martes, 1 de septiembre de 2009

«Alemania estaba desbordada por el paro y quería un Estado autoritario»

1.9.2009

ANA ROMERO / Cambridge (Reino Unido)

El Mundo



RICHARD EVANS

Historiador británico. Autor de una trilogía de referencia sobre el III Reich Nació en Londres hace 62 años, pero sus orígenes están en Gales, de donde eran sus padres y a donde lo llevaron con frecuencia. «Nunca aprendí la lengua, es un idioma muy difícil, pero así nació mi interés por las diferencias lingüísticas y culturales», afirma al explicar de dónde procede su vocación por la Historia. También le influyó «crecer en la posguerra, cuando Alemania era uno de los grandes temas de conversación. Además, sólo había que ir al East End para ver la destrucción causada por las bombas». Finalmente, «la generación del 68, cuando la mayoría éramos estudiantes de izquierdas y nos interesaban el auge del fascismo y del racismo, sobre todo en Alemania y Gran Bretaña, y la guerra de Vietnam». El momento cumbre de su interés por la historia de Alemania data de la visita del académico Fritz Fisher a Oxford, donde Evans estudiaba en los 70: «Un personaje controvertido que por primera vez se atrevió a decir que la Alemania nazi tenía raíces en otras épocas». Fruto de este encuentro es la trilogía que acaba de finalizar esta primavera. Los dos primeros tomos –La llegada del Tercer Reich y El Tercer Reich en el poder– están editados por la editorial Península. El tercero, The Third Reich at war, aún no ha sido traducido al castellano.




Advierte Richard J. Evans que el césped del milenario claustro de Gonville y Caius, un college (facultad) de la Universidad de Cambridge, sólo puede pisarse en compañía de un profesor. Son las reglas de un lugar con 800 años de historia en el que el propio puesto de Evans –Regius Proffessorship of Modern History– data tan sólo de 1794. Por primera vez, el cargo es votado internamente, y no nombrado a dedo por el primer ministro. Aunque más cercano a la izquierda, Evans, nieto de mineros galeses, es británico después de todo. Y con gran orgullo matiza: «No obstante, mi nombramiento tuvo que ser ratificado por la Reina. En última instancia, es decisión de su Majestad». Como es verano y esto es una isla de la Gran Bretaña, hoy llueve cuando quiere (las famosas showers, o duchas). Evans, un hombre tirando a bajo, a moreno y a simpático a pesar de su timidez, prepara sus vacaciones familiares en Grecia mientras trabaja ya en su próximo libro: una Historia de Europa entre 1815 y 1914. La personalidad de Evans se resume en la frase en latín que recibe a la entrada de Gonville: Humilitatis.

Pregunta.– ¿Por qué afirma usted que los historiadores británicos son hoy en día los mejores del mundo?

Respuesta.– Hay una serie de razones. Durante la guerra vinieron a Gran Bretaña muchos historiadores exiliados. Eran sobre todo judíos que en los años 60 ya tenían cátedras. También hubo muchos británicos que pelearon en la guerra y se interesaron por los países en los que estuvieron. Finalmente, en los 60 se crearon muchos puestos de historiadores en las universidades. En esa época además aprendían idiomas, cosa que no ocurre ahora. Influye también que se nos considera más neutrales, sobre todo en países como España y Alemania. Finalmente, aunque la Historia es una ciencia social, nosotros la inscribimos dentro de la tradición literaria y escribimos por tanto para un público más amplio.

P.– Usted saltó a la fama en 2000 por el caso de David Irving, el historiador británico que negó el Holocausto. Ahmadineyad afirma ahora lo mismo. ¿Hay que evitarlo?

R.– Nadie se toma en serio al líder iraní. Hay una diferencia entre un político radical que niega el Holocausto por motivos populistas y un historiador que pretende ser serio. Irving es más peligroso. Yo creo en la libertad de expresión, y en el derecho de las personas a decir lo que les plazca, siempre y cuando no inciten a la violencia o al odio racial. Irving se querelló contra Deborah Lipstadt, e intentó impedir la salida del libro en el que ella le acusaba de negacionista del Holocausto. De haberse salido con la suya, habría sido imposible en este país criticar a los negacionistas. Al final, conseguimos que el acusador se convirtiera en acusado y lo desacreditamos...

P.– Estamos viviendo la peor depresión desde 1929. ¿Para usted fue ésta una de las principales causas del advenimiento del Tercer Reich?

R.– También influyeron la humillación nacional sufrida tras el Tratado de Versalles y la hiperinflación de 1923. Pero entre 1929 y 1933, la depresión fue mucho mayor que estamos sufriendo ahora. En Alemania, el paro llegó a ser del 35%. Hoy día, en Europa, la media no pasa del 10%.

P.– En mi país supera el 18%.

