimiento económico y el desarrollo que supone, siempre y cuando, como hemos aprendido dolorosamente, el crédito no ahogue la economía.

El crédito comenzó a acumularse mediante protocontratos de cambio a principios del siglo XIII, y desde 1248 se formalizan las primeras letras de cambio, contratadas en Egipto entre San Luis y mercaderes genoveses, otorgando los italianos préstamos a San Luis pagaderos en otra divisa en la cuenta de depósito que el Rey tenía en el Temple de París. En el tipo de cambio se encubría el tipo de interés para así obtener la aprobación de la Iglesia, y con esta triquiñuela, la letra de cambio movilizó a futuro ingentes cantidades de dinero generadas en el comercio, y este crédito fue clave para el esplendor económico europeo.

Para que exista la banca hace falta probar mediante un documento contable que un depósito se está poniendo en movimiento mediante un crédito. Si no hay esta prueba no cabe hablar más que de prestamismo o de depósito. Pues bien, la primera prueba documental de esta relación es de 1261, y corresponde a la casa italiana de los Ugolini. El último tercio del siglo XIII vería eclosionar el desarrollo de la banca mediante las grandes dinastías de mercaderes banqueros italianos.

La historia que sigue, llena de luces y sombras, es bien conocida. China seguía siendo el primer actor económico del mundo, probablemente hasta el siglo XVI, pero Occidente pronto la rebasó tanto económica como científicamente. Los descubrimientos marítimos, el método científico y el imperio de la razón acabaron por catapultar a Occidente a su posición hegemónica hasta el presente, en el que se vuelve a plantear si están cambiando los equilibrios de poder mundiales.

En cualquier caso, a día de hoy Occidente ha sido la civilización que más bienestar económico y libertad política ha conseguido para sus habitantes. Cuanto uno contempla este hecho y la historia que lo ha facilitado, se hace preguntas de difícil respuesta ¿Por qué Occidente se odia a sí mismo? ¿Por qué los occidentales no están orgullosos de semejante civilización?

Feliz verano.


http://www.cotizalia.com/cache/2009/07/29/opinion_77_occidente_convirtio_potencia_mundial.html

jueves, 16 de julio de 2009

¿Ingobernable o ingobernado?

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

ABC Jueves, 16-07-09


Tiene España fama de país ingobernable. O más exactamente, los españoles. Es una fama que nosotros mismos hemos alimentado, por ese prurito nuestro de presentarnos como arrogantes y montaraces. Pero ya dice el refrán «dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces», pues pocas famas hay más inmerecidas que ésta. Una ojeada a nuestra historia próxima y lejana arroja que somos uno de los pueblos más fáciles de gobernar, y la mejor prueba es la retahila de necios, inútiles, ignorantes, fantasmones y engreídos que nos han gobernado, muchos de ellos con el aplauso popular, al menos mientras ocupaban el poder. Muy pocos países podrán exhibir una lista tan larga de nulidades a su frente, y una tan exigua de auténticos hombres de Estado, sin distinción entre izquierda y derecha, aunque hay que reconocer que esta última ha gobernado bastante más tiempo. La clave de tan triste récord me la dio uno de los colaboradores de Suárez, al mostrarle mi admirado asombro por lo bien que habían conducido la Transición. -Fue mucho más fácil de lo que parece, José María -me dijo-. Este pueblo está acostumbrado a obedecer y sólo era cuestión de coordinar la jefatura del Estado con la del Gobierno. En el momento que comenzaron a funcionar sincronizadas, pudimos poner en práctica nuestro programa sin apenas encontrar resistencia.

