domingo, 30 de marzo de 2008

Oposición a la oposición, segunda parte

Oposición a la oposición, segunda parte

30.3.2008

JAVIER ZARZALEJOS

El Correo


Un lento y perezoso despertar de resaca postelectoral prolongado por las vacaciones de Semana Santa sigue marcando el tono político del país. Se critica que Mariano Rajoy se haya tomado con excesiva calma sus primeras decisiones tras las elecciones pero se olvida que cuarenta y ocho horas después de aparecer en el balcón de la calle Génova ya había adoptado la más importante, la decisión crucial de presentarse a la presidencia del Partido Popular en el próximo congreso, que se celebrará en junio.

Mientras el presidente del Gobierno en funciones se mantiene en su retórica característica, la ausencia de expectativas, la incomparecencia programática de quienes tienen que desempeñar la dirección política del país parece que se intenta encubrir con dos recursos. El primero consiste en el inevitable entretenimiento de las quinielas, que es el momento de gloria para los traficantes de rumores, los presuntos enterados y los cabalistas de la política que ven en un nombre claves de interpretación casi siempre excesivas. El otro recurso, utilizado intensivamente por los socialistas en la pasada legislatura, busca situar el foco de atención sobre lo que haga la oposición en vez de que se hable de lo que piensa hacer el Gobierno. No debe sorprender que el PSOE intente reproducir una estrategia -su única estrategia- que le ha dado buen resultado. Más sorprendente es que, a estas alturas, dentro de las propias filas populares haya quien confunda la estrategia socialista para desactivar al PP con fraternales consejos de sus adversarios que sólo desearían lo mejor para el partido de Rajoy, valga la ironía.

Veamos. El mismo día que Rodríguez Zapatero, en la primera reunión con su grupo parlamentario, anunciaba a los diputados socialistas que «lo mejor está por llegar», el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, declaraba que «lo peor no ha llegado aún». De un golpe, el Banco de España rebaja en medio punto la estimación de crecimiento del Gobierno para 2008, mientras se dibujan perspectivas aún peores para 2009, lo que parece contradecir la idea de una crisis corta. Tampoco parece que la inflación vaya a entrar en un camino descendente como se auguraba desde el Gobierno, ni que promover la construcción de más viviendas, aunque sean de protección oficial, en un mercado que no da salida a lo que ya hay construido vaya a mejorar la situación del sector. El superávit de las cuentas públicas, adelgazado por el descenso de recaudación, en el que tantas esperanzas estaban depositadas para hacer indolora la crisis empieza a perder su magia ante el incremento de la factura social y el coste del keynesianismo que se propicia desde el Gobierno como remedio a la desaceleración. El ministro de Interior anuncia «un ciclo largo de violencia» terrorista al mismo tiempo que nos enteramos por el presidente del Partido Socialista de Euskadi en entrevista a este periódico de que, al parecer, el alto el fuego de ETA y el proceso al que dio lugar estaban sentenciados casi desde sus inicios. La incertidumbre sobre el posible nuevo Estatuto vasco promete mucha tinta, visto el precedente catalán y cualquiera que sea el sentido de la sentencia al respecto que tiene pendiente de emitir el Tribunal Constitucional. No se sabe si habrá o no nuevos estatutos allí donde estos quedaron pendientes pero, en todo caso, el desarrollo estatutario en Cataluña y la negociación en el País Vasco de lo que se ofrece como la alternativa a los planes de Ibarretxe anticipan emociones fuertes.

Pues bien, resulta que, en este panorama, hay quienes intentan hacer creer que lo importante es aclarar qué tipo de oposición va a hacer el PP. No cómo se va afrontar la crisis económica, ni el desparpajo con que Rodríguez Zapatero ha negado su realidad; tampoco cómo hacer frente a ese periodo de violencia terrorista que se prevé o de qué manera enfocar la recuperación de una política exterior digna de tal nombre. No. Lo esencial es saber qué tipo de oposición va a hacer el Partido Popular. Esto de pedirle al PP que diga qué oposición va a hacer sin saber cómo va a gobernar el PSOE no deja de ser una singular reinterpretación castiza de lo que significa una democracia parlamentaria. Resulta grotesco -y al mismo tiempo torpe- que el PP tenga que estrenarse con una polémica surrealista sobre su eventual abstención en la investidura de Rodríguez Zapatero. Una perplejidad similar a la que produce el que, sin comerlo ni beberlo, se plantee que el PP ceda unos de los puestos a los que tiene derecho en la Mesa del Congreso para engrasar los acuerdos del PSOE con los nacionalistas.

Sospecho que lo que se exige del Partido Popular es que someta su papel de oposición al visto bueno del Gobierno, es decir, que se pliegue a desempeñar la función de oposición tolerada en un modelo en el que los límites de lo admisible los marca una cultura de régimen, que no de consenso. La oposición, estigmatizada como crispadora y extremista, sufre la presión para dejar de ser el actor esencial que legitima y vitaliza el funcionamiento del sistema democrático parlamentario para convertirse en una disidencia molesta, inoportuna y -¿cómo no¿- antipatriota. El 9 de marzo los socialistas aumentaron su participación accionarial en el acuerdo forjado con los nacionalistas y el resto de la izquierda hace cuatro años. Pero la sociedad no se ha liquidado, tampoco sus objetivos compartidos varían ni se traslada su área de negocio que, guste o no a Rodríguez Zapatero, no está en la moderación, los territorios centrales del electorado ni las políticas homologables, sino en el radicalismo, la agudización del antagonismo político y la desvertebración territorial. Eso se desprende de los resultados electorales que permiten saber con bastante exactitud a quién tiene que mirar Rodríguez Zapatero para agradecer su triunfo electoral. Por ello no hay motivos para creer que el acuerdo político entre la izquierda y los nacionalismos que actuó de fuerza motriz de la legislatura anterior se haya disuelto o vaya a disolverse en ésta que empieza. Los votos de la izquierda y del nacionalismo radicales que han permitido al PSOE enjugar sus pérdidas por el centro no son una materia inerte. Si esa 'entente' crucial para el conglomerado de poder que se ha reunido en torno a Rodríguez Zapatero se mantiene, en poco tiempo se verá que, de nuevo, su objetivo será la deslegitimación de la oposición. No tanto la oposición concreta del PP, sino la oposición como tal, en cuanto expectativa de alternancia y plataforma de crítica.

El Partido Popular dispone de margen para mejorar su trabajo de oposición, para afinar en su proyección, para establecer prioridades de su trabajo en las instituciones, para elegir las batallas que en cada momento puede ganar y con qué aliados librarlas. No es que no tenga lecciones que extraer. Las tiene, muchas, y algunas no fáciles. Sin embargo, el riesgo que corre no es eludir la discusión interna sino equivocarse de debate asumiendo como necesario aquél al que quieren arrastrarle sus adversarios.


No aparece enlace a elcorreodigital.com

No hay comentarios: