viernes, 9 de marzo de 2012

La cocina de López

JAVIER ZARZALEJOS

9.3.2012 El Correo



Los relatos justificadores, que el lehendakari denuncia al tiempo que da por superados, no son explicaciones históricas sino complicidades actuales de quienes han sido parte y comparten con los terroristas la subcultura de destrucción


Ayer el lehendakari, Patxi López, sirvió en el Parlamento de Vitoria un plato muy elaborado. Al modo de esas recetas complejas en las que los cocineros despliegan sus habilidades técnicas, López -sin tanto dominio del oficio- quiso, sin embargo, combinar sabores y texturas, incorporar ingredientes exóticos y hacer reconocible la preparación para los estómagos fuertes, exaltando al mismo tiempo los beneficios de la dieta blanda. Cocina con pretensiones de fusión y, sobre todo, cocina de temporada, que la temporada ya se sabe cómo viene. Menú degustación en un solo plato.

Pero el lehendakari ha cometido un error inicial en la ejecución de la receta ya sea por despiste o por exceso de ambición en sus pretensiones: en vez de sal para potenciar el sabor ha echado azúcar y así la receta falla.

Al inicio de su intervención el lehendakari recordaba que en su discurso de investidura había afirmado que «en el Parlamento democrático, como el nuestro, no puede haber personas que sean incapaces de condenar de forma rotunda a los terroristas que asesinaban a los representantes que se sentaban en esta misma Cámara». Esa intachable explicación de la ilegalización de Batasuna como brazo político de ETA era cierta entonces. Ahora sería muy difícil para Patxi López sostener que esa 'condena rotunda' a los terroristas que asesinaban a los representantes políticos sigue siendo el presupuesto político necesario para aceptar el retorno del brazo político a las instituciones.Tal condena note ha producido y ahí están.

Da la impresión de que en este punto el lehendakari se paró a probar la receta y la debió de encontrar todavía demasiado insípida para recibir los ingredientes que a continuación se disponía a incorporar y ya sin consultar las medidas añadió: «Hoy estoy convencido de que nunca más va a haber aquí un parlamentario que tenga connivencia con el terrorismo, que apruebe o justifique, de alguna manera, asesinar al que piensa diferente. Y es que también esto lo hemos conseguido». Pocas veces se ha podido ver y oír un triunfo tan contundente de la fe sobre la experiencia, como el que proclama Patxi López al expresar con ese convencimiento con semejante énfasis. Porque, si no confundimos los hechos con las opiniones, en las instituciones -no todavía en el Parlamento vasco- ya hay una presencia bien nutrida de gentes conniventes con el terrorismo, de gentes que aprueban y justifican -no 'de alguna manera' sino de manera bien precisa y elaborada- asesinar al que piensa diferente y que, en realidad, han hecho de la justificación de la trayectoria criminal de ETA un objetivo central para hacer avanzar un proyecto político totalitario. Son esos que el máximo reproche que han hecho a ETA es su incapacidad para seguir matando lo suficiente o que esperan el reconocimiento cuando admiten que en estas circunstancias matar ya no es 'útil'.

Sin embargo, algo debió de notar el lehendakari que le llevó a afinar un poco más en la búsqueda de equilibrios. Unas gotas de picante para dar cuerpos la preparación: «Es verdad que el mundo de Batasuna ha dado pasos, ha cambiado alguna de sus actitudes hacia la violencia, pero todavía le queda mucho por hacer. Mientras no denuncie con claridad la violencia terrorista ejercida por ETA, mie-tras no pida la disolución de la organización terrorista, la gente de Batasuna seguirá teniendo una sombra de horror que le acompañará a todas partes. Mientras no asuma su propia responsabilidad, de apoyo y de justificación al terrorismo, mientras siga elaborando relatos justificadores del tiempo de la violencia, seguirá amarrada al pasado».

O sea que, después de todo, Batasuna sigue haciendo relatos justificadores, eso sí del 'tiempo de la violencia' ¿Del 'tiempo de la violencia'? No, de la violencia a secas. Porque esos relatos justificadores, que López denuncia al mismo tiempo que da por superados, no son explicaciones históricas sino complicidades políticas actuales de quienes han sido parte y comparten con los terroristas la misma subcultura de destrucción, basada en la deshumanización de las víctimas, el odio étnico y la ausencia de toda restricción moral cuando se trata de hacer pagar a los otros, a los diferentes, el tributo en sangre que exige su patria totalitaria.

Esa violencia que el lehendakari quiere referir a un tiempo pasado sigue siendo actual. No solo porque ETA no se ha disuelto, ni solo porque su brazo político se vea libre de la obligación de condenar, sino porque se ha extendido la creencia de que este 'nuevo tiempo' hace inevitable que juguemos en el terreno político, argumental y simbólico definido por la violencia terrorista y el 'conflicto histórico' como fuente de legitimación de esta.

El espacio lo ocupan los presos y la presión para el cambio de política penitenciaria, las idas y venidas de verificadores y mediadores de parte, las expectativas de revisión del Estatuto, las especulaciones sobre este o aquel documento en el que se despliegue la neolengua de ese eficaz sinónimo llamado la izquierda abertzale. Todo ello atestigua la presencia de la violencia terrorista no como un mal derrotado, del que podemos empezar a convalecer después de haberlo expulsado, sino como un objeto de transacción colectiva en la que convicciones, memoria, legitimidad y ley tienen que contraerse para dejar el espacio a los que han visto la convivencia democrática y plural como una incomodidad que, por el simple procedimiento de destruirla, la violencia terrorista convertiría en pasajera.



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