domingo, 31 de enero de 2010

La tapadera

31.01.10

IÑAKI UNZUETA | PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UPV-EHU

El Correo


«La labor del lehendakari en estos últimos meses ha consistido en levantar la tapadera que ahogaba la sociedad. Transversalidad es incidir en lo que nos une y ampliar los espacios de libertad»

En la película de Philip Gröning 'El gran silencio' sobre la vida de los cartujos en la Grande Chartreuse, hay una escena en la que los monjes van en fila hacia el refectorio y hacen el leve gesto de lavarse las manos antes del almuerzo dominical. Posteriormente, durante un paseo por el campo, en las pocas horas de asueto semanal en las que pueden hablar, departen y uno de ellos hace el siguiente comentario: «En Sélignac hace veinte años que no se lavan las manos. ¿Crees que deberíamos dejar de lavarnos las manos?». Y el clérigo interpelado le responde: «Eliminar los símbolos es destruir las paredes de nuestra casa. Si eliminamos los símbolos perdemos el rumbo». La Grande Chartreuse es un monasterio aislado en la alta montaña, de tal suerte que a los monjes lo que les diferencia de la vida salvaje exterior es una muralla de símbolos. El color del hábito que jerarquiza. El tañido de las campanas que divide el tiempo diario frente al tiempo largo de las estaciones. Los cuerpos vencidos por la oración y prosternados ante Dios; o, en fin, el mismo silencio que simboliza la pequeñez y el misterio de la existencia humana.

Cada vez que arrecian las críticas al Gobierno de López calificando su gestión de inane y simbólica, recuerdo la sentencia del clérigo de la Grande Chartreuse: «Eliminar los símbolos es destruir las paredes de nuestra casa». Lo que más me sorprende de esta crítica es que procede precisamente de aquéllos que hicieron del País Vasco una de las zonas de más alta densidad simbólico-política de Europa. En plazas y lugares emblemáticos de nuestros pueblos todavía flamean las ikurriñas y hasta hace poco se encontraban infestadas por una variopinta iconografía nacionalista. Y en la misma praxis política nacionalista -plasmada en la llamada construcción nacional- que tiene como meta un nuevo orden nacional, el peso simbólico de ceremonias y rituales es determinante.

La nación es una comunidad imaginada de personas constituida por aquéllos que se identifican con un cuerpo colectivo común. Ahora bien, como no existe el aglutinante de la interacción cara a cara, no se trata de un auténtico grupo y un cuerpo de activistas -políticos, militantes e integrantes de todo tipo de asociaciones- tiene que hacer un ingente esfuerzo por señalar lo que significa pertenecer a la nación. La construcción nacional consiste en mostrar las características -tradición, lengua, nacimiento, etcétera- que supuestamente comparten los miembros del colectivo, insistiendo en su unidad, desplegando recursos que promuevan la conformidad y vigilando y castigando a los disidentes. La nación es una entidad frágil que debe serle impuesta a la realidad con la que choca, de ahí la importancia de los símbolos y la constante apelación a creencias y emociones. Marchas, desfiles, manifestaciones, banderas, canciones, fotografías, uniformes e himnos son los constituyentes de comportamientos estandarizados y repetidos tales como ceremonias y rituales.

Si la construcción nacional precede a la nación, ello significa que ésta o es muy frágil o no existe, y, lo que es más importante, que el orden que se quiere imponer es uno más entre otros, es artificial. El orden se distingue de la aleatoriedad porque en una situación dada sólo suceden determinados acontecimientos. Diseñar y construir un orden significa tener unas preferencias, seleccionar unos valores, planificar, evaluar, corregir, amputar... La paradoja es que los nacionalistas consideran que sólo hay un único modo de ser vasco y que el orden diseñado por ellos es el natural. La naturalización consiste en la construcción de la nación apelando a factores como el pasado común, la sangre o el territorio que están más allá del control de las personas. Como los vascos -dicen- pertenecemos a un pueblo antiquísimo y hablamos un idioma misterioso, el destino escapa a nuestro control y no admite discusión. Un origen remoto, firme e inamovible rechaza toda posibilidad de elección, pues como dice Bauman: «Una nación es más fuerte y segura cuando creemos que no la elegimos deliberadamente, cuando creemos que no hacemos nada para crearla y nada podemos hacer para destruirla».

La carga conservadora del nacionalismo se destila en ese proceso de naturalización que nos encadena a un destino. Los nacionalistas utilizan todo tipo de elementos en la construcción y reproducción del orden nacional. Cualquier elemento sirve: vestimenta, comida, ocio o lengua cumplen unas funciones principales y otras no sustantivas. Pues bien, cuanto menos conscientes somos de las funciones no sustantivas más firme es el orden nacional, y cuanto más se disfraza el orden de naturaleza, más estable es. Cuando ETA adopta el euskera como 'su' lengua y los nacionalistas como 'la' propia, el euskera pasa a cumplir unas funciones no sustantivas que se presentan como naturales e intentan pasar desapercibidas. Los nacionalistas saben que la cultura es mucho más eficaz cuando se disfraza de naturaleza, de ahí el interés por naturalizar el idioma. El pasado 3 de diciembre en Loiola, el lehendakari aludía -creo- a ese proceso de naturalización del euskera, y por ello decía que quería unir euskera y libertad.

En definitiva, la labor del lehendakari en estos últimos meses ha consistido en levantar la tapadera que ahogaba la sociedad. Señalar nuevos caminos. Luchar contra lo dado como natural. Descubrir la naturaleza reaccionaria de la construcción nacional que limita la capacidad de elección de todos los vascos -nacionalistas y no nacionalistas- hace su conducta más previsible y recorta la libertad. Transversalidad es incidir en lo que nos une y ampliar los espacios de libertad. ¿Quién dentro de 100 años será capaz de distinguir entre los cráneos de López y Egibar, Ares y Arzalluz, Basagoiti y Otegi?


http://www.elcorreo.com/vizcaya/20100131/opinion/tapadera-20100131.html