lunes, 23 de febrero de 2009

REPORTAJE: Dios habita en el cerebro

REPORTAJE
Dios habita en el cerebro

Hallazgos neurocientíficos explican por qué el hombre se refugia en las religiones

JAVIER SAMPEDRO 23/02/2009

El País


El Dios de Abraham era justo, inapelable, incorruptible, trascendente, omnisciente, omnipotente, omnipresente y omnibenevolente. El cristianismo antiguo se centró en la pericoresis o fusión de tres personas en una sola entidad divina. Para la vía negativa de Maimónides sólo nos es dado discutir sobre lo que Dios no es. El Todo de los herméticos es más complicado que la suma de cuanto existe, y el Buda puso el énfasis en la liberación del sufrimiento en la tierra. Vista así, la religión tiene poco de universal.

Pero los experimentos han hecho aflorar una capa subyacente más simple. Por ejemplo, los psicólogos cuentan a grupos de voluntarios una historia en la que Dios atiende a cinco problemas a la vez. Los creyentes de cualquier confesión monoteísta aceptan la narración con naturalidad, puesto que Dios tiene sobrados poderes cognitivos para ello. Pero si se les pide recordar la historia un rato después, casi todos cuentan que Dios atiende los cinco problemas uno por uno: su subconsciente ha humanizado al omnipotente Dios de la doctrina.

La investigación reciente en psicología cognitiva, neurobiología y antropología cultural ha revelado que la mayoría de los creyentes, sea cual sea su culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios. No sólo posee una figura humana, sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento y motivación que las personas. Las creencias explícitas sobre la divinidad son muy distintas entre religiones, pero los supuestos tácitos son casi idénticos en la mayoría de las personas.

La característica central de cualquier religión es un núcleo de creencias sobre agentes no físicos. Este tipo de "conceptos sobrenaturales" -que también aparecen en la fantasía, los sueños y las supersticiones- está muy condicionado por nuestro conocimiento del mundo real. Un espíritu es un tipo de persona, sólo que atraviesa paredes. Dios comparte esas limitaciones dentro de la cabeza de los creyentes.

Más en general, las creencias subconscientes de la gente religiosa de cualquier credo son extraordinariamente parecidas: los agentes sobrenaturales ejercen una vigilancia permanente del comportamiento moral de la persona, con acceso instantáneo a sus pensamientos y deseos más íntimos. Los creyentes de cualquier culto también albergan creencias sobre la existencia y las propiedades de esos agentes sobrenaturales, y suelen guardar símbolos o amuletos que los representan, y celebrar rituales en su nombre. Cada grupo social suele atribuir a esos agentes su sistema moral, y su propia cohesión social.

Los científicos cognitivos han reunido muchas evidencias de que esta especie de religión natural se enraíza en cualidades humanas universales -como la capacidad para simular relaciones con personajes ficticios- que no son específicas de la experiencia religiosa, sino una consecuencia de tener el cerebro más desarrollado, y las estructuras sociales más complejas y estables, que han evolucionado en ninguna especie animal de este planeta.

"El pensamiento y el comportamiento religioso pueden considerarse parte de las capacidades naturales humanas, como la música, los sistemas políticos, las relaciones familiares o las coaliciones étnicas", dice Pascal Boyer, de la Universidad de Washington en Saint Louis. Boyer ha publicado en el último año dos trabajos de referencia sobre la evolución cognitiva de la religión (Nature 455:1038; Annual Review of Anthropology 37:111).

El filósofo Daniel Dennett sostiene que los cerebros animales han evolucionado a través de tres fases. El comportamiento de las criaturas darwinianas está determinado genéticamente. Las criaturas skinnerianas (por el psicólogo conductista norteamericano B. F. Skinner) disponen de una gama de comportamientos, pero despliegan uno u otro al azar. Los humanos somos criaturas popperianas (por el filósofo de la ciencia Karl Popper). Una criatura popperiana hace lo mismo que una criatura skinneriana, pero sólo dentro de su propia cabeza, como una serie de simulaciones mentales.

El ingeniero de la Universidad de Michigan John Holland, padre de los algoritmos genéticos, asegura que "la verdadera esencia de una ventaja competitiva, sea en el ajedrez o en la actividad económica, es el descubrimiento y la ejecución de jugadas en un escenario ficticio". Y entre las principales jugadas que tenemos que simular los humanos, desde la más tierna edad, están las situaciones sociales ficticias.

"Todos los niños entablan relaciones sociales importantes y duraderas con personajes de ficción, amigos imaginarios, familiares desaparecidos, héroes invisibles, novios figurados...", dice Boyer. La práctica constante con ese tipo de "agentes no físicos", de hecho, puede explicar parte de la extraordinaria destreza social de nuestra especie, muy superior a la de los demás primates. Y desde ahí, el científico de Washington sólo ve un pequeño paso hasta otros "agentes no físicos" como espíritus, dioses y demonios, "intangibles pero implicados socialmente".

Los agentes sobrenaturales son a menudo la fuente de la moral para las personas religiosas, y también sus vigilantes omniscientes, esto es, que basta con pensar en algo pecaminoso para que se den por enterados. Ésta es otra de las creencias más generales entre los fieles de cualquier culto.

La psicología experimental indica, sin embargo, que los niños comprenden los imperativos morales básicos, como los relativos al trato justo y al daño a sus semejantes, desde que están en edad preescolar. Eso es antes de que puedan comprender esos conceptos abstractos y con independencia del entorno religioso en que se obtengan los datos. La neurobiología, por otro lado, ha revelado nexos muy relevantes entre los juicios morales y algunas de las emociones humanas más básicas y universales.

Uno de los nodos centrales de la red emocional del cerebro es el córtex prefrontal ventromedial (VMPC). Los pacientes que tienen destruida esa zona del córtex muestran una disminución general en su capacidad de respuesta emocional y una marcada reducción de las emociones sociales -como la compasión, la vergüenza y la culpa que están estrechamente relacionadas con los valores morales-.

El VMPC es muy conocido por los neurólogos desde el 13 de septiembre 1848, cuando una explosión accidental disparó una barra de hierro de un metro de largo y seis kilos de peso exactamente hacia esa zona del cerebro de Phineas Gage, el capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril. Sobrevivió, y sin daños en la capacidad del lenguaje ni en otras funciones intelectuales. Pero como dijo poco después un amigo suyo: "Este hombre ya no es Phineas Gage".

Todos los graves defectos que muestran estos pacientes se refieren a la respuesta a los estímulos emocionales o a la regulación de los propios sentimientos. Sus capacidades de la inteligencia general, de razonamiento lógico y de conocimiento de las normas sociales y morales están intactas.

Según el neurólogo Antonio Damasio, premio Príncipe de Asturias, muchas reacciones morales aversivas son una combinación del visceral rechazo a ciertos actos (matar a alguien, por ejemplo) y de la compasión instintiva por otro ser humano. Damasio cree que las emociones no sólo se asocian a los juicios morales, sino que son cruciales para elaborarlos.

"Aunque los creyentes suelen atribuir su moralidad a un agente sobrenatural", dice Boyer, "los modelos cognitivos indican todo lo contrario: que nuestros sentimientos morales son reclutados para dar verosimilitud a las nociones morales de la religión".

Los ritos religiosos también parecen muy distintos entre unas culturas y otras, pero todos pertenecen a una clase de "comportamientos rituales" constantes en la especie humana. Los ritos se basan siempre en alguna secuencia de actos arbitraria, obligatoria, ejecutada en un orden rígido, desligada de un objetivo práctico obvio y repetida muchas veces. También implican a menudo el uso de números, colores llamativos y símbolos de la pureza, el orden o la simetría.

Nuevamente, estos comportamientos rituales son un tema común en el desarrollo infantil: por ejemplo, cuando un niño sólo puede andar por la acera pisando las baldosas rojas, o tiene que subir el primer peldaño de su portal antes de que se cierre la puerta de la calle. Los niños suelen asociar estos rituales a unas vagas nociones de purificación y protección del peligro. Cuando estos sistemas se pasan de revoluciones, ocurren los trastornos obsesivo-compulsivos.

"Sabemos que el cerebro humano tiene redes de seguridad y precaución dedicadas a prevenir peligros como la predación", dice Boyer. "Las aserciones religiosas sobre la pureza, la suciedad y el peligro oculto de los demonios al acecho estimulan esos mismos sistemas, y hacen que las precauciones rituales resulten intuitivamente atractivas".

La crítica científica de la religión se ha centrado hasta ahora en argumentos racionales. El astrofísico Carl Sagan, por ejemplo, escribió: "¿Cómo es que apenas ninguna religión ha mirado a la ciencia y ha concluido: '¡Esto es mejor que lo nuestro! El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más sutil y elegante?".

