lunes, 20 de septiembre de 2010

Los herederos de ETA

20/09/2010

AURELIO ARTETA

El País



Ahora, con tanta bulla provocada por la nueva salida a escena de ETA, es cuando más nos conviene pensar en voz alta. En estos casos el comentario inmediato obstruye la reflexión más profunda, la estrategia a corto plazo desplaza a la visión más amplia y meditada. ¿Estamos seguros de que está en juego solo la disolución de una banda terrorista y la entrega de sus armas? Yo, no. Uno ya ha aprendido que a menudo la política es un pragmático tira y afloja entre fuerzas enfrentadas, pero también que el cuánto y el cómo de ese "tirar" y "aflojar" dependen de la claridad de los criterios políticos y morales de quienes nos representan.

Por si acaso, empecemos por reparar en una obviedad que los ingenuos aún ignoran y los incautos desdeñan: el final del terrorismo no será el final del problema vasco. A lo mejor ETA se extingue algún día de estos, que sea enhorabuena, pero el desafío que hoy nos lanza el nacionalismo vasco está más vivo que nunca. Si alguien cree que nuestro conflicto es el que ETA mantiene con la mayoría de nuestra sociedad, se equivoca. Para el nacionalista el verdadero conflicto radica en la falta de reconocimiento de la existencia del pueblo vasco y su derecho a decidir. O sea, ese conflicto creado por la ideología nacionalista vasca, el mismo que hace 50 años dio lugar a ETA, el que a diario avivan los partidos de la cuerda y el que subsistirá mientras perdure ese nacionalismo etnicista. En definitiva, es el conflicto que enfrenta al mítico pueblo vasco con la sociedad vasca real. Para ser más exactos, el conflicto que nos enfrenta (y enfrentará) a los vascos mientras unos sigan empeñados en anteponer sus presuntos derechos nacionales a los derechos de todos como ciudadanos.

Algunos lectores se extrañarán. ¿O es que no representa una inmensa ganancia el que un día más o menos cercano estos criminales desaparezcan? Inmensa, sin duda, para sus víctimas reales y para las potenciales. Pero insuficiente y, desde luego, engañosa como la euforia pase por alto otros cuantos hechos que acompañarán esa desaparición. Si en un estricto sentido militar la banda armada no ha ganado la contienda (aunque tampoco la haya perdido), en el político se diría con bastante fundamento que ETA ha salido victoriosa. Ha sido ella quien ha arrastrado hacia sus trincheras a la izquierda y a la derecha nacionalistas, sin ella ni el "contencioso" ni sus crecientes pretensiones existirían con parecida virulencia. Según los sondeos, una cuarta parte de la juventud vasca la secunda y la mitad no llega a condenarla del todo. Y, lo que es más, su disolución dejará múltiples herederos políticos que ya han tomado su relevo. Claro que los conoces, lector.Son quienes los últimos años llevan clamando un día sí y otro también contra la Ley de Partidos, a la que achacan cercenar la democracia e impedir la representación de muchos ciudadanos de Euskadi. Son quienes no paran de despreciar la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que ratificó la validez de aquella ley y el carácter antidemocrático de Batasuna. Los que se han opuesto a la retirada en las calles de los símbolos etarras y fotos de los terroristas, simplemente porque "reflejan una realidad" (Zabaleta dixit). Los mismos que arremeten contra un plan educativo que busca introducir en las escuelas vascas el testimonio de las víctimas del terrorismo, pues al parecer habría que escuchar a todas las víctimas. También los que en muchos pueblos han rehusado su voto para expulsar a los concejales de ANV, que no condenan el ejercicio del terror. O ese partido, Aralar, que sí dice condenarlo, pero añadiendo enseguida que "nunca apoyará a las fuerzas de seguridad del Estado"... Todo esto ha venido en los periódicos. Y si entonces unos son cómplices de los terroristas, ¿no serán los otros cómplices de esos cómplices?

Tardará en llegar el tiempo del arrepentimiento y del perdón. Por ahora, no estoy convocando a hacer cuentas vengativas con el pasado, sino a mirar de cara el presente. Tampoco se equivoquen: apunto a los miembros de esa contradicción que es una izquierda compuesta por abertzales, pero no menos a ese pleonasmo llamado derecha abertzale. Todos ellos, unos sin reprobar nunca y otros nunca demasiado las andanzas de la banda, siempre han compartido en lo esencial sus fines. A sus ojos, y como mucho, ETA es mala tan solo porque mata, no por lo que pretende al matar. Y ante ella nuestra sociedad requiere nada más que un "blindaje ético" frente a sus instrumentos criminales, pero no respecto de sus impecables objetivos. Lo acaba de enseñar en la universidad el diputado general de Guipúzcoa, del PNV, para quien este es el momento de que ETA acabe porque se le está acabando "el oxígeno de la legitimación", no porque jamás haya contado con un átomo de legitimidad. De modo que es ETA la que debe esfumarse del espacio público, pero en modo alguno sus aspiraciones. El final del terror etarra no ha de ser "la derrota de un proyecto político", de eso nada, sino la incorporación de todas las opciones políticas "sin exclusión". De todas, ya ven, incluidas las antidemocráticas, porque son tan pluralistas que afirman el derecho a defender hasta las opciones que niegan derechos de los demás.

Les he llamado herederos de ETA y ya se entiende que no heredan sus procedimientos, sino sus convicciones. Es de temer, con todo, que a las víctimas se les remuevan las entrañas ante la exhibición de unos programas políticos que persiguen lo mismo por lo que ETA ha matado y por las mismas razones por las que ha matado. Y a los demás, ¿acaso nos deberá bastar su adiós a las armas para quedarnos satisfechos? Podría bastarnos si solo viviéramos atentos a la legalidad o a la legitimación social de lo que ocurre, pero en democracia no podemos sustraernos a juzgar sobre todo su legitimidad moral. En este régimen, una vez asegurados los medios pacíficos, lo que importa es justificar los proyectos colectivos conforme a los principios de libertad e igualdad políticas. Porque una mayoría no será democrática si avala un proyecto que amenaza quebrar la igualdad ciudadana, lo mismo que unos instrumentos simplemente pacíficos no legitiman unos objetivos injustos.

Por eso al final brota inevitable una sospecha que suena al colmo de lo "incorrecto". ¿Y si el nacionalismo etnicista no fuera una ideología política tan aceptable como otra cualquiera, sin nada especial que la distinga? Pues el caso es que la distingue precisamente su creencia en que por encima de la comunidad de ciudadanos está esa otra comunidad formada por los creyentes en su Pueblo. La distingue su arrogante certeza de que el territorio que ocupamos es más suyo que de nadie, así como de su presunto derecho a administrarlo según su exclusiva voluntad. Y estas diferencias, por sí solas, siembran entre los miembros de una sociedad tan compleja como la vasca una tensión radical, permanente e insuperable..., aunque no dé lugar al enfrentamiento violento. Así pues, estamos obligados a convivir con los nacionalistas, pero no a disimular los obstáculos que su credo levanta contra esa convivencia. El día en que aquellos pocos se deshagan por fin de sus armas mortíferas, muchos volveremos a pertrecharnos de las mejores razones para seguir resistiendo a sus herederos.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco.


http://www.elpais.com/articulo/opinion/herederos/ETA/elpepuopi/20100920elpepiopi_4/Tes

domingo, 19 de septiembre de 2010

La verificación internacional

19.09.10

ROGELIO ALONSO | PROFESOR DE CIENCIA POLÍTICA, UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS

El Correo



«La farsa de la verificación es una de las opciones que Batasuna quiere explotar para rentabilizar la especulación sobre el final de ETA al tiempo que intenta generar fisuras en una eficaz política antiterrorista»


Un alto el fuego permanente y verificable internacionalmente. Ésa era la petición que ETA no satisfacía en su anterior comunicado y que le habían hecho tanto Batasuna como varios premios Nobel en la llamada Declaración de Bruselas del pasado marzo, a cuyos firmantes dirige un mensaje en su nueva misiva, avanzada ayer. El anterior desprecio a aquellas personalidades, no impedía a ETA requerir la implicación de la comunidad internacional: «A ella le hacemos un llamamiento para que responda con responsabilidad histórica a la voluntad y compromiso de ETA, para que tome parte en la articulación de una solución duradera, justa y democrática a este secular conflicto político». ETA elude así la responsabilidad por el final del terrorismo que evidentemente sólo recae sobre ella.

La implicación extranjera brindaría a ETA y Batasuna una baza con la que aliviar su profunda crisis. Cuando Batasuna reclama esa verificación seduce a algunos observadores que declaran su fe ciega en la ruptura del brazo político con el armado pese a la evidencia de que el movimiento terrorista, aunque con tensiones, permanece fiel al terrorismo. No es extraño que actores externos sean vulnerables al engaño cuando algún político vasco sigue concediendo crédito a los interesados testimonios de dirigentes de Batasuna que le trasladan su «irreversible» voluntad de dejar el terrorismo mientras los hechos confirman su consistencia en el error.

Al involucrar a agentes internacionales se favorece la agenda de Batasuna, ya que, bajo la apariencia de neutralidad, actores desconocedores del terrorismo etarra adoptan un tendencioso rol de mediación que de forma perniciosa ubica en el mismo plano de responsabilidad a un grupo terrorista y a una democracia. Lo demostraba la Declaración de Bruselas en la que sus firmantes reclamaban al Gobierno español una «respuesta apropiada» a una entonces hipotética tregua de ETA mientras asumían la propaganda de Batasuna al destacar «el nuevo compromiso de la izquierda vasca independentista con medios exclusivamente políticos y democráticos». No sólo el desconocimiento de la realidad terrorista y de la verdadera naturaleza del conflicto motivan las erróneas interpretaciones de los actores internacionales, pues algunos de ellos ansían involucrarse en procesos de este tipo por intereses económicos y personales. Brian Currin, artífice de dicha declaración y valedor de los intereses de Batasuna, recibe sustanciosos emolumentos a cambio de los cuales instrumentaliza el proceso norirlandés, ámbito del que surge la propuesta de verificación.

La farsa de la verificación es una de las opciones que Batasuna quiere explotar para rentabilizar la especulación sobre el final de ETA al tiempo que intenta generar fisuras en una eficaz política antiterrorista basada hoy en el consenso y en una asfixiante presión. La constitución de una comisión de verificación similar a la de Irlanda del Norte favorecería la perpetuación de ETA y las constantes presiones sobre Gobierno y sociedad para incurrir en concesiones a la banda a cambio de promesas de mantenimiento de una tregua para la cual ya existen excelentes verificadores: fuerzas y cuerpos de seguridad y servicios de inteligencia. El antecedente norirlandés revela el potencial de coacción que dicha fórmula ofrecería a ETA.

Aunque el cese de la violencia del IRA se produjo sin concesiones hacia la banda, inauguró un proceso en el que sus representantes políticos se beneficiaron de significativos gestos de los gobiernos británico e irlandés. Así generaron perjudiciales consecuencias para la normalización política, repercutiendo negativamente en el objetivo de la desaparición total de la intimidación terrorista y de su necesaria deslegitimación. En 2006, uno de los informes de la comisión de verificación confirmó que el IRA continuaba financiándose y recabando información, poniendo sus actividades ilegales al servicio de la estrategia política de Sinn Fein. O sea, que la vía política emprendida que tanto se ensalzaba desde algunos ámbitos no era democrática en absoluto, al operar el partido con el apoyo criminal, logístico y financiero de un grupo terrorista.

Este escenario seduce a Batasuna, pues aunque la verificación de la tregua del IRA confirmó en 2005 que «se ha convertido en uno de los más sofisticados grupos criminales del mundo», los gobiernos aceptaban tamaña irregularidad mientras la campaña sistemática de atentados mortales se mantuviera contenida. Ese mismo año, el 'premier' irlandés, Bertie Ahern, reconocía en el Parlamento que al introducir a Sinn Fein en el sistema de partidos había pasado por alto las actividades delictivas que el IRA mantenía. Poco antes Tony Blair afirmaba que no debía tolerarse una situación en la que representantes de la voluntad popular se vieran obligados a compartir el Gobierno norirlandés con un partido asociado a un grupo terrorista que todavía permanecía activo. Sin embargo, las autoridades aplicaron una incoherente política que favorecía a Sinn Fein a pesar de las actividades del IRA, relativizando la simbiosis entre ambos y sus nocivos efectos.

La comisión de verificación se declaraba respetuosa con principios democráticos básicos, entre ellos el que destacaba como inaceptable que un partido político, y particularmente sus líderes, expresasen su compromiso con la democracia y la ley mientras su actitud demostraba lo contrario. Sin embargo la comisión incumplió su propio mandato y se convirtió en garante de una dañina política al maquillar el chantaje terrorista que tanto atrae a Batasuna. Su reproducción en el País Vasco resultaría contraproducente, pues aquí la política antiterrorista debe aspirar a la desaparición total tanto del terrorismo etarra como de su legitimación, y no meramente a cerrar en falso un conflicto terrorista como en Irlanda del Norte.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100919/opinion/verificacion-internacional-20100919.html

jueves, 16 de septiembre de 2010

El camino irreversible

16.09.10

JOSEBA ARREGI |

El Correo



«A la caída del mito de la imbatibilidad de ETA se le ha sumado su situación de fuera de juego en la actividad democrática institucional, con lo que su debilidad se ha acrecentado»



El camino irreversible a la paz, nos dicen. Porque la izquierda radical nacionalista ha tomado las riendas del proceso. Conviene hacer algo de memoria, saber de dónde venimos para que el camino futuro sea el correcto. El camino a la paz es irreversible porque un día Rodríguez Zapatero, entonces líder de la oposición, ofreció al PP y al Gobierno de Aznar un pacto para la lucha antiterrorista. Y de esa oferta surgió el pacto por las libertades y contra el terrorismo.

El camino a la paz es irreversible porque la firma de ese pacto supuso crear el contexto en el que el mito de que ETA era imbatible comenzó a caer, y con la caída de ese mito, ETA perdió su palanca fundamental contra la sociedad vasca: si era imbatible, no había más salida que la negociación política. Sin ese mito, todo era cuestión de tiempo, que ha corrido, y está corriendo muy rápido.

El camino a la paz es irreversible porque la mayoría de ciudadanos vascos ya no se pregunta, gracias a lo dicho, si se puede acabar con ETA, sino cuándo y cómo se va a producir su desaparición. El camino a la paz es irreversible porque desde el momento citado el Estado actúa decidido contra ETA, con todos sus medios, dentro de los límites marcados por el derecho y las leyes, pero sin otro condicionamiento, esté el nacionalismo vasco de acuerdo o no.

El camino a la paz es irreversible porque desde entonces las fuerzas de seguridad han actuado de forma muy profesionalizada, con gran conocimiento de causa, con la colaboración internacional incondicionada, habiendo sido capaces de debilitar operativamente a ETA de una forma muy significativa.

El camino a la paz es irreversible porque, en la secuencia del pacto por las libertades y contra el terrorismo, se aprobó la Ley de Partidos políticos, lo cual colocó al mundo ETA/Batasuna ante la disyuntiva de renunciar a la violencia terrorista o renunciar a la participación institucional. Como ese mundo no fue capaz de decidirse, porque quería continuar en ambos planos, Batasuna, y todas sus marcas, han ido siendo expulsadas del juego democrático.

El camino a la paz es irreversible porque a la caída del mito de la imbatibilidad de ETA se le ha sumado su situación de fuera de juego en la actividad democrática institucional, con lo que la debilidad de ETA se ha acrecentado de forma significativa. La disyuntiva de tener que optar o por el terrorismo o por la política ha hecho mella, está haciendo mella en el mundo ETA/Batasuna, aunque parece que ETA se resiste aún a extraer las consecuencias debidas.

El camino a la paz es irreversible porque, en el tiempo que va transcurriendo desde la firma del pacto por las libertades y contra el terrorismo la mayoría de la sociedad vasca no sólo se ha liberado de la creencia que la encadenaba a una negociación imposible con ETA, porque la creía imbatible, sino que se ha ido distanciando de forma creciente de los supuestos que alimentaban la justificación de la violencia terrorista.

El camino a la paz es irreversible porque las víctimas de la historia de terror de ETA han conseguido, con tremendo esfuerzo, ser visibles en la sociedad. El debilitamiento creciente y estructural de ETA y de su entorno Batasuna ha ido en paralelo con la fuerza creciente que han adquirido las víctimas, la memoria de las primarias -los asesinados por ETA- y la subsiguiente de quienes quedaron marcados en vida por esos asesinatos.

El camino a la paz es irreversible porque la memoria de los asesinados no deja de plantear la legitimidad del proyecto político que motivó, justificó y causó su asesinato. El camino a la paz será irreversible cuando esa pregunta reciba una contestación adecuada.