Es algo que se ha venido confirmando a lo largo de esta democracia, que supera ya el cuarto de siglo, ninguna tontería. Ha habido cambios de gobierno, pero no por el empuje de la oposición ni por el clamor popular, sino por el desgaste interno de los mismos. Con Suárez acabaron las intrigas internas de UCD. Con González, la corrupción desencadenada en el PSOE. Con Aznar, la soberbia que le llevó a creer que podría seguir gobernando incluso después de haber renunciado al cargo. Como con Zapatero está acabando su incapacidad manifiesta. En ninguno de esos casos, la oposición jugó un papel decisivo ni los españoles mostraron un rechazo abrumador a los gobiernos. Fueron éstos quienes se ahorcaron a sí mismos, y lo realmente asombroso fue que durasen tanto, habiendo cometido tantos errores. Lo que confirma mi tesis: los españoles somos muy fáciles de gobernar, y si un gobierno se limitase a no cometer errores, o a cometer sólo los imprescindibles, podría eternizarse en el poder. Lo que ocurre es que el poder corrompe, embriaga, embrutece, y tras unos inicios cautelosos, todos los gobernantes se creen autorizados a hacer lo que les venga en gana, cometiendo errores cada vez mayores, con lo que se cavan su propia tumba, en la que acaban cayendo. Ha habido, sin duda, periodos en que España era ingobernable. El reinado de Carlos II, por ejemplo, en el que todo el mundo mandaba, incluidos (¿o sobre todo?) los embajadores extranjeros. O durante la Primera República, con el buenazo de don Estanislao Figueras diciendo «Yo no mando ni en mi casa». ¿Qué hacía, entonces, este hombre al frente de un país?, cabe preguntarse. Pero estos ejemplos sólo muestran que si España fue en ocasiones ingobernable, no fue debido a los españoles, sino a sus dirigentes, que no la supieron gobernar.

Pero a mí, y espero que a ustedes, no me interesa tanto la incapacidad de nuestros gobernantes, de sobra demostrada, sino la «gobernabilidad» de los españoles, o si lo quieren, nuestra mansedumbre a la hora de dejarnos conducir. La primera explicación que se le ocurre a uno es la más fácil: se trata de un rasgo de carácter, puede incluso de una condición genética, que nos predispone a ello. Pero estas teorías de trasfondo racista han quedado desacreditadas hace tiempo. A los individuos los hacen en buena parte los genes. Pero a las naciones las hacen sus normas y valores, elementos adicionales, creados por su sociedad. Es ahí donde hay que buscar los orígenes de nuestra mansedumbre.

Que pueden estar en que los españoles no sentimos que el poder sea nuestro, posiblemente porque casi nunca lo hemos detentado. Esa idea moderna de que los gobiernos son los depositarios temporales de la potestad ciudadana no ha cuajado todavía entre nosotros, pese a establecerlo la Constitución y el cuarto de siglo de democracia. El poder pertenece en España a quien lo detenta, sin tener que compartirlo ni dar cuentas a nadie. Nada de extraño la mala fama que tienen aquí los gobiernos, a quienes se echa la culpa de todo lo malo que ocurre. En una palabra: el gobierno es el enemigo. El que cobra impuestos, impone sanciones, limita libertades y ayuda sólo a los suyos. La prueba más clara de ese divorcio entre pueblo y gobierno está en la lengua de la calle. En España, el dinero público no es el taxpayermoney, el dinero del contribuyente, como en los países anglosajones, sino «dinero del Estado», mientras el personal de éste no son «public servants», servidores públicos, sino funcionarios, en realidad, representantes, del Estado. Vaya usted a una ventanilla pública con aires de señor que quiere ser servido, y verá cómo le reciben.

Las consecuencias de este divorcio pueblo-gobierno (entendiendo por gobierno la entera Administración del Estado) son bastante más graves de lo que a primera vista parece, al expandirse al país en su conjunto. El español no siente que España le pertenezca, excepto en aquel pedazo de tierra o inmueble que pueda poseer según acta notarial. Su desconsideración hacia el resto queda reflejada en la forma como lo trata, talando árboles, encendiendo fuegos, esquilmando las aguas interiores y exteriores o dejando las inmundicias de su perro en las aceras. Seguro que no se lo permite en casa. Pero la casa es suya, y las aceras, los bosques y las aguas, no.

El concepto de «bien común» apenas existe entre nosotros, como si fuera ajeno a nuestro modo de ser y de actuar. Y al no existir un «bien común», no existe una genuina comunidad nacional. Acabamos de tener el mejor ejemplo con la nueva financiación autonómica. El gobierno ha dado más dinero a las Autonomías -a unas mucho más que a otras-, y la única objeción es la de las que creen recibir menos de lo que merecen, sin pensar nadie en el endeudamiento astronómico de la nación en su conjunto. Lo que existe entre nosotros es el feroz individualismo del «Yo arramplo con lo que pueda, y el que venga detrás, que arree», practicado a todos los niveles.

