sábado, 21 de mayo de 2011

Indignación

21.05.11

JAVIER ZARZALEJOS |

El Correo



El efecto electoral de esta protesta, si es que lo tuviera en magnitud apreciable, es un asunto abierto a la especulación. La música ha encontrado amplia comprensión. La cuestión es quién pone la letra y lo que esta signifique


Habrá que disculpar a los suspicaces. Por un momento alguien ha podido extrañarse de que haya sido ahora, precisamente a unos pocos días de unas elecciones con buen pronóstico para el Partido Popular y muy malo para la izquierda, cuando ha prendido la indignación. No parece que los acampados tengan hoy más motivos para expresar su descontento que un año o cinco meses atrás y, sin embargo, han soportado el deterioro de las condiciones económicas y de sus propias expectativas laborales y personales con gran paciencia hasta que han dicho «basta», seguramente sin reparar en que mañana se celebran elecciones.

El efecto electoral de esta protesta, si es que lo tuviera en magnitud apreciable, es un asunto abierto a la especulación. La música ha encontrado amplia comprensión. La cuestión es quién pone la letra y lo que ésta signifique.

De todas formas, la coincidencia de estas protestas con los comicios sí ayuda a poner en evidencia dos falacias, dos serias distorsiones de la realidad, que dan cuerpo a la denuncia. La primera, que todos los políticos son iguales y que la culpa es del «sistema». Bien es verdad que eso fue al principio de la acampada. Con el paso de los días, los interpretes mediáticos de guardia han ido pasando a limpio las cosas, aclarando que la culpa en realidad es del PP. Lo relevante es que con esta descalificación de la política, pierde sentido la democracia porque no tiene objeto pedir cuentas a quienes gobiernan ni merece la pena votar ya que el «sistema» es el que siempre manda. La arrogante pretensión de contar con las claves de una «democracia real» no cuadra con la negación de la competición democrática que implica elegir entre opciones dentro de un terreno de juego de reglas compartidas.

La segunda de estas falacias consiste en demonizar la política mientras se deja a salvo a la sociedad como una víctima, toda virtud, de esta casta de privilegiados que «no nos representa». Nos guste o no, la política tiene mucho de espejo de la sociedad que la segrega. Sería muy tranquilizador pensar que nuestros problemas radican en liberar a una sociedad estupenda de una política enferma. Pero las cosas son algo más complejas y no se pueden reducir a la elección del chivo expiatorio más adecuado sabiendo que se formará una cola de indignados esperando su turno para propinarle a la política la patada que les alivie de su indignación.

Tenemos muchos problemas como sociedad y no menos como organización política institucional. Pero si de algo debería huir España como del diablo es del discurso de la antipolítica del que nunca ha salido otra cosa que populismos, justificaciones para el autoritarismo intervencionista y coartadas para la corrupción.

«Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir». Este cursi remedo de los eslóganes del 68 francés podía leerse en uno de los carteles que los acampados exhibían en la Puerta del Sol. Otro indicio, por lo que sugiere, de que estamos ante la tercera generación que en Europa es víctima de la estafa cultural y moral que el progresismo empezó a trabar hace casi 50 años. Al calor de la Europa del bienestar, los profetas de la revolución sexual y de la sociedad del ocio prometían, precisamente a los jóvenes, la emancipación de todas las estructuras «represivas» que, como la familia y el trabajo, reproducían la moral burguesa y la dominación patriarcal. Proclamaban que la deconstrucción y la sospecha habían conseguido dejar al descubierto esos artificios represores apuntalados por los grandes relatos de la política y la religión. Hombres y mujeres liberados de semejantes servidumbres vivirían dedicados a su autorrealización sin restricciones, y con culpables siempre a mano -el famoso «sistema»- para derivar hacia ellos toda responsabilidad. Y en ello seguimos, buscando el paraíso terrenal de la adolescencia sin término que, claro está, son otros los que nos impiden alcanzar.

Comparadas con las del 68 en París, las reivindicaciones se han vuelto más prosaicas porque el paraíso prometido parece que tarda en llegar. Pero en lo demás, aquel engaño, urdido por una filosofía que se proponía como su antídoto, sigue funcionando y atrae a nuevas víctimas como todavía hoy sigue ocurriendo con los juegos de trileros o esos viejos timos en los que la gente vuelve a caer aunque sean bien conocidos.

