lunes, 12 de marzo de 2012

Para nuestra vergüenza

MIKEL ARTETA LICENCIADO EN DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

12.3.12012 El Correo



Jamás podría hacerse realidad el pueblo homogéneo del imaginario abertzale sin la limpieza étnica y el terror suficientes para eliminar o ahuyentar a quienes caracterizan como el otro fuera de los confines de su comunidad


Entendamos de una vez que los etarras no son sólo asesinos, sino asesinos políticos. Que el terrorismo no es sólo una organización criminal, sino una organización que, mediante medios criminales, se distingue por buscar unos fines políticos de otro modo inalcanzables. Que es la sinrazón de estos fines, junto a la violencia de los instrumentos con que esa organización política quería alcanzarlos, lo que agrava su responsabilidad. Y que, viviendo en un Estado de derecho, los etarras deberán soportar una doble carga: no solo la de haber usado unos medios criminales, sino también el haber tenido que hacerlo para conseguir el fin político deleznable que se proponían. Fue lo ilegítimo de sus fines lo que legitimaba endurecer penas y condiciones procesales. Por eso ETA siempre quiso ligar sus asesinatos con la liberación nacional: justificada la causa política ellos sí saben que la violencia puede ser justa. Piénsese en el sentimiento filantrópico que, como decía Kant, nos embarga al recordar la Revolución Francesa, a pesar de toda la sangre que se derramó. Piénsese, en general, en cualquier acto de desobediencia civil.

Quedamos, pues, en que son dichos fines los que han requerido de la violencia. Jamás podría hacerse realidad el pueblo homogéneo del imaginario abertzale sin la limpieza étnica y el terror suficientes para eliminar o ahuyentar a quienes caracterizan como el otro fuera de los confines de su comunidad. Y si este discurso no se erradica, no es que que-demos inermes ante un eventual retorno de ETA; es que nos seguirá aniquilan-do gradualmente. Persistirá la sutil tiranía del asco al diferente (¿acaso puede el no nacionalista en pueblos de la Euskadi profunda pasear sin ser mirado con desprecio?). Seguirán las conversiones más o menos forzadas (ahora que es más Patxi que López, ¿cumple ya ese label del 'buen vasco' con el que el PNV se llena la boca un día sí y otro también?). Se reproducirá el 'apartheid' de vascos que en zonas castellanoparlantes no accederán a la administración pública sin euskaldunizarse o incluso el destierro, como han sufrido en sus carnes más de 200.000 vascos emigrados. Hasta aquí se ha llegado en el País Vasco y dicha doctrina sigue representada por varios partidos en el Parlamento. Algo debería calar hondo en nuestras cabezas. Pero para una reflexión colectiva seria habrá que aportar algo más que aquella cacofonía de voces equidistantes que fue llevada al paroxismo en la inefable 'Pelota vasca' de Médem: se requerirá sosiego, información, ideas, asunción de responsabilidades, etc.

En Alemania este ejercicio vino mucho tiempo después del nazismo, con la famosa 'disputa de los historiadores'. Los más críticos no daban abasto ante la marea de quienes querían tapar 'su vergüenza', o sea Auschwitz. Los más conservadores querían diluirla, subsumirla como un episodio totalitarista más del salvaje siglo XX europeo. No tendrían nada que aprender ni que rectificar si no aceptaban que Auschwitz fue, solo para ellos, una ruptura civilizatoria: la consecuencia directa de la identidad étnica que el 'Pueblo alemán' arrastraba de tiempo atrás. De ahí el miedo de un Habermas, que hoy debe ser el nuestro: que con tal banalización o 'nivelación del horror' se perdiese la oportunidad de una reflexión que «pasara a la historia el cepillo a contrapelo» (Benjamín). Una reflexión que les permitiese dejar de comprenderse así mismos como aquella nación étnica donde predominaba el ius sanguinis que avalaba la inmaculada ascendencia de todo miembro del pueblo. En su lugar toca abrazar el universalismo del patriotismo constitucional, donde impera el criterio del ius solis para adquirir una ciudadanía que comprenda siempre al otro como un igual en la difícil tarea de autogobernarse.

Pues bien, las prisas de nuestros políticos por capitalizar el fin de ETA han corroído las bases de toda reflexión seria. Primero, se afanaron en ofrecer, de acuerdo al 'sentir del pueblo vasco' y sin haber visto armas ni arrepentimiento, el mango de la sartén a los herederos de ANV. Y así ya sólo quedaba confiar en 'su influencia' para que nos cocinaran el final de la banda. ¡Ay, la cocina vasca! Ahí los tienen, erigiéndose otra vez en portavoces del 'pueblo vasco' (¿les suena?), elevando las exigencias de siempre y alguna más. Todas con la tácita pretensión de 'nivelar el horror' que hay detrás de su propia historia: equiparan su violencia con la del Estado, a unas víctimas con otras (¡a esto ayuda que su escarnio no fuera intencionado!), etc.

Así está la cosa: les hemos dado la sartén por el mango y ellos, como no podía ser de otra forma, nos han dado un sartenazo y nos han puesto la cara roja. Pero, ¿cómo van a entender el daño causado quienes les prepararon el terreno con absurdas concesiones normalizadoras que casi equiparaban a las víctimas de uno y otro bando? Han dado pábulo al acercamiento de presos por ser ¡solo! presos políticos. Han aupado a una inmejorable posición a quienes atizaban el árbol democrático y a quienes, lejos de tener un muerto entre sus filas, comparten el mismo ideario y han recogido los frutos que caían.

Incompetentes, faltos de categorías morales, y ávidos de 'votante medio', casi todos los partidos se han desentendido del desenmascaramiento ideológico del nacionalismo étnico. Han hecho dejación de sus responsabilidades por puro electoralismo, y por eso serán cómplices de que a nuestra vergonzosa historia no se le pase el cepillo a contrapelo. «Al menos por una bala ya no moriremos», dirá la buena gente. Por lo que se ve, tampoco de vergüenza.


Mikel Arteta es doctorando en Filosofía política por la Universidad de Valencia y becario en la de Oxford.



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