domingo, 18 de marzo de 2012

Los ejes de su carreta

FERNANDO SAVATER

18.03.2012 El Correo



¿Por qué tenemos que gesticular como si todos tuviésemos que emprender un largo y azaroso camino, cuando los únicos que tienen que moverse hacia la legalidad son los que hasta ahora la han conculcado?



Puede que yo tenga una mente demasiado simple y cerrada ante las sutilezas de la alta política, pero no consigo aclararme en este nuevo tiempo que aseguran ha llegado a nuestras costas. No sé si disfrutamos de la estabilidad de un anticiclón o no debemos guardar todavía el chubasquero porque se anuncia la posibilidad inminente de otra borrasca. En dos palabras: nubosidad variable. Por un lado, se asegura y requeteasegura que la violencia terrorista ha sido definitivamente cancelada por sus voluntariosos administradores, a pesar de que aún sigan llevando pistola y coleccionando explosivos por la fuerza de la costumbre. ¡Es tan difícil renunciar a los viejos hábitos...! Tampoco se puede pedir que de un día para otro los carnívoros se aficionen a las verduritas y el yogur. Por otro, se nos recomienda a todos -sobre todo a quienes hemos padecido directamente la agresión y la coacción de los feroces salvapatrias- que demos los pasos necesarios y hagamos los gestos imprescindibles para llegar «al cese definitivo de la violencias.., o sea, ese final que nos aseguran ya ha llegado. Admito que debo ser muy duro de mollera, pero no acabo de entenderlo.

Del lehendakari López para abajo -y hacia sus costados- todo el mundo parece tener su «hoja de ruta». Euskadi se ha convertido en una agencia de viajes, aunque no sabemos si hacia un paraíso caribeño o directos a los arrecifes. Según parece viajamos en el Costa Concordia, pero aún no está claro si van a servirnos la deliciosa cena amenizada con música de cámara o tendremos que disputarnos dentro de nada las plazas en los botes salvavidas. Y en cualquier caso, agradeceríamos que el capitán no fuese el primero en retirarse prudentemente a tierra firme para desde allí dirigir la complicada maniobra...o pidiese asilo político en cualquier nave pirata.

Tener una «hoja de rutas es muy aconsejable cuando se pretende viajar a alguna parte, pero parece superfluo cuando ya se está donde se quiere estar. ¿A dónde vamos a ir los que desde hace décadas nos sentimos contentos en un Estado de derecho y constitucional? Y sobre todo: ¿por qué tenemos que gesticular como si todos tuviésemos que emprender un largo y azaroso camino, cuando los únicos que tienen que moverse hacia la legalidad son los que hasta ahora la han conculcado? Precisamente nosotros -o algunos de nosotros, para no exagerar- hemos resistido durante décadas los embates del terrorismo desde aquel viejo grito de combate que ya se hizo popular en la dictadura: no nos moverán. O sea, no nos moverán de la Constitución y el Estatuto, no nos desplazarán de la España democrática, no nos obligarán a convertirnos en enemigos de nuestras instituciones, de nuestras fuerzas de seguridad y sobre todo de nuestros conciudadanos, aunque muchos de ellos mantengan pacíficamente actitudes políticas distintas a las nuestras. Querían movernos, derribarnos o hacernos huir, pero en lo esencial no lo han conseguido. Es cierto que a algunos les ha costado la vida esta firmeza y que otros han preferido emigrar antes que renunciar por miedo a las ideas y los valores en los que estaban. Pero ahora son los que no nos dejaban estar en paz quienes tienen que recorrer el camino hacia nosotros, no al revés. Dejemos las «hojas de ruta» a quienes tienen que peregrinar hacia donde los demás les esperamos desde hace tanto, sin rencor pero también sin complacencia ni flaqueza.