"Hay quien tiene un concepto tan amplio de Dios que no hay forma de evitar que lo acabe encontrando en cualquier parte", afirma Steven Weinberg, físico teórico y premio Nobel. "Si quieres decir que Dios es energía, lo puedes hallar en un montón de carbón".


El diseñador inteligente

La campaña Probablemente, Dios no existe de los autobuses se gestó en Londres en el pasado otoño, y uno de sus grandes promotores fue el biólogo Richard Dawkins (Universidad de Oxford). Él es, posiblemente, el autor de divulgación más popular de los últimos 30 años, pero su gran éxito editorial no es un libro de ciencia sino de religión: El espejismo de Dios, publicado en 2006 y traducido a 31 idiomas.

En los años ochenta, Dawkins aplicó las ideas de la selección natural darwiniana a la propagación de los modelos culturales. Las ideas serían memes (en vez de genes) que se replicarían de boca en boca y competirían entre sí por el éxito reproductivo. Las ideas religiosas, que por definición no deben demostrarse, serían memes de alta propagación.

Dawkins, como otros científicos, también desarrolla en El espejismo de Dios una refutación racional de la teología natural. Esta corriente teológica, que sedujo tanto a Darwin como al propio Dawkins en la juventud de ambos, deduce la existencia de Dios a partir de la complejidad de sus criaturas, y sigue siendo el gran argumento detrás del diseñador inteligente del creacionismo norteamericano. Pero un diseñador inteligente, aduce Dawkins, debe ser aún más complejo que las criaturas a las que pretende dar explicación, luego no les da ninguna.

Son argumentos más bien abstractos. La escuela evolucionista que representa Pascal Boyer, por el contrario, ha presentado evidencias de que el pensamiento religioso es la "línea de menor resistencia" de nuestro sistema cognitivo. "La incredulidad suele ser el resultado de un esfuerzo racional deliberado contra nuestras predisposiciones naturales", concluye Pascal en Nature, "lo que no es la ideología más fácil de propagar, precisamente".



http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Dios/habita/cerebro/elpepisoc/20090223elpepisoc_1/Tes

domingo, 1 de febrero de 2009

REPORTAJE: IRÁN SIGLO XXI

REPORTAJE: IRÁN SIGLO XXI
Hablan los hijos de la revolución

ÁNGELES ESPINOSA 01/02/2009

El País


Se cumplen tres décadas de la revolución islámica de Jomeini, y la mayoría de los jóvenes iraníes -el 70% de la población tiene menos de 30 años- se sienten frustrados y piden un cambio. Así piensan.

Quieren ser profesores, artistas, empresarios, fotógrafos, escritores, incluso clérigos y raperos. Todos aspiran a tener éxito profesional y una buena vida. También se quejan, como en cualquier parte del mundo, de que sus padres no les entienden, o de las dificultades para encontrar un trabajo que les permita independizarse. Los 25 millones de iraníes de entre 15 y 30 años, a quienes toca definir el futuro próximo de la República Islámica, constituyen un enorme potencial de cambio. Sin embargo, la Generación J (nacidos bajo Jomeini y educados bajo Jamenei), como la ha bautizado la escritora Delphine Minoui, vive frustrada ante la falta de visión de sus dirigentes y encorsetada por las restricciones que les imponen.

"¿Qué futuro nos espera cuando el Gobierno se inmiscuye en cada aspecto de nuestras vidas y ni siquiera nos deja trabajar con libertad?", se pregunta Keivan M., un documentalista que en cada proyecto choca con la censura oficial. Sus amigos, todos entre los 20 y los 30 años, coinciden. Están hartos. A la crisis económica y la dificultad para encontrar empleos decentes, se suman las imposiciones de un sistema político que prohíbe la música moderna, el baile, las películas extranjeras o las relaciones entre los dos sexos. Desean poder expresarse sin restricciones, participar en la política, vivir según sus propias ideas, sin imposiciones.

Keivan, Peiman y otra decena de chicos y chicas han acudido a casa de la familia de Kambiz a pasar la tarde del viernes, el festivo semanal en Irán. Reunirse en casa de amigos es casi la única posibilidad de relacionarse con normalidad con el sexo opuesto. Las chicas pueden quitarse el pañuelo (aunque Mona no lo hace) y todos se relajan como si el mundo exterior no existiera. Es su burbuja de normalidad. Allí, cuando las frutas, los pasteles y el té, de obligado cumplimiento en cualquier reunión social, dejan paso a la cena, incluso se abre una botella de vino de fabricación casera. La mayoría no lo probará. El acceso a lo prohibido parece disminuir su apetencia.

"Sus deseos son los mismos que los del resto de los jóvenes, pero carecen de la posibilidad de llevarlos a la práctica; sólo pueden desear, y esos deseos incumplidos generan frustración", explica Hosein Baher, un terapeuta especializado en problemas de la conducta. Aunque hayan nacido después de la revolución islámica, de la que este mes se celebra el 30º aniversario, y crecido alimentados por sus valores, la creciente exposición al mundo exterior a través de la televisión por satélite (ilegal) y, sobre todo, de Internet (muy filtrado) está sometiendo a la juventud iraní a una verdadera esquizofrenia vital.

Es difícil ser joven en la República Islámica. "No tenemos libertad", coinciden la mayoría de los entrevistados. Y cuando los periodistas les preguntan por sus sueños, la idea de escapar de la realidad subyace a muchos de ellos. "Me gustaría tener alas para viajar a donde quisiera, probarlo todo y no ser de ninguna parte", responde Sami M., que aspira a ser una gran escultora. Es una forma de evadirse ante la dificultad para tomar las riendas de sus vidas. "Siempre hay alguien que decide por nosotros", resume un estudiante de idiomas.

Uno de los principales problemas que afronta la Generación J son las trabas al contacto con el sexo opuesto. "Después de la revolución, el modelo tradicional de matrimonio ha quedado desfasado", admite Baher. "Los jóvenes ven los nuevos tipos de relaciones en las cadenas por satélite y en Internet, y les resultan atractivos, pero el sistema que tenemos les impide comportarse de ese modo". Así que viven una discordancia porque ya no encajan en el modelo clásico y tampoco han alcanzado la modernidad. "Es como si hubieran dado un salto y se hubieran quedado suspendidos en el vacío", describe el experto.

Ni la sociedad ni las leyes admiten las relaciones prematrimoniales. A la vez, la generalización de la educación superior entre las mujeres (ya suponen el 65% de los universitarios) ha contribuido, junto a las dificultades para encontrar trabajo, al retraso de la edad media de matrimonio. Hoy, las iraníes se casan a los 25 años, y los iraníes, a los 30, cinco más tarde que antes de la revolución. En consecuencia, proliferan arreglos no tradicionales como la sighé, o matrimonio temporal. Los sociólogos constatan un creciente abismo entre lo que se considera aceptable y lo que realmente ocurre. Se actúa a escondidas.

"Hacemos caso omiso de las prohibiciones, pero crea mucho estrés estar bordeando continuamente los límites de lo permitido", confiesa un joven que ha dejado de salir a la calle con su novia para evitar que alguien les pare y les pregunte por su relación. Los vigilantes de la moral también se entrometen en su vestimenta, obsesionados con que las chicas cubran las formas de su cuerpo y no muestren ni un mechón de pelo, y con que los muchachos no lleven cortes occidentales (sic) ni camisetas demasiado ajustadas o con dibujos ofensivos. Las campañas de "seguridad social" constriñen sus ansias de singularizarse.

Elham B., profesora de inglés, da cuenta de ello. "Muchos de mis alumnos utilizan el inglés, o la transcripción del persa en caracteres latinos, para enviarse SMS y evitar que sus padres puedan entenderlos", declara. Muchos se confían con ella porque, a sus 23 años, la ven como alguien que puede entenderlos. "No tienen aficiones; de ahí que perseguir a chicas en los centros comerciales (o ir a ser perseguidas) se haya convertido en su principal entretenimiento", manifiesta. Para ella, se necesitan lugares donde los jóvenes puedan encontrarse y hablarse, algo que han reconocido incluso algunos clérigos, como el hoyatoleslam Jaffar Ardabili, cuyo Instituto Cultural y de la Familia parece una agencia matrimonial con otro nombre.

No sólo las relaciones personales están limitadas por la estrechez de la moral oficial. Las aficiones o la vocación de uno también chocan a menudo con el muro de las prohibiciones. A sus 23 años, Kamyar M. está a punto de concluir sus estudios de trompeta en el conservatorio y, sin embargo, no puede tocar. Al menos no lo que quiere y cuando quiere. "Este mes y el que viene no podemos hacerlo por ser meses de luto religioso, en ramadán tampoco", se lamenta. Y cuando está permitido, sólo piezas clásicas. "Los profesores ni siquiera nos enseñan cómo abordar otro tipo de partituras", añade mientras empieza a preguntarse si se equivocó al seguir los consejos de Babak Bayat, un famoso compositor local que fue vecino de su familia y le inició en la música.

