domingo, 28 de septiembre de 2008

China ¿La mayor superpotencia?

CHINA, ¿LA MAYOR SUPERPOTENCIA?

Su crecimiento económico es espectacular, pero ha de afrontar grandes retos

28.09.2008

CÉSAR COCA

El Correo



Dice un viejo proverbio chino: «Nada en el mundo es difícil para el que se propone hacerlo». China se ha propuesto convertirse en un gigante económico y la transformación que ha sufrido en los treinta años transcurridos desde que Deng Xiaoping abrió las puertas a una reforma del modelo no tiene parangón. En aquel momento, su rígida economía planificada estaba dominada por una burocracia asfixiante y cualquier cosa que sonara a capitalismo era un anatema. Hoy tiene el segundo sistema bursátil más importante del mundo, es el país con mayores reservas de oro y divisas, encabeza la clasificación de crecimiento del PIB con tasas anuales en torno al 10% a lo largo de tres décadas y lidera la captación de capital extranjero. Sus espectaculares indicadores macroeconómicos ocultan, no obstante, una renta per cápita muy baja, un sistema sanitario calamitoso, un destrozo masivo del medio ambiente, una notable falta de respeto por los derechos humanos, una influencia menor en el ámbito diplomático y un sistema político que no sabe muy bien hacia dónde ir. Occidente mira con recelo a China y alberga una sensación contradictoria: por una parte, ve la oportunidad de un descomunal mercado de más de 1.300 millones de consumidores potenciales; por otra, teme que, como dijo Napoleón, «cuando aquel país despierte el mundo tiemble». ¿Puede ser China la mayor superpotencia mundial a medio plazo, descabalgando a EE UU de la hegemonía de la que ha disfrutado durante casi un siglo? No hay una respuesta clara, pero los especialistas tienden a pensar que no. No, a menos que EE UU se sumerja en una crisis de grandes dimensiones.

CRECIMIENTO

Una locomotora a todo vapor

China es hoy la cuarta potencia mundial en términos de PIB pero asciende a la segunda posición, tras EE UU, si se corrige ese indicador según el poder adquisitivo real. Un logro conseguido en treinta años. Un milagro económico que, salvando las distancias, puede compararse al que obró la transformación de Alemania llevándola de la ruina a la cabeza de Europa en un período de tiempo similar. Sólo que China no contó con tanta ayuda para salir adelante. Más bien lo contrario. Cuando en 1978 Deng Xiaoping anunció una serie de transformaciones encaminadas a cambiar la faz del país, en el resto del mundo reinó la incredulidad primero y el recelo más tarde.

¿Podía convertirse un estado comunista en un gigante económico? La experiencia de la URSS decía claramente que no. Y la evolución de los primeros años no fue demasiado alentadora: la economía crecía, sí, pero el proceso de modernización acelerada había terminado con el igualitarismo obligado para sustituirlo por una desigualdad insoportable. Como dice Rafael Pampillón, profesor de Economía y Análisis de Países de IE Business School, tras los sucesos de la plaza de Tiananmen había una protesta por la situación de los derechos humanos, pero sobre todo un enorme descontento por el paro en un país que hasta entonces no sabía qué era eso y por las diferencias de renta, demasiado llamativas para quienes estaban acostumbrados a la absoluta homogeneidad. Por eso cuando meses después cae el telón de acero, los antiguos estados socialistas del Este europeo ni siquieran toman en consideración el modelo chino. De ninguna forma parecía un ejemplo.

El paso de los años demostró que había un error de apreciación, según apunta Pampillón. El sector público se mantuvo en lo fundamental, evitando así la aparición de mafias y la creación de una enorme bolsa de parados o subempleados que podría haber hecho inviables nuevas transformaciones. La agricultura, que sólo genera el 11% del PIB, sigue dando trabajo a más del 40% de la población, pese a que desde finales de los setenta unos 150 millones de campesinos han emigrado a las zonas industriales.

