viernes, 12 de marzo de 2004

Además de ignominia, confusión

El Correo Digital, Viernes, 12 de marzo de 2004

Además de ignominia, confusión

GENERAL


J. L. ZUBIZARRETA/


Los atentados de ayer fueron de tal magnitud en sus efectos e implicaron tanta intensidad en su maldad que han surgido dudas en cuanto a su autoría. El señor Otegi contribuyó a aumentarlas afirmando que, ni por hipótesis, entraba en su cabeza que el atentado pudiera ser obra de ETA. Muchos le creyeron. No les encajaba el 'modus operandi'. El hecho de que las explosiones se hubieran producido sin previo aviso -en contra de la costumbre de ETA- reforzaba la incertidumbre. Igualmente, la comparecencia del ministro del Interior a primera hora de la noche de ayer, desdiciéndose de todo lo dicho por la mañana, dejó abiertas todas las hipótesis.

La confusión es un arma más del terrorismo. Conviene, por tanto, aclararse para poder defenderse de ella. Hay que decir, en primer lugar, que la magnitud de la barbarie no es razón suficiente para negar la autoría de ETA. Nadie pensó nunca que ETA podría cometer un atentado como el de Hipercor. Todos los terrorismos, en tanto en cuanto beben de la misma fuente del fanatismo, acaban cometiendo los mismos desmanes. Todos debemos ser conscientes de que, cuando de organizaciones terroristas se trata, la escalada de la barbarie es sólo cuestión de tiempo.

Tampoco es suficiente el silencio de ETA. Sólo hace falta recordar que el atentado de la Cafetería Rolando nunca fue reivindicado. Hoy todos sabemos que fue obra de la banda terrorista vasca. Hay actos que repugnan y avergüenzan tanto a sus autores que éstos nunca se atreven a reivindicarlos. Algo más que el silencio será necesario, por tanto, para que los ciudadanos descarguen a ETA de toda responsabilidad.

No es pertinente invocar en estos casos ninguna suerte de «presunción de inocencia» para suspender el juicio en torno a la autoría de este horrendo atentado. ETA ha hecho todo lo posible para que nos sea prácticamente imposible no pensar en ella cuando hechos de este tipo se producen. Incluso en este atentado concreto, ETA nos ha venido anunciando algo parecido desde hace tiempo. Los dos detenidos en navidades, uno después de depositar las maletas de explosivos en un tren con destino a Madrid y otro cuando estaba dispuesto a colocarlas, apuntaban ya a una barbarie de gran envergadura. Hacia la misma dirección señalaba la furgoneta interceptada en Cuenca. Y, de manera más general, las amenazas contenidas en el comunicado en que ETA declaraba su peculiar tregua en Cataluña hacían también presagiar una acción como la de ayer. La ausencia de aviso previo podría explicarse por cualquier error de comunicación. No cabe olvidar que las grabaciones de los dos detenidos antes mencionados estaban inutilizadas.

Por todo ello, no son los ciudadanos los malpensados, sino que es ETA la que tiene que sacarlos de su incertidumbre y de sus sospechas. ETA les ha dado pie a todas ellas. La carga de la prueba recae, en consecuencia, sobre ETA. Mientras no publique un comunicado convincente de que su mano no está detrás de este horrendo atentado o mientras otro grupo no reivindique con absoluta credibilidad su autoría, nadie podrá acusar a los más escépticos de haberla juzgado con precipitación.

Al mismo tiempo, se hace absolutamente necesario reclamar de nuestras autoridades la máxima claridad en este asunto. El ministro de Interior no ha sido un ejemplo de este exigible proceder. Su atribución rotunda de responsabilidades en la comparecencia de la mañana ha quedado en entredicho en menos de diez horas. La contradicción ha añadido confusión a la ya de por sí confusa situación. Sólo ha conseguido que, en vez de sobre las víctimas, hablemos sobre terrorismo. Es exigible, después de lo que ha ocurrido, un inmediato y seguro esclarecimiento de los hechos.

Para las víctimas sea, pues, nuestro pensamiento. Quienquiera las haya asesinado, sus pérdidas son irreparables y sus familias merecen la misma piedad. Concentrémonos en ellas. Las manifestaciones de hoy, sea cual sea el lema, siguen siendo imprescindibles. Ninguna discusión colateral y, en comparación con los muertos, secundaria debería distraernos de lo que en este momento importa. Llorar con los que lloran y sentir compasión por los que sufren.


Nadie podrá acusar a los más escépticos de haber juzgado a ETA con precipitación Sea para las víctimas nuestro pensamiento, sean quienes sean los asesinos

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