domingo, 16 de diciembre de 2007

Montañismo

16.12.2007
JON JUARISTI

ABC


EL viernes, desde TVE-1, la eurodiputada del PSOE Elena Valenciano arremetió contra Aznar por ponernos a todos «en una situación muy peligrosa», a causa de su alianza con Bush. Está claro que, dijeran lo que dijeran tras la sentencia del 11-M, los socialistas no van a renunciar al más rentable chivo expiatorio que han tenido en toda su Historia. Y menos ahora, ante el horizonte de marzo.

Declaración de principios que nadie me ha pedido y que aduzco sólo para una mejor comprensión del argumento: mi lealtad a Aznar no emana sólo de una amistad personal, aunque su amistad me honra. Mi lealtad a Aznar no deriva sólo de una gratitud debida, a pesar de que tengo razones de sobra para estarle agradecido. Mi lealtad a Aznar no se debe sólo a afinidades políticas, aunque comparta muchas de sus convicciones. Mi lealtad a Aznar se fundamenta, sobre todo, en la necesidad de resistir al principio oportunista e inmoral de que todo tiene arreglo si se encuentra un buen culpable; es decir, alguien que pague con su cabeza la restauración del consenso.

Es evidente que no fue Aznar quien terminó con el mismo. Los socialistas llegaron al gobierno dispuestos a cargarse el acuerdo sobre el que se fundamentó la Transición, un contrato entre una izquierda y una derecha nacionales. Y lo hicieron porque Rodríguez tenía las mismas intenciones de perpetuarse en la presidencia que Chávez y Morales en las de sus respectivos países. Para ello, necesitaba destruir al PP, apoyándose en los nacionalismos y en los neocomunistas de IU. Esto nada tiene que ver con la política exterior de Aznar, que ya estaba liquidada, a todos los efectos, la noche del 14 de marzo de 2004. Quien nos ha puesto en una «situación peligrosa» es el gobierno del PSOE, a causa de sus compromisos con los nacionalistas. La «situación peligrosa» a que se refería neciamente Elena Valenciano -la amenaza del terrorismo islámico- es global, independiente de la política de alianzas militares del anterior o del actual gobierno, según admitían todavía hace un mes los dirigentes socialistas. La otra «situación peligrosa» por la que atravesamos -la vulnerabilidad de la democracia española a los embates terroristas de ETA- es, en cambio, consecuencia directa de la brutal disensión política inducida por los socialistas. La primera de ellas no ha desaparecido ni desaparecerá en mucho tiempo, y ni siquiera la reconstrucción del consenso podría mitigarla, porque requiere de una amplísima coordinación internacional de los gobiernos (y no de inútiles y confusas alianzas de civilizaciones). Pero la segunda sería superable si el PSOE, en el gobierno o en la oposición, cambiase de estrategia o, mejor dicho, si tuviese alguna.

Lo que en esta legislatura se ha demostrado, además de la insensatez de la negociación con ETA, es la imprudencia estúpida que suponen las alianzas estratégicas con los nacionalismos. Hay que distinguir este tipo de alianzas de los acuerdos tácticos, que serán o no aconsejables, según la coyuntura. El presidente Rodríguez, al que Hermann Tertsch ha definido acertadamente como un tacticista, ha confundido ambas cosas. La principal directriz de cualquier estrategia nacional es la conservación del Estado, y esto la hace incompatible con las estrategias secesionistas de los nacionalismos. Rodríguez es completamente ciego a esta dimensión. Como sus compañeros del PSE, que sólo supieron oponer al plan Ibarreche un proyecto de reforma estatutaria elaborado desde posiciones nacionalistas estratégicamente rebasadas por el PNV, Rodríguez hace suyas las tesis defensivas de Imaz justo cuando el lehendakari pasa a la ofensiva, apoyando abiertamente a Batasuna ante el Tribunal de Estrasburgo. Sometidos a una alianza estratégica con los nacionalismos, los socialistas creen desarrollar una táctica inteligente de aproximación no maximalista a las posiciones de aquéllos con el objetivo de bajarlos del monte. En la práctica, los siguen a tan corta distancia que corren el riesgo de llegar a la cruz del Gorbea antes que Ibarreche. Me recuerdan a un diplomático español que se preguntaba qué mas podían desear los nacionalistas vascos si ya tenían casi la independencia. Pues la independencia, precisamente.


http://www.abc.es/20071216/opinion-firmas/montanismo_200712160248.html

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