Aún hoy, según un cálculo que recoge el catedrático de Estructura Económica Ramón Tamames, autor de 'El siglo de China', se estima que la aplicación de técnicas modernas al cultivo permitiría reducir el número de trabajadores agrarios hasta los 50 millones. Eso supondría la 'expulsión' hacia las zonas más desarrolladas de 450 millones de personas, (entre trabajadores y sus familias) un movimiento migratorio que resulta inimaginable. Para frenar en lo posible esa huida hacia los grandes centros económicos del sureste del país, las autoridades han ido creando en el interior pequeñas industrias muy intensivas en mano de obra, dedicadas a sectores como el textil y el juguete, que se han abierto paso con facilidad en Occidente dados los precios de derribo de sus productos.

Unas industrias que se han ido consolidando gracias a la propiedad privada. En el año 2002, el Partido Comunista Chino admitió la importancia de las empresas y los empresarios en el desarrollo del país. Dos años más tarde, la nueva Constitución garantizaba el derecho a la propiedad privada, aunque no se reglamentó hasta 2007.

Con ese entramado, se han desarrollado dos sistemas económicos que parecen vivir en mundos diferentes. Por una parte, se mantiene casi intacto un enorme sector público que se centra en las actividades más atrasadas tecnológicamente, está dirigido de forma burocratizada e ineficaz y tiene enormes pérdidas que el Estado debe asumir. Por otra, hay una economía con rasgos marcadamente capitalistas (hay quien habla de «capitalismo salvaje»), dirigida por dinámicos hombres de negocios a menudo formados en Occidente, que comienzan a ser influyentes líderes del Partido Comunista.

Su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 dejó muy claro que China quería tener un papel relevante en la globalización. Y son estas empresas capitalistas, instaladas en su mayor parte en la costa del Pacífico o cerca de ella, las que impulsan su presencia creciente en el comercio internacional. Son también las que han recibido una ingente cantidad de capital extranjero (más de dos billones de dólares desde 1978) que ha llegado tras laboriosas negociaciones, atraído por las grandes posibilidades de negocio, la mano de obra barata y la seguridad jurídica que no encuentran en otros países. Como dice Pampillón, en China los inversores nunca se han visto sorprendidos por expropiaciones o impuestos especiales sobre beneficios, en clara referencia a Venezuela y Argentina, por citar sólo dos ejemplos.

¿Le afectará la crisis que hoy sacude los mercados financieros internacionales? Los expertos creen que no. «Ya no tienen tanta necesidad de capital extranjero. De hecho,el Gobierno de Pekín está echando una mano a EE UU, porque es uno de los principales financiadores de su deuda externa y si retirara sus bonos sería una catástrofe», sostiene Tamames. Tampoco se trata de un ejercicio de altruismo: «Buena parte de sus reservas están en dólares, de manera que no le interesa una economía estadounidense tocada».

HORIZONTE ECONÓMICO

Los desajustes que harán de freno

Un trabajador industrial alemán cobra por una jornada laboral 32 veces más que un colega chino con similar empleo. Eso produce una ventaja competitiva clara, pero que no puede durar de forma indefinida. Sus costes laborales ya han empezado a subir y aunque es impensable que se equiparen a los europeos a medio plazo, los especialistas advierten de que van a crecer a un ritmo alto porque los trabajadores reclaman un nivel de vida mayor. Y lo harán con más fuerza en el futuro porque, como cuenta Tamames, los patrones de consumo de los jóvenes son idénticos a los que se encuentran en Occidente: 'iPod', zapatillas 'adidas', móviles de última generación, ordenadores portátiles, 'play-station', etc. Cosas que cuestan mucho dinero.

A los crecientes costes laborales se suman unos costes energéticos y medioambientales que también amenazan con frenar el desarrollo: hoy China es el segundo consumidor mundial de petróleo y el segundo emisor de gases de efecto invernadero. Muy probablemente cuando termine este año se haya colocado ya en el primer lugar de la lista negra de contaminadores. La subida del crudo es un lastre muy pesado, pero menor que el que supone hacer frente a los destrozos medioambientales cometidos durante décadas. La imagen de la ciudad de Pekín cubierta casi de continuo por la polución que se pudo contemplar durante los Juegos Olímpicos es un indicador perfecto del problema.