Lo más asombroso es que se nos diga que entre todos tenemos que lograr un «marco de convivencia». ¿En qué hemos pecado contra la santa convivencia los que respetamos y defendemos la Constitución y el Estatuto, que son precisamente el reglamento de la convivencia en el Estado de derecho? ¿En qué han pecado contra la convivencia las víctimas, sus familiares y quienes han padecido amenazas o coacciones terroristas? ¿Qué lecciones de convivencia necesitamos y sobre todo de quién vamos ahora a recibirlas? Los etarras presos están cumpliendo condena precisamente por haber atentado contra la convivencia, no por haber querido mejorarla. Si satisfacen individualmente los requisitos legales para el acercamiento o para aliviar de otro modo el rigor de sus penas, que disfruten en buena hora de tales formas de generosidad social. Pero no hay que confundir el buen comportamiento de quienes se enmiendan con los supuestos méritos de una ETA que no se disuelve y sigue orgullosa de su siniestra trayectoria. La fidelidad a ETA en las cárceles o fuera de ellas no debe obtener ninguna ventaja institucional: porque sería indecente y sin decencia pública no hay convivencia que valga.

En una de sus canciones emblemáticas, el gran Atahualpa Yupanqui se negaba a engrasar los ejes de su carreta porque su chirrido aliviaba en parte la soledad. Los ciudadanos demócratas que hemos padecido el terrorismo y no le hemos pagado con su misma moneda no tenemos obligación de engrasar los ejes de la carreta en la que quienes han apoyado al terrorismo hasta hace bien poco y no lo han condenado todavía aspiran a volver al orden democrático. Son ellos quienes deben hacer la ruta de regreso, sin arrogancias ni desplantes. Seguro que les será más fácil y rentable hacerse buenos que a nosotros aguantarles cuando eran malos...



sábado, 17 de marzo de 2012

La moral abertzale

AURELIO ARTETA
CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA DE LA UPV-EHU

17.03.2012 El Correo



La justicia transicional indica cómo habrá de ser la justicia pública en una sociedad que transita de una dictadura a una democracia. Aquí, con todas sus deficiencias, hace más de 30 años que hay un Estado de derecho


Salvo ellos mismos, todos hemos visto en la reciente declaración de la Izquierda Abertzale (IA) un paso insuficiente. No basta con repetir la palabra conflicto veinte veces ni invocar la democracia o lo democrático otras veintidós, como si fueran conjuros mágicos que por sí solos transforman la realidad. Empezaremos a creer en su buena voluntad, replican los demás partidos, cuando exijan de ETA la entrega de sus armas y la petición de perdón. Pero tampoco basta con eso, qué va. En tal documento sobreabundan ignorancias y pretensiones del todo ilegítimas que no pueden quedar sin denunciar. Son ellas las que explican por qué no dan más pasos adelante. Son ideas fosilizadas que han justificado durante décadas el uso de medios mortíferos. Incluso si un día desapareciera la banda asesina, estaremos perdidos como continúen sus ideas. Quiero decir, en definitiva, que esta misma calificación de insuficiencia resulta a su vez notablemente insuficiente.

1. El concepto básico en el que la IA sustenta sus proclamas y exigencias (y el lector agradecerá que le ahorre citas y comillas) es el de justicia transicional. Eso sí, malentendido y falsificado. La justicia transicional indica cómo habrá de ser la justicia pública en una sociedad que transita de una dictadura a una democracia. Ya solo por ello mismo esa justicia particular apenas es aplicable a la España actual. Aquí, con todas sus deficiencias, hace más de 30 años hay un Estado de derecho que ha permitido juzgar y encarcelar a ministros del Interior, llevar a los tribunales al presidente de Gobierno o expulsar a policías torturadores. Aquí no estamos ante el paso de un régimen militar a otro constitucional, sino de un régimen democrático acosado por el terrorismo etnicista a la derrota de ese terrorismo por aquel régimen democrático.

Invertido su significado, todo queda patas arriba. Tal como lo cuentan, esa justicia transicional no debe atender a la injusticia cometida por ellos, sino a la supuesta injusticia que se ha cometido con ellos. No propugna el sometimiento de ETA y esa izquierda abertzale a las normas del Estado español o francés; reclama más bien el sometimiento de esos Estados a ETA e IA. Salvadas las distancias, es como si se deseara premiar a los beneficiarios del appartheid sudafricano y castigar a sus perjudicados; como si la justicia argentina hubiera exigido a las Madres de Mayo llegar a un acuerdo con las Juntas Militares que hicieron desaparecer a sus hijos.

