lunes, 6 de octubre de 2008

A propósito de la crisis

A propósito de la crisis

05.10.08

JAVIER ZARZALEJOS

El Correo


Hacía mucho tiempo que no se oían los sonoros anuncios sobre el fin del capitalismo que la izquierda solía proclamar, convencida del autocumplimiento de las profecías marxistas. Y no es que la caída del Muro de Berlín -ese muro que para Felipe González se derribaría «con diálogo»- forzara a la izquierda a la resignación absoluta ante el fin de la Historia pero sí la obligó a dejar sus más ambiciosas ensoñaciones y dedicarse al menudeo progresista. La izquierda desde entonces ha tenido que recurrir a la creación de todo clase de minorías a las que liberar, de nuevos oprimidos necesitados de sus servicios para llenar la vacante dejada por la incomparecencia del proletariado como gran sujeto revolucionario. La consecuencia ha sido una izquierda metida en la gran trampa de las identidades como fuente de derechos dispares, abanderada del multiculturalismo beligerante con los valores cívicos y dispuesta a privilegiar los derechos de los territorios sobre los de los ciudadanos. Bajo un discurso de radicalismo progresista basado en los 'nuevos derechos', esta desorientación ideológica ha ido decantando en la izquierda una concepción del Estado y de la sociedad medievalizada, organicista y territorializada que disfraza la desigualdad como expresión de la pluralidad.

A la vista del nivel que, salvo excepciones, presenta el debate político en nuestro país, no hay que esperar ningún esfuerzo significativo en la izquierda para salir de su empantamiento ideológico, que además le ha facilitado, al menos hasta ahora, el ejercicio del gobierno. Proclamarse progresista y al mismo tiempo elevar los derechos históricos a título de legitimidad del poder autonómico catalán, por poner un ejemplo, no está al alcance todos. La retórica progresista, su buenismo, la exoneración de las responsabilidades propias con la simple apelación a las intenciones, y los recursos populistas de este discurso lo han convertido en un artefacto útil desde el punto de vista electoral y mediático. No puede extrañar que los pocos que han manifestado su discrepancia con esta deriva hacia la inanidad ideológica sobre la que Rodríguez Zapatero ha asentado su poder absoluto en la izquierda hayan sido vistos como peligrosos aguafiestas y reducidos por ello al silencio o invitados al abandono.

Con todo, la crisis económica está produciendo ciertas alteraciones en esa línea tan plana del discurso de la izquierda que hace unos días llevaba a la revista 'Newsweek' a hablar del desvanecimiento de aquélla en Europa. No hay que hacerse demasiadas ilusiones. No se trata -al menos en España- de un despertar crítico, sino más bien de la agitación nostálgica de los que por primera vez en muchos años creen que pueden hablar del fin del capitalismo y del derrumbe del mercado teniendo a la Historia de su lado. Decretar que el colapso de Wall Street es la versión capitalista de la caída del Muro es precipitado y sobre todo erróneo. Puede explicarse como una forma de dejar salir emociones que parecían olvidadas o como una manera de hacerse la ilusión de que la historia queda empatada. Pero nada más. El capitalismo y la economía de mercado pueden contemplar sus propias crisis con perspectiva y confianza no infundada en su capacidad de regeneración. Lo que está pasando -dicen- es el fin del ultraliberalismo y culpa de los 'neocon', dos afirmaciones casi rigurosamente incompatibles. Y a partir de ahí todo el relato antiliberal que se quiere componer desde el progresismo empieza a hacer aguas porque falla en su misma premisa, la de creer que nos encontramos en un modelo liberal de libro, con mínimo peso económico del Estado y mínima intervención regulatoria, lo cual dista mucho de la realidad. Los que tanta prisa se han dado en señalar culpables -normalmente para justificar su inacción y falta de ideas, como es el caso de nuestro Gobierno- no nos ilustran sobre la identidad de los responsables del ciclo de mayor prosperidad que se recuerda, ni a quién habrá que premiar por que durante estos muchos años de crecimiento cientos de millones de personas han salido de la pobreza, o si no merece comentario la ingente transferencia de renta de los países más ricos a los menos desarrollados a través de los precios de los combustibles y materias primas.

El plan de rescate financiero pactado por el presidente Bush ha sido presentado con notable habilidad como la agonía del capitalismo, sirviendo como interpelación casi existencial para atrapar a los que se declaran partidarios del libre mercado. A éstos se les pregunta si apoyan el plan Bush como si les preguntaran si hay que pagar tributos al César, con la misma curiosidad morbosa de ver cómo se debaten en el dilema. Lo cierto es que la economía de mercado ha seguido siéndolo después del 'New Deal' y de la 'Gran sociedad' del presidente Johnson. La intervención pública ni le es desconocida ni desvirtúa sus principios. Excitará toda la codicia que se quiera pero crea riqueza e impone mecanismos de responsabilidad individual y corporativa mucho más concluyentes y eficaces que los sistemas estatistas en los que la corrupción se estratifica. Ha sobrevivido a operaciones de ingeniería social hostiles y ha sido capaz de generar en torno a sí amplios consensos políticos y sociales, como bien sabemos en la Europa de la posguerra. Seguramente esta crisis obligará a nuevos acuerdos, a mejores -no a más- mecanismos de regulación, que no son incompatibles sino imprescindibles para el funcionamiento del mercado. Pero una alternativa al mercado como algunos creen vislumbrar ni está ni parece que haya que esperarla.

De momento todo indica que vamos a asistir a un debate en el que la izquierda buscará embarrar el terreno de juego, adjudicando responsabilidades históricas por lo que está pasando para fabricarse una vía de escape argumental a la crisis que permita a Rodríguez Zapatero defenderse en el Parlamento. Lo que el presidente no nos revelará entonces será la identidad de ese misterioso sistema económico al parecer vigente en España que le permite jactarse de haber superado a Italia en renta y advertir a Sarkozy que, derrotado Berlusconi, ahora vamos a superar a los franceses. Es un misterio adivinar cómo encaja el optimismo presidencial en el futuro con la descalificación apocalíptica del sistema. Pero tampoco encaja la declaración de compromiso transatlántico de Rodríguez Zapatero en Nueva York con atribuirle a McCain, en un verdadero acto de descalificación preventiva y gratuita, la responsabilidad de un temido retorno a la Guerra Fría. Mientras, unos días después, el presidente ruso se iba de rositas entre bromas a cuenta del fútbol, que es un recurso muy socorrido para romper el hielo. En resumen, la izquierda, el fin del capitalismo y la vuelta a la Guerra Fría por culpa de Estados Unidos. Como en los viejos tiempos.


http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20081005/opinion/proposito-crisis-20081005.html

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