domingo, 18 de abril de 2010

La venganza de Zamácola

18.04.10

IMANOL VILLA |

El Correo


Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se organizó un movimiento cuyo principal objetivo era acabar de una vez por todas con los privilegios de Bilbao


En 1795, con la firma de la Paz de Basilea, el ejército revolucionario francés abandonó el País Vasco. Atrás quedaban unos meses llenos de tensiones, contradicciones, traiciones, patriotismo y penoso realismo. La invasión de las tropas de la Convención había puesto en evidencia el tan preciado mecanismo foral de defensa del territorio. Un desastre total. La falta de previsión, la poca profesionalidad de los mandos, la escasa implicación de la población y las prisas con las que se intentó hacer frente a la invasión hicieron que el Ejército Foral se pareciera más a una caricatura soldadesca que a una fuerza seria y consistente para defender el territorio. Y es que todo fue un cúmulo de despropósitos que se concretó en negativas al reclutamiento, deserciones masivas, falta de material militar, escasez de médicos... Vizcaya fue la excepción en todo este desaguisado, ya que llegó a armar a más de 5.200 hombres. Todo un logro para un territorio de 116.000 almas que no sirvió para nada. Semejante espectáculo de improvisación e ineficacia constante se completó con la obra destructiva de los franceses que, a la postre, disparó de tal forma el gasto público que situó al País Vasco y sobre todo a Vizcaya al borde de una seria y preocupante crisis económica.

Nobleza rural

El aumento de la deuda obligó a revisar el sistema fiscal con la finalidad de aumentar la recaudación. Pero, ¿cómo? y ¿a quién? Para la burguesía mercantil, que fue la que inicialmente se salió con la suya, no cabía la menor duda: los jauntxos tenían la obligación de cargar con la mayor parte de los gravámenes fiscales. Sin embargo, la situación cambió a finales de 1797 cuando entró en escena un prohombre del Señorío llamado Simón Bernardo de Zamácola. Liderados por él, la nobleza rural propuso una revisión del sistema impositivo. Tras duras discusiones, en las que no faltaron ni amenazas ni coacciones, los comerciantes bilbaínos se avinieron a aceptar la imposición de un sistema fiscal encaminado a gravar los intercambios mercantiles. ¿Cómo había sido posible que Bilbao cediera a las presiones de los jauntxos? El responsable había sido Zamácola que amenazó a la villa con revisar los libros del Consulado, pues había conseguido un permiso de la Corona para poder hacerlo. Y claro, «como esto repugnaba tanto a los comerciantes, dixeron que querían más bien consentir los nuevos arbitrios», escribió Murga el particular cronista de lo que por entonces ocurrió.

Lejos de tranquilizarse los ánimos, la tensión aumentó con el paso del tiempo. En 1800, con el objeto de recaudar un donativo para el rey, las Juntas Generales votaron una prórroga de los impuestos, lo cual sentó muy mal a Bilbao. Era un insulto y una humillación. ¿Hasta cuándo debían de pagar ellos una deuda que consideraban era de todo el Señorío? No se quejaban sin fundamento. La presión fiscal que sufría la villa había provocado una retracción de la actividad comercial muy seria. Sin embargo, las protestas de los comerciantes bilbaínos no fueron tenidas en cuenta. Detrás de aquella desesperante situación estaba Zamácola, quien no tardó en dar su golpe de gracia. En 1800, propuso acabar de una vez por todas con el poderío económico de Bilbao. Para ello planteó la construcción de un nuevo puerto a orillas de la ría que habría de recibir todos los privilegios que hasta ese momento ostentaba en exclusiva la villa. La propuesta fue un auténtico mazazo. Por vez primera en la historia, Bilbao estaba en peligro.

«Yugo insoportable»

La voz de Zamácola sonó desafiante y poderosa en las Juntas. «Tiempo es ya de sacudir ese yugo insoportable», exclamaba enérgico aquel líder decidido a terminar de una vez por todas con el poderío bilbaíno. Seducidos ante su arrojo los junteros votaron a favor de su propuesta. Al mismo tiempo se iniciaron negociaciones con Madrid para obtener los correspondientes permisos. El 31 de diciembre de 1801, Manuel Godoy, Ministro Universal de Carlos IV, firmó la autorización para iniciar las obras del nuevo puerto que, en su honor, habría de llamarse Puerto de la Paz. Sin embargo, las cosas no salieron como se esperaba. En 1804, cuando Zamácola y los suyos ya daban por segura la derrota por siempre de Bilbao, estalló un motín en el que se vieron implicadas varias anteiglesias de los alrededores de la Villa.

¿Por qué se alzaban las anteiglesias contra Zamácola? Al parecer se había corrido la noticia de que a cambio del permiso para la construcción del puerto, Zamácola había negociado la posible incorporación de los vizcaínos al servicio militar de la Corona. Obviamente semejante decisión vulneraba el fuero por lo que no cabía otra reacción que la revuelta. Pero, ¿por qué se dio a conocer entonces ese supuesto acuerdo que, en verdad, no había sido tal? Indudablemente, la burguesía bilbaína tuvo mucho interés en manipular los contenidos del acuerdo entre Zamácola y Godoy que solamente se habían centrado en una posible ampliación de las fuerzas municipales de orden público, cosa que muchos interpretaron como la antesala del servicio militar obligatoria. Fue una jugada maestra. Zamácola y la nobleza rural pasaron de ser héroes a traidores.

Tanto odiaba la nobleza rural a Bilbao que estuvieron dispuestos a poner en peligro competencias forales con tal de doblegar a la villa. Ese fue su error, porque en ningún momento los bilbaínos dieron por perdida la partida. Jugaron sus cartas con habilidad y soliviantaron a quienes mejor podían desbancar los planes de Zamácola, es decir, los aldeanos, por ser ellos su principal soporte. Ellos fueron los que acabaron con el sueño del Puerto de la Paz y, sin pretenderlo, dieron la victoria a Bilbao.


http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20100418/vizcaya/venganza-zamacola-20100418.html

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