sábado, 17 de marzo de 2012

La moral abertzale

AURELIO ARTETA
CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA DE LA UPV-EHU

17.03.2012 El Correo



La justicia transicional indica cómo habrá de ser la justicia pública en una sociedad que transita de una dictadura a una democracia. Aquí, con todas sus deficiencias, hace más de 30 años que hay un Estado de derecho


Salvo ellos mismos, todos hemos visto en la reciente declaración de la Izquierda Abertzale (IA) un paso insuficiente. No basta con repetir la palabra conflicto veinte veces ni invocar la democracia o lo democrático otras veintidós, como si fueran conjuros mágicos que por sí solos transforman la realidad. Empezaremos a creer en su buena voluntad, replican los demás partidos, cuando exijan de ETA la entrega de sus armas y la petición de perdón. Pero tampoco basta con eso, qué va. En tal documento sobreabundan ignorancias y pretensiones del todo ilegítimas que no pueden quedar sin denunciar. Son ellas las que explican por qué no dan más pasos adelante. Son ideas fosilizadas que han justificado durante décadas el uso de medios mortíferos. Incluso si un día desapareciera la banda asesina, estaremos perdidos como continúen sus ideas. Quiero decir, en definitiva, que esta misma calificación de insuficiencia resulta a su vez notablemente insuficiente.

1. El concepto básico en el que la IA sustenta sus proclamas y exigencias (y el lector agradecerá que le ahorre citas y comillas) es el de justicia transicional. Eso sí, malentendido y falsificado. La justicia transicional indica cómo habrá de ser la justicia pública en una sociedad que transita de una dictadura a una democracia. Ya solo por ello mismo esa justicia particular apenas es aplicable a la España actual. Aquí, con todas sus deficiencias, hace más de 30 años hay un Estado de derecho que ha permitido juzgar y encarcelar a ministros del Interior, llevar a los tribunales al presidente de Gobierno o expulsar a policías torturadores. Aquí no estamos ante el paso de un régimen militar a otro constitucional, sino de un régimen democrático acosado por el terrorismo etnicista a la derrota de ese terrorismo por aquel régimen democrático.

Invertido su significado, todo queda patas arriba. Tal como lo cuentan, esa justicia transicional no debe atender a la injusticia cometida por ellos, sino a la supuesta injusticia que se ha cometido con ellos. No propugna el sometimiento de ETA y esa izquierda abertzale a las normas del Estado español o francés; reclama más bien el sometimiento de esos Estados a ETA e IA. Salvadas las distancias, es como si se deseara premiar a los beneficiarios del appartheid sudafricano y castigar a sus perjudicados; como si la justicia argentina hubiera exigido a las Madres de Mayo llegar a un acuerdo con las Juntas Militares que hicieron desaparecer a sus hijos.

¿Quién les ha dicho que esa clase de justicia invocada no requiere que haya vencedores ni vencidos? Para «que todo el país salga vencedor», recogiendo la lírica expresión de la IA, es preciso que esta lucha acabe con el triunfo de la razón pública y la derrota de sus contrarios. Una cosa es que a los vencidos se les trate de un modo que facilite la aún lejana reconciliación. Otra cosa muy distinta es que entre nosotros, dada la innegable complicidad con el terrorismo (activa la de bastantes nacionalistas, pasiva la de bastantes ciudadanos), muchos prefieran el borrón y cuenta nueva a cualquier propósito de justicia. El deseo de recuperar cuanto antes la tranquilidad o de obtener provecho partidista puede propiciar la rendición propia en lugar de una rendición de cuentas ajena.

2. Junto a esta desvergüenza de fondo aparecen en la superficie del documento otras cuantas desvergüenzas. Fíjense. A fin de arreglar un «conflicto que se remonta siglos atrás» (¿), sólo la IA ha hecho «todo lo que estaba en sus manos» para traer la paz a este país. Nadie debe temer hablar sobre lo ocurrido, nos animan, como si no hubieran sido ellos los que han impuesto ese miedo y ellos mismos también quienes jamás se atreven a debatir. De su lamento por el daño causado de una manera «no intencionada» al desatender a las víctimas no hablaremos para evitar el vómito. Lo propio del mundo abertzale, tan fuerte en apariencia, es el pensamiento más débil. El nuevo principio imborrable dice: «Todo proyecto político democrático es legítimo en Euskal Herria». Claro, en Euskal Herria y en la Conchinchina. La pequeña dificultad estriba en asegurarnos de que su proyecto sea democrático y en definir qué entienden ellos por tal. Y un proyecto totalitario no se vuelve democrático simplemente porque se sirva de medios pacíficos.

Donde resplandece esa debilidad de pensamiento es en sus falsas equiparaciones. Se comienza por sentar que, además de la violencia de ETA, hay «otras violencias» y que la del Estado es tan deleznable como cualquier otra. ¿Habrá que repetir lo que conocen hasta los niños, a saber, que el Estado por definición debe ostentar el monopolio de la violencia legítima a fín de proteger al ciudadano de las demás violencias? Pues no lo entienden. Al insistir que todos deben renunciar al uso de la fuerza, se le está pidiendo al Estado que deje de ser Estado.

En perfecto paralelismo con esas violencias equivalentes, las víctimas de una y otra parte serán asimismo indistintas, sólo hay que mirarlas «en conjunto», todas merecen idéntico respeto. Víctimas de ETA y del Estado, civiles y policiales, inocentes y culpables: no hagamos distinciones. Que a nadie se le ocurra establecer ninguna «jerarquización ni clasificación» entre ellas. La responsabilidad democrática, al parecer, consiste en repartir entre todos las responsabilidades y culpas sólo de algunos. Más todavía, el pueblo sufre (¿personalmente?) como cualquiera de sus miembros y el pueblo vasco «ha sido y sigue siendo también víctima» de la violencia política española y francesa. Y si todas las víctimas merecen igual respeto, es porque aquella piadosa IA -que en su día decretó socializar el sufrimiento-ha decidido ahora que todos sus sufrimientos sean asimismo equiparables. No deben buscarse diferencias entre los dolores causados y los sufridos, los injustos y los justos.

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