viernes, 20 de agosto de 2010

Viejas ideas

20.08.10

J. M. RUIZ SOROA |

El Correo




«Resulta estimulante encontrar una corroboración empírica de ideas que nunca habían sido abandonadas por la mejor sociología: la desigualdad excesiva genera infelicidad colectiva»


Existe relación entre la riqueza de un país concreto y la esperanza de vida de sus habitantes? ¿Se interrelacionan la riqueza del país y el grado de fracaso escolar, o el índice de delitos violentos que se producen en él, o la obesidad excesiva, o el índice de confianza social de sus ciudadanos? La respuesta, según un análisis socio-estadístico realizado por unos osados epidemiólogos como los profesores Wilkinson y Pickett y publicado como libro recientemente ('The Spirit Level') es que no existe esa relación, que la mayor riqueza de un país no mejora sus índices de bienestar una vez superado cierto nivel: si tomamos los 25 países democráticos más exitosos del mundo, sus índices de bienestar y cohesión social no correlacionan con su riqueza.

En cambio, y ésta es la interesante conclusión del estudio en cuestión, con lo que sí relacionan esos índices de bienestar y cohesión es con el grado de igualdad/desigualdad en la distribución de los ingresos entre la población. Las sociedades más igualitarias como Japón o Suecia tienen mejores resultados en todos esos índices que las más desigualitarias como Estados Unidos o Portugal, de manera que puede afirmarse que existe una correlación estadística significativa entre el grado de igualdad de una sociedad democrática desarrollada y sus grados de longevidad, obesidad, fracaso escolar, salud mental, violencia o movilidad social. Esa correlación se observa también si la comparación se realiza entre los cincuenta Estados que componen Norteamérica, lo que entraña una convalidación adicional de la hipótesis y la exclusión de factores de tipo cultural o étnico en su causación.

Una sociedad más igualitaria funciona mejor, es decir, consigue mejores resultados ciudadanos, que una que lo sea menos. Y estos mejores resultados, de nuevo la conclusión es interesante, afectan a todos los sectores o clases de los países en cuestión, y no sólo a los más ricos o más pobres. Los ricos de Estados Unidos viven menos que la media japonesa, y padecen más neurosis, de manera que la desigualdad opera como un virus negativo para toda la sociedad afectada y no sólo para los más desfavorecidos dentro de ella.

Las correlaciones están ahí y resultan difícilmente objetables. Otra cosa es la explicación de los mecanismos sociales a través de los cuales el grado de desigualdad de ingresos genera malestar y descohesión social, que los autores conectan con los sentimientos de autoestima, vergüenza y orgullo. Algo que, en el fondo, es bastante convincente, puesto que ya los ilustrados escoceses hace siglos señalaron al 'self-liking' como el motor de la desigualdad competitiva en las sociedades burguesas. De manera que los mismos sentimientos que han producido históricamente el desarrollo económico de las sociedades libres al fomentar la distinción y autoestima de cada uno, serían los responsables del fracaso social al verse exacerbados por un grado de desigualdad excesivo. No sería sino una nueva aplicación del viejo principio délfico de 'nada en exceso'.

Interesa subrayar que el estudio que comentamos no permite extrapolar conclusiones para todo tipo de sociedad, de forma que no sería válido concluir que la igualdad por sí misma genera bienestar social. Ello sólo se comprueba en sociedades democráticas de economía desarrollada, lo que supone que han alcanzado grados de libertad y autonomía personal elevados. Obtenidos esos niveles en otros valores, un grado elevado de igualitarismo es beneficioso para la cohesión social. Lo cual tampoco nos dice, no seamos apresurados en las conclusiones, hasta qué punto puede forzarse la igualdad sin que empiecen a resentirse otros valores. Pero lo que sí nos dice, y esta es una idea generalizada hoy, es que el progresivo aumento de la desigualdad que se está produciendo en las sociedades desarrolladas en los últimos treinta años (el foso que nos estamos cavando) tiene consecuencias sociales muy negativas en todos los órdenes vitales. Y que, en cierto sentido, las políticas sectoriales destinadas a paliar ciertas disfunciones sociales (tales como el fracaso escolar, la violencia, o el abuso de drogas) estarían mejor orientadas si los gobiernos se convencieran de que, en la raíz de todos esos problemas puntuales, no existe sino un grado de desigualdad económico excesivo entre los varios sectores sociales. Lo que se imponen son políticas correctivas de esa desigualdad, sea en su origen (nivelando las fuentes de ingresos como se hace en Japón) o en su consecuencia (mediante fuertes políticas de redistribución como hacen los países nórdicos). De lo contrario, por decirlo así, «las sociedades como colectivo funcionan peor y obtienen peores resultados».

Ahora que está de moda atribuir la pérdida de cohesión social a la excesiva inmigración o a la disparidad étnica de las sociedades multiculturales, resulta estimulante encontrar una corroboración empírica de viejas ideas que nunca habían sido abandonadas por la mejor sociología: la desigualdad excesiva genera infelicidad colectiva. Y si los distintos son un problema no es por su diferencia, sino por su desigualdad. Que no es lo mismo.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100820/opinion/viejas-ideas-20100820.html

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