R.– Sí, la situación es muy mala, pero la mayor diferencia entre esos años y ahora es que los mecanismos de protección social eran inexistentes. El Estado alemán estaba totalmente desbordado por el paro. Además, la legitimidad de la democracia era relativamente débil y la mayoría de los alemanes quería un Estado autoritario. Ahora, a principios del siglo XXI, la legitimidad de la democracia tiene raíces mucho más profundas. Y esto incluye a España, claro, y a Alemania. Otra gran diferencia es que ahora el comunismo está muerto.

P.– Fidel Castro se disgustaría mucho.

R.– ¡Él sí que está casi muerto! En serio, Cuba ya ha comenzado su evolución hacia un Estado poscomunista. En la Europa Occidental de entreguerras, el Partido Comunista era importantísimo, un verdadero partido de masas. En España y en Alemania desde luego. Y lo que es más, pretendían crear una Alemania soviética o una España soviética con un sistema estalinista. Ahora, el comunismo no tiene apoyo ninguno. Los desempleados en Alemania se hicieron comunistas, y fue el miedo de esa llegada del comunismo lo que provocó que muchos miembros de la clase media votaran al Partido Nazi.

P.– Los resultados de las últimas elecciones europeas indican un giro a la derecha en Europa en general. ¿Se puede revivir el pasado?

R.– Nunca se debe intentar predecir el futuro. La Historia nunca se repite. Sí es verdad que la extrema derecha en Europa ha crecido, y que la izquierda se llevó una buena tarascada. Eso tiene que ver parcialmente con el descontento económico. Creo que estos sentimientos son sobre todo anti inmigración. Aquí en Gran Bretaña, la típica propaganda del British National Party es que los inmigrantes nos están robando los trabajos. Pero hay dos elementos de los partidos fascistas de entreguerras que no están presentes en estos partidos fascistas de hoy. Uno es el militarismo, ahora no se ponen uniformes y marchan por las calles. El otro es el ultranacionalismo. Son nacionalistas, sí, pero la idea de hacer una guerra para invadir otro país europeo está totalmente desacreditada.

P.– La única y última excepción en Europa de lucha ultranacionalista militarizada sería ETA.

R.– Sí, excepto que ETA quiere invadir otro país –Francia– para consolidar lo que ellos consideran su patria vasca, no simplemente para anexionarse un territorio como en la época de entreguerras. Ése fue el caso, por ejemplo, de los movimientos fascistas de Hungría y Rumanía.

P.– Usted se refiere a la Europa de los años 30 como el Continente Oscuro.

R.– Con la excepción de Gran Bretaña, prácticamente todos los países europeos sufrieron una dictadura en los años 30. Es una época en la que la democracia está en crisis, deslegitimizada desde Francia hasta Rusia. La razón es que en Gran Bretaña la democracia parlamentaria liberal tenía una mayor historia que en el resto de Europa.

P.– ¿Es el tiempo lo que da madurez a una democracia?

R.– No necesariamente. Gran Bretaña todavía necesita tiempo para convertirse en una democracia completa. Hay instituciones aquí, como la Casa de los Lores o nuestro sistema electoral, que debiéramos reformar. Ahora no es cuestión de tiempo, sino de calidad. La democracia en España, a pesar de su juventud, está firmemente asentada, y ése no era el caso para nada en el periodo de entreguerras.

P.– Usted insiste en no emitir un juicio moral del nazismo. ¿Nos equivocamos al creer en la maldad colectiva del pueblo alemán durante el III Reich?

R.– Creo que la labor del historiador es doble. La primera es hacer que el pasado vuelva a la vida y conseguir que la gente entienda cómo eran las personas en esa época. La segunda, explicar cómo y por qué ocurrieron las cosas. Realmente no creo que sea la tarea del historiador realizar un juicio moral. En este caso, lo que pretendo es presentar a los lectores el material que van a necesitar para que ellos realicen ese juicio. Siento que la manera en la que la Alemania nazi es tratada, por ejemplo, en las películas de Hollywood, en mi país y en América es terriblemente simplista. Por ejemplo, la película de Tom Cruise Operación Walkiria. Es muy buena, pero también lo presenta todo en blanco y negro. Stauffenberg –el coronel Claus von Stauffenberg, que fue fusilado– es el bueno que quiso matar a Hitler. Pues no. Stauffenberg era un personaje muy complejo. Él compartía la idea del futuro Reich que estaba creando Hitler y no era un demócrata. Era un elitista que creía en el Gobierno de la aristocracia. Era un nacionalista. Sí, muy valiente y decisivo, pero no la figura simple del demócrata que pintan en la película. Era un simpatizante de Hitler que cambió de opinión. Yo lo que intento es ilustrar las complejidades morales de la gente sobre la que escribo. Por ejemplo, a lo largo de los tres volúmenes –La trilogía del nazismo– sigo a una maestra corriente de Hamburgo llamada Louise. En el primer volumen es una entusiasta tremenda del nazismo. Al final del tercero, y citando sus diarios, se presenta como una persona que odia el nazismo y dice que ha destruido Alemania por completo. Sí hay momentos en los que yo la juzgo internamente. Su marido era judío. Durante la guerra, siento que es una persona muy egoísta. No le importa lo que está pasando a los otros judíos. Sólo se preocupa por protegerse a sí misma y a su familia. Pero eso yo no lo digo sobre el papel. Lo que hago es decirle al lector lo que ella hace y siente.