¿Quién les ha dicho que esa clase de justicia invocada no requiere que haya vencedores ni vencidos? Para «que todo el país salga vencedor», recogiendo la lírica expresión de la IA, es preciso que esta lucha acabe con el triunfo de la razón pública y la derrota de sus contrarios. Una cosa es que a los vencidos se les trate de un modo que facilite la aún lejana reconciliación. Otra cosa muy distinta es que entre nosotros, dada la innegable complicidad con el terrorismo (activa la de bastantes nacionalistas, pasiva la de bastantes ciudadanos), muchos prefieran el borrón y cuenta nueva a cualquier propósito de justicia. El deseo de recuperar cuanto antes la tranquilidad o de obtener provecho partidista puede propiciar la rendición propia en lugar de una rendición de cuentas ajena.

2. Junto a esta desvergüenza de fondo aparecen en la superficie del documento otras cuantas desvergüenzas. Fíjense. A fin de arreglar un «conflicto que se remonta siglos atrás» (¿), sólo la IA ha hecho «todo lo que estaba en sus manos» para traer la paz a este país. Nadie debe temer hablar sobre lo ocurrido, nos animan, como si no hubieran sido ellos los que han impuesto ese miedo y ellos mismos también quienes jamás se atreven a debatir. De su lamento por el daño causado de una manera «no intencionada» al desatender a las víctimas no hablaremos para evitar el vómito. Lo propio del mundo abertzale, tan fuerte en apariencia, es el pensamiento más débil. El nuevo principio imborrable dice: «Todo proyecto político democrático es legítimo en Euskal Herria». Claro, en Euskal Herria y en la Conchinchina. La pequeña dificultad estriba en asegurarnos de que su proyecto sea democrático y en definir qué entienden ellos por tal. Y un proyecto totalitario no se vuelve democrático simplemente porque se sirva de medios pacíficos.

Donde resplandece esa debilidad de pensamiento es en sus falsas equiparaciones. Se comienza por sentar que, además de la violencia de ETA, hay «otras violencias» y que la del Estado es tan deleznable como cualquier otra. ¿Habrá que repetir lo que conocen hasta los niños, a saber, que el Estado por definición debe ostentar el monopolio de la violencia legítima a fín de proteger al ciudadano de las demás violencias? Pues no lo entienden. Al insistir que todos deben renunciar al uso de la fuerza, se le está pidiendo al Estado que deje de ser Estado.

En perfecto paralelismo con esas violencias equivalentes, las víctimas de una y otra parte serán asimismo indistintas, sólo hay que mirarlas «en conjunto», todas merecen idéntico respeto. Víctimas de ETA y del Estado, civiles y policiales, inocentes y culpables: no hagamos distinciones. Que a nadie se le ocurra establecer ninguna «jerarquización ni clasificación» entre ellas. La responsabilidad democrática, al parecer, consiste en repartir entre todos las responsabilidades y culpas sólo de algunos. Más todavía, el pueblo sufre (¿personalmente?) como cualquiera de sus miembros y el pueblo vasco «ha sido y sigue siendo también víctima» de la violencia política española y francesa. Y si todas las víctimas merecen igual respeto, es porque aquella piadosa IA -que en su día decretó socializar el sufrimiento-ha decidido ahora que todos sus sufrimientos sean asimismo equiparables. No deben buscarse diferencias entre los dolores causados y los sufridos, los injustos y los justos.

lunes, 12 de marzo de 2012

Para nuestra vergüenza

MIKEL ARTETA LICENCIADO EN DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

12.3.12012 El Correo



Jamás podría hacerse realidad el pueblo homogéneo del imaginario abertzale sin la limpieza étnica y el terror suficientes para eliminar o ahuyentar a quienes caracterizan como el otro fuera de los confines de su comunidad


Entendamos de una vez que los etarras no son sólo asesinos, sino asesinos políticos. Que el terrorismo no es sólo una organización criminal, sino una organización que, mediante medios criminales, se distingue por buscar unos fines políticos de otro modo inalcanzables. Que es la sinrazón de estos fines, junto a la violencia de los instrumentos con que esa organización política quería alcanzarlos, lo que agrava su responsabilidad. Y que, viviendo en un Estado de derecho, los etarras deberán soportar una doble carga: no solo la de haber usado unos medios criminales, sino también el haber tenido que hacerlo para conseguir el fin político deleznable que se proponían. Fue lo ilegítimo de sus fines lo que legitimaba endurecer penas y condiciones procesales. Por eso ETA siempre quiso ligar sus asesinatos con la liberación nacional: justificada la causa política ellos sí saben que la violencia puede ser justa. Piénsese en el sentimiento filantrópico que, como decía Kant, nos embarga al recordar la Revolución Francesa, a pesar de toda la sangre que se derramó. Piénsese, en general, en cualquier acto de desobediencia civil.