El camino a la paz es irreversible porque cada vez está más clara la raya que separa la democracia del terror: después de muchos esfuerzos la mayoría de los ciudadanos vascos sabe que no se puede negociar la paz por conquistas políticas. Aunque no se diga tan explícitamente, la mayoría de la sociedad vasca sabe que no se puede plantear la asunción de un determinado proyecto político -autodeterminación y territorialidad- a cambio de la paz como lo hacía el plan Ibarretxe.

El camino a la paz es irreversible porque la sociedad vasca cree poder tocar ya con los dedos de la mano el fin de ETA. Esa esperanza es el mayor enemigo de ETA, al igual que la creencia de que era imbatible era su mayor fuerza. Las tornas han cambiado radicalmente porque el Estado y muchos ciudadanos han actuado decididamente para que ello sucediera. Aunque seguimos corriendo el peligro de creer que todo está acabado y no queda nada por hacer.

En ese sentido, el camino a la paz será irreversible cuando quede al descubierto el esfuerzo que algunos están haciendo de salvar el proyecto de ETA sin ETA y su terror. Cuando la gran mayoría de ciudadanos vascos asuma que la historia de violencia terrorista de ETA nunca tuvo explicación ni justificación alguna. Cuando quede claro que no puede existir un tiempo post-ETA en el que sean vigentes los principios que constituían el proyecto político de ETA.

El camino a la paz es irreversible porque es el camino a la libertad de los vascos, porque es el camino al Estado de Derecho. El camino a la paz será irreversible cuando aprendamos que en democracia la única identidad que importa es la identidad política que se basa en los derechos ciudadanos y en las libertades fundamentales, que son universales. Cuando aprendamos que lo que importa en democracia no es ni el sentimiento, aunque sea el sentimiento de pertenencia, ni la identidad lingüística o cultural, así como no importa ni el interés económico ni la creencia, o increencia, religiosa: nada de todo esto puede ser condición para ser sujeto de los derechos políticos de ciudadano.

No será un camino a la paz, y a la libertad sobre todo, si el tiempo post-ETA es un tiempo en el que el territorio y la identidad vengan marcados por la lengua, la cultura, la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia, en lugar de venir marcados por el derecho y las leyes. Aquéllos pueden tener su sitio y su función sólo si están sometidos a éstos.



http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100916/opinion/camino-irreversible-20100916.html

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Serbia se arrodilla

15.09.10

DANIEL REBOREDO | HISTORIADOR

El Correo



«¿Por qué después de Kosovo no pueden declararse independientes de forma unilateral Abjasia, Nagorno Karabaj o, en España, Cataluña, Galicia o el País Vasco? ¿Qué diferencia habría si los ciudadanos lo decidieran?»


Serbia se ha rendido. La presión inmisericorde de los garantes del 'orden mundial' ha surtido efecto. Era cuestión de tiempo que ello fuera así. El pequeño país balcánico, otrora falange de la Yugoslavia que no se doblegó, como hicieron los restantes países satélites de la URSS, a las nuevas directrices que rigieron las relaciones internacionales tras la desaparición de la potencia soviética en 1989, no ha tenido más remedio que ceder en el desigual pulso que mantenía desde que Kosovo se declaró independiente el 18 de febrero de 2008.

Cuando la Corte Internacional de Justicia de La Haya manifestó, el pasado 22 de julio, que la independencia kosovar no violaba las leyes internacionales, se resquebrajaron las esperanzas serbias de recuperar su territorio matriz, y la resolución presentada por el Gobierno serbio el jueves de la semana pasada, 9 de septiembre, en la Asamblea General de la ONU, apostando por el diálogo con el Gobierno kosovar (con la Unión como mediadora) es la más clara manifestación de que Serbia ha hincado la rodilla en tierra sometiéndose a las exigencias comunitarias. La aberración secesionista kosovar, que en otras circunstancias y en otro marco se podría haber considerado como una opción válida e incluso razonable, nació de la decisión de un gobierno provisional, establecido por la UNMIK bajo las disposiciones de la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que no tenía ningún poder para declarar la independencia de Kosovo y que claramente se extralimitó en sus funciones sumergiéndose en la ilegalidad al contradecir el Marco Constitucional y la citada Resolución 1244. Se violaba así el régimen legal que las Naciones Unidas establecieron para la administración de Kosovo y, lo que es mucho peor, se abría una caja de anélidos para las secesiones por todo el mundo. Obviamente, esto no lo deseaban los 'padrinos' del nuevo Estado, EE UU y la Unión de Alemania, y por eso han insistido siempre tanto en que el 'fenómeno Kosovo' era algo excepcional que no implicaría precedente alguno. Claro que cuando se burlan los acuerdos y las leyes, antes o después las excepciones se convierten en normas.

De todo el trágico vodevil yugoslavo lo que más irrita a cualquier observador imparcial es el uso y abuso de la mentira y el doble rasero de medir que se ha utilizado y se utiliza a la hora de analizar las responsabilidades de unos y otros. A ello se suma la deriva europea y norteamericana en las decisiones que se fueron adoptando y que nos dejan como muestra el apoyo inicial, en 1991, a la integridad territorial yugoslava que inmediatamente se convirtió en defensa de la secesión de Eslovenia y Croacia basándose en el derecho a la autodeterminación y, fundamentalmente, la contradicción entre el argumento de que la integridad de Bosnia y Croacia favorecería el triunfo del derecho de los serbios a la autodeterminación y el discurso, cambiando los principios, avalando los derechos de los albaneses de Kosovo que se impondrían a la integridad de Serbia. Todo ello se aderezó, entre otras salsas, con el chantaje inaceptable de Rambouillet (febrero y marzo de 1999), que los entonces yugoslavos rechazaron y que dio la excusa perfecta para iniciar los bombardeos de la OTAN, y con el genocidio que nunca existió en Kosovo. La campaña de demonización serbia y la propaganda mediática para justificar la guerra fue ingente y una realidad que aún hoy muchos niegan a pesar de que se hayan editado numerosos libros, cientos de artículos, documentales, etcétera, que la respaldan, así como los testimonios plasmados en informes de funcionarios de la ONU.

Después de numerosos artículos escritos sobre el tema yugoslavo cada vez se hace más difícil repetir, una y otra vez, las razones del conflicto que asoló los Balcanes el siglo pasado. Recordemos de nuevo que la Europa de los años noventa del siglo XX se encontró con dos problemas importantes, la utilidad de la OTAN al desaparecer la URSS y los espacios geográficos y territoriales que su desaparición dejaba en el continente. Para ambos la guerra de los Balcanes fue la solución perfecta. Alemania alentó y apoyó la secesión eslovena y croata, secundada más tarde por EE UU y sus intereses geoestratégicos frente a Rusia, y de ahí la creación de la gigantesca base militar de Camp Bondsteel. No olvidemos tampoco que Yugoslavia nació de una guerra de liberación nacional propia, con poca participación exterior, y que después de los nazis se enfrentaron a los soviéticos; que el período de esplendor nacional y económico del país fue la época de Tito y que ello se plasmó en el liderazgo del movimiento de países no alineados y, en última instancia, que la mini-Yugoslavia de Milosevic seguía siendo algo similar a 'un país socialista' y que por ello el ex ministro de Justicia y disidente estadounidense Ramsey Clark pronunció las palabras siguientes: «Destruimos Yugoslavia sólo porque era la última isla de socialismo en Europa», y el alto funcionario para Yugoslavia del Departamento de Estado de EE UU, George Kenney, señaló que en la Europa posterior a la Guerra Fría «no había lugar para un vasto Estado socialista con pretensiones independientes y que se resistiese a la mundialización». En fin, podríamos continuar, pero estas precisiones sirven para explicar que la terrible violencia de los Balcanes tiene puntos de vista que se han ocultado con tenacidad.

La pregunta a plantearse ahora es: ¿Por qué después de Kosovo no pueden declararse independientes de forma unilateral otras regiones del mundo como Abjasia, Nagorno Karabaj, la República Srpska, Transnitria y, en España, Cataluña, Galicia o el País Vasco? ¿Qué diferencia habría si los ciudadanos así lo decidieran? ¿Serían reconocidos con tanta celeridad por EE UU y la Unión? ¿Darían su permiso para llevarlo a cabo? Claro que sí, siempre que sus intereses así lo aconsejaran. Las rodillas de Serbia soportan el peso del abandono. ¿Habrá más rodillas en la misma situación? Seguramente.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100915/opinion/serbia-arrodilla-20100915.html

lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Islam o Al Qaeda?