P.– En su trilogía hay otro hombre corriente, Hermann Ahlwardt, que se convierte en predicador antijudío tras cometer un robo. ¿Qué deben de hacer los políticos contra los Hermann Ahlwardt del momento?

R.– Hay una gran diferencia entre el antisemitismo y otras formas de prejuicio racial. En Alemania, los judíos constituían sólo el uno por ciento de la población, aproximadamente medio millón de personas. Aunque los nazis mantenían que eran físicamente diferentes, la realidad era que no se distinguían en absoluto del resto de los alemanes. Por eso les ponían la estrella amarilla, para identificarlos. Una contradicción absoluta. El antisemitismo es la base de una masiva teoría de la conspiración que mantiene que los judíos son los enemigos del mundo. Conspiran contra nuestro país para acabar con nuestra civilización. Eso es de un orden completamente diferente a la afirmación de que los inmigrantes nos están quitando nuestros empleos, que es lo que hacen los Ahlwardt de ahora.

P.– El rechazo actual al extranjero sí que es parecido.

R.– Pero el actual es mucho menor. Tome como ejemplo el plan de los nazis de destruir a 45 millones de eslavos en su expansión hacia el Este. Querían infectarles enfermedades y matarlos de hambre. Después, sustituirlos por 10 millones de colonos alemanes y crear una sociedad ideal. Aunque este plan era un genocidio de una escala inimaginable, a los eslavos se les consideraba un obstáculo regional, no una conspiración mundial. Ésa es la gran diferencia.

P.– Los extremistas islámicos sí parecen ajustarse al patrón nazi.

R.– No del todo, porque no se concentran en una conspiración judía mundial para destruir el Islam o los Estados árabes, sino que es Israel el objeto de su odio y aquéllos que apoyan a Israel.

P.– ¿Se equivocan los que equiparan islamismo y fascismo?

R.– Son conceptos muy diferentes. El islamismo es un movimiento religioso, y en ese sentido es como cualquier otro extremismo religioso. Como por ejemplo los extremistas cristianos que en América asesinan a médicos abortistas.

P.– Sí, pero los extremistas cristianos no tienen campos de entrenamiento donde enseñan a sus fieles a asesinar al enemigo.

R.– Aún así, yo considero que la mayoría de los musulmanes son gente pacífica y que los extremistas son una pequeña minoría de iluminados religiosos. El nazismo era esencialmente antireligioso. Era un movimiento laico que pretendía sustituir al cristianismo con una doctrina científica basada en el aquí y ahora, en mejorar la vida en la tierra.

P.– ¿Qué queda del nazismo?

R.– Algunos grupos, algunos de ellos bastante peligrosos, pero son posfascistas. Están dirigidos sobre todo contra los inmigrantes y se limitan a utilizar algunos de los símbolos, el lenguaje, la parafernalia del nazismo.

P.– ¿Deben los alemanes dejar de sentirse culpables por lo que hicieron?

R.– Hay una responsabilidad histórica. Creo que ése es un sentimiento que se ha convertido en parte de la identidad alemana. Antes de 1990, los alemanes no tenían que plantearse lo que era ser alemán. Pero ahora, ese sentimiento de responsabilidad es parte de lo que significa ser alemán. Qué capital del mundo tiene un monumento a las víctimas provocadas por regímenes anteriores, como Berlín, en cuyo centro existe un monumento en recuerdo de los judíos. Creo que la memoria del nazismo es parte de Alemania.



La república de Weimar registró seis millones de parados en 1932 Hitler utilizó la crisis del 29 para exacerbar el sentimiento nacionalista alemán. A pesar del ilusorio progreso económico de la primera mitad de los años 20 –motivado por la inyección de capital procedente de EEUU–, el crash del 29 dejó un panorama desolador. Los bancos estuvieron cerrados entre el 13 de julio y el 5 de agosto de 1931, por temor a sufrir quiebras en cadena. Y el paro pasó de 900.000 desempleados en 1928 a seis millones en 1932. La retirada del dinero estadounidense y la falta de créditos internacionales hundieron a la república de Weimar, mientras el comercio exterior se reducía súbitamente. La producción manufacturera decreció entre 1929 y 1932 a una media anual del 9,7% y los precios agrarios cayeron a mínimos alarmantes.


«La crisis de entonces era mucho peor que la actual, el paro llegaba al 35%»

«La Historia no se repite, nunca se debe intentar predecir cómo será el futuro»

«El sentimiento de responsabilidad es parte de lo que significa ser alemán»

«Los nazis querían matara 45 millones de eslavos y sustituirlos por alemanes»



Mañana:
Jörg Friedrich: Los excesos de los aliados

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