sábado, 22 de septiembre de 2007

La utopía ha muerto, comandante

25.10.2006
IMANOL VILLA/

El Correo


Hubo un tiempo en el que se amó al comandante. Fue bandera y meta de la intelectualidad rebelde de Occidente. Cuba era el ejemplo de una revolución valiente y decidida encabezada por un puñado de soñadores que, desde Sierra Maestra, quisieron salvar el alma de un país prostituido hasta las entrañas. Por entonces, una buena parte del mundo tenía fe en las utopías y se creía que era posible cambiar el sistema. Incluso los había que, entre el humo del tabaco y tocados por el alcohol, confesaban que los soviéticos podían reformarse. Y es que, durante aquel tiempo, la palabra socialismo y su resultante máxima, el comunismo, eran opciones contra la desigualdad, la pobreza y un mercado empeñado en demostrar que la vida era una carrera en la que sólo unos pocos podían terminar con la certeza de haber conseguido la autorrealización máxima. Marx, Engels, Lenin y toda su banda afirmaban, en cambio, que todos tenían derecho a llegar hasta el final. Tampoco importaba entonces la mucha, poca o ninguna libertad de opinión allí donde decían se había producido la revolución. ¿Acaso el pluralismo daba de comer a los pobres?

Por todo ello subió Fidel Castro a los altares. Encima, a su favor contaba con el orgullo de haber plantado cara al 'amigo americano'. Los derrotó en Playa Girón. ¿Qué proeza aquella! Sin embargo, al mundo se le hizo vieja la memoria y su capacidad para engendrar ilusión se vio tocada cuando, desde el Este, se certificó el fracaso del nuevo mundo. En ese momento, hundido el Imperio, la intelectualidad de Occidente, crecida y bien asentada en la franja media de la sociedad, se reconvirtió a la tolerancia oficial, al pluralismo y a la democracia al uso. De poco valían las ideas si éstas no admitían las discrepancias. Y así, ante el desastre, surgió la política de lo correcto. La conclusión fue que el comandante dejó de ser amado y su papel de revolucionario se transmutó en el de un dictador sanguinario al que, de forma brusca o mediante el consejo paciente e incisivo, había que desbancar para, de nuevo, liberar Cuba, la gran jinetera de Occidente. Al mismo tiempo, caído en desgracia el comandante e, incluso, descubiertas las tropelías de ese otro mito llamado Che, los pobres del mundo se quedaron huérfanos. Tan sólo les restaba contar con la valentía y la entereza de las ONG.

Y así, Fidel Castro se ha hecho viejo. Incluso ya hay quien afirma que se muere. Por eso todo parece estar listo para el cambio y la deseada transición al ritmo de los éxitos de Gloria Estefan. No obstante, y aun a riesgo de ser sometido al escarnio público -cosa que haría desvanecerse los restos de reputación que aún me quedan, además de confirmarme como un demagogo anticuado-, no deseo la demonización del comandante porque eso sería como condenar de nuevo la utopía. Por supuesto que no niego su condición de dictador. Lo es. Ni siquiera cierro los ojos ante sus más que posibles tropelías contra los que nunca pensaron como él. Lo siento y me escandalizo por ello. Pero aún así, y sin apoyarme en los doctos y éticos argumentos que han tenido a bien enseñarme y a los cuales me aferro en otras ocasiones, éste es el caso en el que no me viene en gana matar al comandante blandiendo la historia. Y pienso, sinceramente, que a buena parte de los desheredados del mundo tampoco.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20061025/articulos_opi_viz/utopia-muerto-comandante_20061025.html

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