sábado, 6 de julio de 2013

La confusión entre un partido y una patria

IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA / Autor de ‘VASCOS CONTRA VASCOS’,

EL CORREO 06/07/13


La iniciativa del lehendakari Urkullu de proponer el 7 de octubre –día de 1936 en que su predecesor José Antonio Aguirre juró su cargo en Gernika– como nueva Fiesta nacional vasca, es un paso más del Partido Nacionalista Vasco para confundir su historia con la del país. Imitando la apropiación partidista de la historia y sus símbolos que ya realizaron la Falange y otros partidos nacionalistas, ha debido de descartar que algún sucesor suyo pueda llegar a imitarle, y ponga la fiesta en julio (el 18 franquista o el 31 en que se anunció la fundación de ETA). Pues lo único seguro en la historia es que es pendular: los abusos alimentan reacciones que conducen a nuevos abusos.

Al entrevistar a líderes para elaborar mi libro sobre el conflicto entre vascos, un dirigente socialista me confesó el grave error de que los elementos simbólicos vascos fueran los del partido hegemónico. Al redactar el Estatuto se adoptó el nombre de Euskadi (inventado por Sabino Arana) a pesar de la tradición y el arraigo popular de la denominación País Vasco y de la corrección expresiva del término Euskal Herria; dos alternativas apartidistas, más fáciles de aceptar por la ciudadanía. Eso explica que dirigentes de la izquierda abertzale sean propensos a emplear Euskal Herria y líderes del Partido Popular utilicen País Vasco o Vascongadas.

Otro error fue aceptar el ‘Gora ta gora’ del PNV como himno de todo el país. En este caso la alternativa era aún mejor, pues el ‘Gernikako Arbola’ del bersolari Iparraguirre es uno de los más bellos himnos patrios que hayan sido compuestos en el mundo. La capacidad movilizadora de aquella canción provocó tumultos en el madrileño Café de San Luis –donde fue compuesta– al que acudían los vascos residentes en la Villa y Corte. Tal fue su popularidad, que el Gobierno progresista de Juan Álvarez de Mendizábal (el de las desamortizaciones, que tanto soliviantaron a los vascos) mandó al exilio al bardo de Urretxu.

La personalidad de Iparraguirre –por ser arquetipo del vasco genial, independiente y ‘jatorra’– no podría haber tenido mejor aceptación entre los vascos de hoy en día, que con muchísimos menos motivos hemos convertido en santos laicos a Celedón y la Marijaia. Iparraguirre se escapó de casa con 14 años para incorporarse a los tercios carlistas, se negó a acogerse a la amnistía del Abrazo de Bergara y se exilió sin más patrimonio que su ingenio y su voz. En 1848 estaba combatiendo en las calles de París contra el ejército francés, contribuyendo a instaurar la Segunda República. Es, por tanto, un personaje atractivo y unificador; mucho más que el xenófobo y ultraclerical Sabino Arana, autor del ‘Gora ta gora’. El hecho de que en el himno jeltzale se invoque reiteradamente a Dios y a la cruz hace aún más incomprensible la decisión de los socialistas de aceptarlo.

En tercer lugar está el asunto de la enseña inventada por Luis Arana para el PNV: la ikurriña (que significa ‘bandera’, como si fuera la única posible). Su legitimidad estriba en que la enarbolaron durante la guerra de 1936 los batallones organizados por el PNV y ANV (no los socialistas, comunistas, anarquistas, ni de Izquierda Republicana, que suponían más combatientes); recuérdese que contra la ikurriña lucharon los antepasados de gran parte de los navarros, guipuzcoanos y alaveses de hoy en día, contribuyendo a suprimirla durante cuatro décadas. A la hora de adoptar la ikurriña nadie se acordó de la única bandera histórica común, con la que combatieron en el exterior los vascos en 1860 y 1868. A diferencia de los conflictos anteriores (en que cada tercio enarbolaba la bandera de su provincia) las diputaciones decidieron que todos los Tercios Vascongados combatieran en Marruecos bajo una única bandera común, con el simbólico escudo del ‘Irurac Bat’ (tres en uno). Éste es el emblema de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, la organización cívica que promovía la modernización cultural, industrial y educativa de los vascos, y que era la encargada de defender los intereses comunes en la corte. Unos años después, los vascos de la isla de Cuba entregaron una placa de reconocimiento que incluye esa bandera vasca, y que está conservada en el palacio de la Diputación de Álava.

Con los mencionados precedentes en materia simbólica, asombra que se mencione el pluralismo como argumento para la nueva fiesta; si Urkullu considera ‘plural’ una conmemoración de la Guerra Civil y que su partido acapare el 100% de la simbología vasca, podemos esperar cualquier cosa. Para esta y otras cuestiones relativas a nuestro doloroso pasado de intolerancia, violencia e imposiciones, el Gobierno debería de apoyarse en los historiadores de prestigio, acostumbrados a interpretar los hechos del pasado con la necesaria ecuanimidad. Y debería recordar que cuarenta años de franquismo, con todo el poder de una dictadura militar, no pudieron eliminar la historia y la simbología auténtica. Si Urkullu insiste en repetir los errores del pasado, que sepa que está sentando las bases para que algún día un águila sustituya en los impresos oficiales al escudo de la Comunidad Autónoma Vasca: la de San Juan (franquista) o la de Sancho El Mayor (de Batasuna).

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