Quedamos, pues, en que son dichos fines los que han requerido de la violencia. Jamás podría hacerse realidad el pueblo homogéneo del imaginario abertzale sin la limpieza étnica y el terror suficientes para eliminar o ahuyentar a quienes caracterizan como el otro fuera de los confines de su comunidad. Y si este discurso no se erradica, no es que que-demos inermes ante un eventual retorno de ETA; es que nos seguirá aniquilan-do gradualmente. Persistirá la sutil tiranía del asco al diferente (¿acaso puede el no nacionalista en pueblos de la Euskadi profunda pasear sin ser mirado con desprecio?). Seguirán las conversiones más o menos forzadas (ahora que es más Patxi que López, ¿cumple ya ese label del 'buen vasco' con el que el PNV se llena la boca un día sí y otro también?). Se reproducirá el 'apartheid' de vascos que en zonas castellanoparlantes no accederán a la administración pública sin euskaldunizarse o incluso el destierro, como han sufrido en sus carnes más de 200.000 vascos emigrados. Hasta aquí se ha llegado en el País Vasco y dicha doctrina sigue representada por varios partidos en el Parlamento. Algo debería calar hondo en nuestras cabezas. Pero para una reflexión colectiva seria habrá que aportar algo más que aquella cacofonía de voces equidistantes que fue llevada al paroxismo en la inefable 'Pelota vasca' de Médem: se requerirá sosiego, información, ideas, asunción de responsabilidades, etc.

En Alemania este ejercicio vino mucho tiempo después del nazismo, con la famosa 'disputa de los historiadores'. Los más críticos no daban abasto ante la marea de quienes querían tapar 'su vergüenza', o sea Auschwitz. Los más conservadores querían diluirla, subsumirla como un episodio totalitarista más del salvaje siglo XX europeo. No tendrían nada que aprender ni que rectificar si no aceptaban que Auschwitz fue, solo para ellos, una ruptura civilizatoria: la consecuencia directa de la identidad étnica que el 'Pueblo alemán' arrastraba de tiempo atrás. De ahí el miedo de un Habermas, que hoy debe ser el nuestro: que con tal banalización o 'nivelación del horror' se perdiese la oportunidad de una reflexión que «pasara a la historia el cepillo a contrapelo» (Benjamín). Una reflexión que les permitiese dejar de comprenderse así mismos como aquella nación étnica donde predominaba el ius sanguinis que avalaba la inmaculada ascendencia de todo miembro del pueblo. En su lugar toca abrazar el universalismo del patriotismo constitucional, donde impera el criterio del ius solis para adquirir una ciudadanía que comprenda siempre al otro como un igual en la difícil tarea de autogobernarse.

Pues bien, las prisas de nuestros políticos por capitalizar el fin de ETA han corroído las bases de toda reflexión seria. Primero, se afanaron en ofrecer, de acuerdo al 'sentir del pueblo vasco' y sin haber visto armas ni arrepentimiento, el mango de la sartén a los herederos de ANV. Y así ya sólo quedaba confiar en 'su influencia' para que nos cocinaran el final de la banda. ¡Ay, la cocina vasca! Ahí los tienen, erigiéndose otra vez en portavoces del 'pueblo vasco' (¿les suena?), elevando las exigencias de siempre y alguna más. Todas con la tácita pretensión de 'nivelar el horror' que hay detrás de su propia historia: equiparan su violencia con la del Estado, a unas víctimas con otras (¡a esto ayuda que su escarnio no fuera intencionado!), etc.

Así está la cosa: les hemos dado la sartén por el mango y ellos, como no podía ser de otra forma, nos han dado un sartenazo y nos han puesto la cara roja. Pero, ¿cómo van a entender el daño causado quienes les prepararon el terreno con absurdas concesiones normalizadoras que casi equiparaban a las víctimas de uno y otro bando? Han dado pábulo al acercamiento de presos por ser ¡solo! presos políticos. Han aupado a una inmejorable posición a quienes atizaban el árbol democrático y a quienes, lejos de tener un muerto entre sus filas, comparten el mismo ideario y han recogido los frutos que caían.

Incompetentes, faltos de categorías morales, y ávidos de 'votante medio', casi todos los partidos se han desentendido del desenmascaramiento ideológico del nacionalismo étnico. Han hecho dejación de sus responsabilidades por puro electoralismo, y por eso serán cómplices de que a nuestra vergonzosa historia no se le pase el cepillo a contrapelo. «Al menos por una bala ya no moriremos», dirá la buena gente. Por lo que se ve, tampoco de vergüenza.


Mikel Arteta es doctorando en Filosofía política por la Universidad de Valencia y becario en la de Oxford.



Primavera (e invierno) de Praga, versión persa

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR HISTORIADOR, ESPECIALISTA EN EL MUNDO ISLÁMICO CONTEMPORÁNEO

12.03.2012 Diario vasco


Un país como Irán, con una economía industrial diversificada y técnicamente avanzada, requiere una sociedad moderna que es incompatible con la autocracia arcaizante de los ayatolahs


Ya han terminado las elecciones iraníes donde el pueblo ha podido optar entre los candidatos del poder y... los candidatos del poder. A la verdadera oposición no se le permite presentarse mientras que la 'Leal oposición' critica, pero afecta al régimen -Jatami, Musawi, etc.-, se negó a participar en esta nueva farsa.

En realidad, las elecciones no han sido más que la orquestación de una vendetta particular entre el verdadero y único gobernante del país, el guía supremo de la Revolución, el ayatolah Ali Jamenei, y su díscolo subordinado, el presidente nominal, Mahmud Ahmadineyad. Este ambicioso demagogo creyó que podría usar su cargo para ir creando su propia base de poder. Sin embargo, ha terminado compartiendo el destino de Rafsanyani y Jatami, que también intentaron jugar a ser la criada respondona.

Cuando Mohamed Jatami fue elegido presidente de la Republica Islámica de Irán muchos analistas, incluido el que esto suscribe, pensaron que era el primer paso hacia una gradual democratización del país. En realidad, aquello fue solo una jugada del guía supremo para desbancar a un subordinado demasiado ambicioso, Rafsanyani, desprestigiado por su política represiva y sus corruptelas. Sin embargo, lo que había sido concebido como un mero lavado de cara del régimen, acabó descontrolándose porque los reformistas poseían un respaldo social mucho más amplio de lo previsto. Fue un error comprensible, pues al fin y al cabo, en una dictadura no hay manera de comprobar las opiniones de la gente mediante votaciones o encuestas. Jatami no ganó las elecciones porque le respaldasen los votantes. Ganó porque Jamenei le regaló la victoria. El que luego lograse encontrar un respaldo social muy amplio en las ciudades fue, desde el punto de vista del régimen, tan solo una desafortunada coincidencia.

Se puede trazar un cierto paralelismo entre Jatami y Alexander Dubcek, el infortunado dirigente de la Primavera de Praga. Ambos intentaron darle un rostro humano a un sistema básicamente autocrático, manteniendo lo esencial de régimen pero flexibilizándolo y moderándolo en las formas. En ambos casos, las masas se lanzaron con entusiasmo a respaldar estos proyectos, pero los poderes fácticos fueron despiadados aunque clarividentes: ¿Un 'Rostro humano' para el régimen? ¡Entelequias! Una autocracia dogmática no puede flexibilizarse sin autodestruirse. Para más detalles, véase lo que le sucedió a Gorbachov, comparándolo con supervivencia de la gerontocracia china.

