viernes, 5 de febrero de 2010

Una discriminación aberrante

05.02.10

J. M. RUIZ SOROA

El Correo


«A las personas que alcanzan los 65 años se les puede privar de su derecho constitucional al trabajo. Lo más sorprendente de este flagrante caso de discriminación es que no es socialmente percibido como tal»


Todos los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. O por lo menos así lo proclama el artículo 14 de la Constitución, como pórtico al establecimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Y, sin embargo, existe entre nosotros una forma de discriminación que no es solamente permitida por el Estado constitucional, sino que incluso es fomentada por sus autoridades: la discriminación por la edad. A las personas que alcanzan los 65 años se les puede privar de su derecho constitucional al trabajo si así lo decide el empresario y el sindicato de turno en un convenio colectivo; y no digamos si son funcionarios, en cuyo caso es el propio Estado, comunidad autónoma o ayuntamiento el que les arrebata su derecho a seguir trabajando simplemente porque concurre en ellos una circunstancia tan personal como una determinada fecha de nacimiento.

Lo más sorprendente de este flagrante caso de discriminación es que no es socialmente percibido como tal. En la sociedad europea están tan vigentes una serie de estereotipos y tópicos sobre el papel de las personas en función de su cronología que el trato discriminatorio de los mayores ni siquiera se siente como tal. Se considera como algo 'natural', algo que deriva inevitablemente de la realidad biológica. Exactamente como sucedió antaño con la discriminación por la raza, por el sexo o por la riqueza: también entonces se creía que los esclavos, las mujeres o los trabajadores manuales no eran 'personas completas' en el mismo sentido en que lo era el hombre blanco burgués y que, por ello, poseían menos derechos que éste. El mismo estereotipo 'naturalista' que se aplica hoy a la persona por su temporalidad biológica.

Es curioso señalar que las sociedades más avanzadas en la lucha contra cualquier forma de discriminación arbitraria hace ya tiempo que tomaron conciencia y erradicaron la de la edad. La jubilación obligatoria fue abolida por el Congreso de Estados Unidos en 1986, y las sucesivas leyes contra la discriminación por la edad hacen que hoy en día (y esto sonará a estrambótico para el lector español) sea ilegal y sancionable el que una empresa o institución pidan la fecha de nacimiento en una solicitud de trabajo o currículo (sólo se puede preguntar si la persona es mayor de edad), o que pidan una fotografía del solicitante, o que anuncien un puesto de trabajo «para una persona joven». Y parecidamente en Canadá. Lo que aquí no se siente es en cambio algo flagrante al otro lado del Atlántico.

Son dos los tópicos mentales que ayudan a que los europeos no percibamos la injusta discriminación a la que sometemos a las personas de edad. El primero es la absurda idea de que la vida de los mayores vale menos que la de los jóvenes, una idea éticamente indefendible y económicamente absurda. Pero es a partir de esta idea como se venden y legitiman las políticas de exclusión forzosa de los mayores del mercado de trabajo: 'ya han gozado bastante de la vida', 'que dejen espacio a las generaciones siguientes', 'les toca sacrificarse por los que vienen detrás'. Curiosamente, el mismo tópico que se aplicó hasta ayer mismo a las mujeres, que fueron también el modelo de ser humano sacrificable por los demás. Si hoy en día las autoridades aplicasen este mismo criterio con apoyo en el sexo, la raza o el origen ('dada la crisis, se despedirá en primer lugar a los empleados femeninos, extranjeros o negros') se produciría una conmoción en las conciencias. Pero si se aplica por edad ('se despedirá a los mayores de … años') parece hasta lógico. El juvenilismo está implantado en nuestra psicología y nuestras conciencias (probablemente porque no aceptamos nosotros mismos volvernos mayores). Pero la idea de que los instantes que componen la experiencia vital de unos ciudadanos son menos valiosos que los de otros es radicalmente inmoral y jurídicamente insostenible.

El segundo tópico es el de que los mayores rinden menos, se vuelven descuidados y olvidadizos, son torpes. Como generalización es perfectamente estúpida: podría ser aplicada con más razón a los jóvenes que a los mayores. Los estudios al efecto demuestran que la competencia y la capacidad de los trabajadores de edad, medidas en cualquier escala, igualan o superan a la de los jóvenes. Las posibles limitaciones biológicas de la edad son compensadas por los sujetos con nuevas estrategias inconscientes de optimización de las facultades propias, de forma que su seguridad y experiencia en el desempeño laboral aumentan.

En el fondo, la jubilación obligatoria es un sustituto social de la muerte. Como las personas tardan más en morirse en las sociedades modernas, debido a obvias mejoras médicas, se ha creado un sistema tan efectivo para excluirlas como fue antiguamente el de la muerte. Pero si matar a las personas por una presunta utilidad colectiva era y es una aberración, expulsarlas de la vida activa y del trabajo por razones de interés colectivo constituye la misma clase de aberración. Aunque no lo veamos todavía.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100205/opinion/discriminacion-aberrante-20100205.html

No hay comentarios: