miércoles, 31 de marzo de 2010

La genética del terrorismo islámico

30-03-2010

José Javaloyes

EXPANSIÓN


El Gobierno ruso no deja de integrar al terrorismo de Al Qaeda entre los actores y factores integrantes de los atentados de Moscú en la mañana del pasado lunes.

Tiene el terrorismo su genética y su propio ADN. Muy apretadamente resumido y sintetizado es el mensaje que han dejado estos atentados en la capital de la Federación Rusa. El tiempo suele darle la razón a quien la tiene. Ocurre que la ya larga secuencia del terrorismo islamista ha dejado en su desarrollo, en su demorada y sangrienta crónica, rastros y huellas como materiales bastantes para una configuración aproximada de la identidad histórica y de la trauma causal de esta criminalidad política.

Nunca olvidé, a lo largo de los ya muchos años transcurridos desde entonces, de qué modo, con ocasión de la invasión militar soviética de Afganistán, en un programa de debate de Televisión Española, que a la sazón yo presentaba, Fernando Morán, pocos años después primer ministro de Asuntos Exteriores en los gobiernos de Felipe González, dijo que aquella decisión de la URSS se había de interpretar como un esfuerzo, de enorme riesgo, proporcionado al enorme peligro que representaba para ella la expansión del islamismo, del Islam de combate, por el espacio soviético de configuración musulmana. Principalmente, por el Cáucaso.

La entonces preponderante visión occidental, y de sus aliados árabes –especialmente la de los exportadores de petróleo–, era muy distinta. Aquella decisión de la URSS, que desembocaría en las condiciones de agotamiento económico, causantes al final (como ofrenda a la interpretación marxista de la Historia) de su muerte por implosión, obedecía al propósito geoestratégico de embolsar o de hipotecar, como amenazante sombra, el Golfo Pérsico: primer espacio petrolero del mundo y fuente de abastecimiento energético primordial para las economías occidentales. Algo, en fin, que, para el siempre subyacente nacionalismo ruso, coronaría el gran sueño de Pedro el Grande de alcanzar las aguas calientes, después de haber extendido la Quinta Flota, en la primera mitad de la Guerra Fría, desde el Mar Negro al Mediterráneo.

Podía ser una interpretación la más acertada, podía ser la otra, o podían ser acertadas las dos, al menos en tal contexto histórico del fin de la década de los 70. En aquel mismo calendario de 1979, no sólo los soviéticos habían invadido Afganistán; Jomeini había derrocado al Sha de Irán y, al poco, el Irak de Sadam Hussein comenzaba una guerra contra la revolución iraní, que se prolongó durante ocho años. Atrás había quedado una década en la que el mundo atravesó otra crisis, la de la estanflación: inflación acompañada de estancamiento.

Una crisis que había sido resultante directa de la Guerra del Ramadán, durante el otoño de 1973, en la que la renovada derrota árabe trajo la utilización del petróleo como arma política, al restringirse las exportaciones del crudo y dispararse los precios del barril. Se salió de aquel duro trance en el mundo capitalista con la ‘revolución conservadora’ de Ronald Reagan, que relevó a la economía de demanda y abrió un ciclo nuevo. Pero, si en lo político y lo militar, la ayuda a los fundamentalismos musulmanes que peleaban en Afganistán, por parte de Estados Unidos, Pakistán y los árabes del petróleo, sentó las condiciones para el desplome de la URSS, tras de su doble esfuerzo en la campaña afgana y en la emulación del músculo norteamericano con la ‘Guerra de las Galaxias’, en el medio y el largo plazo, sin embargo, la ayuda a los proto-talibanes afganos, afloró unos costes que en aquellos momentos eran absolutamente inimaginables. La brutalidad helada de Bin Laden asumió como atentado al Profeta las bases americanas en Arabia.

Nihilismo y Ley Islámica

La propia fermentación fundamentalista que originó la hemorragia rusa en la guerra afgana, no sólo certificaba lo acertado del diagnóstico de Fernando Morán en el programa aquel de TVE, sino que establecía las condiciones para que el islamismo pasara de ser ideología para el combate abierto y en orden de guerrilla, a constituirse en terrorismo puro y duro, con el nihilismo como teología y la Ley Islámica como rostro. Un fanatismo llamado a golpear en las Torres Gemelas de Nueva York y en la sede del Pentágono estadounidense, el 11 de Septiembre de 2001. Resultados que cabría etiquetarse de efecto boomerang.

Al final, puede considerarse, cuando ahora se repiten los atentados en Moscú del terrorismo islamista (paralelos en significado al 11-S norteamericano, al español 11-M –trufado o sin trufar por otros– y al británico 7-J) que ese integrismo musulmán en armas no hace otra cosa que la guerra al entero Occidente. Importándole lo mismo la tropa soviética de la guerra afgana aquella, que los rusos de ahora y que los estadounidenses, españoles y británicos, agavillados todos en un mismo manojo adverso. De ir contra Occidente se trata.


http://www.expansion.com/2010/03/30/opinion/llave-online/1269977672.html

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