domingo, 7 de abril de 2013

Ideas que contagian

José María Romera

El Correo 7/4/2013


En la medida en que crece la confusión en el ambiente, nuestro pensamiento busca refugio en las ideas recibidas. Debería suceder al contrario: que la incertidumbre nos empujara a afinar el criterio para hallar nuevas respuestas a los problemas, sin dejarnos llevar por modelos de explicación y de acción que se han revelado inútiles. Pero eso supondría un trabajo arduo que no siempre estamos dispuestos a emprender, y menos cuando nos hallamos sumidos en estados de fatiga y melancólico desánimo. Es el campo de cultivo más favorable para la difusión de actitudes, doctrinas y opiniones contagiosas. Explicaba Richard Dawkins en 'El gen egoísta' cómo los 'memes', al igual que los virus, se transmiten de cerebro a cerebro sin que haya ninguna relación entre su fuerza persuasiva y el alcance de su propagación. De hecho, el contenido de una buena parte de esas moléculas culturales carece de todo fundamento racional porque responde a impulsos meramente instintivos, cuando no es portador de simple y llana estupidez. Repetimos lo que otras nos dicen por efecto de la rutina». Copiamos de otros sus modos de hacer y de pensar para evitamos la molestia de discurrir con cabeza propia, en virtud de la misma mecánica que nos hace tararear melodías pegadizas, abrir la boca después de ver bostezar a alguien o pronunciar frases hechas en la conversación. Para Malcolm Gladwell ('La frontera del éxito'), admitimos como verdades triunfantes aquellas que han logrado prender con más facilidad, sin más. Su efectividad radica en la rapidez y la amplitud de su radio de acción, no en la cantidad de certeza que contengan.

Estamos inexorablemente expuestos a los 'memes', pero nos gusta creernos originales. Así como sucumbimos a los mensajes publicitarios donde se nos prometen experiencias únicas y exclusivas que luego se sustancian en la compra de ropa seriada hasta la náusea, sostenemos ideas prefabricadas con el amor propio de quien se bate en la defensa de un territorio personal. Atribuimos a nuestra independencia de criterio muchas opiniones propias sobre las que un sincero examen de conciencia sacaría conclusiones desalentadoras: cuando no son de segunda mano, provienen de actos automáticos dictados por la pereza, el pensamiento de grupo o la influencia de los medios de comunicación de masas.

Recordaba Aurelio Arteta ("Tantos tontos tópicos') que los lugares comunes proporcionan «el satisfactorio encuentro de uno con la mayoría, el ocultamiento dentro del número, la huida de toda disputa y, en fin, la tranquilidad consiguiente». Cuando las modas cambian, esas convicciones que creíamos sólidas se derriten con una asombrosa rapidez, hasta desvanecerse para dejar paso a otros nuevos 'memes' que también arraigarán con la misma fuerza: no la que proviene de la verdad, sino la que aporta el sentirse confirmado por la corriente.

Pero no se puede decir que todos los 'memes' sean pasajeros o afecten solo a unas personas y a otras no. En algunos casos llegan al alcance y la duración de las grandes ideas compartidas por toda la especie humana. Para el psicólogo Matthew D. Lieberman, especialista en neurociencia cognitiva social, hay Grandes Ideas refutadas por la ciencia que sin embargo perduran fuertemente arraigadas en nuestra visión de la realidad. En este caso se podría hablar de epidemias masivas de 'memes' no contagiados mediante la vía de transmisión de boca a oreja, sino anclados contra viento y marea en lo más profundo de nuestra naturaleza. Lieberman pone el ejemplo de la dualidad cartesiana mente-cuerpo. Seguimos hablando de ellos como dos planos diferenciados del ser humano y pensando en su distinta existencia por más que la separación entre ambos no goce de ningún crédito científico. Para Lieberman, eso se debe a que la idea, más allá de su mayor o menor solvencia intelectual, se ajusta hasta tal punto a la estructura y la función del cerebro humano que este nos hace ver el mundo conforme a ella. Por decirlo de otro modo, las mentes y los cuerpos se representan en el cerebro en redes distintas, lo que hace que las experimentemos como pertenecientes a categorías distintas aunque en realidad sean una misma cosa. Pero intentar convencernos de esto último sería, concluye, Lieberman, «tan inútil como intentar convencernos de que los colores y los números son el mismo tipo de cosa».

Si eso ocurre con el dualismo mente-cuerpo, cabe decirse algo parecido de otros binomios también anclados en nuestras cosmovisiones sobre los cuales se depositan muchos de los 'memes' en circulación. Tal vez estemos tan programados para interpretar la realidad en dualismos que caigamos sin cesar en interpretaciones basadas en antonimias: blanco y negro, ellos frente a nosotros, bueno y malo, tirios contra troyanos. Sin matices. Sin tonalidades. Sin admitir términos medios ni sopesar las variantes que se resisten a situarse en los extremos.

LA CITA Truman Capote «Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes»

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