J. M. RUIZ SOROA
EL CORREO 3/8/2013
Europa está estancada porque los únicos que pueden construirla son de una calidad política cada vez más baja y de miras cada vez más limitadas
Como no podía dejar de ocurrir, el conflicto provocado por un sistema de ayudas de Estado a la construcción naval española que era contrario a lo permitido por la Unión Europea en esta materia ha dejado la enésima imprecación en contra de Bruselas. Ha sido esta vez el diputado general de Vizcaya el que ha calificado a los funcionarios comunitarios de «mercaderes sin alma», asumiendo y resumiendo así una inveterada tradición: tomar de Europa lo que nos aporta como si fuera algo que nos merecemos porque sí (por ejemplo una transferencia de fondos equivalente al 0,8% anual de nuestro PIB durante más de veinte años) y calificar en cambio a los burócratas europeos (porque sólo los europeos son 'burócratas', los de aquí son solícitos servidores del bien común) de élite desalmada atenta sólo a las exigencias del mercado cuando nos recuerdan que las reglas comunes han de cumplirse.
Y lo malo de esta tradición es que no la practican únicamente los políticos nacionales, sino que los medios la asumen sin dudar como marco comprensivo y explicativo de esa misma Europa y de sus relaciones con los Estados miembros, con sus regiones y con sus ciudadanos, de manera que la consolidan en la mente del público. Según se nos cuenta, de Bruselas sólo llegan frías exigencias económicas para acabar con nuestros cultivos, nuestros agricultores, nuestros astilleros, nuestras vacas o nuestro Concierto, cosas todas ellas que se supone prosperarían felices sin sus reglas. Y últimamente, desde que la teutona ésa aliada con los mercados se ha hecho cargo de su dirección, llegan además órdenes tajantes para terminar con el Estado de bienestar y dedicamos a la flagelación colectiva por, nuestras supuestas culpas. «Piove, porca Europa», esa es la idea.
Este canon de comprensión va incluso acompañado de un diagnóstico preciso acerca de las causas del mal: Europa se ha convertido en lo que es por una razón muy sencilla, porque fue construida por élites políticas funcionalistas (neoliberales avant la lettre), que dieron de lado a la ciudadanía, olvidándose además de los pueblos que la componen. Europa fracasa hoy porque arrastra un grave déficit democrático, el de haber sido edificada al margen del calor y del aliento popular que le hubiera dado -se predica- una solidez a prueba de crisis. Fruto del trabajo de élites (y la de élite es una palabra peyorativa) -preocupadas sólo por armonizar mercados e instituciones, corno si de ello pudiera nacer una ciudadanía común vigorosa, Europa ahora languidece. Y sólo la ciudadanía, la integración en su estructura del calor y la virtud ciudadana podrán repararla y refrescarla.
¿Me permiten poner en duda este canon? ¿Me permiten insinuar que quizás las cosas no son así y, más aún, nunca fueron así? ¿Me permiten recordar -como ejemplo- que la Constitución federal de Estados Unidos de 1789 nunca fue puesta a votación popular porque sus promotores -las élites del momento- sabían que sería rechazada por los ciudadanos? ¿Creen de verdad que alguna vez existió alguna forma viable de construir Europa que no fuera la de las élites y los mercaderes? ¿Han pensado qué sería de Europa -de la poca Europa que tenemos todavía- si la dejásemos al albur de unos ciudadanos que la aplauden cuando les transfiere fondos y la critican acerbamente cuando les exige restricciones? ¿De verdad es la democratización intensiva y extensiva la solución a los males de un proyecto estancado?
Propongo humildemente otra explicación: Europa está estancada porque los únicos que pueden construirla, las élites político-burocráticas nacionales, son de una calidad política cada vez más baja y de miras cada vez más limitadas. Porque esas élites están demasiado atadas al corto plazo de los horizontes electorales inmediatos de su país y carecen de la autonomía necesaria para impulsar un proyecto federal (las que creen en él, que no son muchas). Porque las estructuras político-burocráticas nacionales se resisten denodadamente a perder sus parcelas de poder e influencia, los nichos donde prosperan todavía. Porque muchos mercaderes contemporáneos no acaban de ver claro cuál
es la opción más favorable para sus intereses, la de un solo país -y un solo mercado- grande y exigente, o mejor la de prosperar enquistados en la colusión con las pequeñas estructuras nacionales. Porque la política real se vuelve cada vez más local y aldeana mientras los retos son cada vez más globales. Y todo esto no lo va a arreglar la ciudadanía por sí sola, sino sólo un cambio en los mecanismos de selección de las élites, de sus incentivos y de su independencia de los humores ciudadanos. El reto no es edificar una Europa democrática, sino edificar una Europa eficaz. La democracia vendrá luego.
Puede sonar a herejía, pero lo que precisamos hoy con urgencia son más mercaderes sin alma, más funcionarios sin corazón, más burócratas fríos al timón. Como aquellos que tuvimos en Europa hace ya muchos años y que nos legaron uno de los experimentos más conseguidos del siglo XX. Para terminarlo de una vez. Porque, en el fondo, esos seres que llaman 'sin alma' Son como Shylock, el mercader judío de Shakespeare. que al final tenía sangre, pasiones y afecciones, aunque también autointerés e inteligencia. Lo que nos sobra son políticos compasivos y complacientes con su público.
sábado, 3 de agosto de 2013
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