13/09/2010

GABRIEL ALBIAC


ABC



Al Qaeda sola tal vez hubiera logrado consumar el atentado de 2001. Sin la mitología-Islam, hubiera sido aniquilada de inmediato


EN su sutil reflexión sobre el islamismo, Allan M. Dershowitz se planteaba la pregunta tras cuya elusión se pudre la impotencia europea: «¿Qué habría sucedido si la comunidad internacional hubiera respondido a los actos terroristas iniciales con una condena universal y un rechazo absoluto a reconocer a la OLP y su causa?». La respuesta es obvia. Europa capituló ante las amenazas terroristas: secuestros y voladuras de aviones fueron, junto al asesinato en masa de los Juegos Olímpicos de Munich, el detonante que impuso el chantaje. Se trocó a los asesinos en héroes y en villanos a los asesinados. Israel fue anatemizado como nación diabólica. Y los asesinos de la OLP fueron elevados al altar progresista. Alemania, la Alemania socialdemócrata de Brandt, fue la primera en rendirse. Siguió luego toda Europa. Y se acabó la posibilidad de vencer en esa guerra. Porque saben los terroristas —lo sabe cualquiera que no sea un europeo humanitario—, «que si son apresados en un país que capitula, serán liberados rápidamente, aunque pida su extradición un país que no capitula». Y su aniquilación será imposible.

El 11 de septiembre de 2001 marcó un salto en la lógica militar del islamismo. La que venía ya forjándose desde la formación del régimen de los ayatollahs en Irán y cuya coartada retórica fue, desde un primer momento, la «causa palestina»: Estados Unidos e Israel, el Gran Satán y el Pequeño Satán, eran exterminables, según mandato del Misericordioso. Así fue proclamado, sin equívocos, por parte de Jomeini, de sus sucesores iraníes, pero también de la OLP y sus escisiones; y de Hamás luego, como de toda el área difusa del Islam político en el mundo. Los carteles con aviones estrellándose contra retratos de dirigentes americanos e israelíes, son parte añeja de la iconografía palestina.

La aseveración de Obama en este noveno aniversario —«nos atacó, no el Islam, sino AlQaeda»— es síntoma de que ese desconcierto ha llegado a los Estados Unidos. Y de que la pulsión autodestructiva, analizada por Dershowitz, va camino de triunfar. Porque la alternativa es falsa. AlQaeda, por sí sola, es apenas nada. El mejor documentado de los estudios sobre el grupo de Bin Laden, el de J. Burke, traza un mapa que está muy alejado de lo que Occidente entiende como organización terrorista. Nada hay en Al Qaeda de la red piramidal que define el terrorismo moderno. Sencillamente, porque el modelo de éste es el Estado, a cuya estructura disciplinaria se ajusta como un calco el terror revolucionario. Pero el Estado es una abominación vetada por un Islam que no reconoce otra red de identificación que la ummah, la comunidad universal de los creyentes bajo el mandato del Libro. Al Qaeda no necesitó nunca organización, porque su logística la ponían la red de las mezquitas, el clero wahabí y la obediencia coránica.

¿Al Qaeda o Islam? Al Qaeda sola, tal vez hubiera logrado consumar el atentado de 2001; aunque no lo juzgo muy probable. Sin la mitología-Islam, hubiera sido aniquilada de inmediato. Y es más consolador, desde luego, soñar que es un grupúsculo mínimo de millonarios saudíes tu enemigo. En vez de la segunda religión del planeta. Pero el consuelo, en la guerra, es antesala de la derrota.


http://www.abc.es/20100913/opinion-colaboraciones/islam-qaeda-20100913.html

sábado, 11 de septiembre de 2010

El eterno retorno

11.09.10

AURELIO ARTETA | CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA DE LA UPV-EHU

El Correo




A lo mejor ETA se extingue algún día de estos, que sea enhorabuena, pero el desafío que nos lanza el nacionalismo vasco no ha hecho más que empezar. Las últimas declaraciones del señor Markel Olano, del PNV, vienen a corroborarlo. Si alguien pudo creer que nuestro conflicto era el que ETA mantenía con la mayoría de la sociedad vasca, se equivocaba. Entérese de que el verdadero conflicto es la «falta de reconocimiento de la existencia del pueblo vasco y su derecho a decidir». O sea, ese conflicto originado por la ideología nacionalista vasca, el que hace cincuenta años dio lugar a ETA, el que a diario avivan los partidos nacionalistas y el que subsistirá mientras perviva ese nacionalismo. En definitiva, es el conflicto que enfrenta al mítico pueblo vasco con la sociedad vasca real. Para ser más exactos, el conflicto que nos enfrenta (y enfrentará) a los vascos mientras algunos sigan empeñados en imponer sus presuntos derechos nacionales sobre los derechos de todos como ciudadanos.

Así, la autodeterminación le parece al diputado general de Guipúzcoa un derecho indiscutible de los pueblos. Lo ha pronunciado en un curso de la Universidad -de verano, desde luego-, pero no esperen encontrar argumentos que apoyen semejante convicción, algún fundamento teórico que le avale siquiera un poco, una cita de autoridad en que ampararse. A los creyentes les basta con su fe. Para él semejante derecho es obvio, eso sí, con tal de que se reivindique por cauces exclusivamente políticos. Porque el esquema mental en este punto del señor Olano resulta sencillo. ETA es mala tan sólo porque mata, amenaza y extorsiona, pero sus ideas son buenas e indiscutibles. Condenables son sus medios violentos, sus fines serían políticamente impecables.

Y para nuestro diputado la democracia es nada más que cálculo de medios, no justificación de fines. La democracia sólo es un régimen político pacífico, el ejercicio no violento del poder, se base en las premisas en que se base y pretenda los objetivos que pretenda. Así se explica que una ideología de raíz contraria a la democrática pueda llamarse 'nacionalismo democrático'. Le cuesta entender que, si un objetivo político es injusto, los medios pacíficos para alcanzarlo no lo hacen más aceptable. Una meta antidemocrática no se vuelve democrática porque se postule por medios no violentos. Tampoco es la democracia el régimen que se limita a sumar voluntades, sino el que exige debatir y aquilatar las razones que justifican esas voluntades. El 'derecho a decidir' no se consagra simplemente porque así lo desee una imaginaria mayoría. Primero habrá que fundar ese presunto derecho en razones universalizables.

Ignorando principios políticos tan cruciales, las propuestas de Markel Olano expresan puros desvaríos reinantes entre los suyos. Así nos dice que ETA debe acabar porque se le está acabando «el oxígeno de la legitimación». O, lo que es igual, porque está menguando el apoyo social que ha recibido durante décadas; en caso de seguir recibiendo tales apoyos, entonces el pragmatismo exigiría que la organización terrorista siguiera en activo. Es una barbaridad que nace de confundir sistemáticamente la legitimación sociológica con la legitimidad moral, una distinción que al parecer no aprendió en la Facultad de Filosofía. El guiño posterior de reconocer a todas las víctimas ya sabemos qué significa: que las víctimas son iguales porque todas tienen madre, que las violencias que las causaron (la de la banda y la del Estado o los tribunales) son equiparables.

De modo que ETA debe desaparecer, pero de ningún modo sus aspiraciones políticas, que en lo esencial son compartidas por todos los nacionalistas vascos. El final del terror etarra no ha de ser «la derrota de un proyecto político», el de la izquierda abertzale. No, señor; ese final será incorporar al sistema democrático «todas las opciones políticas sin exclusión», incluidas por tanto las enemigas del sistema democrático. Esto último es lo que dice textualmente de la izquierda abertzale el Tribunal Europeo de Derechos Humanos: que esos partidos mantienen «un proyecto político incompatible con las normas de la democracia»; o que proponen «un programa político en contradicción con los principios fundamentales de la democracia». Seguramente Olano y sus camaradas no leyeron esa sentencia porque se lo prohibía su religión.

Para ellos democrática es la «aceptación de la pluralidad de una sociedad», así, por las buenas. Y es que han oído campanas sin saber dónde y, en cuanto echan mano de un concepto, lo dejan todo perdido. Pluralidad no es lo mismo que pluralismo; aquélla es una categoría empírica; ésta, jurídica y política. La democracia instituye el pluralismo para reconocer el derecho de las creencias plurales a ser y expresarse, pero también para negar ese derecho a las que entrañen una grave amenaza de los derechos de todos. Por eso la ilegalización de la izquierda abertzale, lejos de ser una 'distorsión democrática', como la califica el señor Olano, representa un resultado del pluralismo y una condición mínima de nuestra democracia. La tolerancia hacia el intolerante es un inmenso absurdo, como sabe cualquier alumno de su correligionario el profesor Larrazábal.

En fin, a nuestra sociedad no le basta con «un blindaje ético» frente a los medios criminales de ETA. Eso sería reducir el papel de la ética pública a reprobar el asesinato o la corrupción y dejar lo demás a esa política en la que todo vale mientras no haya tiros. Pero hace ya mucho que esta sociedad necesita sobre todo un blindaje ético y político para resistir y cuestionar las premisas y las metas de ETA. A poco que él mismo estuviera así de pertrechado, ¿acaso se le ocurriría a nuestro diputado soltar tantos disparates?


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100911/opinion/eterno-retorno-20100911.html

Internacionalizar

11.09.10

JAVIER ZARZALEJOS |

El Correo


«ETA busca embarrar el terreno facilitando la 'internacionalización del conflicto', es decir, de su problema. Sería momento adecuado de que el Gobierno previera cualquier equívoco. ¿Mediadores? No, gracias»


Todos nos hemos felicitado por la unidad que han demostrado los partido políticos ante la declaración de los encapuchados de ETA. El Gobierno ha querido mostrarse en términos particularmente enérgicos. Bien es verdad que el presidente confesó su decepción por lo anunciado -o, más bien, lo no anunciado- por los voceros etarras. No se sabe si Rodríguez Zapatero tenía alguna razón para albergar expectativas muy distintas y, tal vez, la contundencia de su mensaje a Batasuna tenga que ver con alguna esperanza de ésas que ETA siempre defrauda. Mensaje contundente también en el ministro de Interior al negar posibilidad alguna de negociación con la banda.
No hay nada que objetar a que se descarte la negociación con la banda, aunque resulte un tanto extraño que al mismo tiempo se insista desde el Gobierno en reivindicar «el proceso» de la legislatura anterior como un gran acierto estratégico. La duda es si al rechazar la negociación se responde a lo que ETA realmente busca con su declaración. Porque no parece que buscar una negociación sea el objetivo prioritario de esa puesta en escena que ahora tantos encuentran tan fácil ridiculizar. Ni siquiera en sus elucubraciones más paranoides podría creer ETA que hoy sería posible reeditar lo que ocurrió en 2006. El adanismo de Zapatero, con ser mucho, no llegaría a tanto en un estado de debilidad creciente del Gobierno y con una opinión pública que tiene motivos muy fundados para confiar en la Guardia Civil mucho más que en cualquier mesa negociadora para alcanzar el final de ETA.

ETA, sin duda, busca forzar 'tiempo muerto'. En ese intento de recuperación debería prestarse más atención a la llamada 'internacionalización del conflicto' como objetivo más inmediato que ETA querría afianzar. La 'internacionalización' no significa sólo tener a mediadores, presuntos o reales, de un lado para otro; se trata de abrir una vía de presión -posiblemente la única que les queda a ETA y a su brazo político- sobre la opinión pública y las instituciones; permite alimentar una corriente continua de impugnación de los instrumentos del Estado del Derecho; recupera para los terroristas la consideración de interlocutores legítimos y les abre de nuevo la posibilidad de volver a desdoblarse en mesas 'técnicas' y 'políticas'.

Pero sobre todo la internacionalización traslada el problema a un terreno de juego en el que el Estado de Derecho embarranca. De la Ley de Partidos, la deslegitimación social, los tribunales de Justicia, la reparación a las víctimas y el respeto a su memoria se pasa a los 'principios Mitchell', los diálogos incluyentes, la negociaciones multipartitas y la coacción moral sobre las víctimas en nombre de la reconciliación. Difundida la declaración etarra, Gerry Adams -otro de los fijos- pedía al Gobierno español «desoír las voces de los que plantean la solución del conflicto en términos de victoria y derrota». Adams lo escribía en 'The Guardian', y 'Financial Times' no desentonaba propugnando la legalización de Batasuna con esa persistente miopía analítica que presenta como problema lo que ha demostrado ser parte esencial de la solución. Al rebufo británico, ERC pide la derogación de la Ley de Partidos y el brazo político de ETA, auxiliado por el brazo tonto del nacionalismo, hace glosa creativa de la declaración etarra e insta al Estado a moverse, que ésa es la lógica de la reciprocidad que propagan los mediadores internacionales.

Tan cierto como que la izquierda abertzale quiere presentarse a las próximas elecciones es que ETA, todavía, no se ha preocupado demasiado por allanarle el camino con esta declaración que devalúa las expectativas tan aireadas de un control creciente de Batasuna sobre los pistoleros. Posiblemente nos espera la producción literaria etarra conocida en estos trances. Habrá, tal vez, amagos retóricos que no deberían pasar el filtro de la legalidad a pesar de que la derogación de la Ley de Partidos y la legalización de la representación política de ETA sean la exigencia con la que se ha estrenado todo pacificador en esta historia.

Será necesario recordar entonces lo que declaró el Tribunal de Estrasburgo; porque mientras ETA exista resulta inaceptable cualquier proximidad a sus medios o a sus objetivos, por los que ya ha asesinado y que son incompatibles con un régimen democrático de libertades.

En nada ayuda tanta insistencia en lo difícil de anular una posible 'lista blanca' de Batasuna. La lista podrá ser todo lo blanca que quiera, pero no nace espontáneamente. Alguien, en algún momento, decide presentarla, selecciona a los candidatos, fija la estrategia y organiza la representación y los medios de esa candidatura. No sería fácil de entender que, teniendo una capacidad de información como la que demuestran las operaciones contra ETA, la Fiscalía no pueda ofrecer en su momento a los jueces un dosier convincente y fundado sobre la trastienda de esas candidaturas. Y si se incrustan en un partido legal, la respuesta la dio el propio Gobierno en 2007 con su impugnación parcial de las candidaturas de ANV sin afectar a la subsistencia de ese partido.

A la defensiva, ETA busca, de momento, embarrar el terreno facilitando la 'internacionalización del conflicto', es decir, de su problema. Sería éste un momento adecuado para que el Gobierno previniera cualquier equívoco dentro y fuera: esto no va de 'resolución de conflictos' sino de derrota de ETA y Estado de Derecho. ¿Mediadores? No, gracias.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100911/opinion/internacionalizar-20100911.html

viernes, 10 de septiembre de 2010

Al-Qaida, nueve años después

10.09.10

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR | HISTORIADOR. ESPECIALISTA EN EL MUNDO ÁRABE

El Correo



Nueve años ya desde los atentados del 11-S. Aquel día vimos en vivo y en directo sucesos que normalmente sólo acontecen en los telefilmes o los 'bestsellers' de política-ficción. El avión de línea, un instrumento esencialmente pacífico y benéfico, símbolo de nuestra tecnología, fue empleado contra nosotros como arma de destrucción masiva.

Vamos a analizar las consecuencias de estos dramáticos sucesos poniéndonos en la piel de Al- Qaida. Ha pasado el tiempo suficiente para efectuar una valoración desapasionada de los resultados prácticos para 'la causa'. Primero recapitulemos los problemas del mundo moderno: es un mundo predominantemente no musulmán. Eso ya es algo malo de por sí, pero además es un mundo donde el Islam está en una clara posición de inferioridad material e ideológica frente a Occidente. Sin embargo lo peor de todo es que los musulmanes en su mayoría no lo son de verdad, porque para ser un verdadero creyente hace falta encuadrarse en las filas de Al-Qaida o similares.

Una vez diagnosticado el problema, es evidente la solución: el único Islam verdadero, el integrismo, ha de tomar el poder de buen grado o por la fuerza, y ejercerlo con mano de hierro porque las tentaciones del mundo moderno son muchas y Dios sabe que el hombre ha sido creado débil frente a la tentación. Para lograr este objetivo todos los medios son buenos, incluidos aquéllos expresamente prohibidos por los textos sagrados y por el profeta en persona, como el takfirismo -excomunión- de todos los disconformes, con su subsiguiente exterminio, o el asesinato de prisioneros y la matanza de civiles. Como la tarea es ingente y los verdaderos creyentes son muy pocos, la estrategia a emplear en una primera fase es el atentado espectacular, cuanto más destructivo, mejor. De esta forma no sólo se intenta atemorizar al enemigo, sino galvanizar a los partidarios potenciales para que se unan a 'la causa' y también empujar al adversario infiel a cometer alguna barbaridad imprudente que se vuelva luego en su contra. Entonces se puede pasar a la siguiente fase: la conquista del poder en algún país islámico, que servirá de base para conquistar los demás. Existen dos países extremadamente interesantes: Arabia Saudí, por su petróleo pero sobre todo por albergar los lugares santos del Islam, y Pakistán, por su gran población y su arsenal atómico.