¿De dónde procede? Tengo para mí que el origen de tan incivil comportamiento viene de una carencia básica en nuestra historia: la falta de una revolución nacional. Parafraseando a Ortega, podríamos decir que hemos tenido infinidad de revueltas, pero ninguna revolución auténtica, pese a los muchos intentos que ha habido tanto desde la derecha como desde la izquierda. ¿Y qué es una revolución? Pues un replanteamiento de la entera vida nacional, una especie de crisol en el que se funden los esquemas, valores y privilegios anteriores, para poner a todos los individuos al mismo nivel, convirtiendo los antes súbditos en ciudadanos, según la cita clásica. Es decir, en dueños de su destino y de su país.

La Transición democrática de 1978 fue el último intento, pero se quedó a medio camino. Por lo pronto, mantuvo privilegios forales, lo que no es revolucionario sino antirrevolucionario. Luego, rebajó de nivel la comunidad nacional, potenciando el autonómico, lo que ha debilitado los intereses generales. Y por si todo ello fuera poco, la barra libre concedida a los nuevos estatutos por el actual gobierno está dejando España «imposible para mí y para vos». Si lo quieren con una vieja expresión: ingobernable. E ingobernada.


http://www.abc.es/20090716/opinion-tercera/ingobernable-ingobernado-20090716.html

domingo, 5 de julio de 2009

Chávez exporta su receta populista

Caudillos de nuevo cuño como el depuesto Zelaya despiertan a las clases más desfavorecidas de América Latina con un uso intensivo de la televisión

05.07.09

GERARDO ELORRIAGA

El Correo



El fracaso en la redistribución de la riqueza ha impulsado el modelo chavista

La falta de partidos consistentes facilita el auge de líderes con tentaciones mesiánicas


Hugo Chávez no se rindió en un despacho cuartelero, rodeado de oficiales con las armas prestas para disparar, sino que demandó escenificar el fracaso de su asonada frente las cámaras y los flashes de los fotógrafos. Hace diecisiete años murió un comandante golpista a la vieja usanza y surgió una estrella mediática con proyección internacional. «Vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor», sentenció en horario de máxima audiencia.
Hoy, aquel comandante ha alcanzado el poder en Venezuela y, como cabía esperar, dispone de su propio programa televisivo en 'prime time' y sin los rigores de una duración determinada. En 'Aló Presidente' el mandatario se dirige a la nación desde cualquier punto del país y sobre cualquier tema. Despacha con gobernadores o moviliza sus tropas sin temor a la reprobación del regidor.

En una de sus últimas intervenciones repasó su relación con Manuel Zelaya, el dirigente hondureño, poco antes de su destitución. Frente a un nutrido público universitario recordó que su colega había reparado el distanciamiento entre ambos gobiernos con una invitación formal para visitar Tegucigalpa y el expreso deseo de sumarse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA), la plataforma creada por Venezuela para coordinar sus alianzas en el continente. También confesó haberle aconsejado el consumo de jengibre por haberlo hallado afónico de «tanto discurso».

Zelaya había forzado sus cuerdas vocales en el intento de ganar la voluntad popular para el plebiscito programado para el pasado 28 de junio, consulta abortada por un golpe de Estado en el que han convergido todas las estructuras del poder local, con el respaldo añadido del Ejército. El presidente, expulsado de su país, pretendía el aval de las urnas en su intento de reformar la Constitución y prorrogar su mandato, una potestad que no tiene asignada según la Carta Magna.

La comunidad internacional ha condenado el apartamiento, a pesar de que resulta evidente su intención de socavar las bases del régimen. Pero, aún más sorprendente resulta que este proceso tenga lugar en Honduras, un país firmemente alineado a favor de las tesis políticas más conservadoras y fiel aliado de Washington. Centroamérica, el patio trasero de EE UU, se ha caracterizado por el mantenimiento de una brutal desigualdad en la distribución de la riqueza, controlada 'manu militari' por una oligarquía despiadada.

Mientras que El Salvador, Nicaragua y Guatemala estallaron en guerras civiles, en los últimos años su vecina tan sólo ha experimentado un dramático auge de la violencia delincuencial. Sin embargo, el orden ancestral, el de los grandes exportadores agrícolas, el de los propietarios de maquilas, se mantiene ajeno al peligro de formaciones progresistas que lo cuestionen.