Es casi fascinante que mientras se repudia la globalización, la acampada se difunda a través de Twitter, con tecnología de las más grandes multinacionales que transmite la descalificación del capitalismo a países que el capitalismo ha transformado de sociedades agrarias en economías emergentes.

Se proclaman defraudados por el sistema y tienen razón al denunciar -¿a quién?- un horizonte tantas veces angustioso por carente de expectativas. Pero ese reproche deberían dirigirlo también a un sistema educativo que les ha fallado por culpa de paradigmas pedagógicos pretendidamente críticos y emancipadores a los que seguimos aferrados a pesar de su fracaso. Y a un debate público en el que las más exitosas discusiones políticas se localizan en los programas de la telebasura. Exigen responsabilidades a los bancos, a los mercados, y al capitalismo. Bien está. Pero si no quieren engañarse, no deberían olvidarse de ajustar cuentas con Marcuse, Foucault y Sartre.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110521/opinion/indignacion-20110521.html



martes, 17 de mayo de 2011

Libertad

17.05.11

JOSEBA ARREGI |

El Correo


No es verdad que la mayoría de la sociedad vasca haya estado siempre contra ETA, la realidad es que ha mirado para otro lado


Temo que de tanto hablar de paz, de la cercanía de la paz, terminemos perdiendo de vista la libertad. La libertad se da por supuesto, lo que nos falta es la paz. Y vivimos así con el ensueño de vivir una libertad cuya falta hemos dejado de percibir. Lo que supone la peor falta de libertad.

Los ciudadanos, nos dicen las encuestas, no se interesan en la política y consideran a los políticos más como fuente de problemas que como propulsores de soluciones. Pero a falta de interés en la política, los ciudadanos españoles, los vascos incluidos, terminaremos siendo especialistas en derecho: gracias a los medios de comunicación, gracias a los tertulianos profesionales, sobre todo gracias a las disquisiciones de los políticos, todos estamos haciendo un curso acelerado de derecho penal y constitucional.

Pero en todo ese proceso estamos corriendo peligro de perder de vista lo principal. Es absurdo creer que la sentencia del Tribunal Constitucional funcione como un deus ex machina que traiga automáticamente la paz a Euskadi. Y menos la libertad. Garantizando la participación de la coalición Bildu en las elecciones ha defendido la libertad de los coaligados a presentarse, y la de sus electores a elegirlos. En ese sentido ha consolidado el Estado de derecho que garantiza la libertad de todos, aunque los coaligados hayan negado reiteradamente que España sea un Estado de derecho.

Aunque formalmente, y es muy importante, la sentencia del TC haya garantizado la libertad de participación electoral activa y pasiva de Bildu, ello no implica que materialmente la libertad de todos los vascos está más defendida hoy que ayer. Porque la sentencia del TC ha defendido el derecho y la ley, pero de ello no se deriva necesariamente la legitimidad democrática de la coalición. Sólo su legalidad. Ahora bien: sin legalidad no puede haber legitimidad, pero la legalidad por sí sola no constituye legitimidad democrática.

Por partes: más de un ciudadano se habrá asustado al ver una de las fotos de la celebración por parte de miembros de Bildu de la sentencia favorable del Constitucional. En ella Pello Urizar y Martín Garitano entre otros levantan el brazo derecho y cierran el puño. Seguro que no tiene significación jurídica, pero a algunos la memoria nos dice que siempre que ha habido brazos extendido en alto y puños cerrados, a alguien le ha caído encima una buena tanda de golpes.

El mismo Garitano era citado en los medios diciendo que abogaba por que nadie en Euskadi tuviera que andar escoltado. El problema es que la necesidad de andar escoltado es como la fiebre: no es la enfermedad en sí misma, sino el síntoma de que algo falla. Para saber lo que falla en Euskadi basta con mirar quiénes deben llevar escolta: empresarios, para financiar el terror de ETA, involuntariamente por supuesto; las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado por lo que significan; los jueces por lo mismo; los periodistas que escriben lo que no gusta a la organización terrorista ETA; políticos del ámbito constitucionalista.