La contaminación se traduce también en un elevado gasto sanitario, hoy inasumible por un país con un sistema de salud tercermundista. Tercermundista, con escasos controles, como se ha comprobado en el escándalo de la leche infantil contaminada, y muy desigual, porque poco tiene que ver la atención recibida por un paciente en cualquiera de los nuevos hospitales de los grandes centros de población con la que se presta a un campesino del interior. Ahí, en la desigualdad, está otro de los frenos que tarde o temprano pueden parar el crecimiento de China. Si algo temen allí es la inestabilidad, como apunta Xulio Ríos, director del Observatorio Político de China de Casa Asia. Y esa desigualdad es, precisamente, un gran factor de inestabilidad que empieza a ser destacado por algunos analistas. Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, se pregunta, al hilo de esos análisis, si la revolución que Marx y Engels vaticinaron en Alemania e Inglaterra, por las penosas condiciones de los trabajadores, no puede terminar por plasmarse siglo y medio después al otro lado del planeta.

POLÍTICA

Cambiar, pero cómo

Durante el XVII Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado el año pasado, se habló de democracia. Y no poco. «Los dirigentes tienen asumido que algún tipo de apertura democrática tienen que poner en marcha. La necesita la economía y es precisa para garantizar la estabilidad. El problema es cómo lo van a hacer», plantea Xulio Ríos. La experiencia demuestra que cualquier proceso de modernización económica lleva consigo una cierta democratización. El Partido Comunista Chino, mucho más flexible e innovador que el de la desaparecida URSS, asegura Ríos, ha promovido ya el debate en el ámbito académico y hay grupos de intelectuales que, refugiados en la tranquilidad de los despachos y seminarios de algunas universidades, estudian los fundamentos de la política occidental y analizan con lupa algunos proceso de transición hacia la democracia.

Los primeros cambios se han dado: aprobar la propiedad privada tiene consecuencias mucho más allá del ámbito de la economía; incorporar a los órganos dirigentes del partido a sus empresarios más poderosos contribuirá a estimular las reformas. Pero, como sostiene Ríos, no hay que caer en el error de pensar que una mayor democratización significa que van a asumir en todos sus términos el modelo liberal.

Hay razones que llevan a dudar de que la transición sea como la de los países del Este. Por una parte, porque su sociedad hace un balance positivo de las reformas que hasta ahora ha efectuado el Partido. Por otra, porque el objetivo prioritario es el renacimiento de la Gran China. Eso es más importante que el dilema 'democracia sí, democracia no'. Ese objetivo de la Gran China es lo que mueve muchas de sus estrategias: Macao y Hong Kong ya han sido incorporadas a su soberanía, aunque con estatus especial. El siguiente paso, de dificultad mayor, debería ser Taiwan. Hace dos décadas pensar en la reunificación era un dislate. Hoy ya se ha producido alguna aproximación política (en Taiwan han autorizado el Partido Comunista, proscrito durante décadas), hay convenios de cooperación económica y nadie, ni en el continente ni en la isla, se atrevería a decir que los jóvenes no llegarán a ver una sola China.

Cualquier reforma interna debe tomar en consideración otro factor de mucho peso: el Partido tiene 74 millones de afiliados, verdaderos 'mandarines' que controlan el mercado y la propiedad hasta en la última aldea, asegura Ríos, que lleva 25 años viajando a Oriente con frecuencia. No será fácil despojarlos de su poder, como no lo está siendo luchar contra la corrupción que se da en todos los niveles de la Administración.

¿Puede un país convertirse en una superpotencia no siendo una democracia? La historia reciente respondería que sí. La URSS lo fue. Pero lo fue no sobre la base de su capacidad económica sino de su poderío militar.