El ejemplo hondureño evidencia que la revolución bolivariana se expande en territorios poco propicios. La iniciativa de Zelaya, que ni siquiera cuenta con el respaldo oficial de su propio partido, puede resultar atractiva para una población cuyas dos terceras partes subsisten bajo el umbral de la miseria, pero que nunca antes ha sido movilizada con una voluntad de cambio fundamental. Curiosamente, la destitución le ha proporcionado al ex presidente una clamorosa adhesión de aliados dispares, desde el ALBA a la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos (OEA) o el mismo Obama, sutilmente consternado por los hechos.

Conexión con las masas

Los viejos caudillos no daban bien en pantalla. El envarado Pinochet ni siquiera miraba a la cámara cuando anunciaba que los que se habían desvaído habrían de asumir su responsabilidad bajo la ley castrense. Hoy, los nuevos líderes latinoamericanos cuidan su imagen y persiguen el piloto rojo, no para reclamar la connivencia de la cúpula militar en su asalto a palacio, sino con el cautivador ánimo de solicitar el apoyo electoral de las masas, el proletariado urbano, los campesinos sin tierras o los nativos despojados de sus fundos, para convertirlas en ariete contra sus enemigos, la clase política tradicional.

El mensaje catódico se propaga desde Venezuela y alcanza Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba y algunas islas antillanas y, hasta la fecha, Honduras, último socio relevante del ALBA. Es un discurso que combina el agravio contra el capitalismo con un nuevo ímpetu nacionalizador, donde la asunción del indigenismo se amalgama con el aliento regeneracionista. Ahora bien, la ola progresista que se ha abatido por el continente parece haber establecido una honda división entre aquellos regímenes que postulan el reformismo sin crispación, caso de las repúblicas del Cono Sur, o las que, inspiradas en el ejemplo caraqueño, aumentan su apuesta a pesar de la estrecha vigilancia del gigante del Norte.

Sus detractores advierten del peligro derivado de la tentación mesiánica, inherente a su relación con fuertes personalidades y la inexistencia de partidos ideológicamente consistentes, al populismo y el riesgo de creación de nuevos grupos, incluso paramilitares, ligados al poder y beneficiarios de sus réditos y prebendas. Además, esta generación neocesarista de maneras democráticas no surge alentada tan sólo por el nuevo clima latinoamericano poco proclive a la imposición de la fuerza.

Petróleo asequible

La crítica más aviesa asegura que la conversión de un político de raíz caciquil como Zelaya en un paladín de los nuevos tiempos bolivarianos tiene mucho que ver con la oferta de combustible barato que realiza Petrocaribe, uno de las herramientas más eficaces de la estrategia chavista. El comandante incluso ha obtenido la simpatía de las poblaciones más míseras del Bronx gracias a esta política basada en la oferta de petróleo asequible.

Pero, la historia reciente no contempla el auge de la alternativa bolivariana y sus émulos desde la nada previa. La existencia de unos caudillos de nuevo cuño que aspiran a perpetuarse en el poder para alentar una suerte de revoluciones institucionales remite a un espacio político anterior prácticamente fenecido antes de nacer. La recuperación del Estado de Derecho en el continente tras un convulso y largo período de dictaduras y rebeliones tan sólo bendijo internacionalmente la alternancia en el ejecutivo de las diversas facciones de la gran burguesía local.

¿Quién recuerda a Carlos Andrés Pérez, el amigo de Felipe González? Posiblemente, tan sólo la Justicia venezolana que aún lo reclama a Estados Unidos. Él atestigua el fracaso de una élite con credenciales democráticas, incapaz de aprovechar la bonanza proporcionada por el alto precio de las materias primas para redistribuir la riqueza nacional.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20090705/mundo/chavez-exporta-receta-populista-20090705.html

Pedagogía democrática

05.07.2009

J. M. RUIZ SOROA

El Correo


La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la Ley española de Partidos Políticos y sobre la subsiguiente ilegalización de Batasuna por efecto de su aplicación es una excelente ocasión para hacer un poco de pedagogía de la democracia entre nosotros. Porque sucede que el término de 'democracia' ha tenido tal éxito en los últimos tiempos, ha sido tan total su asunción por todos los partidos, movimientos y gobiernos (incluso por los que se niegan a aplicarla de verdad) que corre el riesgo de quedar vacío de contenido, de convertirse en un simple comodín verbal asociable a toda afirmación o demanda particular. Al igual que ha sucedido con el término 'derecho', el de 'democracia' es una de esas palabras 'buenas' que siempre hay que asociar al propio discurso, porque lo dota de un halo de prestigio. Y así, de tanto manosearla, tiende a no significar nada concreto.

Pues bien, el principal valor de la sentencia de Estrasburgo en este sentido es el de decir en voz muy alta (aunque no tanto como para que no haya quien siga sin escucharlo) que 'democracia no es cualquier cosa', que 'no todas las ideas son democráticas', que 'hay discursos políticos y acciones concretas que son radicalmente incompatibles con la democracia'. Hay en la sentencia una frase estremecedora para todo aquel que la lea sin prejuicio, proviniendo como viene del intérprete más ponderado que hay en Europa acerca de los requisitos de la democracia liberal: «El discurso y los actos de los partidos ilegalizados (Batasuna y Cia) forman un conjunto que arroja una nítida imagen de un modelo de sociedad que está en contradicción con el concepto de 'sociedad democrática'». El tribunal no se limita a decir que estos partidos amparan o comparten la práctica del terror, sino que va más allá y explicita con toda nitidez que la actuación de estos partidos es incompatible con lo que en Europa se entiende por una 'sociedad democrática'. Con lo cual está afirmando que la democracia, por defectuosa que sea, no es compatible con cualquier discurso ni permite cualquier clase de actuación política. Vamos, que no es cierta esa especie de apotegma simplón que se ha instalado desde hace tiempo entre nosotros y que coloniza las mentes de tantos ciudadanos de buena fe, ése que reza que 'todas las ideas se pueden defender en democracia' y que, por tanto, todas las ideas, partidos y personas tienen derecho a ser actores políticos legítimos en el proceso público democrático vasco.

¿Cómo explicar esta limitación básica del proceso democrático, cómo hacer entender al ciudadano inexperto que no todas las ideas son compatibles con la democracia? Porque es forzoso reconocer que esta limitación sustantiva no es comprendida ni aceptada de buen grado por el habitante estándar de nuestro sistema político, que tiende a desconfiar de cualquier sugerencia en este sentido, o a considerar que vienen siempre inspiradas por los intereses particulares del gobierno o del tribunal que se las recuerda. Sucede, en el fondo, que la gente posee una noción muy relativista de la democracia, tiende a reducirla a una serie de reglas de funcionamiento en las que no existen valores sustantivos sino sólo opiniones; y para el 'homo qualunque' todas ellas son igual de válidas, claro está.

Quizás la vía de la reducción al absurdo, que pone de manifiesto la contradicción intrínseca de una determinada afirmación cuando se lleva a su consecuencia lógica, sea la más conveniente para hacer pedagogía democrática entre nosotros. Y podría hacerse en la manera siguiente: si usted, amigo lector, defiende el principio de que en democracia debe ser posible defender cualquier clase de ideas y proyectos, seguramente pensará que tal principio deja el campo libre a cualesquiera idea política: pues 'todas son defendibles', ha dicho. Pero, ¡ay!, como les sucede a todos los relativistas ingenuos, usted ha afirmado sin darse cuenta un dogma potentísimo que está por encima de cualquier idea política concreta: el de que 'todas deben poder defenderse', con lo que ha afirmado implícitamente que sí hay una idea que es radicalmente inadmisible: la de que sólo algunas, no todas las ideas, puedan defenderse. Su dogma no admite como democráticamente válidas aquellas ideas que defiendan que ciertas ideas no pueden defenderse ¿No es cierto?
Ocurre entonces que su aparentemente sencillo y relativista principio tiene unos contenidos mucho más 'fuertes' de lo que parecía a primera vista: puesto que lleva inexorablemente a un sistema en el que se aceptarán como defendibles todas las opiniones salvo unas muy concretas: las que lo pongan en cuestión y defiendan que ciertas opiniones no pueden manifestarse, es decir, las que nieguen el pluralismo constitutivo de la sociedad, las que consideren que a ciertas personas o partidos, por defender ciertas ideas, se les puede excluir o perseguir. Es decir, que si se institucionaliza efectivamente en un sistema político concreto su principio de 'todas las ideas son defendibles' llegaremos a establecer uno en que estén necesariamente prohibidas e ilegalizadas ciertas ideas: las que ataquen ese dogma. ¡Paradójico, pero inexorable!