Es decir: personas que representan la diferencia interna a la sociedad vasca, los que hacen que la sociedad vasca sea plural y compleja, que no sea homogénea en el sentimiento nacionalista, los que hacen que Euskadi no se pueda cerrar sobre sí misma, sino que tiene que estar abierta a otros ámbitos de identificación como es España si quiere ser democrática y garantizar la libertad.

Es ahí donde está el problema. No solo en que un preso de ETA recién salido de la cárcel, ni arrepentido ni reinsertado, por cumplimento de la pena impuesta en su día por sentencia de tribunal, haga propaganda de Bildu, cantando puño en alto el 'Eusko Gudariak', reclamando la independencia y dándose vivas a sí mismo diciendo gora gu gudariok, viva nosotros los luchadores, es decir los miembros de ETA. El problema está en que el terror se ha basado y se ha ejercido en nombre de un proyecto político, para su consecución, y que ese proyecto político excluye del mismo a los no nacionalistas, que por lo mismo pasan a ser objeto posible de atentado.

Hasta hace no mucho tiempo, eran mayoría los analistas que consideraban que el diferencial del llamado problema vasco era precisamente que el terror de ETA tenía base social, cultural y política, el llamado conflicto. Y la negación de la diferencia interna era, y sigue siendo, parte integrante, estructural del proyecto político del nacionalismo, con o sin violencia de ETA.

Algunos habíamos creído, con mucha inocencia como se está viendo, que la hora de la debilidad de ETA, del fin previsible de ETA, que aún no ha llegado porque sigue viva y amenazante, era la hora en la que había que plantear abiertamente el debate ideológico y político con el nacionalismo, el debate sobre cómo se garantiza política y jurídicamente la libertad de los vascos en la realidad de una sociedad plural y compleja; el debate de si es posible defender al mismo tiempo un proyecto nacionalista radical y el pluralismo y la complejidad de la realidad social vasca.

Mucho me temo, más aún: estoy seguro de que este debate no se va a producir, y que por eso la libertad seguirá estando en peligro en Euskadi, aunque llegue la paz, algún modo de paz.

En muchas de las opiniones que en torno a las sentencias del Supremo y del Constitucional se han manifestado aparece la referencia a que el sentir de la mayoría de los vascos puede ser distinto del de la mayoría del resto de españoles. Convendría en ese contexto no olvidar que hasta hace muy poco no se ha podido decir que la mayoría de los vascos, de la sociedad vasca estuviera contra ETA, que no es verdad que la mayoría de la sociedad vasca haya estado siempre contra ETA, cuando la realidad es que ha mirado para otro lado, que no ha visto ni ha percibido siquiera a las víctimas.

No hay democracia si no son las mayorías las que deciden quién debe gobernar. Pero la mayoría no cualifica automáticamente una opinión como democrática y ajustada a derecho. No pocas veces es al contrario.

http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110517/opinion/libertad-20110517.html

viernes, 6 de mayo de 2011

Depuración ideológica en el País Vasco

06.05.11

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO | PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO UPV-EHU

El Correo


Existen numerosos municipios vascos donde las candidaturas no nacionalistas han experimentado una coerción sistemática de sus posibilidades de representación política


Cuando en el País Vasco se invoca la necesidad de que las elecciones sean democráticas y puedan concurrir a ellas todos los partidos políticos y todas las opiniones organizadas, cualquiera puede advertir la razón de ese aserto y convenir en lo deseable que sería que aquí viviéramos en semejante escenario de pluralismo y representatividad, de modo que no hubiera ningún sector significativo de todo el espectro político, social y cultural vasco que no tuviera su correspondiente representación en todas las instituciones democráticas, tanto a nivel local como foral, autonómico, general y europeo. Ahora bien, si tenemos en cuenta lo que ha ocurrido en la política vasca en los últimos treinta años, dicha afirmación requeriría alguna importante matización, a mi juicio.

