domingo, 5 de septiembre de 2010

Retirada de Irak

05.09.10

JAVIER ZARZALEJOS |

El Correo



«Hay algo de cínico en quienes se escandalizan porque los partidos iraquíes no hayan alcanzado un acuerdo de gobierno; ese problema existe porque los iraquíes vienen haciendo un ejercicio democrático sin comparación en el mundo islámico»


La retirada de Irak de las tropas de combate estadounidenses ha planteado un incómodo dilema a muchos opinadores. Si cargaban las tintas en el retrato de Irak como un desastre sin paliativos, desgarrado y listo para ser devorado por la violencia sectaria, la decisión del presidente Obama habría sido un acto de irresponsabilidad, un abandono vergonzante que tiraría por la borda el sacrifico de vidas y dinero y que sólo se explicaría por la conveniencia electoral de un presidente que afronta los comicios legislativos de noviembre con un grave deterioro de su valoración popular. Pero si se aceptaba que las condiciones institucionales y de seguridad en aquel país permitían mantener el calendario de retirada de las tropas sin riesgos críticos, entonces se estaría haciendo un reconocimiento, siquiera mínimo, del progreso en la construcción institucional de Irak y de la estrategia seguida por la Administración Bush para hacer frente a la insurgencia y el terrorismo una vez derrocado Sadam Hussein.

Al explicar la retirada de las brigadas de combate (quedan todavía 50.000 soldados en Irak) el presidente Obama ha parecido consciente de esta dificultad. La superó con una intervención desde el Despacho Oval calificada de 'elegante', 'ambigua' y hasta 'generosa' con Bush. Evitó el 'misión cumplida' que proclamara su antecesor pero, en cualquier caso, afirmó el fin de la misión de combate, resaltó la celebración de «elecciones creíbles que habían atraído una alta participación» y valoró el rechazo a los alineamientos sectarios expresado por los iraquíes, el esfuerzo de estos por hacerse cargo de su seguridad y el combate contra el terrorismo que ha conseguido expulsar del país a la mayor parte de los dirigentes de Al-Qaida. En el contexto del mundo islámico, convulso por la presión fundamentalista y tan alejado de cualquier ambición democrática, no es un mal balance; al menos es suficiente para que la retirada de los soldados americanos se haya producido sin que se cumplieran las efectistas -y abiertamente infundadas- comparaciones con Vietnam.

Obama habló con gravedad del alto precio pagado por Estados Unidos, pero añadiendo que ha sido para «poner el futuro de Irak en manos de su pueblo». El reconocimiento tiene mayor valor en quien, como no olvidó recordar, se opuso a la intervención militar desde el principio. No recordó, sin embargo, que también se opuso a la estrategia del 'surge' propuesta por el general David Petraeus y decidida por Bush que cambió el signo de la lucha contra la insurgencia y el terrorismo yihadista. Tampoco era el momento de recordar que, a diferencia de él, tanto su vicepresidente como su secretaria de Estado sí apoyaron la guerra; que fue en el segundo mandato de Bill Clinton cuando el Senado adoptó el 'cambio de régimen' como política oficial hacia el Irak de Sadam; que su secretario de Defensa, Robert Gates, y su general al mando de las operaciones en Irak y Afganistán, David Petraeus, proceden de la anterior administración y que el propio calendario de retirada no es obra suya sino fruto del acuerdo de Bush con los iraquíes. Y es verdad que en ese pasar página y mirar al futuro al que Obama convocó a los americanos, la mirada al pasado habría de ocupar un lugar cada vez más limitado: ni la intervención en Irak puede reducirse a la obsesión personal de un hombre, por mucho que se deteste a Bush, ni pueden desconocerse sus lecciones, desde los fallos de la inteligencia a los errores de cálculo que infravaloraron la dimensión del esfuerzo de seguridad e institucionalización que debía seguir a la caída de la tiranía de Sadam.

Muchos se agarran a la intervención militar como un vicio de origen insuperable y no están dispuestos a apreciar el valioso esfuerzo que los iraquíes vienen realizando desde hace años para consolidar nuevas instituciones de gobierno. Hacer la más mínima concesión en este punto supondría flaquear en la fobia a Bush. Hay algo de cínico en aquellos que se escandalizan porque los partidos iraquíes todavía no hayan alcanzado un acuerdo de gobierno pero no recuerdan que si ese problema existe es porque los iraquíes vienen haciendo un ejercicio democrático sin apenas comparación en el mundo islámico. Como afirmó Tony Blair ante la comisión de investigación del Parlamento británico, «Irak ha cambiado la certeza de la represión por la incertidumbre de la política democrática» y ese es un cambio que merece respeto y apoyo, en vez el desdén y esa malsana nostalgia por la 'estabilidad' que proporcionaba la dictadura de Sadam. La consolidación de un régimen con instituciones representativas, con organizaciones políticas capaces de superar las divisiones religiosas y territoriales, que mantenga la unidad del país, la explotación justa de sus recursos y demuestre ser capaz de hacerse cargo de la seguridad interna y externa no es una entelequia de neoconservadores sino un objetivo alcanzable y un activo insustituible para la estabilidad global que -no hay que engañarse- continúa sometida a serias amenazas. El apoyo exterior junto al compromiso de los propios iraquíes para seguir tejiendo su acuerdo nacional y la capacidad para contener la injerencia de Irán definirán el futuro del país que sigue poblado de riesgos pero presenta también oportunidades ciertas y esperanzadoras. Ése, y no el autocumplimiento de la profecía del desastre, debería ser el sentido de la retirada.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100905/opinion/retirada-irak-20100905.html

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