Aclarado todo esto, ya podemos valorar los resultados obtenidos: el primero es negativo. Se subestimó muy gravemente la reacción del enemigo, que no se limitó a unos cuantos bombardeos de represalia sino que lanzó una invasión total de Afganistán. La población no se resistió y los talibanes se derrumbaron. En fechas posteriores se ha corregido en parte la situación gracias a la incompetencia y corrupción del Gobierno de Karzai y sobre todo el apoyo a gran escala del ejército paquistaní. Sin embargo la guerra de guerrillas, aunque les causa muchas bajas a las fuerzas occidentales, sólo obtiene verdadero apoyo entre la etnia pastún, que forma aproximadamente la mitad de la población afgana, y gran parte de los combatientes no son afganos, sino pastunes paquistaníes.

En Irak, al principio todo fue muy alentador. Los norteamericanos derribaron a Sadam Hussein -algo que Al-Qaida nunca habría logrado por sus propios medios- y luego, por soberbia y tacañería, intentaron controlar la situación con medios y tropas muy inferiores a las realmente necesarias. El movimiento logró enseguida rápidos progresos, pero la población suní no sólo no se alistó en la yihad sino que acabó organizando milicias que colaboraron con los invasores infieles contra la propia Al-Qaida.

En los demás frentes los resultados han sido muy desiguales. Se han logrado atentados muy destructivos en Indonesia, España, Gran Bretaña y otros lugares, pero de manera muy discontinua. Se han logrado, es muy cierto, infinidad de reclutas, pero las masas siguen sin adherirse al movimiento. En cuanto a Arabia Saudí, a corto plazo es una causa perdida. Hay demasiado dinero para comprar voluntades y adormecer conciencias. Hay demasiados jóvenes que van a estudiar a Occidente y se dejan seducir por las tentaciones modernas. El régimen es una dictadura implacable con ojos y oídos por todas partes, donde los verdugos no permanecen ociosos mucho tiempo.

A corto plazo la mejor esperanza es Pakistán. El país sufre una profunda crisis que podría llevarlo al colapso. Mejor todavía: los principales responsables de evitar el colapso, los militares, en realidad lo favorecen para impedir la consolidación de la autoridad civil, lo que les dejaría fuera del poder. Los pastunes paquistaníes son una minoría, pero son la cabeza de puente para conquistar Pakistán y apoderarse de su arsenal atómico.

Éste es el punto de vista que probablemente tienen los líderes integristas más inteligentes y con mayor capacidad autocrítica. Lo más habitual sin embargo será un triunfalismo maniqueo y cerril. El propio Bin Laden ha demostrado muchas veces ser mal táctico y peor estratega. No se debe olvidar que cuando Sadam Hussein invadió Kuwait, Bin Laden creía de verdad que era factible defender Arabia Saudí con unos pocos millares de veteranos de Afganistán, de manera que no era necesario llamar a los norteamericanos. Ya sabemos lo que sucedió después. Bin Laden ha demostrado empuje e imaginación, pero es una persona incapaz de valorar de forma realista una situación dada.

Al-Qaida no puede ganar. Da igual lo listos que puedan ser sus líderes, lo torpes que puedan ser sus adversarios o el apoyo que consigan a largo plazo. Su verdadero punto débil es la inviabilidad de su programa, un callejón sin salida arcaizante y sectario.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100910/opinion/qaida-nueve-anos-despues-20100910.html

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El mito del gran pacificador

08.09.10

IÑAKI EZKERRA |

El Correo



Es la gran tentación de los líderes carismáticos que llegan al poder con un aura de santones laicos y es también su gran punto débil, un innecesario y proteico talón de Aquiles que se fabrican incomprensiblemente para un pie que gozaba de fortaleza y buena salud. Hablo de la tentación de pacificar lo que sea a bombo y platillo; de querer pasar a la Historia como los grandes pacificadores de algo que lleva décadas sin resolverse. Le ha pasado en España a Zapatero con la lacra de ETA y le pasa en Estados Unidos a Obama con el conflicto palestino-israelí. Al primero ETA vuelve a tentarle ahora con otra mal llamada tregua como al segundo vuelven también a tentarle esas eternas conversaciones de paz entre Netanyahu y Mahmud Abbas en las que anda enredando Hillary Clinton a ver si consigue hacer tropezar al nuevo presidente de Estados Unidos con la misma piedra con la que ya tropezó su marido, otro gran pacificador frustrado y no por casualidad.

Porque -hay que tenerlo claro- presentarse como el mesiánico y mágico 'solucionador' de esas tragedias crónicas es la garantía de que se ha de fracasar en su solución. Y es que en cuanto el presidente de una nación, para curarse de otros fracasos de su mandato, se pone públicamente como meta llevar la paz a una situación de terrorismo, guerra o guerrilla se convierte inmediata y voluntariamente en rehén de los terroristas, los militares o los paramilitares que están provocando dicha situación. Hasta ese momento era sólo un hombre que trataba de ejercer sus responsabilidades de gobierno de la mejor o la peor manera. A partir de ese instante en el que se postula como el elegido para salir airoso y vencedor único del reto en el que otros se estrellaron, el terrorista, el guerrillero, el enemigo o sujeto presuntamente susceptible de ser pacificado se sabe a sí mismo como 'un precioso y cotizado bien', como un 'valor en alza', como un 'producto de venta electoral', y tiene por lo tanto a ese gobernante cogido por el cuello o por otro sitio menos decoroso. Sabe que de él depende su éxito político. Y sabe, sobre todo, de la vulnerabilidad en la que le coloca esa situación. De ella se aprovechará y no es difícil adivinar su pensamiento ante el gran pacificador en acción: 'Voy a sacar de ti lo que pueda, negociaciones, beneficios penitenciarios, pronunciamientos internacionales que me legitimen, tribunas mediáticas; todo lo que tú crees que me acerca a la paz y que yo veo que me acerca al objetivo para el que he practicado esa violencia. Tú te crees que me estás dividiendo pero yo estoy aprovechándome de tu engreimiento'. Sabe, en fin, el 'pacificable' que el líder político 'tiene prisa' por resolver ese viejo problema de violencia y lo exprimirá, lo toreará, lo chuleará, lo engañará, lo chantajeará colocándole ante las narices y retirándole el pastel de la ansiada paz a sabiendas de que el pacificador dispone de poco tiempo para serlo, el que marcan una o dos legislaturas.

Sabe que 'tiene prisa', sí. Uno de los análisis más lúcidos y sutiles que he leído sobre la cuestión del 'final de ETA' lo ha hecho José María Ridao en un reciente artículo en el que se preguntaba precisamente «quién tiene prisa y a qué viene la prisa por hallar una solución definitiva al terrorismo y al futuro político de su entorno». La pregunta puede parecer cínica o brutal a simple vista, pero encierra, sin embargo, toda el alma del Estado de Derecho que, aunque a algunos les parezca sorprendente, está antes para garantizar la seguridad y demás derechos de los ciudadanos que para 'convertir a terroristas, violadores, capos y demás descarriados a la religión democrática'. A algunos (a los grandes y pequeños pacificadores sobre todo) les sorprenden estas verdades de Perogrullo porque poseen un concepto confesional de la democracia. Es como si tuvieran algo de clérigos destinados a velar por la salvación del alma del terrorista. Pero que el terrorista se arrepienta o no es un problema exclusivamente suyo. Lo que es problema de la sociedad es su terror y lo que es primer deber de los representantes del Estado de Derecho es tratar de impedirlo, neutralizar su irredenta voluntad criminal, no obsequiarnos con esos compungidos y timoratos comentarios a los que ya estamos habituados como 'a ver si ETA reflexiona', 'a ver si Batasuna cambia', 'a ver si se dan cuenta del daño que están haciendo'… Como si Batasuna y ETA no hicieran ese daño precisamente porque se dan cuenta de que lo hacen. Cuando se ha producido un atentado resulta lacerante esa paciencia 'santojobiana'. Cuando se lleva tiempo sin atentados resulta sencillamente ridícula.