En efecto, el periodo conocido en toda España como la Transición ha tenido aquí la peculiaridad de contar con un movimiento insurreccional armado, dividido en múltiples frentes e imbricado en prácticamente todos los sectores de la vida social, imbuido de un objetivo para nada disimulado, consistente en desacreditar la legitimación del poder político español y sustituirlo por uno propio. Ese proyecto abiertamente secesionista está basado en una ignorancia supina de la historia contemporánea vasca, a la que se pretende entender desvinculándola de la española, con el añadido de un falseamiento profundo de toda la historia de épocas anteriores, para hacer pasar por real y verídica la ensoñación de un pueblo vasco siempre libre. Ese movimiento ha tenido como vértice de actuación la violencia extrema, consistente en eliminar personas que representaran los símbolos del poder político opuesto, y a su vez se ha bifurcado en diversos brazos de violencia difusa y subsidiaria de la principal, que han ejercido la misma o mayor fuerza coercitiva que la matriz de la que emanaban.

Durante todas estas décadas hemos asistido, por tanto, a un ejercicio continuado de asesinatos políticos, extorsión económica, amedrentamiento ideológico e imposición cultural y simbólica cuyo resultante ha sido la construcción de un imaginario absolutamente inédito en el País Vasco, delirante en muchos aspectos, desprovisto de todo fundamento histórico, distorsionador de la imagen real de Euskadi y sobre todo escamoteador de su auténtico entramado sociológico. Esto último se ha conseguido por el expeditivo método de no hablar jamás de la gran inmigración española al País Vasco, salvo para integrarla al nuevo sistema de creencias, en ningún caso para considerarla lo que efectivamente es: la clave principal para explicar toda la realidad política, social y cultural del País Vasco contemporáneo.

El balance de este singular escenario, dudosamente propicio para generar un sistema político democrático, ha sido la eliminación física de todo el tradicionalismo histórico vasco-español que, con el nacionalismo y el socialismo, completaba el trípode en el que se basaba la política vasca anterior a la Guerra Civil. En el ámbito socialista, por su parte, la terrible persecución sufrida ha engordado el síndrome 'vasquista' entre su militancia, que posterga de su ideario las señas de identidad originariamente españolas, tanto las del Perezagua enfrentado a cara de perro a la exclusión etnicista del primer nacionalismo, como incluso las del Prieto autonomista, republicano y liberal, que intervino decisivamente en el primer Estatuto. El movimiento de fondo correlativo a toda esta depuración física e ideológica del no nacionalismo ha consistido en un enorme trasvase de inmigrantes españoles, singularmente los hijos de los llegados aquí en la posguerra, a las posiciones nacionalistas, sobre todo extremas, algo que se puede explicar por el feroz adoctrinamiento ejercido en ciertos enclaves conocidos de Gipuzkoa y Bizkaia, donde la convivencia entre población nativa y sobrevenida ha sido más intensa, a diferencia de lo ocurrido en las grandes poblaciones vascas, donde la inmigración española ha podido hacer toda su vida en barrios construidos por ellos y para ellos (guetos, los llaman los nacionalistas) sin apenas contacto diario con la cultura nativa.

De estas consecuencias mayores de la actividad insurreccional vasca en la Transición se deduce que hay un número muy significativo de municipios, sobre todo en Gipuzkoa y también en Bizkaia, pero en general en todo el País Vasco (no me puedo olvidar de Llodio, por ejemplo, bastión histórico del tradicionalismo alavés), donde las candidaturas no nacionalistas han experimentado lo que bien podríamos denominar una coerción sistemática de sus posibilidades de representación política. La presión ambiental, sobre todo en núcleos de población donde toda la gente se conoce, ha sido de tal calibre durante varios decenios seguidos, que la presentación electoral de candidaturas políticas, que no respondieran de un modo u otro a los designios de la construcción nacional vasca, ha sido absolutamente imposible.

