domingo, 2 de junio de 2013

China, un competidor temible

IGNACIO MARCO-GARDOQUI

El Correo 2-6-2013


Tendremos que espabilar y esforzarnos porque no podemos, ni querernos, igualarles en horas trabajadas o en salarios



Acabo de volver de un viaje a China, de la inauguración de una instalación industrial, y como es habitual regreso impactado de la visita. Tanto que estoy considerando seriamente la posibilidad de ingresar en el Partido Comunista Chino. Su sistema es discutible pero, me temo, que es también imbatible. Eligen a los más aptos para dirigir el partido, los forman en las mejores universidades y se convierten en líderes inatacables. Allí, nadie más que ellos se entretiene con la política. Si aquí es habitual que un municipio del tamaño de Pozuelo del Castañar se ocupe en pedir la salida de España de la OTAN, la vuelta de las tropas de Afganistán o la declaración de territorio no nuclear, allí se dedican a gestionar las alcantarillas.

El partido elabora las leyes, nombra a las autoridades, define las infraestructuras, determina cuántos ciudadanos pueden trasladarse del campo a la ciudad y cuántos hijos puede tener cada uno de ellos. Mientras, los ciudadanos chinos se afanan en mejorar su situación personal.

Está claro que el sistema ordena el país y lo prepara para el futuro, pero también genera desigualdades, expulsa las libertades y fomenta las corrupciones. Pero, antes de desecharlo y condenarlo hay que analizarlo con objetividad. Aquí, y en Venezuela, tenemos libertades. ¿Para elegir a quiénes? También hay desigualdades pero, ¿qué es mejor, la impenetrable igualdad en la miseria de los tiempos de Mao, todos en bicicleta, todos con un cuenco de arroz, o la lacerante desigualdad de ahora, con miles de personas circulando en Ferraris y millones conduciendo Volkswagens?

Si quieren salir de dudas, pregúntenle a un ciudadano chino. Comprobarán que nadie se acuerda de Mao, cuya imagen mira estupefacta desde los billetes de cien reminbis. De la corrupción, mejor ni hablar. Desde estas latitudes no alcanzamos la altura moral necesaria para dar lecciones a nadie en esta materia.

Sin embargo, el aspecto más interesante del país es el económico y, dentro de él, su excepcional capacidad competitiva basada en una tecnología más que aceptable, en un mercado de tamaño descomunal, unos costes imbatibles y una épica del esfuerzo que aquí hemos abandonado por completo. Allí, en las fábricas filiales de las matrices occidentales, se trabajan jornadas de doce horas cinco o seis dilas a la semana por salarios de 330 euros al mes. La jornada no la impone la empresa, la exigen los propios trabajadores que, si no la obtienen, se marchan. El salario base, unos 150 euros, no les es suficiente y quieren meter horas para duplicarlo.

Antes de que me lancen piedras y me revistan de insultos -por si acaso, me agacho-, que quede claro que yo no propugno el establecimiento de un régimen laboral similar entre nosotros. Ni siquiera alguien tan tercamente liberal como yo puede defender tal cosa. Pero me parece imprescindible ser conscientes de que estas cosas existen y comprender que la única posibilidad de sobrevivir es consiguiendo que el 'out-put' que nosotros producimos en nuestras 35 horas semanales con salarios de algunos miles de euros debe superar, para ser duradero, al que ellos obtienen en sus más de sesenta horas semanales con salarios de pocos cientos de euros. No podemos, ni queremos, ganarles en horas y no queremos, ni podemos, igualarles en sueldos. Correcto. Pues únicamente hay dos alternativas. Una, mantener un diferencial de productividad suficiente para compensar las diferencias anteriores. La otra, consiste simplemente en perder el empleo y desaparecer.

Por supuesto que sería muy justo y muy conveniente que alguna instancia internacional, con capacidad para ello, se ocupase de imponer allí el mismo respeto que tenemos aquí por las legislaciones sanitarias, las medioambientales, las cambiarias, la propiedad intelectual, etc... Pero, mientras alguien lo logra, quizá nos convenga espabilar un poco y esforzarse un mucho. ¿No creen?

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