Pues bien, si esto es así, su aplicación al caso vasco es bastante evidente y sencilla: deberán ser defendibles pública y electoralmente todas las ideas salvo aquéllas que nieguen ese principio, bien lo hagan francamente, bien a través de su operatividad real. El terrorismo es una práctica que, aunque hoy en día se proclama 'democrática' (ya lo hemos dicho, últimamente es demócrata todo el mundo, hasta Franco se reclamaba como tal al final), niega el derecho a existir de ciertas ideas en Euskadi, o por lo menos el derecho de sus mantenedores a afirmarlas. Los elimina. Se convierte en árbitro inapelable de las ideas admisibles o rechazables. Las ideas de los terroristas, por definición, 'valen más' que las demás, aunque sólo sea porque las respaldan con la violencia. No caben, entonces, en una sociedad democrática definida por el principio de 'todas las ideas son admisibles'. ¿Y Batasuna? Bueno, la regla sigue siendo la misma: si defiende de verdad que todas las ideas son admisibles, debe forzosamente condenar a quienes atacan de raíz este principio con sus actos. Si no lo hace y prefiere adoptar un melifluo y borroso discurso de 'condeno todo pero no condeno a nadie', está en el fondo diciendo que los que quieren acabar con mis ideas y conmigo (y las de miles de ciudadanos como yo) tienen un sitio, un buen sitio además, en su sociedad ideal. Pero, entonces, en su sociedad no se cumple el principio que dice inspirarles. Con lo que llegamos a la inescapable conclusión de que los propios principios que Batasuna y la izquierda abertzale dicen defender exigen inexorablemente su propia exclusión del proceso político, su ilegalización.

Conclusión que sólo es relativamente sorprendente, pues es lo que suele suceder a quienes juegan con las ideas. Pero que debería hacer pensar a tanto ciudadano vasco de buena fe que se deja arrastrar por el prestigioso atractivo de lo simple. Piénsenlo, y verán que, como dice Estrasburgo, al final, «democracia no es cualquier cosa». Y que eso vale en Irán, desde luego, pero también por acá.

sábado, 4 de julio de 2009

Derecho contra delirio

04.07.09

DIEGO IÑIGUEZ

El Correo


Para el autor, las sentencias del Tribunal de Estrasburgo convalidando la ilegalización de Batasuna «acortan la distancia entre la realidad que percibe el sentido común y la fantástica que viven quienes encuentran explicaciones a crímenes odiosos y aceptan el voto de sus partidarios»

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha confirmado, tras un maratón jurídico con etapas en el Supremo y el Constitucional españoles, que la ilegalización de los satélites de ETA es adecuada desde los criterios jurídicos más exigentes. Las sentencias acortan la distancia entre la realidad que percibe el sentido común y la fantástica que viven quienes encuentran explicaciones a crímenes odiosos y aceptan el voto de sus partidarios. Con el fallo del TEDH, que 'no es final porque sea infalible, pero es infalible porque es final', resulta aún menos racional esperar que la opinión internacional sea sensible a las narraciones de una historia inventada, delirantemente proyectada hacia el futuro, pero basada en un presente de terrorismo muy real.

El Tribunal sigue un método cuidadoso. Empieza por explicar el alcance de los derechos afectados, se pregunta luego si las acciones del Estado demandado estaban predeterminadas por la ley, si eran necesarias en una sociedad democrática para mantener la seguridad pública, el orden jurídico y los derechos de los demás, si había una necesidad social imperiosa de adoptarlas y si han sido proporcionadas. Prohibir un partido es un posibilidad restringida a casos excepcionales, de amenaza real, de formaciones políticas que provoquen la violencia o persigan fines que conserven la apariencia de una democracia, pero la vacíen de contenido privando de derechos o protección a una parte de los ciudadanos.