Los que han ejercido esta política de tierra quemada sobre la geografía y la historia vascas podrán dar por bueno, sin duda, lo conseguido hasta ahora y pensarán que, si se acaba para siempre el ciclo violento, las bases de partida son suficientemente sólidas como para garantizar opimos frutos en un futuro inmediato. En muchos pueblos vascos, no obstante, hay señales y testimonios que anuncian algo sensiblemente distinto, porque hay mucha gente callada a su pesar, contraria a las consignas habituales, que no habla nunca de política fuera de su círculo más íntimo, y que espera secretamente el momento de poder hacerlo sin miedo a represalias. Cuando de ahí surjan ciudadanos que encaucen dignamente esa opinión reprimida hasta ahora, podremos decir que, por fin, ha llegado la democracia a Euskadi, la democracia de verdad.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110506/opinion/depuracion-ideologica-pais-vasco-20110506.html

miércoles, 4 de mayo de 2011

Difuso o confuso


04.05.11

JOSEBA ARREGI |

El Correo


Batasuna sigue emperrada en participar en la democracia afirmando que la democracia y el Estado de derecho aún no existen, sino que están a la espera de que ellos lleguen

Es probable que tengan razón quienes pronostican que el fin de ETA será un fin difuso. Es probable que ese fin no sea como nos gustaría a muchos, un fin claro, con una fecha clara, con una declaración clara: nos disolvemos, se ha acabado ETA, firmado: ETA. Puede suceder algo distinto: fin por inoperancia, fin por agotamiento, un fin sin fecha, un fin sin que nadie pueda decir que realmente ha sucedido.

El fin de ETA, en cualquier caso y por muy difuso que fuera, sería algo bienvenido que aún no se ha producido. ETA estará más o menos débil, tendrá mayor o menor financiación, estará más o menos infiltrada por los cuerpos de seguridad del Estado, pero está muy presente, demasiado presente en la política vasca. Y gracias a la colaboración que todos prestamos a la debilitada ETA ha conseguido que el carácter difuso de su fin se convierta en debilidad de la democracia y del Estado de derecho porque provoca en casi todos nosotros un estado alarmante de confusión.
El fin de ETA puede ser perfectamente difuso, aunque no nos guste. Pero eso no puede ser razón para que provoque la confusión en la que estamos inmersos. Desde que, con conocimiento, iniciativa e impulso de ETA o sin todo ello, Batasuna inicia un estudiado y medido distanciamiento de ETA, el suficiente en su opinión para cumplir con lo exigido por la Ley de Partidos y poder así participar en la vida democrática institucional, da la impresión de que al resto de actores políticos y a los observadores de la política les ha entrado, o nos ha entrado, una especie de niebla mental, vocación de futurólogos, ambición de conseguir el Nobel de la paz, prisa por ser los anunciantes del fin -de ese fin del que se dice que será difuso-, una confusión que, a falta de otros motivos de alegría, debe resultar reconfortante para los miembros de ETA.

Uno, en su ingenuidad, había pensado que para que Batasuna pudiera participar en la democracia se debía producir una de dos cosas: una declaración de ETA anunciando su voluntad firme y comprobable de abandonar la lucha armada, o una declaración de Batasuna anunciando su ruptura eficaz y comprobable con ETA para lo que la condena de la historia de terror de ETA es la mejor y más sencilla prueba.

No ha sucedido ni lo uno ni lo otro. Lo único que ha sucedido es que ETA declara una tregua en la que faltan las palabras incondicional y definitiva; que Batasuna declara su voluntad de que en el futuro no haya violencias que valgan en política, ni la de ETA ni la del Estado de derecho, se supone. Lo único que se ha producido es que Batasuna sigue emperrada en participar en la democracia afirmando que la democracia y el Estado de derecho aún no existen, sino que están a la espera de que ellos lleguen. Lo único que ha sucedido es que se vuelve al tiovivo de las marcas sustitutorias, de las interpretaciones de voluntades subjetivas, de pruebas y contrapruebas, de impugnaciones ante tribunales y de sentencias judiciales, y de acusaciones mutuas entre partidos políticos de actuar por intereses partidistas y electorales -las hemerotecas avergüenzan a cualquiera-.

Es cierto que no hay democracia sin algo de todo esto, de ruido, debate, discusiones, alboroto y críticas entre los partidos políticos. Es la realidad del pluralismo, de la libertad de opinión, de la formación de voluntades mayoritarias. Pero también es cierto que todo esto no termina desintegrando las sociedades democráticas ni los sistemas democráticos porque existen supuestos que no se cuestionan: el respeto de las reglas acordadas, el respeto de los principios que hacen posible la convivencia entre diferentes, la convivencia en pluralidad, la intolerancia con el intolerante, el sometimiento no a la exclusiva voluntad popular, sino al imperio del derecho, el respeto del pluralismo, la comprensión de democracia como gestión del pluralismo.