Más difícil lo tiene Big Boy, nombre artístico de un chavalote de 19 años que dice encontrar en el rap la libertad que necesita para expresarse. Como ese estilo musical está proscrito, Big Boy y la veintena de sus colegas raperos están condenados a la clandestinidad, tanto para los ensayos como para las actuaciones "en fiestas privadas". Por si eso no fuera suficiente, las autoridades tratan de desprestigiarles. "Hace poco, un programa televisivo utilizó una de mis canciones y dijo que el rap rinde culto a Satán", se queja. La acusación de "desviados" puede tener consecuencias legales muy graves. Tal vez por ello evita señalar la causa de la prohibición del rap.

Otros no se cortan. "Mientras mande la religión no puede haber libertad, ambas son incompatibles", asegura Pedram, estudiante de filosofía, a la vez que reconoce que su agnosticismo es bastante minoritario en Irán. Más representativo de su generación, M. E., recién licenciado en Medicina, se declara religioso, pero liberal. "Tampoco me gusta lo de Turquía, que prohíben el uso del velo; lo mejor es que cada uno pueda hacer lo que quiera", manifiesta convencido de que el islam tampoco es lo que les imponen en su país. Sin cuestionar el sistema islámico, la generación posrevolucionaria reclama una cara más amable de la religión que rige sus vidas.

Claro que no todos están de acuerdo. Mohsen Shayegh Niknafs, licenciado en Literatura Persa, de 24 años, que estudia para ser clérigo en Qom, culpa del desempleo, la inflación y la falta de recursos de los jóvenes para formar una familia a las sanciones económicas de los países occidentales. "El pueblo iraní siempre ha sido un pueblo religioso", afirma. Y recurre a una frase del ayatolá Hasan Modarres para definir el papel de la religión en la sociedad iraní: "Nuestra política es como nuestra religión y nuestra religión es como nuestra política". Su deseo es que "Irán llegue a ser un modelo para el mundo".

Como él, Kazem Haghanian, estudiante de matemáticas de 20 años, se muestra convencido de que "el sistema de Gobierno islámico es la mejor opción", pero atribuye las dificultades de la juventud a los reformistas. "Hace 10 o 12 años, los jóvenes no tenían estos problemas y la revolución estaba encaminada hacia sus metas", defiende. Haghanian, a quien el fotógrafo Fernando Moleres encontró en una manifestación de solidaridad con Gaza, se declara dispuesto a realizar una operación suicida contra Israel ("aunque eso no depende sólo de mí", precisa) y asegura que su sueño es "el fin del sionismo y el establecimiento de un Gobierno islámico en todo el mundo".

"La mayoría no opinamos así", se apresura a aclarar Kambiz con el apoyo de Peiman y Keivan. No está claro qué actitud está más extendida, pero Haghanian parece darles la razón cuando se queja de que "muchos jóvenes van a fiestas nocturnas, pero sólo unos pocos participan en las asociaciones islámicas de las universidades". Entonces, ¿por qué se imponen las normas de la minoría? "Porque no podemos elegir", responden al unísono los tres amigos. "Nos presentan una lista de candidatos preseleccionados y nos dicen: elegid entre ellos, pero son todos lo mismo", asegura el anfitrión. Desconfían del proceso político y se jactan de no haberlo legitimado con su voto. "Bueno, yo sí que voté una vez, a Jatamí, pero no sirvió para nada", afirma Peiman.

Aun así, los conservadores movilizan importantes sectores de la sociedad, lo que se ve tanto en las manifestaciones políticas como en las ceremonias religiosas. "Es porque les han lavado el cerebro desde la escuela", defiende Kambiz con el asentimiento de los demás. Los intelectuales críticos están de acuerdo. "Les atiborran de clases de religión y de consignas, y no conocen sus raíces", declaró hace algún tiempo a esta corresponsal un pensador represaliado.

Tal vez por ello, Irán es el país de la región donde menor es el riesgo de radicalización religiosa. "Dado que aquí tenemos un Gobierno islamista que se ha convertido en un ejemplo indeseable, los jóvenes reaccionan en sentido contrario", afirma el soció­logo Hosein Ghazian.

