domingo, 8 de agosto de 2010

Masas líquidas

08.08.10

JOSÉ MARÍA ROMERA |

El Correo



Una de las extrañezas con las que nos enfrenta el ocio veraniego es la de las muchedumbres. Todo cambia de escala y se agranda; todo son grandes concentraciones de miles y a veces millones de personas para asistir a un macroconcierto o para celebrar la victoria en un campeonato de fútbol, para tumbarse al sol en playas hacinadas o simplemente para provocar el encuentro por el encuentro, ya sea de moteros o de maratonianos, ya sea de feligreses devotos o de gays orgullosos de serlo.

¿No habíamos convenido en que desde hace tiempo estábamos instalados en el individualismo? Se supone que el hombre moderno aspira a dar con un espacio propio en el que realizarse y al mismo tiempo cobijarse, una reserva de intimidad y de escape a donde no llegue la algarabía del mundo. Si los siglos XIX y XX impusieron el patrón de la colectividad, el XXI se nos anunciaba como el de la particularidad, antídoto contra la enajenación masificadora de las viejas utopías fracasadas. En teoría, las ideologías del yo se están imponiendo sobre las del nosotros al igual que lo 'psi' reemplaza a lo 'socio' y la solidaridad queda en segundo plano ampliamente superada por la autoestima.

Pero sólo en teoría. La canícula nos coge con la guardia baja y deja que nuestros viejos impulsos asomen sin control. Por mucho que nos vanagloriemos de ser únicos e irrepetibles, señores de ese reino privado que un acertado eslogan publicitario ha llamado «república independiente de tu casa», el magnetismo de la grey acaba arrastrándonos al baño de multitudes. Para muchas personas, formar parte del gentío representa la forma más fascinante de diversión y tal vez de plenitud. Nada importan los riesgos y las incomodidades, como acaba de demostrarse trágicamente en la Love Parade de Duisburgo. En cierto modo, las víctimas del espantoso colapso -como las arrolladas por el tren en Castelldefels en la simbólica noche de San Juan- se erigen en héroes de un tiempo que rinde culto a la la diversión y a la multitud, a partes iguales. Decimos que morir de esa manera es absurdo, pero algo en nuestro interior nos trata de convencer de que también otorga dignidad, según sentenció Horacio: «Dulce et decorum est pro patria mori». Es dulce y decoroso perecer en el altar de la nueva patria, la de la masa.

Sin embargo algo ha cambiado profundamente en la configuración de esa masa. Poco tiene que ver con las agrupaciones tradicionales de gentes vinculadas por lazos de territorio, creencia o clase social. Las muchedumbres que hoy atraen tienden a ser 'deslocalizadas'. No reúnen a gente homogénea o con abundantes signos distintivos como antaño. Es revelador el creciente fenómeno de los 'flash-mobs' o muchedumbres instantáneas, concentraciones repentinas de personas convocadas por internet en un lugar público para hacer acto de presencia y dispersarse con prontitud. Aunque la fórmula sirve para la expresión de reivindicaciones y protestas políticas, los más puristas dentro del movimiento defienden la acción por la acción. Se trata de concentrarse sin más, y por eso es frecuente recurrir a motivos estrafalarios como las guerras de almohadas o los simulacros de desmayos masivos. El sinsentido de las convocatorias refuerza la hipótesis del encuentro como necesidad por sí mismo. A eso se añade el hecho de que la mayoría de participantes carece de vínculos previos y no vuelve a verse. Nadie les exige otro requisito que cumplir el guión previsto; ni la edad, ni el idioma ni la ideología los excluyen del grupo.

Ser masa por el simple hecho de serlo, pues. ¿No son acaso de esta misma naturaleza las grandes concentraciones de personas en torno a 'La Roja' de regreso de Suráfrica portando la copa triunfal? ¿O las largas colas nocturnas a la puerta de los grandes almacenes esperando la última entrega de Harry Potter o el del 'gadget' informático de moda? El paradigma de las nuevas multitudes no viene dado por las masas sólidas de antaño sino por otras líquidas, variables, fluidas e imprecisas. No están construidas en torno a la convicción, sino a la emoción. En ellas no hay compromiso ni proyecto, ni tampoco estructura y organización.

Visto con lente pesimista, el fenómeno se parecería demasiado al del rebaño manipulable y sumiso. Un producto acabado de lo que ya George Ritzer llamó 'McDonalización' de la sociedad. Pero por otro lado asoma la esperanzadora idea de un anhelo de socialización que no ha sucumbido a la presión arrolladora del egoísmo neoliberal. Somos seres sociales en busca de los otros, con la mano tendida y el corazón abierto. Mientras las iglesias, los partidos y las asociaciones tradicionales con vocación de colectividad pierden feligreses y afiliados, experimentamos sobre nuevos esquemas embrionarios de relación masiva que tienen mucho de inconsistente y hasta de estúpido si se quiere, pero nos revelan el lado fraternal de nuestra condición.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100808/opinion/masas-liquidas-20100808.html

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