Para luchar contra el terrorismo, como para resolver casos policiales, hay que ponerse en el lugar del malo y no en el del bueno. Un detective de ficción que se pasara la novela entera intentando pacificar al asesino y rezando para que se arrepienta no sería ni Sherlock Holmes ni Hércules Poirot sino otra cosa muy loable pero muy poco narrativa. El problema del gran pacificador es ontológico además de metodológico porque se pone en el lugar del santo que no le corresponde, ya que no está en los altares sino en un escaño del Parlamento o en el sillón del Despacho Oval; ya que no ha llegado a ese asiento por los milagros sino por los votos y ya que no es un mártir sino un representante político cuyo sacrificio implica el de los que le han elegido y han depositado en él su confianza.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100908/opinion/mito-gran-pacificador-20100908.html

lunes, 6 de septiembre de 2010

Alto el fuego retroactivo

06.09.10

FLORENCIO DOMÍNGUEZ |

El Correo




La tregua del año 1998 llevó los apellidos de «indefinida y total». La del año 2006 fue el alto el fuego «permanente». Y para este año las apuestas señalaban que iba a llevar el apellido de «verificable», pero no ha sido así. Por no llamarse no se llama ni tregua ni alto el fuego. Han bautizado a la criatura como «suspensión de acciones ofensivas» y, además, la han dejado sin apellido, convirtiéndola en una tregua inclusera. Sin embargo, si se le hace caso a ETA, habría que decir que se trata de una tregua retroactiva, con efectos en fecha anterior a la publicación del anuncio oficial.

En los servicios antiterroristas se conocía desde hacía meses que la dirección de ETA decidió a finales de febrero o principios de marzo pasar a una situación de «parón técnico» (en expresión interna de la propia banda) para llevar a cabo una profunda remodelación interna que aumentara sus niveles de seguridad. ETA, después de la ofensiva del verano del pasado año, pretendió seguir con su campaña terrorista, pero se topó con una sucesión de operaciones policiales que le pusieron las cosas bastante difíciles. Primero fue la localización de una gran parte de la red de zulos en Francia; después, el desmantelamiento de una red de comandos en Guipúzcoa y Vizcaya, más el descubrimiento de la fábrica de explosivos de Portugal, los planes para construir otra instalación similar en Cataluña y, ya en el mes de febrero, la captura del jefe del aparato militar, Ibón Gogeaskoetxea, aparte de otras actuaciones policiales.

Fueron demasiados desastres, y demasiado importantes, en poco tiempo, por lo que los jefes de ETA optaron por el «parón técnico» y dedicar todas sus energías a reforzar las estructuras de la banda. Esa situación de parón no evitó que mataran al policía francés Jean-Serge Nérin, ni que continuara toda la actividad necesaria para conseguir una organización terrorista preparada para actuar: en todo este tiempo han proseguido las actividades de reclutamiento de nuevos etarras, de adiestramiento, las actuaciones de suministro logístico, los robos de automóviles, la extorsión y hasta se ha reactivado la violencia callejera. A esa situación es a la que ahora ETA llama «suspensión de actividades ofensivas», quizá porque la acción policial le había obligado a ponerse a la defensiva.

Al margen de las dificultades operativas, la banda terrorista se encuentra desde hace meses en una situación política complicada porque no le gusta la evolución de Batasuna, pero no tiene capacidad para cambiarla. No le gustaron los resultados del debate interno y por ello ETA se abstuvo de expresar su respaldo abierto en el comunicado difundido el 19 de enero, aunque con fecha de 31 de diciembre, comunicado en el que, en cambio, sí que mostraba un apoyo abierto a «los esquemas de Anoeta» de 2004.

ETA no estaba tampoco de acuerdo con las peticiones de tregua formuladas por los firmantes de la Declaración de Bruselas y por ello, el 4 de abril, las rechazó. Porque si algo tiene claro ETA, ya sea la de los tres encapuchados del vídeo de la BBC, la ETA de 'Txeroki' o la de los que fueron sus adversarios internos, López Peña, Ainhoa Ozaeta o Igor Suberbiola, es que la continuidad del terrorismo no debe plantearse. Por encima de las diferencias de estrategia entre las diferentes facciones que ha habido en estos últimos años en la dirección de ETA, todos ellos han coincidido en la necesidad de continuar con las armas. Admiten la posibilidad de hacer treguas en función de operaciones políticas, como en el pasado, pero no como primer paso para renunciar a la violencia.

La discusión habida entre los actuales dirigentes de ETA no se ha centrado en la interiorización de la necesidad de acabar con las armas porque creen justo lo contrario, que hay que seguir con ellas.

El anuncio realizado ayer es la forma del salir del paso que ha encontrado ETA ante la presión de su entorno político para que realizara una nueva tregua, de la misma forma que en enero, cuando se le pedía que ratificara la declaración de Alsasua, lo que hizo la banda fue ratificar la declaración de Anoeta. La dirección etarra ha respondido a esos requirimientos dando carta de naturaleza a una situación que arrastraba desde hace meses -el parón técnico- haciendo de la necesidad virtud. Trata de evitar que el conflicto con su brazo político se agrande, dando un rodeo y tratando de ganar tiempo. De esa forma, cree que le deja un cierto margen de juego a Batasuna, pero sin responder a sus exigencias.

La paradoja del anuncio de ayer de ETA es que, no sólo no se plantea la posibilidad de renunciar a las armas, sino que ni siquiera dice que inicie una tregua. Viene a decir que ya estaba en esa situación desde hace meses. Y Batasuna sin enterarse, porque la izquierda abertzale ha firmado en estas últimas semanas la petición a ETA para que hiciera una tregua con control internacional. Entonces sólo nos quedan dos alternativas: o Batasuna no se entera de nada o a lo que estaba haciendo ETA no se le puede llamar tregua.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100906/politica/alto-fuego-retroactivo-20100906.html

domingo, 5 de septiembre de 2010

Retirada de Irak

05.09.10

JAVIER ZARZALEJOS |

El Correo



«Hay algo de cínico en quienes se escandalizan porque los partidos iraquíes no hayan alcanzado un acuerdo de gobierno; ese problema existe porque los iraquíes vienen haciendo un ejercicio democrático sin comparación en el mundo islámico»


La retirada de Irak de las tropas de combate estadounidenses ha planteado un incómodo dilema a muchos opinadores. Si cargaban las tintas en el retrato de Irak como un desastre sin paliativos, desgarrado y listo para ser devorado por la violencia sectaria, la decisión del presidente Obama habría sido un acto de irresponsabilidad, un abandono vergonzante que tiraría por la borda el sacrifico de vidas y dinero y que sólo se explicaría por la conveniencia electoral de un presidente que afronta los comicios legislativos de noviembre con un grave deterioro de su valoración popular. Pero si se aceptaba que las condiciones institucionales y de seguridad en aquel país permitían mantener el calendario de retirada de las tropas sin riesgos críticos, entonces se estaría haciendo un reconocimiento, siquiera mínimo, del progreso en la construcción institucional de Irak y de la estrategia seguida por la Administración Bush para hacer frente a la insurgencia y el terrorismo una vez derrocado Sadam Hussein.

Al explicar la retirada de las brigadas de combate (quedan todavía 50.000 soldados en Irak) el presidente Obama ha parecido consciente de esta dificultad. La superó con una intervención desde el Despacho Oval calificada de 'elegante', 'ambigua' y hasta 'generosa' con Bush. Evitó el 'misión cumplida' que proclamara su antecesor pero, en cualquier caso, afirmó el fin de la misión de combate, resaltó la celebración de «elecciones creíbles que habían atraído una alta participación» y valoró el rechazo a los alineamientos sectarios expresado por los iraquíes, el esfuerzo de estos por hacerse cargo de su seguridad y el combate contra el terrorismo que ha conseguido expulsar del país a la mayor parte de los dirigentes de Al-Qaida. En el contexto del mundo islámico, convulso por la presión fundamentalista y tan alejado de cualquier ambición democrática, no es un mal balance; al menos es suficiente para que la retirada de los soldados americanos se haya producido sin que se cumplieran las efectistas -y abiertamente infundadas- comparaciones con Vietnam.

Obama habló con gravedad del alto precio pagado por Estados Unidos, pero añadiendo que ha sido para «poner el futuro de Irak en manos de su pueblo». El reconocimiento tiene mayor valor en quien, como no olvidó recordar, se opuso a la intervención militar desde el principio. No recordó, sin embargo, que también se opuso a la estrategia del 'surge' propuesta por el general David Petraeus y decidida por Bush que cambió el signo de la lucha contra la insurgencia y el terrorismo yihadista. Tampoco era el momento de recordar que, a diferencia de él, tanto su vicepresidente como su secretaria de Estado sí apoyaron la guerra; que fue en el segundo mandato de Bill Clinton cuando el Senado adoptó el 'cambio de régimen' como política oficial hacia el Irak de Sadam; que su secretario de Defensa, Robert Gates, y su general al mando de las operaciones en Irak y Afganistán, David Petraeus, proceden de la anterior administración y que el propio calendario de retirada no es obra suya sino fruto del acuerdo de Bush con los iraquíes. Y es verdad que en ese pasar página y mirar al futuro al que Obama convocó a los americanos, la mirada al pasado habría de ocupar un lugar cada vez más limitado: ni la intervención en Irak puede reducirse a la obsesión personal de un hombre, por mucho que se deteste a Bush, ni pueden desconocerse sus lecciones, desde los fallos de la inteligencia a los errores de cálculo que infravaloraron la dimensión del esfuerzo de seguridad e institucionalización que debía seguir a la caída de la tiranía de Sadam.