Valorando los comportamientos de los partidos ilegalizados y las manifestaciones de sus dirigentes, el TEDH concluye que sus fines ofrecen en conjunto la imagen clara de un modelo de sociedad netamente contrario al de una sociedad democrática: instrumentos en la estrategia de ETA, alimentan un clima de confrontación social -un clásico del totalitarismo para destruir la confianza de la sociedad, la propia posibilidad de un gobierno democrático- y completan políticamente la acción terrorista. Los partidarios de Batasuna y sus defensores en el proceso dicen que la prohibición demuestra la baja calidad de la democracia española. Claro, cabe preguntarse qué calidad tiene una democracia cuyos empresarios y concejales, periodistas y jueces, profesores y militantes democráticos tienen que llevar escolta, arrodillarse ante sus coches por si hay una bomba, interpretar pintadas y campañas por si están 'señalados' y tienen que emigrar o jugarse la vida.

La amenaza no es una exageración, los terroristas han asesinado a ingenieros y guardias civiles, a militares y gente que hacía la compra, a sus hijos cuando les acompañaban o dormían en su casa. La sentencia quizá ayude a los amodorrados entre el 'qué horror los crímenes y qué bien los votos' a preguntarse qué sería de ellos en un Estado libre asociado como el de Irlanda en los años 20, regido por pistoleros de ETA o sus portavoces de peinado a tazón y pendiente; a decidir si prefieren la ilusión de una independencia tecno-folclorista o la realidad de una autonomía privilegiada en un país decente que no tiene ganas, medios ni posibilidades de oprimirles.

Las sentencias son una alegría para quienes saben que la democracia debe defenderse con el Derecho: lo que hace España de manera ejemplar desde hace muchos años, con un consenso social enorme. Son un reconocimiento al trabajo de abogados del Estado, fiscales y jueces, a la policía judicial, al Supremo y el Constitucional, que usan la técnica y el modo de razonar del Tribunal Europeo. Es un homenaje al juez Lidón, a Carmen Tagle, a Tomás y Valiente, a los cientos de guardias civiles y policías (también autonómicos) asesinados, héroes -dicen bien la viuda y el hermano del inspector Puelles- de un país que se enfrenta al terrorismo sin haber perdido la cabeza antes ni después del 11 de Septiembre de 2001.

La Ley de Partidos tiene muchos padres, es fruto de un trabajo conjunto que honra al PP y al PSOE. Las sentencias respaldan su colaboración para un Gobierno vasco que se ocupe de lo importante, en la forma actual o en una coalición que nada impide: el ámbito autonómico existe para eso. Los abuelos de la ley son alemanes: la Ley Fundamental germana declara inconstitucionales los partidos que por sus fines o por el comportamiento de sus miembros tiendan a desvirtuar o eliminar el ordenamiento constitucional democrático o a poner en peligro la existencia de la República; su Tribunal Constitucional prohibió en 1952 el Partido Socialista del Reich, nazi, y en 1956 el KPD, comunista, pero no el neonazi NPD en 2002 porque el caso no estaba bien fundado. La ley española, su aplicación por el Supremo y el Constitucional y las sentencias del Tribunal Europeo forman un código negativo de conducta política, de lo que no se puede hacer, de lo que no vale.

La sociedad europea ha aprendido mucho del siglo XX, sabe que debe conciliar la libertad y el pluralismo con la protección de los derechos fundamentales y la propia democracia. Alemania mantiene un sistema educativo atento y crítico, prohíbe actitudes que conduzcan a la deshumanización de los otros, a la violencia social, al nazismo otra vez. En Berlín, los desfiles de los nazis dieron paso primero a manifestaciones de libertad: las de 1953 contra el totalitarismo de la DDR, las que en los 60 cambiaron el silencio sobre el pasado por una democracia exigente, las que hicieron caer el Muro en 1989. Hoy se manifiestan los partidarios de la música tecno, los militantes de la diversidad sexual, los apolíneos corredores ciclistas y de maratón... Las sentencias del Tribunal Europeo quizá ayuden a que las sombrías procesiones de los que las ven como una catástrofe den paso a maratones de atrevido colorido y txapelas de diseño, sin enemigos inventados, sin creer que sea posible cualquier medio para alejarlos de las propias fantasías. Camus nos enseñó que el germen de la peste nunca desaparece del todo, que los héroes son quienes cumplen con su deber y lo combaten cuando rebrota. Qué gran materia para una educación ciudadana.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20090704/opinion/derecho-contra-delirio-20090704.html