Jamenei no ha mostrado recato alguno en su «victoria» (sic). Según los datos oficiales, Ahmadineyad ha perdido incluso en su pueblo natal, lo que ya seria el colmo... si fuese verdad. Es cierto que la economía no va bien y que para muchos iraníes Ahmadineyad sigue siendo el usurpador del 2009, pero el número de escaños que le asignan los resultados oficiales es tan ridículo que resulta humillante. Jamenei ha querido dejar claro quién es el que manda en Irán. Ahmadineyad tendrá que pasar los dos años que le quedan en la presidencia tragando un sapo tras otro a manos de un parlamento hostil. Sin embargo no debemos olvidar que Ahmadineyad fue cómplice en el aplastamiento de las fuerzas democracias en el 2009 y posteriormente logró malquistarse con casi todo el mundo por su demagogia, su escaso tacto y sus esfuerzos sistemáticos por concentrar poder en sus manos a costa de las restantes instituciones del estado.

Mientras tanto, nadie parece tomarse en serio la amenaza de agresión exterior. Los norteamericanos llevan tanto tiempo amenazando con atacar, que el asunto empieza a parecer el cuento del pastorcillo -iraní- y el lobo -norteamericano-. Y ya sabemos como acaba ese cuento. Las sanciones han perjudicado algo a la economía local, sobre todo porque estorban a las exportaciones no petrolíferas y restringen las inversiones exteriores, pero los verdaderos problemas económicos son internos. Los altos precios del petróleo llenan las arcas publicas, pero la gente no ve ese dinero por ninguna parte. Todo lo contrario: se suprimen de golpe las subvenciones a diversos productos y servicios. Era inevitable porque esas subvenciones suponían el 30% del presupuesto estatal y favorecían el derroche, pero eliminarlas de golpe le ha dolido mucho a la población. Mientras tanto, la inflación galopante supera el 20%.

La experiencia de otros países, incluido el nuestro, nos demuestra que la religión no puede detener las mareas crecientes del descontento social, la modernización cultural, el cambio tecnológico y la difusión de nuevas ideologías de derechos humanos, democracia y libertad. Justificar la dictadura de una oligarquía clerical mediante la religión solo puede conducir a la desislamización de Irán. Cuanto más dura sea la represión del régimen, cuanto más rígida sea su intolerancia, más rápido será el proceso.

Irán es un país cada vez mas industrializado y desarrollado. Las exportaciones no petrolíferas ya son más de un tercio de las exportaciones totales. Cuanto más se desarrolle Irán, más difícil será mantener una hierocracia, es decir, una oligarquía sacerdotal. Un país con una economía de monocultivo es fácil de controlar, pero una economía industrial diversificada y técnicamente avanzada requiere una sociedad moderna, que es incompatible con la autocracia arcaizante de los ayatolahs. En 1968, los tanque soviéticos aplastaron la Primavera de Praga. Veintitrés años mas tarde... ¿dónde estaban los tanques soviéticos? ¿Y la misma Unión Soviética? Así sucederá en Irán, pues la fuerza bruta y el dogmatismo solo funcionan a corto plazo.


http://www.diariovasco.com/prensa/20120312/opinion/articulos-opinion/primavera-invierno-praga-version-20120312.html



viernes, 9 de marzo de 2012

La cocina de López

JAVIER ZARZALEJOS

9.3.2012 El Correo



Los relatos justificadores, que el lehendakari denuncia al tiempo que da por superados, no son explicaciones históricas sino complicidades actuales de quienes han sido parte y comparten con los terroristas la subcultura de destrucción


Ayer el lehendakari, Patxi López, sirvió en el Parlamento de Vitoria un plato muy elaborado. Al modo de esas recetas complejas en las que los cocineros despliegan sus habilidades técnicas, López -sin tanto dominio del oficio- quiso, sin embargo, combinar sabores y texturas, incorporar ingredientes exóticos y hacer reconocible la preparación para los estómagos fuertes, exaltando al mismo tiempo los beneficios de la dieta blanda. Cocina con pretensiones de fusión y, sobre todo, cocina de temporada, que la temporada ya se sabe cómo viene. Menú degustación en un solo plato.

Pero el lehendakari ha cometido un error inicial en la ejecución de la receta ya sea por despiste o por exceso de ambición en sus pretensiones: en vez de sal para potenciar el sabor ha echado azúcar y así la receta falla.

Al inicio de su intervención el lehendakari recordaba que en su discurso de investidura había afirmado que «en el Parlamento democrático, como el nuestro, no puede haber personas que sean incapaces de condenar de forma rotunda a los terroristas que asesinaban a los representantes que se sentaban en esta misma Cámara». Esa intachable explicación de la ilegalización de Batasuna como brazo político de ETA era cierta entonces. Ahora sería muy difícil para Patxi López sostener que esa 'condena rotunda' a los terroristas que asesinaban a los representantes políticos sigue siendo el presupuesto político necesario para aceptar el retorno del brazo político a las instituciones.Tal condena note ha producido y ahí están.

Da la impresión de que en este punto el lehendakari se paró a probar la receta y la debió de encontrar todavía demasiado insípida para recibir los ingredientes que a continuación se disponía a incorporar y ya sin consultar las medidas añadió: «Hoy estoy convencido de que nunca más va a haber aquí un parlamentario que tenga connivencia con el terrorismo, que apruebe o justifique, de alguna manera, asesinar al que piensa diferente. Y es que también esto lo hemos conseguido». Pocas veces se ha podido ver y oír un triunfo tan contundente de la fe sobre la experiencia, como el que proclama Patxi López al expresar con ese convencimiento con semejante énfasis. Porque, si no confundimos los hechos con las opiniones, en las instituciones -no todavía en el Parlamento vasco- ya hay una presencia bien nutrida de gentes conniventes con el terrorismo, de gentes que aprueban y justifican -no 'de alguna manera' sino de manera bien precisa y elaborada- asesinar al que piensa diferente y que, en realidad, han hecho de la justificación de la trayectoria criminal de ETA un objetivo central para hacer avanzar un proyecto político totalitario. Son esos que el máximo reproche que han hecho a ETA es su incapacidad para seguir matando lo suficiente o que esperan el reconocimiento cuando admiten que en estas circunstancias matar ya no es 'útil'.

Sin embargo, algo debió de notar el lehendakari que le llevó a afinar un poco más en la búsqueda de equilibrios. Unas gotas de picante para dar cuerpos la preparación: «Es verdad que el mundo de Batasuna ha dado pasos, ha cambiado alguna de sus actitudes hacia la violencia, pero todavía le queda mucho por hacer. Mientras no denuncie con claridad la violencia terrorista ejercida por ETA, mie-tras no pida la disolución de la organización terrorista, la gente de Batasuna seguirá teniendo una sombra de horror que le acompañará a todas partes. Mientras no asuma su propia responsabilidad, de apoyo y de justificación al terrorismo, mientras siga elaborando relatos justificadores del tiempo de la violencia, seguirá amarrada al pasado».

O sea que, después de todo, Batasuna sigue haciendo relatos justificadores, eso sí del 'tiempo de la violencia' ¿Del 'tiempo de la violencia'? No, de la violencia a secas. Porque esos relatos justificadores, que López denuncia al mismo tiempo que da por superados, no son explicaciones históricas sino complicidades políticas actuales de quienes han sido parte y comparten con los terroristas la misma subcultura de destrucción, basada en la deshumanización de las víctimas, el odio étnico y la ausencia de toda restricción moral cuando se trata de hacer pagar a los otros, a los diferentes, el tributo en sangre que exige su patria totalitaria.

Esa violencia que el lehendakari quiere referir a un tiempo pasado sigue siendo actual. No solo porque ETA no se ha disuelto, ni solo porque su brazo político se vea libre de la obligación de condenar, sino porque se ha extendido la creencia de que este 'nuevo tiempo' hace inevitable que juguemos en el terreno político, argumental y simbólico definido por la violencia terrorista y el 'conflicto histórico' como fuente de legitimación de esta.

El espacio lo ocupan los presos y la presión para el cambio de política penitenciaria, las idas y venidas de verificadores y mediadores de parte, las expectativas de revisión del Estatuto, las especulaciones sobre este o aquel documento en el que se despliegue la neolengua de ese eficaz sinónimo llamado la izquierda abertzale. Todo ello atestigua la presencia de la violencia terrorista no como un mal derrotado, del que podemos empezar a convalecer después de haberlo expulsado, sino como un objeto de transacción colectiva en la que convicciones, memoria, legitimidad y ley tienen que contraerse para dejar el espacio a los que han visto la convivencia democrática y plural como una incomodidad que, por el simple procedimiento de destruirla, la violencia terrorista convertiría en pasajera.