Lo malo de la situación actual es que la confusión afecta no a lo normal de la vida democrática, sino a los supuestos sin los que la democracia desaparece, se desintegra. El problema no es que haya algún partido político que quiera cambiar la Constitución, que quiera otro sistema político, siempre que sea capaz de explicar cómo piensa respetar la libertad de conciencia, la libertad de opinión, el derecho a la diferencia, la libertad de identidad, porque si no puede hacerlo es que es un partido no democrático.

El problema radica en que se olvida que en la historia ha habido partidos democráticos que han abierto las puertas al totalitarismo -el Partido de Centro a Hitler-, el problema radica en que se olvida que ha habido partidos que han puesto en jaque el sistema democrático al considerar a partidos democráticos como fascistas en lugar de luchar contra los planteamientos totalitarios -el Partido Comunista alemán obedeciendo a Stalin en la república de Weimar-. El problema radica en que el partido que quiere participar en la vida democrática trae el fardo de una historia de justificación de cientos de asesinatos, de una historia de amenazas, amedrentamiento y extorsión, y sólo ofrece la callada como aval de su comportamiento futuro.

El problema radica en que parece que estamos todos encantados en que nos carguen con la acusación de haber vivido en una falsa democracia desde la transición, una democracia que superará su propio déficit estructural si se les admite a ellos, los concubinos del asesinato, sin que tengan que romper con esa historia de forma expresa.

Uno sabe que el subjetivismo posmoderno está destrozando la posibilidad misma de la política democrática. Nada es objetivo, nada se puede objetivar. Todo es opinable, todo es interpretable. Todo es cuestión de voluntad subjetiva. Todo es relativo. La intención es lo que cuenta. Algunos caminan cantando las excelencias de este posmodernismo subjetivista hacia el abismo. Pero algunos no tenemos ninguna voluntad de estrellarnos y creemos que es necesario algo de claridad en este marasmo intelectual que sólo sirve para regocijo de ETA.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110504/opinion/difuso-confuso-20110504.html

martes, 3 de mayo de 2011

Bin Laden y el fracaso del integrismo

03.05.11

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR | HISTORIADOR Y ESPECIALISTA EN EL MUNDO ÁRABE

El Correo


Ahora que Bin Laden ha muerto, su epitafio podría ser: 'Destruyó dos grandes edificios, mató a varios miles de personas que no tenían nada que ver con el asunto y provocó la caída de sus mejores amigos'.

'Usama Bin Ladin' -las vocales 'o' y 'e' no existen en el idioma árabe- era uno de los muchos hijos de un emigrante yemení, que llegó a ser tan rico que logró la hazaña extraordinaria de conseguir la nacionalidad saudí. Bin Laden era por lo tanto saudí, pero pasó parte de su infancia en Yemen, en una región con fuertes minorías chiíes a las que odiaba ferozmente, pero de las que iba a recoger las nociones místicas del martirio y la violencia autodestructiva, desconocidas en el islam suní. Era el hijo privilegiado de un multimillonario que disfrutaba de largas vacaciones en Europa, pero fue instruido en el wahabismo, una secta ultrafanática y ultrareaccionaria que despreciaba la riqueza y consideraba pecaminoso todo lo occidental. Bin Laden era por lo tanto un manojo de paradojas. Tal vez por eso se lanzó a la guerra santa contra los soviéticos en Afganistán.

Los rasgos dominantes de la personalidad y la ideología de Bin Laden eran la xenofobia y el ultra conservadurismo. Mientras estuvo en Afganistán, jamás fue entrenado ni financiado por la CIA pues se negaba a mantener contacto directo con los norteamericanos o cualquier tipo de 'infieles'. El adolescente que disfrutaba de sus vacaciones en Europa se había convertido en un fanático que consideraba a todos los no musulmanes y a muchos musulmanes como infieles enemigos a los que combatir y exterminar.

Cuando Irak invadió Kuwait, los saudíes tuvieron que llamar a los norteamericanos porque carecían de un ejército eficaz. Bin Laden no quiso entenderlo y ofreció al Gobierno saudí una alternativa islámica para derrotar a un Sadam Hussein al que consideraba un despreciable descreído y apóstata. Había conservado una base -'al qaida', en árabe- de datos con los nombres de los mujaidines que habían luchado contra los soviéticos. Podía reunir a un par de decenas de miles de aquellos encallecidos veteranos para usarlos como punta de lanza del ejército saudí. Ahora bien, ¿unos cuantos miles de milicianos iban a detener en campo abierto a las divisiones acorazadas iraquíes? Este disparate estratégico demuestra que Bin Laden estaba desconectado de la realidad.

La ruptura de Bin Laden con el Gobierno saudí fue por lo tanto una rabieta xenófoba, pero existía cierta lógica en sus acciones. Era humillante tener que depender de extranjeros infieles para defender el reino, pero sobre todo le parecía nefasta la influencia que pudiera ejercer la mera presencia de medio millón de infieles. La xenofobia de Bin Laden no era caprichosa, sino que nacía de su hostilidad a cualquier cambio.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron un gran éxito mediático y propagandístico, pero resultaron un desastre estratégico porque condujeron a la caída de sus anfitriones talibanes. Bin Laden había calculado mal la reacción norteamericana y perdió su única base de operaciones. Pudo escapar con vida gracias a la incompetencia criminal de la Administración Bush, pero pasó el resto de su vida como una presa perseguida.

Bin Laden entregó su vida y su fortuna a lo que consideraba una noble causa: la defensa de un orden social tradicional arcaizante e inamovible, santificado mediante una interpretación sesgada de las variantes más anacrónicas del islam. Su gran sueño era una especie de Esparta islámica; todos los hombres serían mitad monjes-ascetas, mitad soldados de la guerra santa. A las mujeres ni se las menciona. Nada de arte, de música, de juegos o diversiones. La economía quedaría reducida al mínimo indispensable para proveer las necesidades más básicas y sostener el esfuerzo bélico contra los infieles, incluyendo en esta categoría a los chiíes y a la mayoría de los suníes no integristas.

Bin Laden encontró su ideal en la dictadura de pesadilla de los talibanes. Afganistán era a sus ojos lo que debería haber sido la Arabia Saudí wahabita, pero que no había llegado a ser debido a la influencia corruptora de las riquezas del petróleo. De ahí el extremo ascetismo que el terrorista multimillonario practicó durante toda su vida adulta, alejándose de los lujos de su juventud. Nunca comprendió que si Arabia Saudí hubiera sido gobernada y administrada como el Afganistán taliban, jamás hubiera podido desarrollarse ni operar industria moderna alguna, incluida la petrolífera.

Al-Qaida ha tenido siempre mucho de espejismo. La espectacularidad de los atentados ha servido para ocultar su debilidad estructural. Bin Laden llevaba mucho tiempo fuera de juego, de manera que su muerte podría no tener mucha influencia. Sin embargo, a largo plazo el factor decisivo es la imposibilidad manifiesta de llevar a la práctica una ideología tan arcaizante como el integrismo. Bin Laden muere justo cuando las revoluciones árabes demuestran que el terrorismo integrista está doblemente obsoleto. En primer lugar, porque los movimientos de masas consiguen derribar gobiernos y cambiar regímenes, mientras que los grupúsculos terroristas solo consiguen muerte y destrucción. En segundo lugar, porque a la hora de la verdad, las masas piden precisamente lo que el integrismo rechaza por encima de todo: democracia, libertad y modernización.

Una advertencia: Si las revoluciones árabes fracasan, las masas podrían volverse hacia el integrismo. En cualquier caso, de cara al futuro el peligro integrista no está en los grupos terroristas ni en el Irán de los ayatolás, sino en Arabia saudí, donde el integrismo es dogma de Estado, y sobre todo en tres países: Pakistán, Pakistán y Pakistán.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110503/opinion//laden-fracaso-integrismo-20110503.html