Muchos se agarran a la intervención militar como un vicio de origen insuperable y no están dispuestos a apreciar el valioso esfuerzo que los iraquíes vienen realizando desde hace años para consolidar nuevas instituciones de gobierno. Hacer la más mínima concesión en este punto supondría flaquear en la fobia a Bush. Hay algo de cínico en aquellos que se escandalizan porque los partidos iraquíes todavía no hayan alcanzado un acuerdo de gobierno pero no recuerdan que si ese problema existe es porque los iraquíes vienen haciendo un ejercicio democrático sin apenas comparación en el mundo islámico. Como afirmó Tony Blair ante la comisión de investigación del Parlamento británico, «Irak ha cambiado la certeza de la represión por la incertidumbre de la política democrática» y ese es un cambio que merece respeto y apoyo, en vez el desdén y esa malsana nostalgia por la 'estabilidad' que proporcionaba la dictadura de Sadam. La consolidación de un régimen con instituciones representativas, con organizaciones políticas capaces de superar las divisiones religiosas y territoriales, que mantenga la unidad del país, la explotación justa de sus recursos y demuestre ser capaz de hacerse cargo de la seguridad interna y externa no es una entelequia de neoconservadores sino un objetivo alcanzable y un activo insustituible para la estabilidad global que -no hay que engañarse- continúa sometida a serias amenazas. El apoyo exterior junto al compromiso de los propios iraquíes para seguir tejiendo su acuerdo nacional y la capacidad para contener la injerencia de Irán definirán el futuro del país que sigue poblado de riesgos pero presenta también oportunidades ciertas y esperanzadoras. Ése, y no el autocumplimiento de la profecía del desastre, debería ser el sentido de la retirada.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100905/opinion/retirada-irak-20100905.html

sábado, 4 de septiembre de 2010

El discurso clausurado

04.09.10

J. M. RUIZ SOROA |

El Correo



El autor anima al Gobierno vasco a «proclamar con argumentos que no es cierto que la única misión de los políticos vascos sea la de mejorar la posición de Euskadi en España»



Pues verán, se lo cuento en la forma hoy por hoy dominante entre nosotros: resulta que hay por ahí una competencia (la de las políticas activas de empleo) que todavía no se ha transferido a la Comunidad Autónoma Vasca, a pesar de que en términos generales es una competencia de obligada transferencia (tanto es así que ya se transfirió hace tiempo a todas las demás comunidades). Y resulta que hace año y medio llegó a Euskadi un nuevo Gobierno socialista que, en poco tiempo, pactó con el Gobierno central esa transferencia y su correspondiente importe económico en las cuentas de ajuste España/Euskadi (más o menos, 300 millones). Pero héteme aquí que un partido nacionalista reivindica que el importe a transferir es muy superior, nada menos que unos 160 millones más, y que por tanto la postura del Gobierno es de cesión vergonzosa en los intereses del país, puesto que estaría dispuesto a aceptar una competencia «devaluada» o «desvirgada» (mientras que el nacionalista la quiere «inmaculada»).

La argumentación técnico-jurídica del asunto es muy compleja y no voy ni siquiera a intentar resumirla. Porque lo que me interesa no es tanto la argumentación técnica subyacente a una u otra postura cuanto la posibilidad de formular un discurso alternativo al nacionalista, un discurso que explique y justifique la postura adoptada por el Gobierno vasco. Algo que está necesitando a gritos, como es patente, puesto que no cabe duda de que resulta en principio extraño que el Gobierno vasco esté dispuesto a aceptar un trato que es malo para el territorio que gobierna, o por lo menos es peor de lo que podría y debería ser según proclama el nacionalismo. Y, sin embargo, hoy es el día en que no podemos sino constatar la ausencia de ese discurso: el Gobierno se defiende afirmando que los nacionalistas sólo quieren entorpecerle o arrinconarle (lo cual es muy cierto) pero parece incapaz de explicar el porqué de su posición.

Esta carencia discursiva obedece, a mi modo de ver, a una especie de clausura argumental insuperable en todo cuanto se refiera al autogobierno vasco: la de que cuanto más autogobierno, mejor, la de que cuanto más consigamos para Euskadi, mejor, la de que el único objetivo de la autonomía es traer el máximo de recursos al País Vasco y por ello que no hay más objetivo en la actividad del gobernante vasco que el de arramblar con todo lo que se ponga a tiro. Es el cierre discursivo que nace de tomar el 'territorio' o el 'pueblo' como único valor a considerar, y es un cierre que se ha repetido tantas y tantas veces en estos últimos treinta años que parece hasta algo así como obvio o natural. ¿Para qué está el Gobierno vasco sino para defender los intereses de Euskadi? Precisamente por esa ya secular aceptación acrítica de ese discurso es por lo que el actual Gobierno se encuentra dialécticamente preso en una contradicción flagrante: lo que pide para Euskadi no es el óptimo para Euskadi, luego está malbaratando nuestros intereses.

Sólo existe una forma de salir airoso de esta aparente contradicción, pero implica necesariamente atreverse a romper el cierre o clausura del discurso, exige dar un paso ciertamente atrevido: el de proclamar con argumentos que no es cierto que la única misión de los políticos o gobernantes vascos sea la de mejorar la posición de Euskadi en España, que no es cierto que la única finalidad del autogobierno sea la de atrapar más y más recursos para el País Vasco. Que junto a esa finalidad, que desde luego está vigente, coexisten otras también valiosas que deben tenerse en consideración. Por ejemplo, el interés del conjunto español en constituirse como un Estado federalizado de manera equitativa y razonable, de una manera solidaria y ciudadana.

Lo que estoy diciendo es que el político vasco no puede ignorar ni desconocer el interés del conjunto de España, puesto que es uno de los ámbitos de referencia obligada para él. Que no puede pensar España como si fuera una 'finca de competencias' de la que hay que arrancar el máximo posible, pase lo que pase con la finca después. Al igual que tampoco puede pensarse Europa como una cornucopia de fondos de los que sólo interesa atrapar el máximo (así nos va). Y no pueden pensarse así por varias razones: en primer lugar, porque es estúpido e incoherente con la realidad de los tiempos. Estamos en España y no nos es ajeno en absoluto que el conjunto español funcione bien o mal. La idea de que 'a nosotros nos den nuestros privilegios y derechos y allá los demás con sus problemas' es propia de tenderos y aldeanos (y que me perdonen los susodichos), no de un gobernante actual que debería ser consciente de la interacción entre todos los niveles de gobierno: más y más autogobierno de uno puede ser al final peor gobierno de todos. Instalar a Euskadi en el privilegio irritante y permanente, convertir nuestro estatus en una discriminación odiosa ante las demás comunidades puede ser rentable a corto plazo (exactamente, 160 millones), pero es una mala inversión de futuro: el sistema conjunto perderá su funcionalidad y emprenderá una carrera de emulación destructiva. Porque no se puede territorializar lo que es interpersonal, así de sencillo.

Pero es que, además (o antes), existe algo que se llama solidaridad o equidad (antes se le llamaba justicia). Al final, por mucho que queramos disfrazarlo hablando de 'pueblos', de 'países' y de 'territorios', de lo que estamos hablando y con lo que estamos tratando es de personas. De ciudadanos cuyos derechos ante las administraciones dependen de la contribución equitativa que todos hagamos para sostenerlos, sin más distinción que nuestras propias posibilidades y riqueza. Pues bien, la postura nacionalista incurre de nuevo en este asunto en la más radical insolidaridad: se persigue, una vez más, que el ciudadano trabajador vasco quede privilegiado frente al ciudadano trabajador español por un trato de favor que no se fundamente en razón válida alguna, salvo la de unos etéreos 'derechos históricos' que interpretan a su modo y manera.

Naturalmente que es difícil de sostener el discurso de la ciudadanía en una sociedad acostumbrada durante siglos al privilegio derivado del fuero o del Concierto. Choca con asunciones arraigadas y choca con el discurso que los mismos socialistas (y populares) han sostenido una y otra vez. Pero, o se habla de ciudadanía y de solidaridad, o la postura del Gobierno es inexplicable. ¡Atrévanse!


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