Kambiz tiene motivos para desear un menor peso de la religión en la sociedad. Su pertenencia a una minoría religiosa impide que pueda casarse con su novia (una musulmana chií) en Irán. "No es sólo la ley, la familia y la sociedad también influyen. Si estuviera vivo mi padre, no podría planteárselo", manifiesta el joven, que empieza a impacientarse tras varios años de idilio. Y es afortunado porque los padres de la chica son bastante liberales y no se oponen a la relación. "Pero sólo lo saben ellos, si se enteraran mis tíos, sería un escándalo", apunta la muchacha.

"La única salida es irnos fuera, y estoy planeando volverme a Estados Unidos, donde ya viví algún tiempo, pero a ella le cuesta decidirse dejar a su familia", concluye Kambiz.

Sea por esa falta de libertad personal o por las crecientes dificultades para encontrar trabajo en una economía esclerotizada, emigrar se ha convertido en el sueño de muchos jóvenes cansados de esperar reformas que no llegan. El panorama es desalentador. Según los datos oficiales, un 25,6% de ellos están desempleados (hasta un 28,95% en las zonas urbanas). Y cada año se incorporan al mercado laboral cerca de un millón más. El economista Said Leilaz, director del periódico económico Sarmayeh, estima que 250.000 jóvenes dejan el país anualmente y eleva la pasa de paro hasta el 50%.

"En todos los aspectos de la vida, los jóvenes sienten que no son ellos mismos debido a las restricciones sociales que les impone no sólo el Estado, sino también la familia y los amigos, de acuerdo con valores del pasado. Asumen que Occidente es libre, eso les atrae y desearían alcanzarlo", analiza Baher, el terapeuta. De ahí que muchos quieran irse, para ampliar estudios o buscar oportunidades que aquí se les niegan. A este observador le preocupa la fuga de cerebros. "La mayoría no regresan", coinciden en señalar dos jóvenes profesores universitarios que, sin embargo, optaron por volver.

Quienes se quedan esperan una oportunidad política, económica o social. ¿Qué sucede cuando ésta no llega? Baher, en cuya consulta ha aumentado un 50% el número de jóvenes en las últimas tres décadas, ha constatado dos reacciones extremas. "O van a por todas y violan todas las barreras, bebiendo, drogándose, etcétera, o caen en la apatía, lo que en los casos más extremos lleva a la depresión y el suicidio", explica.

Aunque Irán no es el único país que afronta el problema de la droga, sus 3,5 millones de drogadictos (una de las tasas más altas del mundo, según la ONU) han obligado a las autoridades a ponerse manos a la obra. Sobre los suicidios de jóvenes no se publican cifras, pero los especialistas se muestran convencidos de que van en aumento y superan la media. De momento, es un tema tabú que deja a las familias, además de desconsoladas, incomprendidas y sin ningún tipo de atención.

A pesar del difícil panorama que tienen ante sí, pocos jóvenes se muestran políticamente activos estos días. Ni siquiera entre los 3,5 millones de universitarios. Y eso que fue en los campus donde se gestaron las revueltas a favor de la revolución islámica durante los años setenta del siglo pasado y las manifestaciones reformistas entre 1999 y 2004. Bajo el mandato del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad incluso esa llama se ha extinguido. La desilusión por las reformas que no se materializaron y la represión han dinamitado el movimiento estudiantil.

Hace algunos años nos movilizábamos por la libertad académica y el derecho de asociación en las universidades, ahora lo único que podemos hacer es mantenernos en nuestro puesto y continuar nuestros estudios", justifica Soleiman Mohammadi, un kurdo de 23 años expulsado de la Universidad Alame Tabatabai. "Sólo podemos resistir porque no hay libertad para hacer nada", añade. Él, sin embargo, piensa declararse objetor ante el servicio militar obligatorio, algo inusitado en Irán y que puede dar con sus huesos en la cárcel. Para la mayoría de sus compañeros, la vida personal ha pasado a ser más importante.

A las puertas de la Universidad de Teherán, la mayor y más antigua del país, los colores pardos que impone la estética oficial uniformizan a sus estudiantes. Pero en las calles de la ciudad, la paleta de colores es mucho más amplia. Conformistas o rebeldes, socialmente activos o pasotas, trabajadores o estudiantes, los jóvenes iraníes todavía se permiten soñar con la libertad, aunque vean su futuro sombrío. Y a diferencia de sus vecinos de Oriente Próximo, ya están vacunados contra el radicalismo religioso.

http://www.elpais.com/articulo/portada/Hablan/hijos/revolucion/elpepusoceps/20090201elpepspor_5/Tes