martes, 11 de noviembre de 2008

¿Debemos luchar en Afganistán?

¿Debemos luchar en Afganistán?

11.11.08

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR
| HISTORIADOR, ESPECIALISTA EN EL MUNDO ÁRABE

El Correo



España no es la octava potencia mundial como afirman alegremente tanto el Gobierno como la oposición. España es un país avanzado e industrializado, cuya economía podría situarse entre los puestos duodécimo o decimoquinto del ránking mundial, dependiendo de la manera en la que ponderemos los diferentes parámetros. Formamos parte del pelotón de cabeza, pero en ningún caso somos una potencia mundial. Por lo tanto, cabe preguntarse el motivo de que mantengamos varios cientos de soldados en un país muy remoto como Afganistán, sobre todo cuando los matan.

Nuestras tropas en Afganistán están allí para defender los intereses nacionales de España. Cuando la comunidad internacional envía tropas para intervenir en tal o cual crisis, no lo hace por puro humanitarismo, sino para proteger sus legítimos intereses y sus ambiciones. El mundo es como una gran ciudad donde conviene mucho ser solidario cuando arde la casa de un vecino, aunque esté lejos de la nuestra, porque en ningún caso es recomendable que se extiendan los incendios. Muchas veces los gobiernos y las gentes ignoran descaradamente esta norma de sentido común. Se encogen de hombros y cínicamente dicen: 'no es asunto nuestro'. Puede suceder que por pura suerte no les pase nada, pero lo más frecuente es que acaben lamentando amargamente su estupidez. Cuando los talibanes comenzaron a cometer barrabasadas no movimos un dedo para impedirlo. Luego sucedió lo que sucedió. Otros lugares como Birmania o Chechenia nos pasarán la factura a su debido tiempo. Pero de momento centrémonos en el problema afgano.

Suele afirmarse con cierto grado de masoquismo que los occidentales tenemos la culpa de todo porque financiamos a los talibanes para luchar contra la URSS, criando a los cuervos que ahora quieren sacarnos los ojos. Es un disparate, porque los rusos salieron de Afganistán en 1989, el régimen comunista cayó en 1992 y los talibanes no aparecieron hasta 1994. Una vez derrotados los comunistas, los caudillos afganos se dedicaron a reñir salvajemente por el poder. Fue entonces cuando un puñado de jóvenes talib -estudiantes- de la etnia pastún, formaron un grupo de justicieros locales para intentar meter un poco de orden y de sentido común en el caos imperante. Fueron los paquistaníes y no los occidentales los que aportaron el dinero y las armas necesarias para convertir a un pequeño grupo de estudiantes fanatizados en un ejército capaz de conquistar casi todo el país, y de convertir al profesor que les daba clases de teología, el mulá Omar, en el nuevo jefe del Estado.

En la actualidad la situación sigue siendo la misma. El espionaje militar paquistaní, el ISS, es un verdadero Estado dentro del Estado que actúa al margen de las autoridades civiles. Ellos financian a los talibanes, los arman, los entrenan y les ayudan a reclutar tropas entre los pastunes de Pakistán. Pretenden crear por la fuerza un Gran Pakistán que abarque Afganistán y Cachemira bajo un gobierno militar autocrático. Otra cosa es que la situación se complique bastante porque los talibanes y sus colegas ideológicos de Pakistán no sean meros peones, sino que albergan sus propias ambiciones, que no siempre coinciden con las de sus poderosos padrinos, aparte de que el Gobierno paquistaní se vea obligado a jugar a dos barajas por la presión occidental.

La insurgencia afgana está formada casi exclusivamente por miembros de la etnia pastún, que supone el 45% de la población. A los tayikos, hazaras, uzbecos y otras etnias los tienen en contra casi en bloque. La irracionalidad de la dictadura talibán les indispuso con gran parte de su propia etnia. La insurgencia sobrevive sólo gracias a los apoyos que recibe de Pakistán, pero los talibanes no son un movimiento religioso o un partido político. Son un ejército y nada más. Sus efectivos rara vez han superado los 50.000 hombres, de los cuales como mínimo un 25% provenían de Pakistán. Las batallas y las deserciones han diezmado las filas de los talibanes afganos. Esta situación puede acabar de tres formas:

A) La incompetencia del Gobierno de Karzai podría permitir que poco a poco la insurgencia cuajase entre los pastunes, evolucionado el conflicto hacia una guerra civil enquistada entre las dos mitades del país. Sin una retirada occidental, la conclusión a largo plazo podría ser la partición de facto del país, en beneficio de Pakistán.

B) Si los afganos eligen a un presidente más competente que Karzai, crean una administración eficaz y los occidentales les siguen respaldando con tropas más numerosas y mejor organizadas, los talibanes afganos serán destruidos. Entonces la lucha continuaría como una mera invasión paquistaní de Afganistán, donde los pastunes paquistaníes se verían reducidos al ingrato papel de carne de cañón. El resultado a largo plazo podría ser un conflicto abierto entre Pakistán y Occidente.

C) La guerra puede terminar de desestabilizar Pakistán, un país con armas nucleares que está ya muy cerca del colapso, surgiendo una dictadura integrista o el caos absoluto. Este escenario, el peor de todos, es por desgracia cada vez más y más factible.

Se admita o no, el miedo a que esto suceda es la verdadera razón de que se mantenga la presencia occidental en la región. Impedir que el arsenal nuclear paquistaní caiga en poder de los integristas significa evitar una nueva matanza de Atocha con armas atómicas. Por un objetivo así merece la pena mantener allí a cientos o incluso miles de soldados durante todo el tiempo que haga falta. Lo demás no son más que palabras.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20081111/opinion/debemos-luchar-afganistan-20081111.html

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