EJÉRCITO

Muchos soldados, capacidad limitada

Su ejército es el mayor del mundo, con 2,5 millones de soldados, aunque llegó a alcanzar los 7 millones. Y cuenta con armamento nuclear. Ahora bien, el gasto de China en defensa es proporcionalmente muy bajo: unos 60.000 millones de dólares anuales, similar al del Reino Unido, pero casi diez veces menor al de EE UU. «China no es aún una superpotencia militar y le falta mucho para serlo. Además, no tiene capacidad de proyección militar más allá de su entorno inmediato», asegura Pablo Bustelo, investigador principal (Asia-Pacífico) del Real Instituto Elcano. La modernización de su Marina, que consume la mayor parte de los recursos destinados a nuevo material, está dirigida sobre todo a proteger sus suministros de energía. Por ello, no debe extrañar que Japón o la India, con presupuestos de Defensa menores, tengan un armamento bastante más sofisticado.

Esa estrategia de perfil bajo en lo militar es coherente con el mensaje que sus líderes quieren difundir: el de que su crecimiento económico no supone una amenaza para nadie. En 2005, con motivo de la asamblea de la ONU en la que se conmemoraba su 60 aniversario, el presidente Hu Jintao recalcó en su discurso que el despegue de su país no significa de ninguna manera peligro de guerra. Bustelo explica que los dirigentes chinos están convencidos de que su influencia en el mundo puede crecer a tono con su peso económico sin necesidad de «tener presencia estable en otros países».

DIPLOMACIA

Estrategia defensiva

China es miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y por tanto tiene derecho de veto. Pero su posición en el seno de ese organismo «es siempre defensiva, como se comprueba analizando sus intervenciones», aclara Francisco Aldecoa, catedrático de Relaciones Internacionales y decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense. Eso no significa que no pretenda tener un peso creciente en la diplomacia mundial, sino que «no tiene interés en ser el guardián del mundo».

De todos modos, aún deberá pasar mucho tiempo antes de que su influencia sea comparable a su poderío económico. A juicio de Aldecoa, tiene un papel mucho más relevante que hace una década, pero su capacidad de liderar a otros países es bastante limitada. La razón está en que si bien mantiene una posición alejada de EE UU y Rusia, eso por sí mismo no basta para poder liderar movimientos internacionales. Algo que sí puede hacer la India, «porque es una democracia», especifica Aldecoa.

Con todo, no se debe despreciar su esfuerzo diplomático. En África ha multiplicado en pocos años el número de sus embajadas, y también está tratando de mejorar su presencia en Latinoamérica. Son las regiones del mundo en las que desea establecer lazos comerciales. O porque son proveedores de materias primas que necesita de forma imperiosa o porque son mercados de destino de sus productos. Sólo eso. En las zonas más conflictivas, China tiende a no estar. O si está es en calidad de fuerza pacificadora bajo el paraguas de la ONU.

A tono con su obsesión por no dar en ningún momento la impresión de potencia beligerante, también ha comenzado a ejercer de árbitro en algunas disputas. Su mediación en el conflicto de hace unos meses entre EE UU y Corea del Norte fue decisiva para solucionar la crisis. «Quiere mantener relativamente estable el sistema internacional y usará su influencia para evitar conflictos en su entorno geográfico inmediato», explica Bustelo. De nuevo, hay una razón económica detrás de todo ello. Su modernización requiere de la mayor estabilidad posible, dentro de sus fronteras y junto a las mismas. Por eso, a China no le preocupa demasiado Afganistán, pero tiene mucho interés en que no crezca la tensión en el sudeste asiático. Una actitud que debería modificar si quiere ser también un gigante político. «Una superpotencia debe tener algún grado de influencia en todas las áreas, sobre todo en los puntos calientes del planeta», asegura Carlos Taibo.

CULTURA

Amplias carencias

El principal competidor de Brasil en la edición de biblias es... China. Un país oficialmente ateo ha entrado con fuerza en la producción de Sagradas Escrituras. Es un indicio más de que el gigante de Oriente trata de conseguir una posición de privilegio en el ámbito cultural. A lo largo de la historia, las potencias políticas y económicas han sido las dominantes en ese capítulo. Pero a China, aunque produzca muchos millones de biblias al año y pasee por todo el mundo a sus mejores artistas plásticos como si fueran estrellas de rock, le falta mucho para dominar el mercado cultural como lo hace EE UU. Muchísimo.

La punta de lanza fue el cine. Desde hace un cuarto de siglo, el mejor celuloide chino enamora a críticos y jurados de los festivales internacionales. El público es más reacio. Pero ahora el verdadero fenómeno cultural en Occidente son sus artistas plásticos. «Hace veinte años, la presencia de chinos en las bienales era simbólica. Uno o dos en cada una y se acabó. Ahora hay 15 ó 20», cuenta Carlos Urroz, gestor cultural y especialista en arte contemporáneo. En España ha habido cinco exposiciones de artistas chinos de ahora mismo en los últimos tres años, de manera que «ya no sólo los conoce una élite cultural. Estamos asistiendo a un verdadero 'boom' de la plástica de aquel país», añade Urroz.

El 'boom' ha ido acompañado de una subida espectacular de los precios. Tanto es así que los artistas chinos de éxito son millonarios y tienen estudios mucho mayores que cualquier pintor o escultor europeo de renombre. Destacan además por su afán consumista: ganan mucho dinero y lo gastan con facilidad. Como apunta Urroz, lo primero que hace un pintor chino cuando llega a Occidente para una exposición es irse a una tienda de Armani y comprarse un vestuario completo.

No todos los artistas de aquel país pueden hacer lo mismo. La literatura sigue sin penetrar apenas en Occidente y su único Nobel -Gao Xingjian, exiliado en París y más conocido como pintor hasta que la Academia sueca lo metió en su nómina- es un perfecto desconocido para la inmensa mayoría de los lectores.

Más proyección están teniendo sus músicos. No ya los jóvenes de origen oriental pero nacidos y formados en EE UU, sino quienes han salido de China directamente al circuito discográfico y de conciertos. La explicación puede estar en las cifras. Como dice el intérprete bilbaíno Joaquín Achúcarro, un país en el que 20 millones de jóvenes reciben clases de piano tiene que dar en el futuro necesariamente buenos instrumentistas. Los frutos ya se están viendo. Sin haber cumplido los 30, Lang Lang y Yundi Li se han asentado con fuerza en el privativo mundo de la música clásica, hasta ahora coto cerrado de los occidentales, y ya están entre quienes más discos venden en todo el planeta. La generación posterior, la de quienes están en torno a los 20, viene pegando fuerte. En el Concurso internacional de Santander, celebrado el pasado verano, los dos primeros puestos se los llevaron intérpretes chinos. El tercero, un japonés. El monopolio occidental se ha terminado. Puede suceder también en otros ámbitos de la cultura, porque como dice Urroz no hay duda de que «si China se convierte en la superpotencia su producción cultural invadirá nuestros mercados. Y no serán sólo la plástica o la música. También la literatura, el cine y la televisión». Se encontrará con dificultades por la diferencia de culturas, y deberá resolver también el problema de la propiedad intelectual, reconocida recientemente pero sin la menor aplicación práctica. Un ejemplo: casi el 95% de los DVDs que se venden allí son piratas. Resultan más baratos y además no están censurados.

EL FUTURO

Demasiados retos

¿Será efectivamente China la mayor superpotencia en un horizonte de tiempo razonable? Los pronósticos no son tajantes porque, como dice Aldecoa, los precedentes en la materia son penosos. Nadie fue capaz de prever hace veinte años que el bloque comunista se disolvería como un azucarillo en un vaso de agua.

Pero, con todas las prevenciones hacia los vaticinios, hay muchas dudas de que llegue a adelantar a EE UU. Si lo hace, como sostiene Carlos Taibo, podría serlo más por una crisis profunda de EE UU que por su propio impulso. Si esa quiebra no se da, parece que China tiene ante sí demasiados retos como para resolverlos todos a medio plazo y auparse a lo más alto del podio. La economía, que ha impulsado al país hasta ahora, no podrá seguir creciendo al mismo ritmo mucho tiempo más. Los dirigentes de Pekín deberán buscar entonces otros motores para elevar al país. O adaptarse a una nueva situación, no tan pujante. Ya lo recomienda otro de sus proverbios tradicionales: «Acomoda el apetito a la comida y haz el traje según la talla».


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20080928/sociedad/crecimiento-economico-espectacular-pero-20080928.html

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