domingo, 14 de diciembre de 2008

El relato final

14.12.2008

JAVIER ZARZALEJOS

El Correo



Hace unas semanas, el historiador británico Michael Burleigh presentó en Madrid su última obra con pretensiones enciclopédicas, 'Sangre y rabia, una historia cultural del terrorismo'. En el acto, Burleigh hizo unas declaraciones que fueron recibidas con cierta sorpresa al afirmar que el proceso de paz en Ulster había sido consecuencia de la «derrota militar total» del IRA, infiltrado por el espionaje británico.

Estas observaciones sorprendieron porque chocaban con el relato idealizado, construido en torno al 'proceso de paz' en Irlanda del Norte, un relato en el que está ausente el esfuerzo policial de la lucha contra el terrorismo del IRA y la importancia decisiva de la eficacia de ese esfuerzo para que el balance de la violencia ejercida legítimamente por el Estado se volviera en contra de los terroristas.

Es evidente que la derrota policial de una banda terrorista es un final menos atractivo política y mediáticamente que una escenificación en la que se cuenta cómo los terroristas son hábilmente convencidos de que deben enmendarse y dejar de matar, gracias a políticos sensibles que aceptan, de modo muy realista, que al final siempre habrá que negociar, en el marco de procesos que, por fin, aborden las 'causas profundas' del terrorismo, solucionen los 'conflictos políticos subyacentes' a partir del reconocimiento del dolor sufrido por todas las partes implicadas, en estrictos términos de equivalencia moral y valor cívico, claro está. Es imprescindible, además, que este guión alabe la altura de miras de los que, en aras de la paz, renuncian a reclamar la prevalencia del sufrimiento de los inocentes sobre el de los asesinos. Por la misma razón -siempre la paz- es preciso enmarcar la culpa de estos en contextos atenuantes de responsabilidad colectiva. Es clave reivindicar 'el método' seguido en el proceso que exige, sobre todo, no levantarse nunca de la mesa, mantener siempre una línea de comunicación hasta en los peores momentos y transformar los actos asesinos en tiempo teórico de paz -por ejemplo, con un coche bomba en una terminal de aeropuerto- en accidentes con valor puramente táctico que se explican según la lógica de la negociación por la necesidad de los terroristas de poner presión sobre sus interlocutores. El diálogo, naturalmente sin condiciones previas, debe acreditarse como el instrumento con propiedades creativas inmanentes que, utilizado por gentes con las necesarias dotes políticas, consigue superar las brechas de incomunicación que constituyen la causa real de la persistencia de los terroristas en su actividad violenta. Y las víctimas -que nadie duda que siempre tendrán nuestro apoyo- deben ser conscientes de que la paz exige esfuerzos a todos, también a ellas, para que no transformen su natural dolor en un deseo incondicionado de venganza que obstaculice el ilusionante camino, ahora sí, hacia la paz. Fin del guión.

No es de extrañar que este glamoroso relato, falso como un espejismo y peligroso hasta lo letal pero tan tentador, chirría cuando alguien rompe la magia y señala a la derrota de los terroristas por la fuerza del Estado como auténtica causa de la paz. Pero además de poner negro sobre blanco que una sociedad democrática alcanza la paz -la paz civil, se entiende- cuando el Estado gana y los terroristas pierden, así sin más, es preciso recordar que semejante relato no es neutral; que no es simple exhibicionismo, ni puro oportunismo en busca de réditos mediáticos o políticos, sino que conlleva graves consecuencias y significa pagar un precio innecesario por el final de la violencia terrorista que puede poner en entredicho la victoria misma que se quiere rentabilizar.

n una mesa redonda organizada hace unos días por la Fundación Gregorio Ordóñez, el catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Ulster, Henry Patterson, una autoridad académica indiscutida en el estudio del terrorismo norirlandés y el proceso de paz, hizo una recomendación escueta pero precisa: «aprendan las lecciones de Irlanda del Norte, pero aprendan las lecciones correctas». Porque es necesario recordar que los moderados, los moderados de verdad, que en Ulster protagonizaron sobre el terreno el impulso para el final del terrorismo y tejieron el acuerdo político para establecer instituciones de autogobierno, quedaron centrifugados por la odiosa convergencia de extremistas predicadores del odio religioso como el líder unionista Iain Paisley y por dirigentes terroristas responsables de una carnicería de décadas como el jefe del IRA, Martin McGuiness. Ambos, en esta odiosa coalición, terminaron repartiéndose el poder y condenando al olvido a personalidades como David Trimble y John Hume.

Conviene recordar igualmente que esa escenificación de la paz en Ulster ha caído sobre las espaldas de las víctimas, agraviadas por la excarcelación anticipada de terroristas culpables de los crímenes más brutales, que ya ni siquiera pueden ser llamados terroristas pues el nuevo lenguaje de olvido e impunidad exige referirse a ellos como 'antiguos combatientes'. Este lenguaje es sólo una parte de la obscena legitimación retroactiva del terrorismo que ha terminado por ser asumida como una condición para preservar la paz. De este modo, a la acracia semántica que transforma terroristas impunes en antiguos combatientes se añade el vacío cívico que se llena con la disolución de responsabilidades y la reescritura de la historia. Más que esa 'salida' que habría que ofrecer a una banda derrotada, parece haberse ofrecido a los terroristas la entrada en una historia fabricada a base de luchadores, equivocados y excesivos, sí, pero acreedores a una valoración comprensiva, dadas las circunstancias.

En nuestro país, donde no por casualidad hay un olfato social muy desarrollado para estas cosas, reaparece la expectativa de una negociación con los terroristas. Cuando menos puede decirse que, como hipótesis, no sería descabellado pensar que esa opción sigue viva en los cálculos de un Gobierno deseoso de rehabilitar su costosa y errónea estrategia de la pasada legislatura. ETA vislumbra una derrota que lleva escrita desde hace tiempo y sólo puede esperar -y no sería poca cosa- que un nuevo error del Gobierno la aplace.

Pero si el Gobierno no cometiera ese error y ETA estuviera literalmente derrotada, esa negociación que puede albergar como baza final el Gobierno no sería ya la aplicación de un 'modelo de solución', porque la derrota habría solucionado el problema, sino la construcción del relato final en el que debería cobrar todo su valor el esfuerzo político y social que habría conducido a ese desenlace feliz para la sociedad. Y cuando ese momento llegue, habrá que recordar que no hay más narrativa aceptable que la que detalle la derrota de los terroristas, que todos los precios han sido ya pagados en el sacrificio de las víctimas; que es preciso impedir que con la coartada de la generosidad, el terrorismo sea recompensado con rastro alguno de legitimación en una narrativa que sólo puede tener como héroes a quienes de verdad lo son, es decir, los que se han opuesto al terror, los que lo han combatido y los que lo han sufrido. La victoria sobre el terrorismo, que cuando llegue en plenitud lo será de la democracia y del Estado de Derecho, no se puede malbaratar; así que después de luchar para derrotarlo, la última tarea -en primer término para el Gobierno- será impedir que su cepa letal sobreviva en la manipulación del relato final.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20081214/opinion/relato-final-20081214.html

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