martes, 28 de febrero de 2012

Cómplices, no insensibles

FLORENCIO DOMÍNGUEZ
EL CORREO. POLÍTICA

Martes 28.02.12 EL CORREO



«¿Cómo pensar que eran insensibles los que a principios de los noventa decretaron que había que socializar el sufrimiento?»

La izquierda abertzale organizó el domingo un teatrillo minimalista y `new age’ para expresar su preocupación por la posibilidad de que la sociedad vasca hubiera pensado que habían sido insensibles ante las víctimas de ETA. Esa es la única responsabilidad que reconocen en la historia del terrorismo etarra, la de haber dado la imagen, falsa por supuesto, de que eran insensibles ante los asesinatos.

La izquierda abertzale debería estar tranquila, porque jamás han dado la imagen de haber sido insensibles o indiferentes ante los asesinatos de ETA. Ningún vasco ha creído nunca una cosa así. ¿Cómo pensar que eran insensibles los que a principios de los noventa decretaron que había llegado la hora de la socialización del sufrimiento y lo socializaron a mansalva?

La estrategia que ellos mismos llamaron de socialización del sufrimiento o socialización de los efectos de la violencia consistió en un reparto de tareas entre ETA, su entorno político y los grupos de la kale borroka. Unos atacaban con pistolas, bombas o ‘cócteles molotov’ a los representantes políticos y otros protagonizaban episodios de acoso personal a través de campañas como la que se denominó ‘Euskal Herria askatu’, organizada para recuperar el control de la calle frente a los movimientos críticos con ETA y materializada mediante actuaciones acosadoras a las organizaciones pacifistas.

Aquella estrategia se plasmó en el acoso sistemático y en la intimidación a los adversarios políticos del terrorismo, ya fueran cargos públicos, líderes intelectuales destacados o meros ciudadanos con el lazo azul en la so-lapa que participaban en las movilizaciones contra la banda organizadas por grupos pacifistas.

La izquierda abertzale, antes Batasuna, sus dirigentes, sus cuadros y su base social no han sido indiferentes, sino que han celebrado los crímenes de ETA, los han jaleado, le han pedido a la banda que cometiera más. Han sido cómplices políticos y, en muchas ocasiones, mucho más que eso. No había indiferencia en las manifestaciones celebradas durante décadas al grito de «ETA mátalos» o «Gota ETA militarra». No había indiferencia cuando los miembros de la izquierda abertzale, con Rufi Etxeberria a la cabeza, se concentraban con gesto hostil frente a los trabajadores de Alditrans que protestaban por el secuestro de José María Aldaya dando gritos a favor de ETA. O cuando exhibían pegatinas con el lema «Julio paga» para que la familia del ingeniero Iglesias Zamora, secuestrado por ETA, abonara el rescate reclamado a cambio de su vida.

No había equívoco el 12 de abril de 2002 cuando en la tribuna del Parlamento vasco, Jon Salaberria, entonces representante de Batasuna y luego dirigente terrorista, aseguró que «la lucha armada de ETA» respondía a «la defensa de los derechos legítimos del pueblo vasco». Por eso no le resultó tan difícil quitarse la boina de HB y colocarse la capucha de ETA, pasar del Parlamento al aparato político de la banda. Igual, por cierto, que Mikel Zubimendi, que pasó de verter cal sobre el asiento de Ramón Jáuregui, en 1995, a ser uno de los en-cargados de comprar armas en el seno de ETA, cuatro años más tarde.

No era insensibilidad hacia las víctimas lo que transmitían cuando, el 14 de mayo de 1992, dirigentes de HB como Jon Idigoras o José Luis Elkoro acudieron a protestar ante los ertzainas desplegados en la comarca de Uribe Costa para capturar al miembro del comando Vizcaya Juan Carlos Iglesias Chouza, ‘Gadafi’.

Nunca ha habido insensibilidad en la cobertura política y social dada a los asesinos sin ningún problema de conciencia. Ni en la justificación que han hecho de los crímenes, como la de Arnaldo Otegi asegurando en Andoain, al día siguiente del asesinato del columnista José Luis López de la Calle, que los medios de comunicación no eran neutrales. Justificación es lo que ha habido en las campañas de deslegitimación emprendidas contra la Ertzaintza o los medios de comunicación.

Unos ejemplos: el 5 de diciembre de 2000, HE celebró concentraciones ante las sedes de El Diario Vasco en Eibar, Tolosa y San Sebastián bajo el lema «Contra la Brunete mediática». Dos días más tarde un fallo en un detonador impidió la explosión de un artefacto casero colocado en la puerta de la delegación del periódico en Eibar. Dos meses más tarde, en febrero de 2001, al capturar al ‘comando Tronco’ de ETA, se descubrió que este grupo estaba estudiando cómo dinamitar la sede del periódico en San Sebastián. Batasuna y su mundo hacían el papel de avanzadilla, creando las explicaciones necesarias para que su base social aplaudiera luego los atentados, y ETA remataba la jugada materializando los ataques. Reparto de papeles realizado, probablemente, con mucho sentimiento.

Hubiera sido una gran cosa que Batasuna solo hubiera sido insensible ante las víctimas. Seguramente el final de ETA hubiera llegado mucho antes si su único pecado hubiera sido la indiferencia, pero por desgracia no fue así. La izquierda abertzale ha sido cómplice y de eso no dijeron el domingo ni una palabra.